El «domingo del Buen Pastor», el cuarto de Pascua, es el día elegido para celebrar, de forma conjunta, estas dos Jornadas:
• La Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, de carácter universal, pretende suscitar en todos los jóvenes la pregunta por su vocación, y que la comunidad cristiana promueva las vocaciones cristianas con la oración y el acompañamiento.
• La Jornada de Vocaciones Nativas que busca sostener las vocaciones de especial consagración que surgen en los territorios de Misión, para que ninguna de ellas se quede frustrada por falta de recursos. Para ello, además de la oración, promueve la colaboración económica.
Puedes descargar el material de la campaña de este año:
En unos días celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. María y José presentan a Jesús en el templo para ofrecerlo y consagrarlo a Dios (cf. Lc 2, 22). Jesús viene a este mundo para cumplir la llamada y el designio del Padre de ser enviado para purificar a la humanidad del pecado y restablecer la alianza definitiva de la comunión de Dios con la humanidad. Jesús acoge la llamada con una oblación total de su persona en obediencia al Padre.
En su presentación en el templo, Jesús nos muestra cuál es el camino de toda vocación y de toda consagración a Dios: este camino es la acogida gozosa del plan personal de Dios sobre cada uno y la entrega total de sí en favor de los demás. Jesús nos muestra, a la vez, el valor de la humildad, de la pobreza y de la obediencia a Dios para que cada uno pueda encontrar la verdad de sí mismo, el propio camino en la vida, la propia felicidad, el bien de sí mismo y de los demás.
La consagración de Jesús en su presentación en el templo es un modelo para los hombres y mujeres que consagran toda su vida al Señor. Por esta razón, en la Fiesta de la Presentación oramos y damos gracias a Dios por todas las personas consagradas: las monjas y los monjes de vida contemplativa, los religiosos y las religiosas de vida activa, y las vírgenes y todas las personas consagradas que viven en el mundo. Todos ellos han escuchado y acogido la llamada amorosa de Dios hacia cada uno de ellos, se han consagrado a Dios para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, en el carisma propio de su orden o instituto, y han entregado su vida al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la humanidad.
Ahora bien: la llamada o la vocación no son exclusivas de aquellos que siguen al Señor en el camino de la consagración religiosa o en el sacerdocio. Toda persona tiene una llamada de Dios; con el don de la vida recibe una llamada fundamental: somos creados, es decir, llamados a la vida por Dios por amor y para el amor pleno. Cada uno de nosotros es una criatura querida y amada por Dios, para la que Él ha tenido un pensamiento único y especial; y ese plan, que habita en el corazón de todo hombre y de toda mujer, estamos llamados a desarrollarlo en el curso de nuestra vida. Este es nuestro origen y nuestro destino en la mirada amorosa de Dios: Él nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el proyecto, el sueño de Dios para cada uno. No hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.
Estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. Esta gran vocación común se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor entregado siendo sus discípulos en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. Todo bautizado ha de estar a la escucha de Dios y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor, para abrirnos a la vocación que Dios nos confía. Hemos de escuchar también a los hermanos y a las hermanas en la fe, porque en sus consejos y en su ejemplo puede esconderse la iniciativa de Dios, que nos indica caminos siempre nuevos para recorrer.
Cuando acogemos la mirada personal de Dios nuestra vida cambia. Todo se vuelve un diálogo vocacional, entre nosotros y el Señor, pero también entre nosotros y los demás. Un diálogo que, vivido en profundidad, nos hace ser cada vez más aquello que somos o estamos llamados a ser: En el sacerdocio ordenado, para ser instrumento de la gracia y de la misericordia de Cristo; en la vocación a la vida consagrada, para ser alabanza de Dios y profecía de una humanidad nueva; en la vocación al matrimonio, para ser don recíproco, y procreadores y educadores de la vida.
Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor y dueño de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios. El futuro de niños y jóvenes se plantea en la mayoría de los casos sin contar con la mirada amorosa y personal de Dios sobre cada uno.
Ayudemos a todos, y en especial a los niños y jóvenes a ponerse a la escucha de Dios para descubrir el camino concreto por el que Él los llama a vivir su vocación al amor. Esta es la clave para toda existencia verdaderamente humana y cristiana.
En la festividad de la Sagrada Familia, que se celebró ayer
La Parroquia de la Sagrada Familia, en Castellón, acogió ayer tarde, la celebración de la Jornada de la Sagrada Familia que la Iglesia ha celebrado en la octava de Navidad bajo el lema “La familia, cuna de la vocación al amor”.
En el contexto de celebración de la Octava de Navidad, el templo parroquial se llenó de fieles para acoger la festividad de de la Sagrada Familia, que además son el titular de la Parroquia.
Así lo señalo el Obispo de la Diócesis, que presidió la Eucaristía, felicitando la Navidad a todos los presentes e invitando a «contemplar al Niño en el pesebre, pero también a lo largo de su vida, a través de sus obras y de su muerte y resurrección» y que nos muestra «el rostro del amor de Dios a cada uno de nosotros que hemos sido creados a su imagen y semejanza».
En estos días que estamos contemplando el Misterio dela Navidad, D.Casimiro centró su homilía en la Sagrada Familia por ser «el hogar donde Jesús fue acogido, mimado, protegido y custodiado». De las tres figuras resaltó la actitud de San José como «custodio de su esposa y del Niño», la de María como «esposa y Madre del Hijo de Dios que contempla todo lo que vivía su corazón», y la de Jesús, «enviado por Dios y llamado por Él para reconciliarnos con Dios y devolvernos la impronta originaria».
La Sagrada Familia, dijo el Obispo, «es el modelo a seguir para los cristianos» pues en ellos vemos que responden con atención a la voluntad de Dios. «Cada uno tiene una vocación y una misión pero los tres forman una familia desde el respeto mutuo para cumplir el designio de Dios».
Precisamente en «la vocación del amor» ha basado su mensaje la Iglesia este año para celebrar la Jornada de la Sagrada Familia. También en ello hizo hincapié nuestro Obispo, exhortándonos a «acoger el don de Dios para vivir nuestra condición de hijos de Dios desde la vocación a la que hemos sido llamados». En ese sentido, se refirió a los tres diferentes caminos que nos marca la misión del amor: «el matrimonio y la familia; la vida consagrada, y el sacerdocio».
Nuestro Obispo no es ajeno a «la cultura poco vocacional» de la sociedad actual que lleva, dijo, «a no entender la existencia a una llamada de dios a vivir el amor en plenitud siguiendo sus caminos» buscando otros como b»la riqueza o la posición social». En este sentido exhortó a convertir nuestro corazón a Dios para que «la familia sea cuna de la vocación al amor», en clara alusión al lema de la Jornada.
Se dirigió a los padres para «acoger a los hijos y llevarlos al encuentro con Jesús para descubrir lo que somos y estamos llamados a ser», también para «educarlos en la fe, ayudándoles a que esa vida nueva que nace en el bautismo se desarrolle y de fruto», y, sobre todo, «ayudarles a crecer en las virtudes del respeto, la paciencia y la fortaleza» para cumplir con el designio de Dios para cada uno.
Siendo la Sagrada Familia titular de la parroquia donde se celebró la Eucaristía ayer tarde, el Obispo se refirió a ella como «familia de familias que está llamada a hacer presente a Dios» y cumplir con «la misión evangelizadora que anuncia la Buena Nueva para recuperar la alegría de vivir».
La comunidad parroquial se sabe familia, insistió D. Casimiro, y como tal «es cuna de vocaciones y está llamada a proponérselas a los niños y a los jóvenes, ayudándoles a encontrar el camino que Dios les marca y hacerlos partícipes de la Trinidad de Dios». La Parroquia es el lugar donde se vive el amor de Dios y donde cada uno «es acogido, respetado y acompañado como ocurrió en la familia de Nazaret», dijo el Obispo. José y María acogieron al Hijo de Dios y le ayudaron «a crecer en estatura, sabiduría y gracia de Dios». Y, para concluir, a la Sagrada Familia pidió intercesión nuestro Obispo «para que nos ayude a todos a acoger la vocación que cada uno llevamos dentro».
La celebración de ayer sirvió además para poner de manifiesto la riqueza de la comunidad parroquial a la que se había referido D. Casimiro durante la homilía. De hecho, durante el ofertorio se visualizó, a través de los diferentes movimientos y asociaciones parroquiales, una comunidad viva que contribuye, desde cada uno de los carismas y vocaciones, a cumplir con la misión evangelizadora de la Iglesia de Segorbe-Castellón.
Todos los sábados desde septiembre y, hasta junio, en el Seminario Mater Dei, en Castellón
Tras el éxito de participación que tuvieron el pasado curso pastoral los «Encuentros Matrimoniales» que, desde la delegación Diocesana para la Familia y la defensa de la Vida, se organizaron con motivo del «Año de la familia» , este nuevo curso pastoral se ha impulsado la segunda edición, también en colaboración con las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret de Benicàssim.
Siguiendo el mismo esquema, se van a celebrar diez sesiones (una al mes) entre el próximo 10 de septiembre y el 3 de junio con el objetivo de que los matrimonios puedan tener un espacio de calidad para orar ante el Señor, profundizar en los diversos aspectos de su vida conyugal a la luz de la Palabra y también de la experiencia de otros matrimonios.
En esta ocasión los Encuentros no son exclusivos para matrimonios y están también dirigidos a aquellas personas que estén atravesando una crisis habiendo iniciado un proceso de separación, a las parejas de novios, incluso a aquellas otras que sienten la llamada a la vocación matrimonial.
Cada sesión comenzará con una charla cuyo propósito es aportar luz respecto a los rasgos básicos del matrimonio incidiendo en el «plus que aporta vivir el matrimonio en el Señor», ha señalado el Delegado Diocesano para la Familia y la defensa de la Vida, D. Luis Oliver. Tras la charla, los participantes podrán orar y reflexionar sobre ese tema en grupo y también de forma personal. Con esta dinámica se pretende ayudar a los participantes a confrontar la propia vida conyugal, descubrir la vocación matrimonial, e incluso convertirse en referencia para que quienes les rodean deseen esa misma vida. Tras un breve descanso, las sesiones finalizan con la oración ante el Santísimo Sacramento. A partir de las sugerencias del ponente, los matrimonios podrán trabajar en grupos durante unos 30 minutos y exponer ante el resto una síntesis. Las sesiones finalizarán con la bendición a los cónyuges con el Santísimo Sacramento.
La vocación, el sentido de la cruz, el perdón, la fecundidad y la Iglesia doméstica serán los cinco ejes temáticos sobre los que se van a desarrollar las sesiones que comenzarán a las 10.30h de la mañana y finalizarán a las 13.30. Tal como ocurrió el pasado curso, para aquellos matrimonios con hijos, se incluye servicio de guardería con actividades y juegos, así como servicio de comedor para quienes lo deseen.
En este IV Domingo de Pascua, en el que recordamos que Jesús es nuestro Buen Pastor, en toda la Iglesia celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la Jornada de las Vocaciones Nativas, bajo el lema: “Deja tu huella, sé testigo”. Esta invitación recuerda lo que el papa Francisco dijo a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia: que no tuvieran miedo de dejar su huella en la vida de aquellos con los que se encuentran. Todos estamos llamados a dejar en este mundo un testimonio de vida que hable del Amor de Dios, tras las huellas de Jesús.
Jesús es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, para que tengan Vida en abundancia. Él no solo conoce el nombre de cada una de ellas, sino que está detrás de todos y cada uno de sus pasos. Él sigue apacentándonos con pastores elegidos según su corazón y sigue acompañándonos con personas que le consagran su vida para que todos sientan su cercanía, su amor, su compasión. Aunque a veces no es fácil distinguir la voz del Buen Pastor de otras voces, Él nos invita a vivir la vida entregándola.
Jesús nos dice: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Jesús mismo nos sirve de ejemplo. Lo primero que hace Jesús antes de llamar a sus apóstoles o de enviar a los setenta y dos discípulos, es orar: pasa la noche a solas, orando y escuchando la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los discípulos, también las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de una insistente oración al ‘Señor de la mies’.
Después de orar, Jesús, llama a algunos pescadores a orillas del lago de Galilea, para hacerlos “pescadores de hombres” (Mt 4, 19). Les muestra su misión mesiánica con numerosos signos, los educa con la palabra y con la vida para prepararles a ser los continuadores de su obra de salvación; finalmente, les confía el memorial de su muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envía a todo el mundo con el mandato: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19). La llamada, que Jesús les hace, implica dejar sus planes y ocupaciones para seguirle, vivir con él y caminar con él. Jesús les enseña a entregar como él su vida a Dios y a los demás, para que la misericordia de Dios llegue a todos, en especial a los más pobres y necesitados.
Jesús sigue llamando hoy a jóvenes para compartir su vida y su misión en el sacerdocio y en la vida consagrada. Un buen comienzo para descubrir la propia vocación es ser consciente de todo lo recibido de Dios y de los demás. Al darnos cuenta de los dones que se nos han dado, es fácil intuir que pueden transformarse en dones para compartir y para dejar huella de vida en otros. Para ello es preciso un “éxodo”, un salir del propio yo. Toda vocación cristiana implica salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar la propia existencia en Jesucristo y en los demás. Esta ‘salida’ no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino de la acogida de la llamada de Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’ (Mt19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor.
En nuestro tiempo, la llamada del Señor puede quedar silenciada por una cultura centrada y cerrada en el yo, que dificulta o impide la apertura al otro, a los demás y a Dios. Oremos, pues, al ‘Dueño de la mies’ para que nuestros jóvenes no tengan miedo a salir de sí mismos, a ponerse en camino hacia Dios y hacia los hermanos, a dejar su huella siendo testigos del Amor de Dios; esto llenará su vida de alegría y de sentido. Acoger la llamada de Jesús libera y hace más bella la propia existencia.
Toda la comunidad cristiana es corresponsable en la tarea de caminar con los jóvenes y orar por las vocaciones que la Iglesia necesita aquí y en todo el mundo. Pidamos al Señor que sean muchos los jóvenes que digan “sí” a la llamada que Él hace a cada uno para servirle con alegría. Pidamos con insistencia al Señor que no falten en nuestra Iglesia sacerdotes, según el corazón del Buen Pastor, y personas consagradas que sean huellas y testigos del Amor de Dios. Pidamos también al Señor por las vocaciones nacidas en países de misión y para que tengan lo necesario para formarse y seguir creciendo.
Ayer noche en el Seminario Diocesano Mater Dei, la Adoración Nocturna Femenina y Masculina, ANE Y ANFE, se unieron en una vigilia de oración y adoración por las vocaciones.
A las 22.00h daba comienzo el acto con la acogida de los participantes, seguida de la procesión de las banderas en la explanada frente al acceso principal de la Iglesia Mayor del Seminario, y el rezo del Santo Rosario. De la mano de María, Santa Madre de Dios, implorando su intercesión se meditaban y rezaban los Misterios Gozosos (La Encarnación del Hijo de Dios, La Visitación de Nuestra Señora a su prima Santa Isabel, El Nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén, La presentación de Jesús en el Templo, El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo). Numerosos fieles acudieron a la convocatoria conscientes de la fuerza de la oración, principal aportación de esta Asociación de fieles cuya principal actividad es la adoración, durante la noche, ante el Santísimo Sacramento por turnos de vela.
De acuerdo con su principal razón de ser, los adoradores se reúnen durante la noche, para orar ante el Santísimo Sacramento, celebrando la misa y estableciendo turnos de vela. De forma extraordinaria, también se celebran vigilias y encuentros de oración y adoración tal como sucedió anoche en el Seminario Diocesano haciéndolo por las vocaciones.
El Obispo de la Diócesis, Monseñor Casimiro López Llorente, acudió al encuentro y agradeció a los organizadores la iniciativa pues, como advierte en su carta de este domingo «todos debemos comprometernos en la pastoral vocacional y en la promoción de nuevas vocaciones». Es necesaria «la oración personal y comunitaria más intensa al Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies». Para nuestro Obispo, «toda vocación es una gracia de Dios para su Iglesia; un don que hemos de pedir con humildad pero con insistencia». Con la oración de ayer noche se hacía patente la comunión de los fieles con D. Casimiro y su petición.
Al rezo del Santo Rosario, y fieles a su finalidad, miembros de la ANE y la ANFE establecieron turnos de vela ante el Santísimo Sacramento con el fin de cultivar la oración y la interioridad e interceder por aquellos que están en proceso de discernimiento o por aquellos otros a los que el Señor llamará al servicio de la Iglesia.
Cada año en torno a la fiesta de san José celebramos el Día del Seminario. Este año lo haremos el sábado, día 19, y el domingo, día 20 de marzo. San José es patrono de la Iglesia universal y de los seminarios. Él es el hombre justo, que Dios puso al frente de la familia de Nazaret para cuidar de María y de Jesús. Allí se fue educando y formando el corazón sacerdotal de Jesús. Hoy san José sigue cuidando de los que se preparan para ser pastores al servicio de los hermanos.
El Día del Seminario es una ocasión muy propicia para que todo el pueblo de Dios le demos gracias por las vocaciones sacerdotales, nos preocupemos de su formación y pidamos al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. En sintonía con el proceso sinodal a que nos ha convocado el Papa Francisco y con la preparación del Año Jubilar diocesano pedimos especialmente a Dios que nos conceda el don de Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino. Así reza el lema de este año.
El seminario es la comunidad educativa en que se forman juntos aquellos que han sentido la llamada al sacerdocio. La tarea fundamental del seminario es acompañar a estos jóvenes ayudándoles en el discernimiento y maduración de su vocación y formándoles para servir al pueblo de Dios. Del mismo modo que Jesús llamó a los apóstoles para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (cf. Mc 3, 14-15), el seminario es la comunidad de los llamados por Jesús, para estar con él, que escuchan su palabra, la interiorizan y se ponen en camino para seguir sus pasos. La vocación es siempre personal, pero no madura ni se vive en solitario sino en comunidad. A semejanza del Señor, que reunió al grupo de los apóstoles, en el seminario se vive en comunidad para establecer relaciones de fraternidad y lazos de amistad sincera. Así se preparan para un estilo de ser sacerdote junto con otros sacerdotes y de estar presente en medio de la Iglesia y del mundo.
El seminario ha de cuidar las dimensiones humana, comunitaria, espiritual, intelectual y pastoral de la formación; todas son importantes. Junto a la espiritual, hoy es especialmente urgente ayudar a los seminaristas a crecer en verdadera amistad y en fraternidad. Los sacerdotes no hemos sido llamados para estar ni trabajar solos. Y esto se aprende en el seminario. Así los seminaristas, una vez ordenados sacerdotes, se sabrán unidos a un presbiterio, llamados a trabajar juntos y a vivir la fraternidad sacerdotal. Los responsables de acompañar este proceso son el obispo y los formadores; lo son también la propia familia, el presbiterio y la comunidad diocesana; pero lo es sobre todo el propio seminarista. Cada uno, desde su lugar, ora y trabaja, para que aquellos que son llamados por el Señor a ocuparse de su viña respondan con generosidad y se preparen debidamente para el ministerio sacerdotal.
Jesús nos dijo además que él “está en medio de nosotros como el que sirve”. Todos los discípulos de Jesús estamos llamados a imitarle. Por eso el sacerdocio solo puede entenderse desde el servicio. El sacerdote es para los demás y toda vocación auténtica es para servir a Jesucristo, a la Iglesia, a la comunidad y a los hermanos. En el seminario, los seminaristas han de aprender a vivir el servicio y a servir a los hermanos. Los intereses egoístas y el provecho propio han de desterrarse y deben dejar lugar al desarrollo de una vocación recibida para ser entregada.
El seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana, que hoy está llamada dejarse purificar para crecer en comunión y salir a la misión. De nuestros seminarios depende en gran medida el futuro de nuestras comunidades cristianas; en ellos se forman sus futuros pastores. Nuestra Iglesia necesita sacerdotes que sean servidores de las comunidades y del resto de los cristianos para que cada uno viva según su propia vocación y carisma, y para que toda nuestra Iglesia sea misionera.
Todos los diocesanos deberíamos sentir nuestros seminarios como algo muy nuestro, conocerlos, amarlos y apoyarlos humana, espiritual y económicamente, para que los futuros pastores reciban la mejor formación.
Además y ante la enorme escasez de vocaciones al sacerdocio entre nosotros, todos debemos comprometernos en la pastoral vocacional y en la promoción de nuevas vocaciones. Ante todo es necesaria una oración personal y comunitaria más intensa al Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies. Toda vocación es una gracia de Dios para su Iglesia; un don que hemos de pedir con humildad pero con insistencia. Nuestra oración por las vocaciones se hace más intensa en torno al Día del Seminario; pero no puede faltar todos los días a lo largo del año.
Este mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por una respuesta cristiana a los retos de la bioética: “Recemos para que los cristianos, ante los nuevos desafíos de la bioética, promuevan siempre la defensa de la vida a través de la oración y de la acción social”
«Somos plenamente conscientes de que el umbral del respeto fundamental de la vida humana está siendo transgredido hoy en día de manera brutal, no solo por el comportamiento individual, sino también por los efectos de las opciones y de los acuerdos estructurales. La organización de las ganancias económicas y el ritmo de desarrollo de las tecnologías ofrecen posibilidades nuevas para condicionar la investigación biomédica, la orientación educativa, la selección de necesidades y la calidad humana de los vínculos. La posibilidad de orientar el desarrollo económico y el progreso científico hacia la alianza del hombre y de la mujer, para el cuidado de la humanidad que nos es común, y hacia la dignidad de la persona humana, se basa ciertamente en un amor por la creación que la fe nos ayuda a profundizar e iluminar. La perspectiva de la bioética global, con su amplia visión y su atención a las repercusiones del medio ambiente en la vida y la salud, constituye una notable oportunidad para profundizar la nueva alianza del Evangelio y de la creación.
Otro frente en el que hay que profundizar la reflexión es el de las nuevas tecnologías hoy definidas como “emergentes y convergentes”. Se trata de las tecnologías de la información y de la comunicación, las biotecnologías, las nanotecnologías y la robótica. Hoy es posible intervenir con mucha profundidad en la materia viva utilizando los resultados obtenidos por la física, la genética y la neurociencia, así como por la capacidad de cálculo de máquinas cada vez más potentes. También el cuerpo humano es susceptible de intervenciones tales que pueden modificar no solo sus funciones y prestaciones, sino también sus modos de relación, a nivel personal y social, exponiéndolo cada vez más a la lógica del mercado. Ante todo, es necesario comprender los cambios profundos que se anuncian en estas nuevas fronteras, con el fin de identificar cómo orientarlas hacia el servicio de la persona humana, respetando y promoviendo su dignidad intrínseca. Una tarea muy exigente, que requiere un discernimiento aún más atento de lo habitual, a causa de la complejidad e incertidumbre de los posibles desarrollos. Un discernimiento que podemos definir como «la labor sincera de la conciencia, en su empeño por conocer el bien posible, sobre el que decidir responsablemente el ejercicio correcto de la razón práctica» (Sínodo de los Obispos dedicado a los Jóvenes, Documento final, 27 octubre 2018, 109). Se trata de un proceso de investigación y evaluación que se lleva a cabo a través de la dinámica de la conciencia moral y que, para el creyente, tiene lugar dentro y a la luz de la relación con el Señor Jesús, asumiendo su intencionalidad y sus criterios de elección en la acción (cf. Flp 2,5).»
También, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española (CEE), por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a la vida familiar fundada en el sacramento del matrimonio, para que los jóvenes escuchen la llamada que el Señor les hace y respondan con generosidad”.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, en su carta del 3 de julio de 2021, nos decía que «el hombre y la mujer estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. La llamada de Dios creador al amor se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor en su seguimiento. Un seguimiento que se concreta en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. Todo bautizado ha de estar a la escucha y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor. En el seguimiento de Jesús, los sacerdotes entregan su vida por amor para servir a la vocación de los hermanos, en nombre y representación Jesús, el buen Pastor. Las personas consagradas son llamadas por Dios para entregarse enteramente a Él con corazón íntegro, para ser signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de su llamada a amar a Dios por encima de todo. Asimismo, el matrimonio es una llamada de Dios a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia.
Ayudemos a todos, y en especial a los jóvenes a ponerse a la escucha de Dios para descubrir el camino concreto por el que Él los llama a vivir su vocación al amor. Esta es la clave de toda existencia humana y cristiana, y garantía de libertad y felicidad».
Del 11 al 13 de febreroen el Desierto de las Palmas
Organizada por las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret con el objetivo de contribuir al discernimiento vocacional de chicas mayores de 16 años. El título o lema de esta convocatoria: «Jesús está vivo y te te quiere viva», evidencia que no andamos solos en el camino de la vida. Dios nos acompaña, con paciencia y a la espera de que nos encontremos con Él.
La convocatoria afirma además que «Dios nos quiere felices» y, para cumplir su plan de amor con cada uno de nosotros, nos llama. Esta convivencia ayudará a las jóvenes y mujeres participantes a reconocer la voz íntima del Dios, abriéndonos a la ‘gracia’ que quiere derramar en nuestros corazones.
La ‘vocación» es precisamente responder a la llamada que Dios, con nombre propio, nos hace a cada uno de nosotros en un momento determinado de la vida para ser lo que estamos llamados a ser.
Lo decía recientemente nuestro Obispo con motivo de la celebración de hoy de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada: «a Dios sólo se le puede encontrar en la escucha atenta y orante de su Palabra, siendo dóciles a la acción del Espíritu Santo». La vocación, en la mayoría de los casos puede ser formar una familia, pero también se puede dar la circunstancia de sentir algo más profundo. En esta convivencia, a través de charlas, meditaciones y la reflexión orante de la Palabra de Dios, las participantes podrán descubrir a qué están llamadas.
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