A las 20 h. de este Lunes Santo arrancaba en Vila-real la XV Procesión Infantil y Juvenil, organizada por la Cofradía de Santa María Magdalena de la Parroquia de Santa Isabel de Aragón, que se organiza desde el año 2008.
Han participado numerosos niños y jóvenes de esta y de otras parroquias de la ciudad, así como de varios colegios, sacando a la calle las imágenes de la Pasión y Resurrección del Señor.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, les ha bendecido y les ha agradecido esta hermosa expresión de fe, “que bonito es manifestar a Jesús lo que le queremos, pero Él nos quiere mucho más, y lo que hemos recordado en la procesión es que se entrega hasta el final por amor a nosotros”, les ha dicho, recordando que Él “ha resucitado para darnos vida, para que le sintamos presente en nuestra vida”. “Nunca estamos solos, Jesús nos acompaña, incluso durante este tiempo de pandemia que parece que va terminando”, ha señalado, “nunca nos ha abandonado”.
La Iglesia Diocesana de Segorbe-Castellón ha celebrado hoy la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Lo ha hecho, a mediodía de hoy coincidiendo con la hora del «anuncio del Ángel a María» en la S.I. Concatedral de Santa María de Castellón, en una ceremonia que ha estado presidida por el Obispo de la Diócesis, D. Casimiro López Llorente, que esta tarde, a las 19.00h. lo ha hecho en la S. I. Catedral de Segorbe, bendiciendo previamente los ramos (18.30h) en el Seminario Menor Diocesano. También en el resto de las parroquias de la Diócesis, los fieles se han sumado con entusiasmo a una celebración que se ha acogido con especial relevancia, donde las palmas han podido verse de nuevo en las calles tras dos años en los que la pandemia ha evitado la celebración de la procesión.
En Castellón, los fieles han podido acudir con los ramos, que han sido bendecidos previamente y, saliendo de la puerta lateral de acceso a la Capilla del Sagrario, y recorrer la calle Arcipreste Balaguer hasta la Plaza Mayor, han accedido al templo por la puerta principal, dando comienzo la ceremonia.
Hoy, los que aman a Dios exclaman ¡Hosana!, palabra hebrea que representa el júbilo y la alegría de quienes se encomiendan a quien acude a nosotros: «el Señor», recordando a aquella multitud que gritaba a las puertas de Jerusalén «¡Bendito el que viene en nombre del Señor»!. Como entonces, hoy también, la aclamación precederá la extraordinaria obra de salvación de Jesús, que vamos a vivir esta Semana Santa rememorando la Pasión, Muerte y Resurrección que nos encamina hacia la Pascua.
En la celebración Eucarística de hoy se ha proclamado el Evangelio de la Pasión, según San Lucas (22, 14-23,56). La lectura de la Palabra previa (Isaías 50, 4-17; Filipenses 2, 6-11) suponía el prefacio de lo que acontecería después a Jesús. Así, el profeta Isaías nos avisa de que Jesús no se iba a resistir ni echarse atrás, que ofrecería la espalda a quienes le golpearían, pues el Señor Dios le ayudaría ante los ultrajes y salivazos, resistiendo sin echarse atrás.
Con el Salmo, la aclamación y júbilo inicial se tornaban, como pasó hace más de dos mil años, en súplica ante el Padre, en lo que se nos ha descrito después a través de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses en que, «siendo Cristo de condición divina (…) se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres», y humillándose así mismo, obediente hasta la muerte, murió en la cruz. Y, «por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre».
La Liturgia de la Palabra ha dado paso a la homilía de D. Casimiro que nos ha exhortado a vivir la Semana Santa «con devoción y recogimiento». Una homilía que ha fundamentado en una importante afirmación: «Jesús entra en Jerusalén para morir en la Cruz por amor a toda la humanidad» y lo ha hecho citando los pasajes más destacados de las lecturas de hoy. Desde su entrada en Jerusalén que «eleva un grito de alabanza, despertando en el corazón de los discípulos muchas esperanzas, sobre todo – ha recalcado – entre la gente humilde, sencilla, pobre y olvidada». Y así lo hemos hecho hoy todos nosotros, ha dicho el Obispo refiriéndose a los fieles que han secundado la procesión, la entrada en el templo y la Eucaristía, «con cantos, palmas y ramos, expresando la alegría de saber que el Señor está presente en medio de nosotros», invitándonos, a «dejarnos encontrar y amar por Él».
Ha recordado el relato de la Pasión que hoy en la Concatedral han relatado los dos Vicarios parroquiales, D. David Barrios y D. Ángel Cumbicos, junto al diácono, D. Daniel Castro. Durante su predicación, D. Casimiro ha recordado que Jesús entra en Jerusalén para morir en la Cruz, para ser azotado, insultado y ultrajado». Y lo hace, ha enfatizado, «haciéndose obediente hasta la muerte (…) triturado por nuestras culpas».
Y hoy, como hace ahora más de dos mil años, el Obispo nos ha interpelado respecto a las «heridas que inflige el mal a la humanidad: guerras, violencias, la sed del dinero, el amor al poder, la corrupción, las divisiones, y los crímenes contra la vida humana y contra la creación». Así ha recordado también «nuestros pecados personales como son las faltas de amor y de respeto, tanto al prójimo como a Dios». Al contemplar a Jesús en su pasión y muerte vemos cómo «en Cristo, el hombre humillado y sufriente, Dios nos ama, perdona y salva», ha dicho D. Casimiro.
El Obispo de la Diócesis de Segorbe-Castellón también nos ha recordado que «la Semana Santa es expresión de nuestra fe cristiana», y en el centro de esa fe está «Cristo Jesús y su misterio Pascual». A través de nuestra participación en las celebraciones litúrgicas que se sucederán, nos ha exhortado a «dejarnos encontrar por Cristo para que se avive nuestra fe en Él y en su obra de Salvación»
Del mismo modo nos ha invitado a «ayudar a otros a acercarse a Jesús para dejarse amar, sanar, perdonar y salvar por Dios para recuperar la alegría del Evangelio y la alegría de saberse amados por Dios». Así, se ha encomendado a María, nuestra Madre, «que supo estar al lado de su Hijo, para que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo».
Organizada por la Cofradía Jesús Nazareno en l’Alcora
Tras dos años de pandemia y menos presencia de la manifestación popular de la religiosidad en nuestra Diócesis, tan característica de la Semana Santa, ayer domingo por la tarde se celebró la XXIX Procesión Diocesana que, retomando lo que estaba previsto en 2020, tuvo lugar en l’Alcora , organizada por la Cofradía de Jesús Nazareno con motivo de su 40 Aniversario.
Al menos 30 cofradías de nuestra Diócesis se sumaron a la procesión cuyo recorrido partía desde la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, donde también se ubicó el palco que estuvo presidido por el Obispo de Segorbe-Castellón, D. Casimiro López Llorente.
Desde allí procesionaron miembros de las diferentes cofradías, las imágenes titulares de las mismas, así como las bandas de tambores. La procesión que discurrió, tal como estaba previsto por la C/ Moliners, Av/ Constitució, Pl. Sant Roc y C/ Sant Francesc, finalizó en la Iglesia de San Francisco.
La manifestación de fe popular a través de la Semana Santa en la Diócesis de Segorbe-Castellón es muy reciente. Sin embargo, cuando la fe se encarna en la cultura popular surge una religiosidad que tiene una forma propia y unas expresiones impulsadas por el pueblo que la acoge y el contexto en que se viven, con un objetivo común: acercar al pueblo cristiano al conocimiento de Dios y a su adoración.
La religiosidad popular vincula directamente la expresión de la fe con los misterios centrales de la vida cristiana. La historia de las Cofradías y Hermandades de Semana Santa en Segorbe-Castellón tiene su origen en el tercer sábado de Cuaresma de 1989. La Cofradía del Santísimo Cristo del Calvario de l’Alcora, organizaba una exposición provincial de cofradías, coincidiendo con que el Cardenal Vicente Enrique y Tarancón pronunciaba el pregón de Semana Santa, en la parroquia de Ntra. Señora de la Asunción de l’Alcora.
Ya en la década de los 90 un grupo de presidentes y de representantes de cofradías de Semana Santa de nuestra Diócesis iniciaron conversaciones con la intención de crear una agrupación de cofradías que aglutinara a las poblaciones de la provincia de Castellón que acogía también poblaciones de la Diócesis de Tortosa. Dado que las Cofradías integrantes de la Junta pertenecían a diócesis distintas, este proyecto se diluyó pero la Diócesis de Segorbe-Castellón continuó con el proyecto y en 1993 se eligió la directiva y se elaboraron los estatutos que se aprobarían canónicamente. Así nacía la Junta diocesana de Cofradías y Hermandades de Segorbe-Castellón, que ha contribuido durante todo este tiempo a revitalizar la Semana Santa en nuestra Diócesis.
En la actualidad, la integran 59 Cofradías penitenciales y dos asociaciones pasionales a través de las cuales están representados 19 municipios de la Diócesis. El trabajo de la Junta no cesa en aras de mantener viva la expresión de la fe pero también preservando una vida cofrade que nace de su condición de ser miembros de la Iglesia diocesana cuya misión principal es proclamar la alegría del Evangelio.
En una semana comienza la Semana Santa. Es la semana más grande e importante del año para la comunidad cristiana. La llamamos ‘santa’, porque es santificada por los acontecimientos que en estos días conmemoramos en la liturgia y representamos en las procesiones: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Son la prueba suprema y definitiva del amor misericordioso de Dios por la humanidad. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Por su muerte, Jesús nos redime del pecado y por su resurrección nos devuelve a la vida de comunión con Dios y con los hombres: muriendo destruye la muerte y resucitando restaura la Vida.
El Domingo de Ramos nos introduce en esta venerable semana. Es un día de gloria por la entrada humilde de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino y es aclamado con cantos por el pueblo sencillo; y, a la vez, es un día en que la liturgia nos anuncia ya su pasión y muerte. Los días siguientes nos irán llevando como de la mano hasta el Triduo Pascual, el corazón de la fe cristiana, que va desde la tarde del Jueves Santo al Domingo de Pascua.
El Jueves Santo recordamos la última Cena de Jesús con los Apóstoles; Jesús anticipa de un modo sacramental la entrega de su cuerpo hasta la muerte y el derramamiento de su sangre para el perdón de los pecados. El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz: es la expresión suprema de su entrega por amor hasta el final. El Sábado Santo es un día de silencio y oración a la espera de su resurrección. El Triduo Pascual culmina en la Vigilia Pascual, la cima a la que todo conduce. La pasión y la muerte de Jesús quedarían inconclusas sin el “Aleluya” de la resurrección. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17).
Para poder entrar de lleno en el misterio del amor misericordioso de Dios, el cristiano ha de vivir estos días con espíritu de fe y con recogimiento interior participando plenamente en los actos litúrgicos. El creyente no puede limitarse a participar en las procesiones. Contemplemos el misterio de amor que celebramos estos días santos. Al leer la Palabra de Dios, debe acrecentarse en nosotros la certeza de que Jesús lleva a pleno cumplimiento su misión para toda la humanidad y por cada uno de nosotros. Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar el misterio de nuestra salvación. Acojamos el misterio de Dios que da la vida por todos nosotros; dejémonos amar por Él.
Dos actitudes deberían reinar en los cristianos estos días: la alabanza, como hicieron aquellos que acogieron a Jesús en Jerusalén con su ‘hosanna’; brota de la alegría de quien se sabe en Cristo amado para siempre por Dios. Y la gratitud, porque en esta Semana Santa Jesús renueva el don más grande que imaginar se pueda: entrega su vida, su cuerpo y su sangre, hasta la muerte por amor hacia cada uno de nosotros. A un don tan grande solo se puede responder con nuestra fe, nuestro tiempo, nuestra oración y nuestra comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros.
Durante la Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua. La Semana Santa es la última etapa del camino y el Triduo Pascual, su meta. La pasión, muerte y resurrección del Señor son inseparables. Y no como algo que ocurrió en el pasado, sino como realidad que sucede en el presente. El Jesús, que padeció y murió, ha resucitado y vive para siempre. Y lo hace por cada uno de nosotros. Quienes creen en Él son liberados de sus pecados, del dolor y de la muerte, son reconciliados con Dios, con los hermanos, consigo mismos y con la creación. Quienes creen en Él tienen vida eterna y vivirán para siempre.
Celebrar cristianamente la Semana Santa es, pues, acompañar y contemplar a Jesús desde su entrada en Jerusalén hasta su resurrección. Vivir la semana Santa es acoger el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación para saber perdonar y ser instrumentos de reconciliación y constructores de su paz. Vivir la Semana Santa es acoger a Jesús presente en cada ser humano, que sufre enfermedad o padece los horrores de la guerra en Ucrania y en tantas partes del mundo, o en los desplazados y refugiados. Vivir la Semana Santa es seguir unidos a Jesús por la oración, los sacramentos y la caridad efectiva hacia los más pobres.
Semana Santa es la gran oportunidad para detenernos un poco. Para abrir nuestro corazón a Dios, que nos espera, y para abrir nuestro corazón a los hermanos. Semana Santa es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Él, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor.
Después de dos años sin poder hacerlo a causa de la pandemia, nuestras Cofradías y Hermandades de Semana Santa volverán a celebrar la tradicional procesión anual de Semana Santa. Será el domingo, 3 de abril, V de Cuaresma, en l’Alcora. Cercanos los días santos, la procesión diocesana es una expresión pública de nuestra fe común en Cristo Jesús, muerto y resucitado para la Vida del mundo, y de nuestra pertenencia a la gran familia de la Iglesia diocesana.
Las procesiones, las Cofradías y Hermandades de Semana Santa son ante todo una realidad cristiana y eclesial. En su centro y raíz está Jesucristo, Redentor único de todos los hombres, que vive y está presente en su Iglesia. Él es la única roca firme sobre la que se ha de edificar cualquier expresión o realidad eclesial. Sin la fe viva en Jesucristo, muerto y resucitado, y sin la Iglesia, presencia suya en la historia y en el presente, no tendrían razón de ser; se quedarían en lo superficial, en lo estético y costumbrista, en los tambores y las cornetas, pero les faltaría lo fundamental, su razón de ser y su fuente.
La procesión diocesana es expresión de la rica piedad popular de nuestro pueblo cristiano en torno a los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor. Es cierto que la piedad popular puede derivar hacia lo irracional y quizás también quedarse en lo externo. Sin embargo, excluirla es completamente erróneo. A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres y mujeres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. Por eso, la piedad popular es un gran patrimonio de nuestra Iglesia y de nuestro pueblo. La fe se ha hecho carne y sangre, se ha encarnado y hecho cultura. Ciertamente que la piedad popular tiene siempre que purificarse y apuntar al centro; pero merece todo nuestro aprecio y hace que todos nosotros nos integremos plenamente en el “Pueblo de Dios”. La piedad popular ha aportado y ha de seguir aportando mucho a la vida y misión evangelizadora de la Iglesia en nuestros pueblos y ciudades. Pero, si no se cuida con esmero su identidad cristiana y eclesial, se pueden producir desviaciones que oscurecen su razón de ser y su auténtica contribución a la vida espiritual de la comunidad eclesial, de forma particular de los fieles más sencillos.
Las procesiones de Semana Santa no son en modo alguno un mero hecho cultural, ni un medio para promover el llamado ‘turismo religioso’. Aunque algunos lo vean así y traten de conducirlas de manera sutil hacia esa visión, está sería su propia muerte por más ayudas económicas que pudieran recibir. Tampoco faltan personas, incluso cofrades, sin duda bien intencionados, que han vaciado su contenido y sentido más genuino, y lo han sustituido por sentimientos estéticos, por valores culturales o por otros aspectos ajenos a la fe cristiana, a su experiencia o a su proclamación de fe genuina y eclesial.
No podemos olvidar que una Cofradía o Hermandad de Semana Santa es una asociación pública de fieles cristianos, que se unen para promover en nombre de la Iglesia el culto en torno a un misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Los cofrades son, antes de nada, fieles cristianos. De todo cristiano se pide que sea creyente en Cristo Jesús, que sea su discípulo y testigo en el seno de la comunión eclesial y que participe de modo activo en la vida y misión de la Iglesia. El ser cofrade no prescinde de su condición cristiana ni la anula, sino que la presupone y debe favorecer.
Sin duda que hay muchos cofrades que se esfuerzan por vivir esta doble condición de cristiano y de cofrade en su vida privada, familiar y profesional así como en la vida y misión de la comunidad eclesial. En otros casos, sin embargo, no hay conciencia de esta realidad. Es tarea de las directivas de las propias Cofradías, con el acompañamiento de su consiliario, formar y acompañar espiritualmente a los cofrades.
La procesión diocesana nos ofrece la ocasión para reencontrarnos con Jesús, el Nazareno, y nos preparan para la celebración litúrgica y procesional de la Semana Santa en nuestros pueblos. Los oficios litúrgicos y las procesiones de la Semana Santa son las dos caras de una misma moneda, cuya estrecha relación hemos de vivir. Por ello, las Cofradías deben favorecer la participación de sus miembros en los actos litúrgicos de estos días. Las procesiones nacieron como prolongación popular de la celebración litúrgica. A través de las imágenes y del silencio orante o de la música, los cofrades y cuantos contemplen el desfile podremos adentrarnos en lo que sucedió aquellos días y se actualiza en la liturgia. Nos entrará por los sentidos hasta donde llega el amor de Dios y la entrega de su Hijo por nosotros.
En la Virgen María contemplaremos el valor del dolor cuando está empapado de la esperanza de la Resurrección.
Los salones parroquiales de la Concatedral de Santa María, Castellón, acogieron ayer el primer Pregón de Semana Santa de la Junta Local de Semana Santa de Castellón. Fue impartido por D. Henri Bouché que, con su maestría y buen hacer, emocionó a los asistentes.
Junto a varios miembros de la corporación municipal, entre los presentes se encontraban los presidentes y cofrades de las Cofradías Penitenciales de Castellón. Al finalizar el Pregón, el Presidente de la Junta Local de Semana Santa, D. Joaquín Borrás, hizo entrega al Pregonero de la Medalla de la Junta como máxima muestra de agradecimiento. Seguidamente se presentó el cartel de Semana Santa 2022 de la Junta de Cofradías de Castellón. El autor, D. Miguel Barreda, explicó la obra.
Esta mañana se ha celebrado una reunión entre nuestro Obispo, D. Casimiro, y todos los consiliarios de las Hermandades y Cofradías de Semana Santa de la Diócesis de Segorbe-Castellón. Al encuentro también ha acudido D. Pascual Luis Segura, Delegado Diocesano para la Junta Diocesana de Semana Santa, y D. Federico Caudé, Consiliario diocesano para la Junta.
El fin era realizar una toma de contacto con ellos de cara a la Cuaresma y a la Semana Santa para analizar la situación actual de las Hermandades y Cofradías. El Obispo les ha animado a llevar a cabo la misión que tienen, como comunidades y grupos cristianos, de evangelizar, de salir a la calle para dar testimonio del Señor, de transmitirlo y anunciarlo a los demás.
Este pasado sábado, se celebró la Asamblea General Extraordinaria de la Junta Diocesana de Hermandades y Cofradías de Semana Santa, La sesión tuvo lugar en el Seminario menor diocesano de Segorbe. La sesión estuvo precedida de una Eucaristía en la Iglesia del Seminario que presidió nuestro Obispo, Monseñor Casimiro López Llorente, concelebrada por el Consiliario de la Junta, D. Federico Caudé Ferrandis y el Secretario particular, D. Ángel Cumbicos.
Tras la celebración litúrgica dio comienzo la Asamblea General en la que se procedió al nombramiento de Felipe Monfort Gómez, Presidente de la Cofradía de La Sangre de Vila-real, como Hermano Mayor para el Pregón diocesano de Semana Santa, momento en el que le fue impuesta la medalla de manos del Obispo de la diócesis. También se procedió al nombramiento de Adrián Muñoz Ruiz, de la Cofradía de los Dolores de L’Alcora, como Hermano Mayor para la organización de la Procesión diocesana, que el año pasado, debido a la pandemia no pudo celebrarse.
Durante la Asamblea, José Luis Martínez, de la junta de Cofradías de Nules, dio cuenta de la celebración XIII Encuentro Interdiocesano de Cofradías y Hermandades de Semana Santa, que se celebrará D.m, el próximo 19 de febrero de 2022 en Nules. En este sentido, dio cuenta de la programación prevista para dicho encuentro, que, entre otras actividades, contará con una Misa Solemne que presidirá Monseñor Casimiro López Llorente y una comida de hermandad. También se proclamará l sede del que será el XV Encuentro Interdiocesano de 2023.
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