Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Villarreal
Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal
(Ecco 2,7-13; Sal 34: 1Pt 3,15-18; Mt 11, 25-30)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor
1. Os saludo a todos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía, aquí en la Basílica o a través de la televisión. El Señor Jesús nos ha convocado un año más para recordar y honrar a san Pascual, Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón y de la Ciudad de Vila-real. La celebración de este año sigue marcada por la pandemia del Covid-19, que tanto sufrimiento está causando en todo el mundo. La crisis sanitaria parece que va remitiendo entre nosotros gracias a la vacuna, pero no ocurre lo mismo con sus consecuencias laborales, económicas y sociales.
En esta situación, nuestra Iglesia nos ofrece hoy a san Pascual; él es nuestro Patrono, es decir nuestro guía, modelo e intercesor. Los santos siempre tienen algo que decirnos. También la vida y el legado de Pascual nos hablan e interpelan en la crisis actual. Este lego franciscano era una persona sensible y cercana a las personas necesitadas de su tiempo. Pascual era extraordinariamente humano, porque era un hombre de Dios y vivía unido a Jesucristo. Su persona y su vida estaban conformadas por el Evangelio y por el Corazón de Cristo, presente en la Eucaristía. A través de Pascual, Jesús se hacía presente en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo; en Pascual, Jesús muestra la extraordinaria fuerza que brota del Amor de Dios, un amor que se hace cercano al que sufre en el cuerpo o en el espíritu; un amor que da alivio y consuelo al necesitado; un amor que infunde esperanza en todo momento; un amor capaz de renovar y transformar el corazón de cada persona, de las familias, de la sociedad, de los pueblos y las naciones.
2. “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28), hemos proclamado en el Evangelio. Jesús llama a acudir a Él, siemprey de modo especial en la enfermedad y en momentos de tribulación, para encontrar alivio, descanso y esperanza. Sus palabras expresan su solidaridad con una humanidad sufriente, desconcertada y temerosa. ¡Cuántas personas padecen hoy en el cuerpo y en el espíritu! Todos estamos cansados física y anímicamente por la duración de la pandemia, por los contagios y las restricciones. Nos agobian la incertidumbre ante evolución de la pandemia, el miedo a contagiar y ser contagiados, el número creciente de personas sin pan y sin trabajo, la inseguridad del futuro económico, laboral y social; nos preocupa la falta de unión de nuestros gobernantes, el uso de la situación para intereses de poder personales o ideológicos; nos preocupan las consecuencias de esta pandemia en los países más pobres.
En esta situación, Jesús nos invita a acudir a Él para que se transforme nuestra mirada, nuestro corazón y nuestra vida. Jesús nos dice a todos, “venid a mí”, y nos promete alivio y consuelo. Jesús nos pide que aprendamos de Él que es “manso y humilde de corazón”, y nos propone ‘su yugo’: el suave yugo del amor a Dios y al prójimo, y el camino de la sabiduría del Evangelio que no es una mera doctrina o una simple propuesta ética, sino su misma Persona; Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El encuentro personal con Cristo Vivo ofrece siempre alivio en el cansancio y la fatiga, pistas para el camino y la certeza de la esperanza.
Esta llamada de Jesús sólo la pueden escuchar y acoger los pequeños, los “pobres en el espíritu”, los sencillos y humildes. Es el camino que nos muestra Pascual: el camino de la sencillez y de la humildad, que es vivir en la verdad. Como él necesitamos mucha humildad, todos y especialmente quienes nos gobiernan, para reconocer que no somos dioses, que no somos señores de la vida de los demás ni dueños de la verdad; necesitamos mucha humildad para reconocer nuestra propia verdad personal: somos frágiles, limitados y mortales. Para acoger la invitación de Jesús es preciso reconocer la necesidad que tenemos de contar con Dios y su amor para construir con los demás nuestra vida personal y familiar, para trabajar entre todos por el bien común, para construir entre todos, la vida social y económica y un futuro con esperanza para la humanidad. Estamos necesitamos de Dios-Padre y del encuentro con su Hijo, Jesucristo, que es fundamento de fraternidad, que busca la unión de todos y supera la exclusión del diferente, que acoge a los más vulnerables y no descarta a nadie.
Pascual nos muestra que el lugar por excelencia de ese encuentro con Cristo es la oración y la Eucaristía, sin la cual él no podía vivir. La oración y la Eucaristía abren nuestra mente y nuestro corazón para recibir el don del amor de Dios.
3. “Dichoso el que espera en el Señor” (Sal 34), hemos aclamado en el Salmo. Es una llamada a confiar y esperar siempre en Dios. Cristo Jesús es nuestra esperanza, la única que no defrauda.
El Señor Resucitado sale hoy de nuevo a nuestro encuentro para despertar y avivar nuestra fe pascual, fundamento de la esperanza cristiana. Cristo ha resucitado verdaderamente; y lo ha hecho para que en Él tengamos Vida. En la muerte y resurrección de Cristo Jesús hemos sido salvados, hemos sido rescatados, y hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. Nada ni nadie –ni la enfermedad, ni la pandemia, ni la tribulación, ni la penuria, ni los poderes de este mundo, ni tan siquiera la muerte- nos podrán ya separar del amor de Dios, manifestado en Cristo, nos recuerda san Pablo (cf. Rom 8, 39). La verdadera esperanza nace del amor de Dios manifestado en Cristo. El fin de la esperanza cristiana es el Reino de Dios, es decir la unión de hombre y mundo con Dios en el amor y la vida para siempre al final de los tiempos. Pero este amor y este poder de Dios nos acompaña ya en nuestra vida diaria y nos socorre allí donde nuestras posibilidades llegan al límite; y a la vez nos indica el camino para nuestro destino final.
“Se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, -son palabras de Benedicto XVI- gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (Spes salvi, 1).
El Señor nos invita a dejarnos amar por Él para que se active nuestra esperanza cristiana y dar así sentido a estas horas donde tantas cosas parecen naufragar. La resurrección de Cristo nos permite mirar ese futuro difícil con esperanza. No tengamos miedo. El Señor resucitado está con nosotros en la misma barca. Nuestro patrono, hombre sencillo y humilde, confió y espero siempre en Dios; una esperanza que alimentaba en su fe en la presencia real del Señor resucitado en la Eucaristía, y en su devoción profunda a la Virgen María, Madre de la esperanza. Por ello, aún en la mayor dificultad, Pascual no perdía nunca la alegria ni la esperanza.
4. San Pedro nos exhorta a estar siempre dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza” (cf. 1 Pt 3, 15). En la situación actual, los creyentes estamos llamados a ser testigos de la esperanza, que no defrauda, con nuestras palabras y sobre todo con nuestro modo de vida. San Pablo nos dice: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1 Ts 4,13). Lo distintivo de los cristianos es saber que, porque Cristo ha resucitado, tenemos un futuro seguro: no conocemos los pormenores de lo que nos espera, pero sabemos que nuestra vida, en conjunto, no acaba en el vacío, sino en Dios. Y “quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (cf. Spe salvi, 2).
Los bautizados en Cristo, hemos sido sepultados con Él, para que una vez muertos al pecado, caminemos en una vida nueva según el Espíritu. Por eso, en este tiempo somos invitados a recomenzar desde Cristo y despojarnos del hombre viejo, de las costumbres, hábitos y pecados; estamos llamados a repensar nuestro estilo de vida que tantas veces nos aliena, nos hace infelices y genera injusticias y muertes. La renovación tan necesaria de nuestra sociedad parte de la renovación del corazón humano operada por el Espíritu Santo. Esto genera una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros; engendra una nueva comprensión del tejido social que posibilita la edificación del Reino de Dios y un cuidado responsable de la casa común que nos hospeda. Un corazón renovado se siente llamado a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un hermano.
La vida nueva y el amor, recibidos de Cristo, nos impulsan a salir de nosotros mismos para acompañar a tantos que están sufriendo las consecuencias de esta pandemia para que sientan a través de nosotros la cercanía de Jesús, que les ama, conforta y da esperanza. Y nos han de llevar también a ser caritativos y generosos con todos aquellos que sufren y sufrirán las consecuencias humanas, laborales y económicas de esta pandemia.
Pascual amaba a Cristo con toda su alma; este amor le trasformó y le llevó a entregarse al cuidado de hambrientos, sedientos y ‘sin techo’. Cuando un corazón está enamorado de Jesucristo, que nos ha amado hasta entregar su vida en la Cruz, ve a Jesús en el necesitado, y se hace caritativo y solidario con los demás. Se necesitan corazones generosos como el de Pascual para salir al paso de tantas necesidades presentes y futuras; él, limosnero y portero de su convento de Vila-real, nos invita hoy a redoblar nuestra generosidad en este tiempo de pandemia. Es el mensaje de Pascual en el día de su fiesta.
Oremos para que Pascual nos guie e interceda por nosotros en estos momentos de pandemia y de crisis humana, económica y social. Que la Virgen María, Madre del Señor y Madre nuestra, nos consuele, proteja y guie en esta tribulación. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón