S.I. Concatedral de Sta. María de Castellón, 20 de junio de 2020
(Dt 7,6-11; Salmo 102; Hechos 20,17-28-32.36; Mt 11, 25-30)
Amados todos en el Señor!
Acción de gracias
- “La misericordia del Señor dura por siempre” (Sal 88). Con estas palabras del Salmo de hoy os invito a poner, antes de nada, la mirada en Dios. Esta mañana le bendecimos y damos gracias, porque nos concede el don de dos nuevos sacerdotes. Sois, queridos César y Jon. dones del amor misericordioso de Dios para nuestra Iglesia diocesana, que se ve agraciada en vuestras personas. Nos unimos a vuestra alegría, y juntos cantamos al Señor por su gran amor para con vosotros, para vuestras familias y para nuestra Iglesia. Dios nunca abandona a su Iglesia, es eternamente fiel y nos sigue concediendo “pastores según su corazón” (cf. Jr 3,15).
Quiero expresar también mi sincera gratitud y mi cordial felicitación a todos cuantos han cuidado de vuestra formación: rectores, formadores, profesores, padres espirituales y párrocos; mi gratitud y felicitación también para vuestros padres, catequistas, familiares, sacerdotes amigos y para cuantos os han ayudado en el camino hasta el sacerdocio. Estoy seguro de que seguirán estando cerca de vosotros con la oración y el apoyo humano y espiritual necesario para que perseveréis con alegría y generosidad en el ministerio sacerdotal y podáis cumplir la misión que el Señor os confía hoy.
Elegidos y consagrados
- Esta mañana, el Señor os elige y consagra presbíteros para ser pastores en la Iglesia y actuar en el nombre “et in persona” de Jesucristo, el Buen Pastor. Mediante la imposición de mis manos y la plegaria de consagración, quedaréis convertidos en presbíteros para ser pastores del pueblo santo de Dios, “que él adquirió con su propia sangre” (Hech 20. 18).
Sois elegidos por el Señor. «No sois vosotros los que me habéis elegido a mí, sino yo quien os ha elegido a vosotros», os dice Jesús (Jn 15,16). Como al pueblo de Israel, en la primera lectura de hoy, es el Señor mismo quien os ha elegido para ser santos y propiedad suya. “El Señor se enamoró de vosotros y os eligió” (Dt 7,7). Vuestro sacerdocio es fruto de una iniciativa amorosa del Señor, “por puro amor a vosotros”, totalmente gratuita por su parte. Él es quien os ha elegido, ha ido por delante en vuestra vida, os ha ido os sacando de vuestras esclavitudes, os ha ido probando y forjando según su corazón. Vuestra respuesta -ciertamente generosa, alegre, confiada y tenaz- es la acogida de este amor divino. Así lo habéis expresado al ser presentados, con la palabra: ‘presente’. Y el Señor hoy os consagra, es decir os hace sacerdotes de su propiedad. Nos lo recuerda el gesto de la imposición de las manos. Cuando os imponga las manos, es el Señor mismo quien lo hace. Él tomará posesión de cada uno de vosotros diciéndoos: “Tú me perteneces”. Pero de este modo os dice también: “Tú estás bajo la protección de mis manos, como lo estuvo el pueblo de Israel. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú estás protegido en mis manos y te encuentras en la inmensidad de mi amor”. Y Dios es fiel y “mantiene su alianza y su favor con los que lo aman y observan sus preceptos” (Dt 7, 9).
Es vital que mantengáis vivo en vuestra memoria y en vuestro corazón este momento de vuestra ordenación. El Señor siempre estará en vosotros y a vuestro lado para protegeros y alentaros, para cuidaros en la inmensidad de su misericordia. Él será vuestra fuerza y sustento. Dirigid siempre vuestra mirada hacia Él y dadle la mano; así no correréis el peligro de abandonar el amor primero (cf. Ap 2,4) de este día de vuestra ordenación. Dejad que la mano del Señor os tome; así no os perderéis en la obscuridad de la niebla ni os hundiréis ante la mar alborotada. La fe en Jesús, Hijo del Dios vivo, os llevará a coger su mano en los momentos de cansancio apostólico, de debilidad personal, o de dificultad y desaliento pastoral.
Para ser pastores en nombre del Buen Pastor
- Sois elegidos y consagrados para ser pastores del Pueblo santo de Dios en nombre y representación de Jesús, el Buen Pastor. Los sacerdotes no podemos olvidar nunca esta referencia fundamental: somos pastores del rebaño de Jesucristo, Cabeza y Pastor. Como partícipes de su sacerdocio, estamos llamados a actuar en su nombre y con su autoridad. Por lo tanto, hemos de ser transparencia cabal de Jesús y, para ello, hemos de mirarnos en Él.
Y Jesús nos dice: “Yo soy el Buen Pastor” (Jn 10, 11). Así se presenta Jesús ante sus discípulos. Frente a los falsos pastores de Israel, que sólo piensan en sí mismos y no se preocupan de las ovejas; frente a los pastores incapaces de arriesgar su vida en el peligro; frente a los pastores pusilánimes, que ven venir al lobo, abandonan las ovejas y huyen, Jesús se presenta ante sus discípulos como el Buen Pastor. Él es el pastor abnegado hasta el agotamiento, que cuida a sus ovejas, que busca a la extraviada, que cura a la herida, que carga sobre sus hombros a la extenuada y que en su sacrificio pascual, en obediencia al Padre y por amor a los hombres, da la vida por sus ovejas. Cristo ama y conoce a sus ovejas, da la vida por ellas y ninguna le resulta extraña (cf. Jn 10,11-14). Su rebaño es su familia y su vida. No es un jefe temido por las ovejas, sino el pastor que camina con ellas y las llama por su nombre (cf. Jn 10, 3-4). Y quiere reunir a las ovejas que todavía no están con él (cf. Jn 10,16). ¡Qué hermoso programa de vida para todo sacerdote!
Según el Corazón de Jesús
- Para ser trasparencia cabal del Buen Pastor es necesario que como sacerdotes dejéis que vuestro corazón se penetre por el estilo de Jesús y os dejéis configurar por los sentimientos de su corazón. Ayer, en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, pudimos contemplar su Corazón, es decir, su interioridad, las raíces más solidas de su vida, el núcleo de sus afectos; en una palabra, el centro de su persona y su corazón como Buen Pastor. Nuestra Iglesia y nuestra sociedad necesitan sacerdotes y pastores según el Corazón de Cristo.
Entre otras muchas características, el Corazón de Jesús es un corazón misericordioso. En palabras del Papa Francisco, dirigiéndose a los sacerdotes, “el corazón del Buen Pastor… es la misericordia misma. Ahí resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5)” (Homilía de 3.06.2016). Jesús además pasa curando y haciendo el bien a todos aquellos que son prisioneros del mal; desciende a los abismos de la debilidad humana y del pecado para revelar el corazón misericordioso del Padre. El sacerdote es él mismo y en primer lugar destinatario de la misericordia y necesitado de experimentar asiduamente el perdón de sus pecados en el sacramento de la Reconciliación. Y a la vez es ministro de la misericordia y de la reconciliación. Necesitamos sacerdotes con experiencia personal de la misericordia y con actitud misericordiosa, capaces de acoger, escuchar, acompañar a los hermanos, de modo particular en el sacramento de la Confesión.
El Corazón de Jesús es un corazón agradecido: da gracias al Padre porque ha revelado los misterios del Reino de Dios a los pequeños y sencillos (cf. Mt 11,25) o le da gracias antes de tomar el pan y el cáliz en la última Cena al instituir la Eucaristía, el memorial de su Pascua, la acción de gracias por excelencia. Como Jesús, el sacerdote ha de ser también de corazón agradecido y ha de dar constantemente gracias a Dios: por su elección gratuita, por el sacerdocio inmerecido y por tantos otros dones recibidos; y también por el pueblo que Dios le ha encomendado a través de la Iglesia. La acción de gracias por excelencia es la “eucaristía” que el sacerdote celebra y adora diariamente. En la Eucaristía, el sacerdote es atraído por el corazón de Jesús, que lo vincula a su sacrificio de amor por su pueblo. Él pronuncia las palabras de la consagración en nombre de Jesús, pero en primera persona: “Esto es mi cuerpo entregado por vosotros. Esta es mi sangre derramada por vosotros” (cf. Lc 22,17-19).
Jesús siente una profunda compasión ante las multitudes exhaustas y oprimidas, ante el dolor y el sufrimiento de los enfermos, ante la marginación o cualquier forma de pobreza material y espiritual, ante el cansancio y el agobio de la vida. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo aliviaré” (Mt 11, 28). Él es el buen Samaritano que se detiene delante de la carne herida de los hermanos, la sana y la restablece, convirtiéndose en manifestación viviente del amor de Dios Padre. A los sacerdotes se nos pide el mismo corazón compasivo de Jesús, que se expresa en la cercanía a los que sufren, en la capacidad de reavivar la esperanza, en el cuidado de las heridas del Pueblo, especialmente a través de la mediación de la gracia sacramental. Nosotros mismos hemos de recalar en Jesús para descansar de nuestros cansancios pastorales y poner en él los agobios de nuestra vida.
Contemplando su Corazón, vemos que Jesús vive la propia misión desde el Padre y desde el pueblo. Sus jornadas se alimentan de su relación con Dios y de su entrega amorosa a los hermanos. La caridad de sus gestos nunca está separada del silencio y de la oración, del cultivo de su íntimo diálogo con Dios Padre. El sacerdote según el Corazón de Cristo es aquel que habita entre el Señor a quien ha consagrado la vida y el pueblo al que ha sido llamado a servir. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira a sí mismo, sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Es un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos.
El corazón del Buen Pastor es misionero, está siempre en salida, su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. En él vemos su continua entrega; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, manso y humilde, que nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama “hasta el extremo” (Jn 13,1). El corazón del Buen Pastor está inclinado hacia nosotros, especialmente al que está lejano; así revela que desea llegar a todos y no perder a nadie. Sed pastores con corazón misionero.
Exhortación final
- Damos gracias a Dios por vuestra ordenación sacerdotal. Ojalá que vuestro ejemplo aliente también a otros jóvenes a seguir a Cristo con igual disponibilidad. Oremos para que el “Dueño de la mies” siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque «la mies es mucha y los obreros pocos» (Mt 9, 37).
Que María, en el día que celebramos la memoria de su Inmaculado Corazón, os mantenga siempre en el amor a su Hijo, el Buen Pastor, os enseñe a conservar, como ella, todas estas cosas en vuestro corazón, y os proteja y aliente en la nueva etapa de vuestra vida, que ahora va a comenzar con vuestra ordenación sacerdotal. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón