En más de una ocasión me he referido a la urgente necesidad de cuidar las vocaciones en nuestra Diócesis. Y no me refiero sólo a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, tan necesarias para la Iglesia y, a la vez, tan escasas entre nosotros. También hemos de cuidar y presentar el matrimonio cristiano como un don y una llamada de Dios para que nuestros jóvenes descubran su belleza y lo vivan con alegría. Finalmente hemos de ayudar a los bautizados a vivir su bautismo como llamada del Señor a ser sus discípulos misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Ya san Juan Pablo II indicaba que la dimensión vocacional es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia; no es algo añadido o secundario, sino algo que debe estar presente siempre en la acción pastoral de la Iglesia: de pastores y comunidades, de padres cristianos o de catequistas, entre otros. La Iglesia es la asamblea de los llamados por el Señor, y su misión es llevar a las personas al encuentro transformador y salvador con Jesús. Como Juan el Bautista en el caso de Andrés y de Juan, la Iglesia ha de dirigir la mirada a Jesús, que dice a quienes lo buscan, “venid y veréis” (cf. PDV 34).
Hoy no es fácil hablar de vocación como don y llamada de Dios. Se pueden aducir para ello muchas razones de tipo social y cultural, y otras tantas de carácter intraeclesial. Falta una perspectiva global de la persona como proyecto de vida. Además, el contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor y dueño de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios.. El futuro de niños y jóvenes se plantea, en la mayoría de los casos, reducido a la elección de una profesión, sin contar con la llamada de Dios.
Sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación: la vocación al amor. En las primeras páginas de la Biblia leemos que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios es amor, nos dice san Juan. Porque Dios es amor y somos creados a su imagen y semejanza, nuestra identidad más profunda es la llamada al amor. Dios llama a cada uno a la vida por amor y para el amor pleno. Este es nuestro origen y nuestro destino en el plan de Dios: Él nos crea para amar y ser amados en esta vida, y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el proyecto de Dios para cada uno. Por eso no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien del otro.
Todos estamos llamados al amor. Al hablar de amor hemos de contemplar en primer lugar el misterio mismo de Dios. Dios es amor; es comunión personas en el amor, del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Éste es el corazón de la revelación cristiana. Jesús con sus palabras y sus hechos, y, sobre todo, en la donación de sí mismo y en su entrega total de la propia vida hasta la muerte, nos ha revelado este rostro de Dios, en sí mismo y para la humanidad. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 9-10). Así es Dios y así nos ama Dios. El amor de Dios crea en nosotros la bondad y la belleza. Su mirada nos hace buenos y gratos a sus ojos.
El hombre y la mujer estamos hechos para amar y ser amados; nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor. La llamada de Dios creador al amor se profundiza en el bautismo que nos hace hijos e hijas amados de Dios en su Hijo, Jesucristo, y nos llama a vivir el amor en su seguimiento. Un seguimiento que se concreta en el sacerdocio, en la vida consagrada o en el matrimonio. Todo bautizado ha de estar a la escucha y preguntarse por qué camino concreto le llama el Señor para vivir su llamada al amor. En el seguimiento de Jesús, los sacerdotes entregan su vida por amor para servir a la vocación de los hermanos, en nombre y representación Jesús, el buen Pastor. Las personas consagradas son llamadas por Dios para entregarse enteramente a Él con corazón íntegro, para ser signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de su llamada a amar a Dios por encima de todo. Asimismo el matrimonio es una llamada de Dios a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia.
Ayudemos a todos, y en especial a los jóvenes a ponerse a la escucha de Dios para descubrir el camino concreto por el que Él los llama a vivir su vocación al amor. Esta es la clave de toda existencia humana y cristiana, y garantía de libertad y felicidad.
Este IV Domingo de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y también por las Vocaciones nativas en los territorios de misión. Es un día para orar especialmente por las vocaciones al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada. Jesús, el Buen Pastor, nos dice: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38).
Jesús mismo nos sirve de ejemplo. Antes de llamar a sus apóstoles o de enviar a los setenta y dos discípulos, pasa la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los discípulos, también las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de una insistente oración al ‘Señor de la mies’. Después de orar, Jesús, llama a algunos pescadores a orillas del lago de Galilea: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres” (Mt 4, 19). La llamada, que Jesús les hace, implica dejar sus planes y ocupaciones para seguirle, para vivir y caminar con Él. Jesús les enseña a entregar su vida a Dios y a los demás, para que la misericordia de Dios llegue a todos, en especial a los más pobres, a los excluidos, enfermos y pecadores; la llamada de Jesús pide sumergirse en la voluntad de Dios y dejarse guiar por ella. Jesús sigue llamando hoy para compartir su vida y su misión sirviendo a la Iglesia y a la sociedad en el sacerdocio y en la vida consagrada. Oremos para que su llamada se escuchada y acogida.
En su Mensaje para la Jornada en este año dedicado a San José, el papa Francisco se fija en San José como modelo de vocación para los sacerdotes y las personas consagradas. Lo resume en tres palabras: sueño, servicio y fidelidad. Tres palabras que valen también para la vocación de cualquier persona y de todo cristiano.
Todos, en efecto, estamos llamados al amor. Dios es amor y nos crea a su imagen; por esto la identidad más profunda de toda persona es la vocación al amor. Dios llama a cada uno a la vida por amor: para amar y ser amados en esta vida y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna. Este es el deseo y ‘sueño’ de Dios para cada uno. Y este es también el deseo más profundo, el sueño de toda persona: ser amados y amar. No hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Nuestra vida se realiza plenamente sólo si se vive en el amor entregado, buscando sólo el bien del otro.“La vida sólo se tiene si se da, sólo se posee verdaderamente si se entrega plenamente” (Francisco).
En el bautismo renacemos a la Vida misma de Dios para vivir como Jesús el amor a Dios y al prójimo. Esta vocación de todo cristiano toma formas diferentes según la llamada que cada uno recibe de Dios. Sea al sacerdocio para servir a otros y llevarles al encuentro con Cristo de modo que puedan vivir desde Cristo allá donde se encuentren; sea a la vida consagrada para entregarse enteramente a Cristo con corazón íntegro y ser un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de amar a Dios por encima de todo; o sea al matrimonio para vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor entre Cristo y la Iglesia.
Toda llamada de Dios pide salir del propio yo para ponerse al servicio de los demás y vivir enteramente para los demás. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo. Toda vocación cristiana, y en particular la de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio, pide renunciar a uno mismo, salir de la comodidad del propio yo para centrar la vida en Jesucristo. Este ‘éxodo’ de uno mismo es el camino que Jesús vivió y espera de sus discípulos. Siguiendo a Cristo, ofreciendo la propia vida al servicio de Dios, de su reino y de los demás, encontrará vida en abundancia. Y la vivirá con fidelidad evangélica, perseverando con la gracia de Dios día a día en la adhesión a Dios y a sus planes.
En nuestro tiempo, la llamada del Señor puede quedar silenciada por una cultura centrada y cerrada en el yo, que dificulta la apertura al otro, a los demás y a Dios. Oremos al ‘Dueño de la mies’ para que nuestros jóvenes no tengan miedo a salir de sí mismos y acojan el ‘sueño’ de Dios para cada uno de ellos; para que tengan la valentía de decir “sí” al Señor, que siempre sorprende y nunca decepciona. Esto les llenará de alegría. Es la alegría que pido a Dios también para sacerdotes y personas consagradas que han ofrecido a Dios su vida para servir a los demás con una fidelidad siempre nueva.
Con esta sugerente frase, las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret (Benicàssim) convocan una convivencia para chicas a partir de los 16 años, que se celebrará entre el 15 y el 18 de este mes de abril en la Casa de Espiritualidad del Desierto de las Palmas con el objetivo de discernir la vocación.
“Dios nos habla” es una realidad que experimentamos los cristianos que, abriendo el corazón, estamos expectantes ante las palabras del Señor. La Hermana Catalina, superiora de esta Comunidad, nos recuerda que “Él nos habla en la Palabra de Dios, pero también a través las personas que pone en nuestro camino y de los acontecimientos de la vida”, A partir de esa escucha atenta descubrimos que “Dios es Padre y nos quiere felices, puesto que para Él todo lo que vivimos tiene un sentido, una motivación de amor”. Es cierto, sin embargo, que todo lo que sucede no nos gusta, y entonces aparece la queja o la contrariedad, pero también en esos momentos podemos descubrir qué nos quiere decir el Señor, que siempre tiene palabras de vida.
Más allá de ofrecer las pautas para discernir la voz del Señor en el día a día, esta convivencia tiene por objetivo avivar la conciencia en chicas jóvenes que Dios tiene un plan de amor para cada una. No podemos ignorar ese plan, subraya la Hermana Catalina, puesto que “es el gran regalo de Dios para cada una”. En la mayoría de las jóvenes ese plan amoroso será formar una familia, pero también encontramos chicas que nos dicen que eso no les basta, que hay un “algo más”, nos recuerda la Hermana. Tanto para las que son llamadas a la vida matrimonial como a ese “algo más”, esta convivencia es para ellas.
Para más información pueden dirigirse a; casacsfn@gmail.com o al teléfono 680563596
Este Domingo celebramos el Día del Seminario. Este año dedicado a san José, su patrono discreto, lo hacemos bajo el lema Padre y hermano, como san José, que quiere reflejar que los sacerdotes, forjados en la escuela de Nazaret, bajo el cuidado de san José, son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo que, además, cada uno de ellos es su hermano.
El Seminario es, en efecto, la institución diocesana a la que está encomendada la tarea de forjar nuestros futuros sacerdotes. Tiene la delicada tarea de acoger, discernir, formar y ayudar a fructificar las vocaciones sacerdotales. El Seminario es ‘el corazón de la diócesis’. Como en la familia de Nazaret se formó Jesús para la misión recibida de Dios-Padre, así también en el Seminario se forman los que han sido llamados por Dios al sacerdocio para que puedan llegar a ser, por el Sacramento del Orden, imagen viva, presencia sacramental, de Jesucristo, Sacerdote y Buen Pastor, que ha venido al mundo para dar su vida por todos los hombres y para que todos tengan vida.
Nuestra Iglesia diocesana necesita santos sacerdotes, que cuiden con corazón de padre y como hermanos, a cuantos el Señor les confía. La vitalidad de nuestra Iglesia en sus comunidades depende en buena medida de la calidad humana, espiritual, intelectual y pastoral de nuestros sacerdotes y de la formación que reciben en el Seminario. Necesitamos sacerdotes que, identificados con Cristo, sean verdaderos discípulos suyos y misioneros del Evangelio; maestros que anuncien a Cristo y lleven al encuentro personal con Él; pastores que ayuden a crear comunidades vivas y evangelizadoras; guías que salgan y alienten a cristianos y comunidades a salir a la misión para que Cristo y su Salvación lleguen a todos, a todas las periferias y ámbitos de la vida.
Por todo ello, los seminaristas y el Seminario no nos pueden ser indiferentes. Nuestra preocupación por el Seminario y nuestra implicación en su buena marcha debería ser permanente en fieles, comunidades y sacerdotes. Nos urge a todos –y mucho- recuperar o intensificar nuestra cercanía, cariño, oración y compromiso por nuestros Seminarios. También con nuestro compromiso económico en la colecta de este día y a lo largo del año. Seamos generosos para cubrir sus necesidades.
Es obvio que no habría Seminario sin seminaristas. Y no tendremos Seminario en un futuro cercano si no hay vocaciones al sacerdocio. Padecemos un alarmante ‘invierno vocacional’. Es algo que nos tiene interpelar a todos, porque cuestiona nuestra pastoral y la vitalidad cristiana de nuestra Iglesia en fieles, comunidades y familias. Porque no sólo son raras las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; son también escasos los novios y los matrimonios que entienden y viven su matrimonio como vocación, es decir, como llamada de Dios a ser signo y ámbito del amor de Dios en el amor matrimonial y familiar; y pocos son también los seglares que entiendan y viven su presencia y trabajo en el mundo como vocación laical.
Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural actual propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. Interesa lo inmediato, lo útil, el tener y el disfrutar. Falta una perspectiva global de la persona como proyecto de vida. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se plantea, en la mayoría de los casos, reducido a la elección de una profesión, a tener una buena situación económica o a la satisfacción afectiva, sin apertura al misterio de la propia vida a Dios o al propio bautismo.
Sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación. Dios llama a cada uno a la vida por amor y para el amor pleno. Dios nos crea para amar y ser amados. Este el proyecto de Dios para cada uno. No hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien del otro. La nueva vida recibida en el bautismo desarrolla la llamada de Dios al amor. Él tiene también un plan concreto para cada uno: sea en el matrimonio, en la vida consagrada o en el sacerdocio. La vocación es el pensamiento amoroso de Dios sobre cada uno; es su propuesta a vivir la llamada al amor. En ella encuentra cada uno su identidad, que garantiza su libertad y su felicidad.
Oremos con intensidad y perseverancia por las vocaciones al sacerdocio, por intercesión de san José. Ayudemos todos –en especial, padres, sacerdotes y catequistas- a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a hacerse sin miedo la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga en mi vida”. Si sienten la llamada al sacerdocio, ayudémosles a responder con alegría y generosidad. Será nuestro mejor servicio a su felicidad.
La apertura del Año de la Familia ha tenido lugar este mediodía en la Concatedral de Santa María en Castellón con una Eucaristía presidida por D. Casimiro, a la que se han sumado numerosas familias de nuestra Diócesis, tal como había dispuesto el Obispo en la carta publicada la semana pasada. Ha sido organizada por la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar y de la Vida, y ha podido seguirse en directo por varios canales locales de televisión y a través del canal diocesano en YouTube.
Este «Año de la Familia» es una iniciativa del Papa Francisco con motivo del 5º Aniversario de la publicación de su Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”, sobre el amor en la familia. Este será todo un año para reflexionar sobre la alegría y la belleza del amor en el matrimonio y en la familia, pero también para profundizar, acoger y vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia, para transmitirlo a los demás.
Nuestra Diócesis, ha manifestado el Obispo, comienza «con esta Eucaristía el año especial dedicado a la familia», como es el deseo del Papa. La pandemia «está generando mucho sufrimiento, incertidumbre y temor entre todos nosotros y en nuestras familias», pero ante ello, «los cristianos estamos llamados, quizás más que nunca, a ser testigos de la esperanza que no defrauda, que es Cristo Jesús muerto y resucitado para que en Él tengamos vida, participación del amor de Dios».
«El anuncio cristiano sobre la familia – ha continuado en el comienzo de la homilía – es verdaderamente una buena noticia», «es fuente de alegría y de esperanza». Para ello ha sido providencial que estemos celebrando este año de San José, «esposo y padre, el hombre justo, tan amado que fue elegido por Dios para cuidar de la Sagrada Familia». Como él, «todo matrimonio debe sentirse amado y elegido por Dios», y es «precisamente la familia, castigada en muchos aspectos, la que ha mostrado una vez más su rostro de custodia de la vida», como lo fue San José.
El ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret
D. Casimiro ha exhortado a fijarse en la Sagrada Familia. «En este hogar Jesús pudo educarse, formarse y prepararse para la misión recibida de Dios», es «una escuela de amor recíproco, de donación mutua, de acogida y de respeto entre sus miembros, de dialogo y de comprensión recíproca, y es una escuela de oración y de escucha constante de la voluntad de Dios», es, en definitiva, «el modelo donde todas las familias cristianas podéis encontrar la luz para vivir de acuerdo con el designio de Dios para cada uno de vosotros».
«Todos estamos llamados al amor»
“Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios es amor, y estamos creados a su imagen y semejanza, «nuestra identidad más profunda es la vocación al amor», somos creados «para amar y para ser amados en esta vida y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna, este es el proyecto de Dios para cada uno». «Por eso, no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados», ha añadido el Obispo.
La vocación al amor toma formas diferentes según el estado de vida. De la misma forma, «en el seguimiento a Jesús, muchos sacerdotes hemos dado la vida para que vosotros, los fieles, podáis vivir del amor de Cristo», también «las personas consagradas son un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación de amar a Dios sobre todas las cosas». Y el matrimonio y la familia, ha resaltado, es «una llamada específica a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor de Dios manifestado en el amor entre Cristo y la Iglesia». Por todo ello es tan importante animar a todos, en especial a los jóvenes, «a buscar y descubrir su vocación al amor».
El Matrimonio y la familiacomo vocación al amor
Nuestro Obispo ha invitado a vivir el matrimonio «como una llamada de Dios al amor», pues «la relación entre un hombre y la mujer refleja el amor divino de manera completamente especial por la donación plena del uno al otro, en cuerpo, en alma y en corazón». El vínculo de los esposos «tiene una dignidad, tiene una belleza y tiene una grandeza inigualables», y mediante el sacramento del matrimonio, «estáis unidos por Dios, y con vuestra relación manifestáis el amor de Cristo».
En un contexto como el actual, «en el que muchas personas consideran al matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, es don de si mismo para siempre». «Es posible vivir el anuncio cristiano del matrimonio», porque Cristo mismo «se compromete con ellos para siempre», pero sabiendo que es necesario que se de «la gratitud, el respeto y el perdón mutuo».
En alusión a la vida cotidiana y de pareja, el Obispo ha puesto de relieve que es «donde los esposos aprenden a amar como Cristo ama, a ser familia cristiana, a ser una Iglesia doméstica donde se vive, se celebra, se transmite y se testimonia la fe».
Pastoral Familiar y de la Vida
«El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable», decía D. Casimiro mencionando la dificultad de muchas familias en encontrar una vivienda digna, en «conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos», falta también «aprecio social por la fidelidad esponsal, para la estabilidad matrimonial y para la natalidad». Por todo ello, ha invitado a convertir todo este contexto en una oportunidad nueva, en «un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y de amor , que engendra vida y esperanza en la sociedad».
Los matrimonios y las familias necesitan, por parte de la Iglesia, «una atención pastoral, una dedicación mayor y un acompañamiento personalizado». También es necesario un acompañamiento a aquellas familias que se encuentran atravesando alguna crisis, a los que se quedan solos, a las familias pobres y a las desestructuradas. «Este año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, para escucharlas, y emprender iniciativas que les ayuden a cultivar su amor».
Para ello es necesario un cambio de mentalidad, tal y como ha indicado D. Casimiro, «porque los matrimonios y las familias no solo sois destinatarios de la acción pastoral de nuestra Iglesia, si no que estáis llamados a ser protagonistas, sujetos activos en la pastoral», pues las familias «podéis aportar mucho a toda la sociedad y a nuestra Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la Diócesis».
El compromiso de la Iglesia con esta importante tarea se ha materializado a través de esta homilía, que D. Casimiro ha concluido manteniéndose firme en la necesidad de crear una «cultura de la familia y de la vida que recree un verdadero ambiente familiar». Esa es la misión de la Iglesia y de las familias, «anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia, generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor». En este sentido, ha afirmado nuestro Obispo, «la alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia, la fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia, y es fuente de alegría y de esperanza para todo ser humano y la sociedad».
Nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, ha dirigido hoy una carta a todos los fieles de la Diócesis con motivo de la celebración del Día del Seminario, una ocasión especial “para conocer, rezar y apoyar, también económicamente, nuestros Seminarios diocesanos”, y que este año lleva por lema `Padre y hermano, como San José´.
Lo celebraremos teniendo en cuenta que este es un año dedicado a San José, declarado por el Papa Francisco en la Carta apostólica `Patris corde´ (con Corazón de padre), con motivo del 150º aniversario de la proclamación del santo como patrono de la Iglesia Universal.
Además, tal y como indica D. Casimiro, “es fundamental en la vida de todo cristiano y, en especial, es modelo de entrega para los sacerdotes y seminaristas de todo el mundo”, y a él acudimos “como protector de las vocaciones sacerdotales, pues el sacerdote es llamado a custodiar a la gran familia de la Iglesia y a entregar la vida por Cristo y por los demás”.
Por ello nos exhorta a pedir la intercesión del padre de Jesús de Nazaret y esposo de María, orando con intensidad, “para que niños, adolescentes y jóvenes escuchen y acojan la llamada de Dios al sacerdocio”. Cabe recordar que nuestra Diócesis, entre los tres seminarios, Mater Dei –Mayor y Menor- y Redemptoris Mater, cuenta con 26 seminaristas.
De este modo, en nuestra Diócesis el Día del Seminario se celebrará en las misas dominicales del domingo siguiente a la festividad (19 de marzo), el día 21 de marzo y su víspera. “Es de suma importancia que cada vez más fieles sientan la necesidad de poner cara a los seminaristas y de rezar de manera especial por su vocación y santificación, aparte de poder comprometerse económicamente en dicha formación con su limosna”.
Este año, por la situacion que vivimos, en la fiesta de la Inmaculada Concepción celebramos el Día del Seminario con el lema «Pastores Misioneros».
Por este motivo, hoy traemos la conversación completa entre los seminaristas Isaac Huguet y Rafael Sánchez con Jordi Mas sobre la llamada a la misión que tiene el sacerdote hoy en día.
Recemos para que el Señor, mediante la intercesión de la Santísima Virgen María, nos bendiga con muchas y santas vocaciones a la vida sacerdotal.
Oración por las Vocaciones
Jesús, maestro bueno, tú sabes que necesitamos sacerdotes.
Suscita en nuestra diócesis de Segorbe-Castellón, si es tu voluntad, muchos y santos sacerdotes.
Atrae hacia ti a niños y jóvenes generosos que, formándose en nuestros seminarios, sean un día enviados como ministros de tu Iglesia.
Buen Pastor, fortalece a los que elegiste y ayúdales a responder plenamente a tu llamada.
María Inmaculada, Madre de las vocaciones, intercede por nosotros.
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