Tal como recordaba el Obispo D. Casimiro López Llorente en su carta dominical, ayer la Iglesia celebró la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema «Dios camina con su pueblo». Este mensaje resalta el vínculo de amor y ternura que Dios establece con la humanidad a lo largo de la historia, y lanza una clara invitación a trabajar para crear comunidades más acogedoras y misioneras. En sintonía con el mensaje del Papa Francisco, se hace un llamamiento a caminar juntos y profundizar en la misión de la Iglesia de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.
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Con motivo de esta celebración, el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis organizó una serie de actos que se desarrollaron durante todo el fin de semana. Los eventos comenzaron el viernes 27 de septiembre en la parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón con una Vigilia de Oración.
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El domingo 29 de septiembre, las actividades continuaron por la mañana en el edificio Menador de Castellón, donde se instaló una mesa informativa. A continuación, el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo, ofrecieron una ponencia titulada «Dios camina con su pueblo». Más tarde, la Plaza de las Aulas se llenó de color con un festival de folklore internacional que atrajo a numerosas familias y participantes.
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La jornada culminó con una Eucaristía presidida por el Obispo D. Casimiro López Llorente a las 19:30 h. en la Concatedral de Santa María de Castellón. En su homilía dedicó unas emotivas palabras a la difícil situación migratoria que se vive en Canarias, mencionando la reciente tragedia en la isla de El Hierro, donde a estas horas hay confirmados 9 fallecidos y 50 desaparecidos al volcar un cayuco a pocos metros de la costa. «No podemos olvidar a tantos hombres, mujeres y niños que han perdido la vida buscando un futuro digno», lamentó, al tiempo que recordaba que solo 27 personas fueron rescatadas con vida.
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D. Casimiro destacó el profundo significado de la acogida a los migrantes desde la óptica cristiana, recordando las palabras del Papa Francisco: «Es necesario hacer visible el Reino de Dios acogiendo, protegiendo, promoviendo e integrando a los migrantes y refugiados». En este sentido, el Obispo subrayó que la migración actual exige una respuesta activa por parte de la Iglesia: «Todos somos peregrinos en esta vida, y estamos llamados a acoger al extranjero como Cristo nos acoge a nosotros».
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El Obispo insistió en que esta jornada no solo invita a la reflexión, sino que demanda acciones concretas. Hizo un llamamiento a las comunidades cristianas a abrirse al encuentro con el otro: «La fe no puede vivirse de manera aislada. Debemos abrir las puertas de nuestras parroquias y nuestros corazones a aquellos que llegan en busca de una vida mejor». Reafirmó que la acogida no debe depender de la procedencia, religión o situación legal de los migrantes, sino del principio cristiano de amar al prójimo: «Jesús nos enseña que todo ser humano es nuestro hermano; no podemos cerrar los ojos ante su sufrimiento».
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Asimismo, abordó las dificultades que enfrentan los migrantes y refugiados, desde los peligros de sus travesías hasta la explotación y rechazo que a menudo encuentran al llegar a su destino. Abogó por políticas más inclusivas y justas: «No basta con ofrecer ayuda puntual. Es necesario trabajar por una sociedad más inclusiva, que permita a los migrantes y refugiados vivir con dignidad y participar plenamente en nuestras comunidades».
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Por último, D. Casimiro animó a las parroquias y fieles a ser verdaderos espacios de acogida: «Invito a nuestras comunidades a convertirse en lugares de encuentro, donde el migrante no solo sea bien recibido, sino donde encuentre un hogar y un lugar donde celebrar su fe».
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Con esta jornada, la Iglesia de Segorbe-Castellón reafirmó su compromiso de ser signo visible de la misericordia de Dios, llamando a la solidaridad y a la acción concreta en favor de los migrantes y refugiados.
Este domingo, 29 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial del migrante y refugiado. El lema, elegido por el papa Francisco, para este año reza: “Dios camina con su pueblo”. El lema nos recuerda el éxodo del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida; es un largo viaje de la esclavitud a la libertad que prefigura el de la Iglesia hacia el encuentro final con el Señor. Análogamente, dice el Papa, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. La realidad fundamental del éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. Hoy también son miles las personas que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Dios los acompaña. Jesús está presente en cada uno de ellos y nos llama a reconocer su rostro en los rostros de cada migrante (cf. Mt 25,31-46).
En este curso pastoral, dedicado al acompañamiento, hemos de prestar especial atención también a los migrantes y los refugiados. Estamos llamados a abrir nuestro corazón al amor de Dios, dejarnos transformar por él para acompañar a las personas migradas. Dios camina con y en los emigrantes. Quien acoge el abrazo amoroso del Padre en el encuentro con Jesús queda trasformado en manos que se abren a otros para que también ellos experimenten la cercanía amorosa de Dios: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse ‘en casa’ en la única familia humana.
Como Iglesia y como cristianos estamos llamados por Jesús a acompañar a las personas migradas. Esto significa, en palabras del Papa, “acoger, proteger, promover e integrar” –que no es asimilar- a quienes por una razón u otra se ven obligados a salir de su patria y migrar a nuestra tierra. Más del 18% de la población actual en el territorio de nuestra Diocesis son extranjeros; la inmensa mayoría buscan seguridad y una vida digna. No nos pueden ser indiferentes. No podemos habituarnos a su sufrimiento y a su precariedad. Hacerlo sería entrar en el camino de la complicidad. Nuestra respuesta no puede ser otra que la que nos muestra Jesús en el Evangelio. Esto comienza por sentir verdadera compasión ante estos miles de personas, que huyen ante la guerra y la persecución, o que tienen que buscar una vida más digna lejos de su país.
Ante tantas personas afectadas por el fenómeno migratorio es necesario examinar y atajar sus causas en origen, así como regular el ejercicio del derecho de todos a migrar para que no se convierta en un mal para todos. Pero también como Iglesia y como sociedad hemos de responder a los problemas de estos hermanos desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge repensar nuestras actitudes personales, eclesiales, sociales y políticas, y redoblar nuestro compromiso real y efectivo con los migrantes y sus familias. No es un fenómeno más. No se trata de números. Son ante todo personas con la misma dignidad sagrada que los autóctonos. Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran por nuestra parte con sospechas, temores y prejuicios que hemos de superar. Como personas humanas que son, los migrantes se merecen acogida, respeto y estima; ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda.
Entre todos hemos de fomentar actitudes y comportamientos de acogida, de encuentro y de dialogo. Jesús nos dice: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); Jesús se identifica así con la persona del migrante; y nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara. Es necesario conocer a las personas migradas y su historia personal y familiar para poder comprenderlas y acompañarlas. En ellos, el Señor viene a nuestro encuentro; son su presencia viviente en nuestras vidas.
Jesús nos llama de forma apremiante a hacernos próximos, a mostrarles nuestra cercanía real y cordial, a valorarlos en su cultura propia y en su modo de vivir la fe, a no utilizarlos para intereses personales o políticos, y a trabajar para que sea reconocida su dignidad humana tantas veces negada.
Muchos migrantes comparten nuestra cultura y nuestra fe; acogerlos e integrarlos en nuestras parroquias será un signo de fraternidad cristiana y de catolicidad; su integración redundará en bien de los migrantes, que podrán vivir su fe cristiana en comunidad, y de las comunidades, que se verán enriquecidas con su presencia activa.
Como cada año durante el tiempo de Cuaresma, desde la Acción Católica de la Diócesis nos invitan a vivir los viernes de Cuaresma como una experiencia de profundo y sincero encuentro con Jesucristo y con los hermanos, en esta ocasión bajo el lema “construir puentes frente a muros”.
En este tercer viernes, día 8 de marzo, la situación sobre la que proponen reflexionar es sobre:
LOS MIGRANTES Y REFUGIADOS
Decía San Pablo VI que “nunca insistiremos demasiado en el deber de hospitalidad, deber de solidaridad y de caridad cristiana” (Populorum progressio, 67). Es algo que debemos recordar siempre. Las personas migrantes y refugiadas llegan a nuestro país buscando una vida en condiciones dignas. La dignidad de toda persona y la vocación a la fraternidad nos llaman a acogerlas y respetar todos sus derechos.
Sin embargo, con frecuencia estas personas son víctimas del rechazo y sufren graves injusticias por su vulnerabilidad, en particular aquellas que no tienen regularizada su situación administrativa. Estamos llamados a colaborar para conseguir un profundo cambio de mentalidad social desde la fraternidad universal y el respeto a la dignidad de toda persona.
Oremos/reflexionemos por las personas que se ven abocadas a migrar por sufrir la guerra, la violencia, la sequía y el hambre, para que se dé una respuesta de acogida y solidaridad.
Este domingo, 25 de septiembre, celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Esta Jornada nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre el creciente fenómeno de la migración en general y entre nosotros, de orar para que los corazones se abran a la acogida humana y cristiana de migrantes y refugiados y de trabajar para que crezcan en el mundo la justicia y la caridad, columnas para la construcción de una paz auténtica y duradera.
Este día nos invita a revisar nuestras actitudes y nuestros comportamientos ante los emigrantes y refugiados y sus familias para ser fieles al Evangelio. Como creyentes no podemos ser indiferentes ante tantas personas y familias, que con fe y esperanza buscan un futuro mejor entre nosotros, ni ante el trato no acorde a su dignidad de que son objeto con frecuencia. Toda persona tiene derecho a emigrar; es un derecho humano fundamental, que faculta a cada uno a establecerse donde considere más oportuno para una mejor realización de sus capacidades, aspiraciones y proyectos (cf. GS 65).
La mayoría de los emigrantes hacen uso de este derecho sea obligados por la necesidad de buscar oportunidades que no encuentran en su país de origen, sea a causa de las guerras como lo estamos viviendo con la injusta invasión de Ucrania sea por otras causas políticas. Si es cierto que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos migratorios y adoptar medidas políticas dictadas por las exigencias del bien común, esto ha de hacerlo siempre garantizando el respeto de la dignidad de toda persona humana.
La Jornada de este año lleva por lema: “Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”. El papa Francisco nos recuerda en su mensaje que se trata de la construcción entre todos del “Reino de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena realización cuando Él vuelva en su gloria. Su Reino aún no se ha cumplido, pero ya está presente en aquellos que han acogido la salvación”. El Reino de Dios es un reino de santidad y de gracia, de verdad y de justicia, de amor y de paz. Una mirada a la realidad de nuestro mundo y a los dramas de la historia nos recuerda que el Reino de Dios está aún muy lejos de su plena realización. Pero no por eso hemos de desalentarnos. Cristo con su muerte y resurrección ha vencido definitivamente el pecado, el mal y la muerte. Él nos llama a convertirnos a los valores del Reino y a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios.
De este proyecto de Dios nadie puede ser excluido, tampoco los migrantes y los refugiados. Sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. Los cristianos hemos de tener siempre presentes las palabras de Jesús: “Venid benditos de mi Padre porque… fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); en ellas, Jesús se identifica con la persona del emigrante y refugiado, nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara.
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación del futuro. La presencia de los migrantes y refugiados es una ocasión de crecimiento cultural y espiritual para todos. “Gracias a ellos –destaca el Santo Padre- tenemos la oportunidad de conocer mejor el mundo y la belleza de su diversidad. Podemos madurar en humanidad y construir juntos un ‘nosotros’ más grande”. Su trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las comunidades que los acogen. Pero esta aportación podría ser mucho mayor si se valorara y se apoyara mediante programas específicos. Se trata de un enorme potencial, pronto a manifestarse, si se le ofrece la oportunidad.
Es necesario que fomentemos la cultura de la acogida cordial, del encuentro real y del dialogo sincero. Queda mucho por hacer. Por ello, os invito a fortalecer nuestro compromiso cristiano. Nuestra Iglesia diocesana vive y obra inserta en nuestra sociedad y es solidaria con sus aspiraciones y sus problemas; por ello se sabe especialmente llamada a convertir nuestra sociedad en un espacio acogedor en el que se reconozca la dignidad de los emigrantes y refugiados y su aportación a una sociedad más justa, fraterna y solidaria.
Aprendamos a respetarlos y valorarlos en su diferencia, a acogerlos fraternalmente, a ayudarles en sus necesidades y a facilitarles la integración armónica en nuestra sociedad para construir juntos el futuro más acorde con el plan de Dios. Los migrantes y refugiados católicos son además una riqueza y un aire fresco para nuestra Iglesia y sus comunidades.
Desde el año 2001, la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó que cada 20 de junio fuera el Día Mundial de los Refugiados. Con este motivo, los obispos de la Subcomisión para las Migraciones y movilidad humana de la Conferencia Episcopal Española han llamado la atención sobre este colectivo de población de más de 30 millones de personas, y que es uno de los más afectados por las consecuencias derivadas de la crisis del coronavirus. En cada continente millones de familias y personas se ven obligadas a huir, entre otros tantos peligros, del hambre, la guerra, la pobreza y la explotación, con el anhelo de buscar un lugar seguro donde poder construir una vida mejor para ellos y sus seres queridos.
El sacerdote Juan Crisóstomo Nangagahigo, Director del Secretariado diocesano para las Migraciones, nos ha hablado de este problema:
La Iglesia nos invita a curar a quien está herido y a buscar a quien está perdido. ¿Crees que nos dejamos llevar por el miedo o los prejuicios en la acogida al refugiado?
La Iglesia, en septiembre dedica una jornada especial para recordar especialmente los migrantes y refugiados. El Papa emite un mensaje y las conferencias episcopales de todo el mundo organizan Jornadas con materiales, lo mismo que las diócesis.
Cada año la Iglesia nos invita a buscar y curar las heridas de nuestros hermanos. Es un trabajo bastante importante de sensibilización a la sociedad en general y a la comunidad cristiana en particular, para que sea consciente que son hermanos y hermanas que vienen a nuestro encuentro, como Jesucristo, como estuvo muchos años de refugiados en Egipto. Los cuatros verbos, acoger, proteger, promover e integrar, del Papa deben seguir resonando en nuestros corazones.
Entre los refugiados encontramos a víctimas de la trata, de la guerra y la violencia, de la pobreza… ¿Cómo podemos darles a conocer el amor de Dios?
El tema de las víctimas contra la trata es una preocupación para la Iglesia, porque detrás de cada víctima hay una historia de sufrimiento, una familia destrozada.
A nivel de la Conferencia Episcopal se está trabajando en comisión, que se encarga de la trata y entrega material a las diferentes diócesis. Ninguna guerra es justa, cada vez que se lleve el ser humano. No podemos quedar indiferentes ante la violencia, porque Cristo es quien sufre en la carne del hermano. Tenemos que levantar la voz y hablar por los que no tienen.
¿Cómo trabajáis desde el Secretariado con estas personas?
Desde el Secretariado de Migraciones de nuestra Diócesis trabajamos dentro de la mesa de pastoral, integrada por diferentes realidades de los grupos diocesanos.
De momento estamos en contacto con la comisión de la Conferencia Episcopal, que nos envía los materiales necesarios con el objetivo de sensibilizar a la comunidad cristiana sobre el tema de los refugiados. Trabajamos también con otras delegaciones y entidades civiles, con la que que compartimos las mismas preocupaciones. Todo para sensibilizar a la sociedad de la seriedad del tema de los refugiados, de los motivos por los que una persona decide abandonar su tierra, de los retos y problemas que se encuentran, y sobre todo de la necesidad de una buena acogida.
El Papa Francisco habla de la necesidad de una cultura del encuentro como objetivo común, ¿qué es la cultura del encuentro?, ¿por qué es tan necesaria hoy?
En muchas ocasiones, el Papa ha hablado de la cultura del encuentro como objetivo común, y nos ha animado a ser intrépidos en la forma en que miramos mas allá de nosotros mismos y a las necesidades de los demás.
Una cultura del encuentro es el hábito que cada ser humano en general, y cada cristiano en particular, debe cultivar para ir hacia su propio hermano, viendo en él a Jesucristo. Esta cultura es muy necesaria, hoy más que nunca porque los problemas de la humanidad son problemas que solucionaremos en el momento en el que empecemos a mirarnos con otros ojos. Cuando empecemos a ver al otro como Jesucristo, entonces muchas cosas cambiarán.
En este curso pastoral, dedicado a la caridad y a la justicia social, hemos de prestar especial atención a los migrantes y los refugiados. Dios nos llama a abrir nuestro corazón a su amor para dejarnos transformar y poder así ser signos eficaces de su amor, ofrecido en Cristo. Dios quiere llegar a todos; quienes acogen el abrazo amoroso del Padre quedan trasformados en manos que se abren a otros para que también ellos experimenten la cercanía amorosa de Dios: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse ‘en casa’ en la única familia humana.
Con este deseo celebraremos la Jornada Mundial de los migrantes y refugiados, el domingo, día 27. Nuestra Iglesia diocesana, sus miembros y sus comunidades, estamos llamados a celebrar esta Jornada e invitados a participar en la Misa en la Concatedral de Santa María de Castellón, a las 19:00 horas. Es una celebración no sólo para los migrantes y refugiados, sino para toda nuestra Iglesia diocesana.
«No se trata sólo de migrantes» JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y REFUGIADO
Carta a todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón
Queridos diocesanos:
El domingo, 29 de septiembre, tiene lugar la Jornada mundial del migrante y del refugiado. Esta Jornada se celebrará en lo sucesivo, por decisión de la Santa Sede, el último domingo de septiembre y no el tercer domingo de enero, como hasta ahora. Quiero llamaros la atención sobre este cambio para que esta Jornada no pase desapercibida, sino que se celebre en todas las parroquias y comunidades eclesiales de nuestra Diócesis. Con este fin se ha enviado el material oportuno desde nuestro Secretariado diocesano de Migraciones.
El Papa Francisco resume su Mensaje para este año, titulado No se trata sólo de migrantes, con cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. “Pero estos verbos – dice el Papa- no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Si ponemos en práctica estos verbos, contribuimos a edificar la ciudad de Dios y del hombre, promovemos el desarrollo humano integral de todas las personas y también ayudamos a la comunidad mundial a acercarse a los objetivos de desarrollo sostenible que ha establecido y que, de lo contrario, serán difíciles de alcanzar”.
Por eso invito a tomar conciencia de la responsabilidad que nos concierne como creyentes en Jesucristo y como ciudadanos en un mundo en el que las fronteras son cada vez más frágiles. Es preciso superar prejuicios de todo tipo y tratar de acercarse a los que vienen de otros lugares para conocerlos, valorarlos, respetar su forma de ser, su cultura y su religión, interesarse por sus vidas y familias, ayudarles a integrarse y ofrecerles nuestros locales, en una palabra, poner en práctica el mandamiento del amor fraterno que recibimos del Señor. Nuestros miedos a los desconocidos y forasteros o ante la llegada de migrantes y refugiados condicionan muchas veces nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de volvernos intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta incluso racistas. Nuestros miedos nos privan del encuentro con el otro y de la oportunidad de encuentro con el Señor. Acordaos de estas palabras de Jesús: «fui extranjero y me acogisteis» (Mt 25,35). Confío en vuestro sentido cristiano y en la capacidad de acogida de nuestro pueblo y de nuestras comunidades parroquiales.
Finalmente os convoco e invito a todos a la celebración de Eucaristía que, D.m., presidiré con motivo de esta Jornada en la Concatedral de Santa María en Castellón el 29 de septiembre a las 19:00 horas. Hagamos un pequeño esfuerzo y mostremos con nuestra asistencia y participación nuestra sensibilidad para acoger a los migrantes y refugiados. Os espero. Muchas gracias.
Pilar Acín ha sido durante los últimos seis años presidenta de Manos Unidas de Segorbe-Castellón. El pasado mes de junio cesó en su cargo al cumplirse el tiempo establecido por los estatutos de la organización. Dos mandatos que han cambiado su visión en muchos temas, sobre todo de la inmigración y los refugiados. A partir de ahora seguirá como una voluntaria más, aportando su tiempo y experiencia para colaborar, desde nuestra diócesis, en la tarea de construir un mundo mejor.
¿Qué balance haces de estos seis años como presidenta de Manos Unidas?
Muy positivo pero, sobre todo, muy sorprendente. Crees que entiendes muy bien Manos Unidas mientras trabajas como voluntaria, pero cuando asumes la presidencia conoces la asociación a fondo. Descubres cómo trabajan otras delegaciones, cómo hay un nexo de unión y responsabilidad muy fuerte entre todas para sensibilizar a la sociedad y recaudar fondos para los proyectos en los países en vías de desarrollo donde actuamos. Conoces realidades que ni imaginabas que existieran. Esto es muy enriquecedor.
¿Qué realidad te ha impactado más de todas a las que has tenido acceso?
Sin duda alguna, el tema de los refugiados por la guerra de Siria. Me impactó que unos sacerdotes de una orden francesa nos pidieran ayuda para que les facilitáramos psicólogos porque las mujeres que llegaban al campo habían olvidado su identidad. Las habían violado delante de sus maridos e hijos y, después, habían matado a todos los hombres de sus familias. Se encontraban en una situación de total indefensión. Ese día, recuerdo que era lunes, tenía una entrevista en la COPE y pensé: “yo tengo que hablar de este tema”. Lo saqué a relucir y todo el mundo se sorprendió porque era una información que aquí se desconocía.
Ese mayor conocimiento de realidades como la de los refugiados, ¿en qué medida ha modificado tu visión de las causas humanitarias?
Ha cambiado radicalmente mi perspectiva, por ejemplo, en el tema de la inmigración. La gente emigra porque no puede vivir en sus países ya que no recibe ayudas. Es muy importante, por tanto, ayudarles en origen para que tengan más alternativas que abandonar sus ciudades. Te das cuenta también de que en la sociedad occidental nos hemos creado necesidades artificiales y que podemos vivir con la mitad de cosas que tenemos. Lo importante que es la solidaridad, el saber compartir con el de lejos y con el de cerca. Mi vida ahora, después de profundizar en el conocimiento de estas y otras realidades, es más austera. No pienso tanto en mí.
¿Y cómo se ha modificado tu compromiso con Manos Unidas?
Al conocer en mayor profundidad estos temas y la falta de medios para solventarlos estoy más comprometida.
¿Con qué proyecto te has implicado más?
Todos me han motivado casi por igual, pero –sobre todo- me he implicado en cuerpo y alma con los relacionados con la educación. Una persona que tiene educación puede tener un futuro. Recuerdo un proyecto que realizamos en la India con mujeres de la calle. El gobierno indio destinó unas ayudas a las mujeres para que emprendieran iniciativas, pero la mayoría no sabía ni leer ni escribir y, por tanto, no se enteraron. Manos Unidas decidió actuar al respecto y diseñó un proyecto muy ambicioso que llevaba una parte de educación para que aprendieran lo más básico: leer, escribir, sumar, restar, multiplicar, dividir y, así, pudieran hacer valer sus derechos.
Nos hemos creado muchas necesidades artificiales; podemos vivir con la mitad de cosas que tenemos
Una persona que tiene educación puede tener un futuro
Otro proyecto con mujeres mineras en Bolivia. Minas que estaban prácticamente abandonadas en que entraban a recoger lo poco que ya se podía extraer de allí; pero, claro, entraban sin ningún tipo de protección y con sus niños. El proyecto de Manos Unidas consistió en construir escuelas para estas criaturas, dotar de elementos de seguridad a sus madres para que accedieran a las minas si ellas querían, y darles otras oportunidades para que pudieran realizar trabajos cooperativos, manuales, y poder vender así sus productos y alejarles de ese entorno tan nocivo. Tuvimos la suerte de que el responsable del proyecto viniera a Castellón durante la campaña y nos lo explicara con todo lujo de detalles.
Durante estos seis años habéis conseguido concienciar a los castellonenses sobre la importancia de ayudar a personas sin recursos o que están atravesando situaciones de precariedad e indigencia material y moral en otros países. ¿Cuáles son los asuntos de mayor importancia que se han conseguido bajo tu presidencia?
Una de las campañas que más llegó, y en la que más nos involucramos, fue la de los alimentos desechados que tiramos y que están en buenas condiciones. Llevamos a cabo la actuación también en nuestras propias casas. Comprábamos lo que realmente necesitábamos. Nos parece que este hecho no tiene repercusión en los países más desfavorecidos, pero sí la tiene porque les estamos obligando a sembrar y cosechar lo que Occidente está consumiendo de forma desmedida. Hay alimentos en el mundo para alimentar dos veces a todos los habitantes de nuestro planeta, ¿por qué 821 millones de personas están pasando hambre? Lo estamos haciendo rematadamente mal.
Por otra parte, el Ayuntamiento de Castellón se involucró en la iniciativa. El concejal de Bienestar Social, José Luis López, que estuvo en el lanzamiento de nuestra campaña, nos propuso que participásemos de manera conjunta en una acción para los restaurantes con envases de cartón reciclado y, tras la presentación de la campaña, se implicaron 22 restaurantes de nuestra ciudad.
¿Qué cuestiones quedan en el tintero? ¿Qué espinita tienes clavada?
La espinita que quizás sí tengo clavada es que está descendiendo la recaudación de las colectas de Manos Unidas. Y mira que nos implicamos todos los voluntarios, tanto de Castellón como de las comarcales. Hemos formado también los equipos parroquiales de Manos Unidas para implicar al párroco, a los catequistas, que ya están comprometidos en nuestras campañas.
¿Se trata de hacer más cosas o de intentar que más gente deje de lado su individualismo? ¿Cuáles crees que son las causas de que la solidaridad se renueve más lentamente de generación en generación?
Nos hemos acomodado y no queremos complicarnos la vida. Los jóvenes, por otra parte, tienen los estudios, que también les están apretando fuerte; pero nos hemos aburguesado. No queremos compromisos y hacemos lo justo para cubrir el expediente. No hay un esfuerzo por ser solidarios. Estamos perdiendo valores y esa es la verdadera raíz del problema. Recuerdo que mucha gente, cuando estábamos viviendo los momentos álgidos de la crisis económica, me decía: “Con lo que estamos pasando aquí y vosotros ayudando a los de allá”. Ellos –les decía- viven en una crisis permanente. Los que me echaban en cara eso, ni ayudan a los de aquí, ni a los de allá.
¿Qué situaciones son las que más te han dolido por injustas?
Tener que dar explicaciones, incluso a los propios creyentes. Nosotros el mandato que tenemos de la Iglesia es para el Tercer Mundo. Nuestra misión está allí, no aquí. Para aquí existen otras asociaciones como nuestra hermana Cáritas.
¿Hay competencia entre Manos Unidas y Cáritas?
Mi experiencia personal con nuestra Cáritas diocesana es que somos complementarios. Nos sentimos hermanos. Siempre que organizamos alguna campaña, siempre viene alguien de Cáritas y viceversa. De hecho, nosotras formamos parte del Consejo Diocesano de Cáritas. Además, en la última cuestación de mayo, las voluntarias de Manos Unidas estábamos en la Puerta del Sol con nuestras huchas, como voluntarias de Cáritas.
Estamos obligando a que los países más pobres siembren y cosechen lo que Occidente está consumiendo de forma desmedida
Nos hemos acomodado y no queremos complicarnos la vida
Me ha dolido tener que dar explicaciones sobre nuestra labor en el Tercer Mundo a personas creyentes
¿Cuáles son los retos que afrontará la nueva presidenta, Amparo Faulí?
Amparo conoce muy bien los retos que tiene porque ha sido vicepresidenta. El tema del voluntariado creo que será nuestro gran reto, porque yo ahora paso a ser una voluntaria más. Nos estamos haciendo mayores y tenemos que implicar a la gente más joven.
¿Qué destacarías de Amparo?
Es una mujer muy sensata, muy preparada. Es conciliadora y no hace distinciones, que eso es muy importante dentro de la delegación.
¿Crees que ser conciliador debe ser una de las principales virtudes de un delegado episcopal?
Sí, eso es muy importante. Ser conciliador, sensato, que esté preocupado tanto de las comarcales como de la delegación.
¿Cómo ha sido tu relación con Don Casimiro?
Estupenda. Siempre que lo he necesitado, ahí ha estado. Si he tenido que hablar con él, las puertas de su despacho siempre han estado abiertas; ha acudido a todos los actos de lanzamiento de campaña y ha celebrado todas las eucaristías que ha podido y que no le han coincidido con otros compromisos que tenía acordados previamente. Me consta que valora la labor de Manos Unidas.
¿Qué te ha sorprendido más de su forma de ser?
Es más cercano de lo que nos imaginamos y empatiza con tus problemas e intenta también resolverlos.
¿Puedes contar alguna situación concreta?
Tuvimos que lidiar con un tema desagradable y él se preocupó. Lo primero que le dijo un día al consiliario de Manos Unidas fue: “¿Cómo está Pilar?” Eso me llegó al alma, porque Don Casimiro sabía que yo estaba sufriendo mucho
El 28 de septiembre se estrenó la película “El Papa Francisco: Un hombre de palabra”, en un formato documental, dirigida por Wim Wenders y cuyo reparto es, sencillamente, Jorge Mario Bergoglio. Todavía se puede ver en los cines. Leer más
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