Con el lema “Generar esperanza”, la Iglesia celebra mañana, día 4 de junio, la solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus, dedicada a todas las mujeres y hombres que un día decidieron entregarle su vida al Señor, sirviendo a la Iglesia en la dimensión contemplativa de la vida religiosa.
Para celebrar esta fiesta, esta mañana se han reunido las monjas contemplativas de las ocho comunidades de la Diócesis de Segorbe-Castellón junto a nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente. Lo han hecho en la Basílica de Nuestra Señora del Lledó, en Castellón, para celebrar juntas la Eucaristía, y ha concelebrado D. Joaquín Guillamón, Delegado diocesano para la Vida Consagrada y prior.
En la Diócesis de Segorbe-Castellón hay ocho comunidades:
– Las Agustinas de Benicàssim.
– Las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada de Castellón.
– Las Carmelitas Descalzas de Alquerías del Niño Perdido, de Castellón y de Caudiel.
– Las Clarisas de La Vall d´Uixó y de Vila-real.
– Y la Fraternidad Monástica de la Paz de Castellón.
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Celebración de la Eucaristía
En el inicio de la homilía, D. Casimiro ha recordado que estamos celebrando el Año Jubilar del Lledó para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia, “que tiene como objetivo crecer en amor a la Virgen para que, de sus manos, podamos encontrarnos con el Señor”, dejando que “Él avive en nosotros, en la vocación o carisma concreto, que por puro don y gracia hemos recibido, porque solo así se podrá general esperanza”. La única esperanza que no defrauda, decía, “es Dios manifestado en su Hijo, Cristo Jesús”.
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El Obispo ha destaco cuatro palabras de la Virgen que nos pueden ayudar: escuchar, creer, acoger y actuar. En primer lugar, “María es la mujer de la escucha”, ha explicado, porque “escucha la Palabra, escucha a Dios”. Ella “es la mujer que cree y se fía plenamente de Dios, acoge su voluntad y, fruto de ello, sale a la misión”, ha explicado, “saliendo a servir a Isabel, llevando al Señor en su seno”.
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Ha exhortado también a estar atentos a la voluntad de Dios, que “nos habla a través de los acontecimientos, incluso de los acontecimientos duros”, como pueden ser “la falta de vocaciones o el cierre de los monasterios”. También a través “de las personas con las que nos encontramos en el día a día”, o de la Palabra, “que nos interpela y siempre tiene algo que decirnos”.
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Sois “la lámpara encendida que presenta ante el Señor todas las necesidades de nuestra Iglesia, de nuestro mundo y de la sociedad”, les decía a las hermanas, “fiémonos de Dios, Él nunca nos abandona, sabe lo que quiere para cada uno de nosotros y para vuestros conventos”, ha exhortado, “acojamos su voluntad para llevarle a Él a los demás, con la forma de vida, siendo faros luminosos en este mundo necesitado de Dios y de esperanza”. “Sois indispensables para la Iglesia y para la sociedad”.
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Felicita a las monjas contemplativas de la Diócesis por la Jornada Pro Orantibus
Desde la Delegación diocesana para la Vida Consagrada, junto a la Vicaria de Pastoral, se ha animado a los fieles a agradecer la labor de las monjas contemplativas de la Diócesis, enviándoles un mensaje de agradecimiento por sus continuas oraciones en nuestro beneficio, porque, como dice Francisco, «con el silencio orante y el sacrificio escondido, sostienen maternalmente la vida de la Iglesia».
Muchos han sido los mensajes que han enviado los fieles, y no solo de agradecimiento, sino también de ánimo y de oración ante la escasez de vocaciones.
Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada resaltan que en el “luminoso horizonte” de la vida contemplativa “está «generar esperanza». Un lema que pone el foco en la esperanza ante una realidad en la que “no es difícil encontrar motivos para la tristeza y la desazón: amanecemos cada día con noticias de violencia, injusticia, egoísmo, exclusión, pobreza y sinsentido”. También, a una escala más personal, “al mirar con sinceridad nuestro interior y el conjunto de nuestras relaciones, nos topamos con heridas y sinsabores que pueden ir sumiéndonos poco a poco en un desaliento paralizante”.
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Además, lamentan que “esta percepción amarga” parece haber contagiado incluso a los más jóvenes, “entre quienes también se detectan altas dosis de desmoralización y abatimiento, e incluso un preocupante aumento de suicidios”. A ellos, recuerdan, se dirige con frecuencia el papa Francisco para “instarlos vivamente a la esperanza”.
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Así lo hizo en su mensaje a los jóvenes cubanos en 2015: Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor”. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna».
La vida contemplativa alienta nuestra esperanza
Estas palabras -recogidas años después en la encíclica Fratelli tutti– “pueden ayudarnos a reconocer, celebrar y orar por aquellos hermanos y hermanas que, abrazando la vida contemplativa, alientan nuestra esperanza y la requieren”. Ellos y ellas, matizan los obispos en su mensaje, “al renunciar al espíritu mundano y entregar radicalmente la vida «a querer tocar lo grande […], la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor», se convierten en parábola de la esperanza última para la Iglesia y para toda la humanidad”.
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En cada convento y monasterio “la esperanza que brota de la fe en la realidad última de Dios se hace carne cotidiana” al cultivar la oración y la celebración; la fraternidad y la reconciliación; la hospitalidad y la caridad; el trabajo y el descanso. Así, “cuantos caminamos tratando de dar respuesta a la sed de una vida lograda en medio de tantas desdichas agradecemos el testimonio de la vocación contemplativa, que se goza en buscar y esperar cada día al Señor que viene para que todos tengamos vida, y vida en abundancia; para que tengamos esperanza”.
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Los contemplativos “también lanzan su mirada al resto del pueblo de Dios, deseando recibir los dolores y las alegrías de este mundo para poder esperar por todos y con todos”. Por eso, en esta Jornada Pro Orantibus “no dejemos de acercarnos, si tenemos ocasión, a nuestros hermanos y hermanas contemplativos, con el fin de compartir entre todos los consuelos y las fatigas de los hombres y mujeres de esta tierra. Comprometámonos juntos en la misión de generar esperanza donde haga más falta, donde más urgente sea el anuncio del Señor resucitado. Y recemos también por ellos, para que puedan recibir el sostén de nuestra plegaria sincera ante Dios y se vean apoyados en su deseo de peregrinar sin desfallecer a la luz del rostro del Señor”.
Este domingo, 4 de junio, Fiesta de la Santísima Trinidad, celebramos también la Jornada ‘Pro orantibus’, es decir, por lo que oran. Es un día dedicado a los monjes y monjas de vida contemplativa. Nuestra Diócesis cuenta aún con ocho monasterios de monjas de vida contemplativa, que oran por nosotros todos los días del año. En esta Jornada les mostramos nuestra gratitud por lo que representan para la Iglesia y para la sociedad. Oremos por ellos y por las vocaciones a la vida contemplativa. Nos urge hacerlo. Varios conventos o monasterios de clausura han tenido que ser suprimidos en nuestra Diócesis en los últimos años ante la edad avanzada de las monjas y la falta de vocaciones.
Para muchos, las monjas y los monjes de clausura son los grandes desconocidos. Además no se reconoce su necesidad para la vida de la Iglesia y de la sociedad. Llevados por el secularismo ambiental y por los criterios de la eficiencia y la utilidad, muchos piensan que no tiene sentido que haya personas –y más aún si son jóvenes- que se retiren del mundo para dedicarse de por vida a Dios y a la oración contemplativa, cuando hay tantas urgencias y necesidades en el mundo y en la Iglesia. Se expresa de este modo un escaso aprecio del valor y de la necesidad de vida contemplativa en la vida de la Iglesia y de la sociedad.
Sin embargo, las monjas y los monjes son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios y, en consecuencia, la verdadera esperanza. Es un hecho que a los hombres y mujeres ‘liberados y acomodados’ de nuestro tiempo, les falta la verdadera esperanza. Es la esperanza, que despierta en nosotros cuando somos capaces de mirar la realidad más allá de la hojarasca de la historia, en su raíz primera y su horizonte último, que son los de Dios.
Los hermanos y hermanas que abrazan la vida contemplativa nos alientan a descubrir esta esperanza. En su luminoso horizonte está ‘generar esperanza’, como reza el lema de la Jornada de este año. A ellos solo los impulsa haber comprendido, como enseña el evangelio, que el reino de los cielos es ‘un tesoro’ por el cual vale de verdad la pena abandonarlo todo (cf. Mt 13,44). En efecto, estos hermanos y hermanas nuestros testimonian silenciosamente que, en medio de los acontecimientos diarios, y a veces turbulentos, el único apoyo que no vacila jamás es Dios, roca inquebrantable de fidelidad y de amor.
“Desde su vocación particular, los contemplativos encarnan y dan a conocer esa esperanza que, más allá de optimismos y pesimismos, asienta nuestra historia en lo más profundo de la realidad, en el corazón de Dios Trinidad que ha creado este mundo por pura liberalidad, lo acompaña con suave providencia, lo salva a través de la entrega amorosa de Jesucristo, lo ilumina y alimenta por medio de la Iglesia y lo recreará al final de los tiempos en la gloria de los santos” (Mensaje de los Obispos españoles).
En nuestro desierto y en nuestras evasiones, los monjes y monjas nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con Dios en Cristo Jesús, nuestra única esperanza para que nos sea devuelta la luz a los ojos y vuelva a latir el corazón con el fuego del amor de Dios. El verdadero contemplativo no se desentiende de nadie ni es ajeno a nada de cuanto el mundo vive; siempre está abierto a Dios y a cada hijo de Dios. Mediante su vida orante, retirada y oculta recibe el amor divino y lo transforma en ofrenda permanente por nuestro mundo y por cada ser humano. Los contemplativos, monjes y monjas, viven la comunión con Dios para comulgar también con los padecimientos de cada hombre. Con su donación y su oración continua, los contemplativos hablan a Dios de los hombres y habla a los hombres del mucho amor que Dios les tiene.
Por tanto, los monasterios de vida contemplativa, aparentemente inútiles, son en realidad indispensables, como los ‘pulmones’ verdes de una ciudad: hacen bien a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez ignoran su existencia. Demos gracias al Señor, que en su providencia ha querido las comunidades de clausura. No les privemos de nuestro apoyo espiritual y también material, para que puedan cumplir su misión de mantener viva en la Iglesia y en el mundo la llama de la esperanza.
Con el lema “Generar esperanza”, la Iglesia celebra el 4 de junio, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa.
Por ello, te proponemos enviar un mensaje de agradecimiento y tu felicitación a las comunidades contemplativas que, como dice Francisco, «con el silencio orante y el sacrificio escondido, sostienen maternalmente la vida de la Iglesia».
Las ocho comunidades contemplativas de la Diócesis de Segorbe-Castellón son:
– Agustinas de Benicàssim.
– Esclavas del Stmo. y de la Inmaculada de Castellón.
– Carmelitas Descalzas de Alquerías del Niño Perdido.
Mensaje de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada
Los Obispos resaltan que en el “luminoso horizonte” de la vida contemplativa está “generar esperanza”, un lema que pone el foco en la esperanza ante una realidad en la que “no es difícil encontrar motivos para la tristeza y la desazón: amanecemos cada día con noticias de violencia, injusticia, egoísmo, exclusión, pobreza y sinsentido”. También, a una escala más personal, “al mirar con sinceridad nuestro interior y el conjunto de nuestras relaciones, nos topamos con heridas y sinsabores que pueden ir sumiéndonos poco a poco en un desaliento paralizante”.
Lamentan que “esta percepción amarga” parece haber contagiado incluso a los más jóvenes, “entre quienes también se detectan altas dosis de desmoralización y abatimiento, e incluso un preocupante aumento de suicidios”. A ellos, recuerdan, se dirige con frecuencia el Papa Francisco para “instarlos vivamente a la esperanza”.
Así lo hizo en su mensaje a los jóvenes cubanos en 2015: Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna».
La vida contemplativa alienta nuestra esperanza
Estas palabras -recogidas años después en la encíclica Fratelli tutti– “pueden ayudarnos a reconocer, celebrar y orar por aquellos hermanos y hermanas que, abrazando la vida contemplativa, alientan nuestra esperanza y la requieren”. Ellos y ellas, matizan los obispos en su mensaje, “al renunciar al espíritu mundano y entregar radicalmente la vida «a querer tocar lo grande […], la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor», se convierten en parábola de la esperanza última para la Iglesia y para toda la humanidad”.
En cada convento y monasterio “la esperanza que brota de la fe en la realidad última de Dios se hace carne cotidiana” al cultivar la oración y la celebración; la fraternidad y la reconciliación; la hospitalidad y la caridad; el trabajo y el descanso. Así, “cuantos caminamos tratando de dar respuesta a la sed de una vida lograda en medio de tantas desdichas agradecemos el testimonio de la vocación contemplativa, que se goza en buscar y esperar cada día al Señor que viene para que todos tengamos vida, y vida en abundancia; para que tengamos esperanza”.
Los contemplativos “también lanzan su mirada al resto del pueblo de Dios, deseando recibir los dolores y las alegrías de este mundo para poder esperar por todos y con todos”. Por eso, en esta Jornada Pro Orantibus “no dejemos de acercarnos, si tenemos ocasión, a nuestros hermanos y hermanas contemplativos, con el fin de compartir entre todos los consuelos y las fatigas de los hombres y mujeres de esta tierra. Comprometámonos juntos en la misión de generar esperanza donde haga más falta, donde más urgente sea el anuncio del Señor resucitado. Y recemos también por ellos, para que puedan recibir el sostén de nuestra plegaria sincera ante Dios y se vean apoyados en su deseo de peregrinar sin desfallecer a la luz del rostro del Señor”.
Este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada ‘Pro Orantibus’, es decir, la Jornada por los que oran. Es un día para recordar con cariño a los monjes y monjas de vida contemplativa y para orar especialmente por ellos, que a diario rezan por nosotros en sus monasterios y conventos. Les queremos mostrar de este modo nuestra estima y gratitud. Y pedimos a Dios que suscite en nuestros jóvenes y en nuestras jóvenes vocaciones a la vida consagrada contemplativa, para que nuestros monasterios no se vean abocados a cerrar. Por falta de vocaciones, en nuestra Diócesis se han tenido que cerrar cinco monasterios de monjas en los últimos años.
Ante esta realidad hay que afirmar una vez más que los monasterios de vida contemplativa son y siguen siendo necesarios; y hoy, si cabe, lo son más que nunca. Cierto que hay quien no entiende su razón de ser ni el modo de vida de los monjes y monjas de clausura. Pero nuestra sociedad y también nuestra Iglesia necesitan lámparas en el camino que nos remitan a Dios y que nos ayuden a volver la mirada a Dios, al Dios Uno y Trino, que es Amor, la fuente y el manantial inagotable del amor.
Somos testigos y –muchas veces- víctimas de un contexto secularizado, que está marcando profundamente el corazón del hombre y de la mujer de hoy. Vivimos inmersos en un contexto que pretende entender el hombre, la sociedad y la historia como si Dios no existiera. Se propugna que la persona humana, su vida y su dignidad, su trabajo y sus relaciones, la educación, el matrimonio y la familia, la cultura, la economía y la organización de la sociedad se conciban sin referencia alguna a Dios. El hombre se ha convertido en absoluto y se ha creado sus propios dioses: el poder y el tener, el prestigio y el disfrute, el progreso sin meta. Dios es ignorado, cuando no rechazado, como Señor de la existencia humana, como su origen, su guía y su meta. Marginar a Dios es la tentación permanente del hombre que pretende ser dios al margen de Dios. Lo religioso y, especialmente, lo cristiano son silenciados o ridiculizados. Con frecuencia se hostiga a los católicos o se los combate abiertamente, cuando Dios, Cristo Jesús y su Evangelio incomodan las posiciones y cuestionan las libertades sin verdad y sin ética que defienden un estilo de vida sin Dios.
Pero el silenciamiento de Dios, de su voz y de su providencia sabia y amorosa abre el camino a una vida humana y a una sociedad sin rumbo y sin sentido; poco a poco se abre el camino a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses al servicio de ideologías de distinto tipo. El silenciamiento de Dios en nuestra cultura está llevando al ocaso de la dignidad humana. Reducido el hombre a su dimensión material e intramundana, expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre.
En este contexto, los monasterios y conventos dedicados a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la sociedad y la Iglesia faros luminosos, y para la Iglesia motivo de acción de gracias a Dios y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen al crecimiento de la comunión y de la misión del Pueblo de Dios.
Los pilares básicos de su existencia son la escucha, la conversión y la comunión. Los monjes y monjas de clausura lo han dejado todo para contemplar al Señor se convierten en testigos de la Luz en medio del mundo y del Pueblo de Dios. Son como lámparas en el camino que llevan a lo más importante, a lo único decisivo, a la realidad por excelencia, a Dios mismo. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como la consideración de que Dios es el único bien (Sal 16, 2).
La vida contemplativa tiene mucho que decir hoy. Es una forma de vida que dirige nuestra mirada al manantial del ser y de la vida, a la comunión con Dios y los hermanos, al núcleo de la misión de la Iglesia. Y es también un servicio sagrado a los hombres, porque todo hombre lleva en lo más íntimo de su corazón la nostalgia de la máxima felicidad, la nostalgia de Dios.
En la Fiesta de la Santísima Trinidad, este Domingo 30 de mayo, celebramos la Jornada ‘Pro orantibus’, es decir, por los que oran: los monjes y las monjas de vida contemplativa. Nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón cuenta en este momento con diez monasterios de monjas de vida contemplativa. Apartadas en sus conventos o monasterios se dedican a la oración y a la contemplación y cada día del año rezan por todos nosotros y por nuestras necesidades.
En esta Jornada tenemos un especial recuerdo para todas ellas y les queremos mostrar nuestro cariño y reconocimiento, nuestra gratitud y nuestra alta estima por lo que representan para nuestra Iglesia y nuestra sociedad. Son un rico patrimonio espiritual para todos nosotros, que con frecuencia no es conocido ni valorado suficientemente en un mundo dominado por el dinero y lo útil, por las prisas y la superficialidad.
Nuestras monjas no se desentienden de nada de lo que ocurre en nuestra Iglesia ni de lo que pasa en nuestro mundo. Aunque separadas de todo, viviendo en el silencio, en la oración y en la contemplación de Dios, están unidas a todos nosotros porque nada humano ni eclesial les es ajeno. También en esos momentos de dolor por la crisis sanitaria de la pandemia y sus duras consecuencias familiares, laborales, económicas y sociales están “cerca de Dios y del dolor humano”, como reza el lema para la Jornada de este año. Ya desde el primer momento de la pandemia no sólo rezaron por los contagiados, sus familias, los sanitarios y por el fin de la pandemia; también confeccionaron mascarillas para los internos de nuestros centros penitenciarios y ofrecieron sus donativos a pesar de su pobreza.
Las monjas y los monjes sufren cuando el mundo sufre, porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse al mundo del dolor a través de Dios. Su vida diaria está entretejida por su cercanía con Cristo y con el dolor humano en la que uno y otro -el Señor que salva y el ser humano sediento de salvación- se requieren y se encuentran cada día a través de la búsqueda y la contemplación del rostro de Dios, que es compasivo y misericordioso. Porque están cerca de Dios, lo contemplan y glorifican; y por esta misma razón no pueden por menos de estar cerca del dolor de mundo, orando por los hermanos y hermanas que sufren. En su oración diaria están presentes los fallecidos a causa del coronavirus y sus familias, muchas de ellas desoladas; están presentes los contagiados y los enfermos, así como los sanitarios y capellanes que los cuidan; y también los que sufren el paro y la pobreza, el miedo ante el contagio y la incertidumbre ante el futuro, o las personas vulnerables o que sufren soledad. Ningún necesitado es ajeno a su oración y a su caridad solidaria.
Los monasterios y los conventos de vida contemplativa son escuelas de fe en el corazón de nuestra Iglesia y de nuestro mundo; son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios y tantas veces la esperanza. Nos hacen presente a Cristo Jesús que siempre nos acompaña y nunca nos abandona: Él es la esperanza que nunca defrauda.
Las monjas y los monjes nos recuerdan que hay una Palabra por antonomasia -la de Dios- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia -la de Dios-con-nosotros-, que siempre debemos acoger. Con su estilo de vida, viviendo en fraternidad y con austeridad, sin perder nunca la alegria por saberse amados y nunca abandonados por Dios, nos marcan el camino en esta situación de crisis global. Este camino no es otro sino volver nuestra mirada a Dios para escuchar qué nos quiere decir Dios en estos momentos. Esta situación nos urge a repensar y cambiar nuestros modelos vida, personales, familiares, económicos, sociales y políticos, tantas veces marcados por el egoísmo y la insolidaridad. La crisis actual nos ofrece la oportunidad de construir entre todos un mundo más solidario, más fraterno y más justo para todos, en especial para los más desfavorecidos y necesitados en todo el mundo.
Recordemos en esta Jornada a todos los monjes y monjas con gratitud y esperanza. Pidamos al Señor que los custodie en su amor y los bendiga con nuevas vocaciones, que los aliente en la fidelidad cotidiana y los mantenga en la alegría de la fe. Como ellos sigamos orando a Dios por las necesidades y los padecimientos en todo el mundo: y, como ellos, estemos, cerca de Dios y cerca del dolor de cada ser humano.
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