La cuaresma, tiempo de la misericordia
Queridos diocesanos:
La Cuaresma es tiempo de gracia y salvación, tiempo de conversión de corazón a Dios y a los hermanos, y tiempo para dejarse reconciliar por Dios (cf. 2Cor 5, 20). Por ello mismo, la Cuaresma es un tiempo propicio para contemplar y experimentar la misericordia de Dios, y para vivir la misericordia con los hermanos. De ahí la llamada del tiempo cuaresmal a la oración más intensa, al ayuno, la limosna y las obras de caridad.
La escucha atenta de la Palabra de Dios de la misericordia divina ilumina nuestra oración, que nos lleva a descubrir o profundizar en el misterio de Dios, que es amor. El nombre de Dios es misericordia, nos ha dicho el papa Francisco. Misericordia significa etimológicamente el corazón que se abaja ante cualquier miseria humana. Es la palabra que mejor expresa el amor de Dios hacia la humanidad. Indica su disposición a aliviar cualquier necesidad humana y su infinita capacidad de perdonar. Es un amor eternamente fiel, que sigue amando a su criatura incluso cuando ésta se aleja de Él, que la espera pacientemente y sale a su encuentro. Es un amor compasivo que se compadece ante cualquier sufrimiento humano; es un amor entrañable como el de una madre, un amor que sale de sus entrañas.
Jesús es la misericordia encarnada de Dios. Jesus, el Hijo de Dios, nos revela el amor compasivo y misericordioso de Dios. Jesús habla con palabras de misericordia, mira con ojos misericordiosos, actúa y cura movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y enfermos en el cuerpo y en el espíritu. La persona misma de Jesús es un amor que se entrega gratuitamente hasta muerte en Cruz por amor a toda la humanidad; los signos que Jesús realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia los pobres, excluidos, enfermos y sufrientes son muestra de la compasión y de la misericordia de Dios.
Dios nos ha pensado a cada uno desde siempre y nos ha creado por amor y para el amor en plenitud. Dios viene a nuestro encuentro y nos indica el camino para alcanzar la felicidad plena y la salvación eterna. Con amor paciente y tierno nos indica como a hijos y amigos suyos cuál es el camino. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que, por acción o por omisión, nos hemos alejado de Dios y del prójimo, de sus caminos hacia la Vida, que son sus Mandamientos; si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado el amor de Dios con nuestros pecados; si somos humildes reconoceremos que estamos necesitamos de su perdón y reconciliación.
Así la contemplación de la misericordia de Dios nos llevará al arrepentimiento de nuestros pecados y a la petición del perdón, para acoger, celebrar y experimentar personalmente la misericordia divina. Dios nos espera y nos acoge en la confesión, el sacramento de la misericordia, para darnos el abrazo del perdón que alegra su corazón. Su misericordia va incluso más allá del perdón; se transforma en este Año Jubilar Mariano de Lledó en indulgencia plenaria. A través de la Iglesia, la indulgencia nos libera de todo residuo del pecado. Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas que el pecado deja en nuestros comportamientos y pensamientos.
La misericordia recibida de Dios transforma nuestros corazones; y nos capacita para obrar con caridad, para crecer en el amor, para poder ser misericordiosos como el Padre (Lc 6, 36), ejercitando las obras de misericordia corporales y espirituales. Las recordamos.
Las obras de misericordia corporales surgen en su mayoría de las palabras de Jesús en su descripción del Juicio Final en el Evangelio de Mateo (cf. 25, 34-36). Y son las siguientes: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al forastero, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos. Y las obras de misericordia espirituales, tomadas de otros textos de la Sagrada Escritura y de actitudes y enseñanzas del mismo Cristo, son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y orar a Dios por los vivos y por los difuntos. La clave de todas está en enseñarnos la sabiduría del corazón que es salir de sí hacia el hermano.
Por la dureza de nuestro corazón puede que nos cerremos a Dios, a su voz y a su misericordia. Dejémonos evangelizar en esta Cuaresma escuchando, meditando, experimentando y viviendo el Evangelio de la misericordia.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón