Queridos diocesanos:
La Iglesia ha crecido y ha de seguir haciéndolo en el conocimiento y comprensión de los dones y necesidades de las personas con discapacidad para su inclusión en la comunidad cristiana, y no sólo para una mera integración en la misma. No obstante, para muchos es aún desconocido. En más de una ocasión me han preguntado si estas personas pueden recibir los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía; y también si, una vez bautizados, pueden participar activamente en la vida y misión de la Iglesia sea en la liturgia o en otras actividades pastorales.
La Iglesia afirma la dignidad de todo ser humano y, por lo tanto, también de las personas con discapacidad física, mental o sensorial. Cada persona tiene sus capacidades, sus talentos y sus dones, aunque tenga limitaciones de algún tipo.
Para nuestra actitud y comportamiento hacia todos y en especial hacia las personas con discapacidad, Jesús ha de ser siempre nuestro referente. Jesús, el Hijo de Dios ha venido a nuestro mundo para mostrarnos el amor y la misericordia de nuestro Padre y para salvarnos. Nadie está excluido de la salvación de Dios. Es más, Jesús comienza su ministerio, diciendo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-20).
Las personas con discapacidad han de experimentar y vivir esta salvación y misericordia de Dios nuestro Padre en el seno de las comunidades cristianas Uno de los rasgos más patentes de Jesús fue su preferencia por los pobres y excluidos. Él salió a su encuentro, anunciando la llegada del reino de Dios (cf. Lc 4,18). Sus curaciones son un signo de salud y primicia de una vida humana plena. Jesús se acerca a las personas, que eran consideradas “impuras” y excluidas de la sociedad, con una actitud fraterna; las acoge, las toca, las sana y las incorpora a la comunidad. Los evangelios nos recuerdan a Jesús “enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Nueva del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9,35). De esa forma los evangelios indican la atención particular que Jesús dedicó a las personas con limitaciones personales y marginación social.
La preocupación, la actitud y el comportamiento de la Iglesia hacia las personas con discapacidad surgen de la acción de Dios, que quiere que todos se salven y participen de su misma Vida. Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia reconoce que ellas son también destinatarias del Evangelio, están llamadas a la fe y a una vida plena y llena de significado. Toda persona es capaz de dar una respuesta de fe y crecer en santidad. Puede decirse, desde la perspectiva eclesial, que toda persona tiene el derecho, la posibilidad y el deber de ser evangelizada y de evangelizar. Como nos ha recordado el Papa Francisco, “nadie puede negar los sacramentos a las personas con discapacidad”, pues “no son solo capaces de vivir una genuina experiencia de encuentro con Cristo, sino que son también capaces de testimoniarla a los demás” (11.VI.2016).
Las comunidades cristianas están llamadas, pues, no solo a cuidar de los más frágiles, sino a reconocer en ellos la presencia de Jesús que se manifiesta de una manera especial. Esto requiere una doble atención: la conciencia de la educación en la fe de la persona con discapacidad, incluso muy grave y gravísima; y la voluntad de considerarla como sujeto activo en la comunidad en la que vive.
La situación especial de las personas con discapacidad ha hecho que su catequesis y atención pastoral suela situarse al margen de la pastoral comunitaria. Para lograr su plena inclusión en la comunidad, su evangelización ha de hacerse junto con la de las demás personas que viven el proceso de iniciación a la vida de la Iglesia, salvo momentos específicos, en los que serán acompañadas por catequistas de apoyo. Esta tarea exige una participación activa de la familia, una particular habilitación catequética de sus catequistas así como una conciencia eclesial de acogida en todos.
Las personas con discapacidad han de ser consideradas también partes activas en la vida y misión de la Iglesia. Ellas están llamadas a celebrar sacramentalmente su vida de fe y a participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, según los dones recibidos de Dios y el estado en que se encuentran. Así, participando en la catequesis, en la liturgia y en la vida de la Iglesia, podrán cumplir su camino de fe y transformarse en sujetos activos de evangelización, capaces de enriquecer con los propios dones y carismas a la comunidad cristiana.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón