Queridos diocesanos:
Quien cree sinceramente en Dios se comunica con él. La oración es la expresión de la fe, su aliento y su alimento. Cuando la fe entra en crisis, entra también en crisis la oración. Y cuando falla la oración en la vida de una persona, es señal de que la fe se está apagando. No es difícil detectar entre nosotros una grave crisis de oración en el conjunto del pueblo cristiano. Pero sería una equivocación hablar sólo de crisis de oración. Más aún. Tal vez, en estos momentos, lo que se percibe en no pocos es su necesidad y el deseo de avivarla. Son muchas las personas que oran, y oran de verdad. La crisis religiosa, lejos de arruinar su oración, ha purificado sus rezos y prácticas, despertando en ellas un deseo sincero de Dios.
También entre los jóvenes. Muchos jóvenes, si son acompañados con atención y dedicación, muestran un interés y una participación sorprendentes por la oración. Así lo muestran las vigilias diocesanas con los jóvenes, los oratorios y los encuentros de grupos de jóvenes para la oración, la alabanza y la adoración de la Eucaristía, entre otros ejemplos. No es verdad que nuestra época sea menos propicia que otras para que los jóvenes eleven su corazón hacia Dios. Lo que necesitan es que se les ayude a encontrarse con Cristo vivo para que la oración pueda brotar de nuevo en su corazón de jóvenes de hoy.
Cuando un joven descubre que Cristo le ama y dio su vida para salvarle, cuando un joven experimenta que Jesús ahora está vivo y a su lado en todo momento, para iluminarle, fortalecerle y liberarle, le abre su corazón. Cuando un joven escucha a Jesús vivo que le ofrece su amistad gratuita e inquebrantable, algo acontece en su vida que le lleva a querer entrar en su amistad. “Ya no os llamo siervos, os llamo amigos” (Jn 15,15). Por la gracia que Jesús nos regala, somos elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos.
La oración es expresión y fuente de la amistad con Dios en su Hijo, Jesús. Orar, en definitiva, es amar a Dios y sabernos amados por él en su Hijo. Como dice santa Teresa de Jesús, orar no es otra cosa sino “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Orar es conocer y amar cada vez más a Dios en Cristo, y acoger cada vez con más fe y fidelidad su amistad. En la oración, la primacía la tiene el amor. “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. Recordar que Jesús te ama y es tu amigo, disfrutarlo y agradecerlo, conversar con él y dejarse iluminar e interpelar por él, esa es la oración del joven. Para vivir de esa amistad y responder a sus exigencias.
Esta oración de amistad no es algo complicado. Según santa Teresa, está al alcance de todos. “No todos son hábiles para pensar; todos lo son para amar”. Esta oración se hace sobre todo con el corazón, desde lo más íntimo de nosotros, desde el centro que unifica los deseos, pensamientos, sentimientos, dudas y esperanzas. Lo importante es aprender a “mirar” a Jesús con amor y sabernos “mirados” por Él con amor. No es una mirada inquisitoria, sino una mirada de amigo; una mirada que busca sólo nuestro bien, crea confianza y acrecienta la amistad.
La oración con los jóvenes se hace desde la Palabra de Dios y desde la vida del joven, tocando sus dudas e interrogantes, sus afectos y relaciones, sus miedos y deseos. Precisamente el silencio y la intimidad de la oración pueden constituir el espacio donde cuenten al Señor lo que llevan en el corazón y reciban de él palabras de vida. Nos dice el papa Francisco: “si entras en amistad con Él y comienzas a conversar con Cristo vivo sobre las cosas concretas de tu vida, esta será la grande experiencia, será la experiencia fundamental que sostendrá tu vida cristiana” (Ex. Ap. Christus vivit, n. 129).
Finalmente, es inevitable que la oración con los jóvenes tenga aspectos de carácter vocacional. El tiempo de la juventud es por excelencia el tiempo para mirar y construir el propio futuro, también en servicio de los demás. Ayudar a los jóvenes a orar significa ayudarles a soñar, buscar, discernir y acoger el propio futuro con el Señor, percibiéndolo como compañero inseparable. En la oración, los jóvenes pueden escuchar la llamada al servicio en el corazón de la noche, como Samuel; o, como Pedro y Andrés, Santiago y Juan, pueden escuchar en el trabajo diario de pescadores la llamada a ser ‘pescadores de hombres’; o, como la Virgen Maria, en la oración pueden abrir la puerta al Señor y decir sí a la voluntad de Dios en su vida. Es importante suscitar nuevamente este diálogo vocacional en el corazón de los más jóvenes, alegrándose por el paso del Señor que llama.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón