HOMILIA EN LA FIESTA DE SAN PASCUAL BAYLÓN
Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Villa-real
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Iglesia Basílica de San Pascual, Villarreal – 17.05.2023
(Ecco 2,7-13; Sal 34: 1 Cor 1, 26-31; Mt 11, 25-30)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor
1. Os saludo a todos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía, aquí en la Basílica o desde vuestros hogares a través de la televisión. El Señor Jesús nos ha convocado para recordar y honrar a san Pascual, Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón y de la Ciudad de Vila-real.
2. Al celebrar la Fiesta de san Pascual vienen a nuestra memoria su vida sencilla de pastor y de hermano lego, sus virtudes de humildad y de confianza en Dios, su entrega al servicio de los hermanos y su caridad hacia los más pobres y necesitados; recordamos también su gran amor a la Eucaristía y su profunda devoción a la Santísima Virgen. De san Pascual se ha destacado siempre un rasgo de extraordinario valor evangélico: su amor al prójimo y, en especial, a los más pobres, un amor que alimentaba en su devoción a la Eucaristía, fuente inagotable de la caridad.
Pascual servía a todos con alegría. Sus hermanos de comunidad no sabían qué admirar más, si su austeridad o su caridad. Pascual “tenía especial don de Dios para consolar a los afligidos y ablandar los ánimos más endurecidos”, dicen muchos testigos. Su deseo era ajustar su vida al Evangelio según la Regla de San Francisco, desgastándose por Dios y por sus hermanos. Y todo ello con el espíritu de pobreza, austeridad y oración, propio de la orden franciscana. Sus oficios de portero, cocinero, hortelano y limosnero favorecieron el ejercicio de su caridad, impregnada siempre de humildad y de sencillez. Para los pobres se privaba hasta de la propia comida. Decía que no podía despedir de vacío a ninguno, pues sería despedir a Jesucristo.
Los santos como Pascual son siempre actuales. Sus biografías reflejan modelos de vida, conformados según el Evangelio y a la medida del Corazón de Cristo, y, a la vez, cercanos al hombre de su tiempo; y, en último término, al hombre de todos los tiempos. Son modelos extraordinariamente humanos, precisamente porque son cristianos, surgidos del seguimiento de Cristo. A través de ellos, Jesucristo se hace presente en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo, y muestra la extraordinaria fuerza que brota del Amor de Dios: un amor que es capaz de renovar y transformar todo: las personas, las comunidades, la Iglesia, los matrimonios y las familias, y toda la sociedad.
Los santos son grandes figuras de renovación espiritual en su entorno eclesial y social. Su forma de ser, de estar y de actuar en el mundo no suele ser espectacular. Con frecuencia pasan desapercibidos. Rehúyen los halagos y aplausos. Son humildes y sencillos. Su alimento es la oración, la escucha de Dios, la unión y la amistad con Cristo. En la entrega de sus vidas a Dios y a los hermanos cifran el sentido de su vida. San Pascual Bailón, nuestro Patrono, es uno de esos santos; y de enorme actualidad para toda nuestra Iglesia diocesana y para nuestra sociedad.
3. A la luz de la Palabra de Dios, este año quiero acercar a vuestro corazón tres realidades de la vida de Pascual: su fe, su esperanza y su caridad. Tres virtudes que nos interpelan especialmente en estos momentos de increencia, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la fe de tantos bautizados; tiempos también de desesperanza ante el futuro, de individualismo egoísta, de exclusión del diferente y de descarte de los más vulnerables.
Vivimos inmersos en una cultura en la que el hombre y el mundo son entendidos como si Dios no existiera: la vida del hombre, la familia, el trabajo y las relaciones humanas, la sociedad; todo se quiere concebir y configurar sin referencia a Dios. El hombre y la sociedad actuales quieren bastarse a sí mismos, ser autosuficientes. El hombre se ha convertido en absoluto y excluye a Dios de su existencia. En su endiosamiento e autoidolatría, llega a afirmar incluso que no le interesa ni tan siquiera plantear la cuestión de Dios. Le importa sobre todo mantener a Dios al margen de sus ideas, de sus proyectos y de su vida. Es la tentación permanente del ser humano: pretender ser dios, ocupar el lugar de Dios. Dios es silenciado, minimizado o directamente negado, sobre todo, cuando incomoda las posiciones y las libertades sin ética o un estilo de vida sin Dios. Pero el silenciamiento de Dios, de su presencia, de su verdad y de su providencia amorosa abre el camino a una vida humana sin rumbo y sin sentido, a idolatrías de distinto tipo, a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos.
El hombre es grande, sólo si Dios es grande en su vida. ¡Qué bien lo entendió Pascual contemplando a la Virgen en el Magníficat! Pascual cree en Dios y a Dios, se fía y confía en todo momento en Dios. Nuestro santo es un hombre de fe profunda, porque es un hombre sencillo y humilde. Las cosas de Dios sólo las entiende la gente sencilla. “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25-27). No podremos abrir nuestra mente y nuestro corazón a Dios y sentir su cercanía si no somos humildes. Los ojos para ver a Dios son la humildad y la admiración que se hacen oración y adoración. Pascual vivió en oración continua y en adoración a Dios, de forma muy concreta ante el Sacramento de la Eucaristía. De ella recibía la fuerza en el camino de la fe, en el camino de la vida, en el camino del amor a los hermanos. Amaba a Cristo que en el misterio insondable de su presencia Eucarística le llevaba a vivir en la alegría y felicidad. Él se sentía amado por Cristo.
El supo acoger las palabras del Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mi 11,29). En medio de los trajines de la vida necesitamos aliento y ánimo. Sólo lo encontraremos, como San Pascual, en la Eucaristía, presencia viva de quien asumió todas nuestras dolencias, nuestros cansancios, nuestro pecado, para darnos vida, felicidad, libertad y grandeza. En el hondón de nuestras vidas sólo Dios es capaz de entrar y levantarnos de nuestra postración.
En segundo lugar, Pascual vive en esperanza. “Dichoso el que espera en el Señor” (Sal 34), hemos aclamado en el Salmo. Es una llamada a confiar y esperar siempre en Dios. Cristo Jesús es nuestra esperanza, la única que no defrauda. El diálogo con el Señor en la oración ofrece siempre salidas en cualquier situación. La desesperación, el apocamiento y el encerrarse en uno mismo nos bloquean, mientras que el diálogo con el Señor nos ilumina y nos abre a la esperanza. Ante cualquier dificultad, Pascual nunca dijo «no puedo más». Sin embargo, esta frase se pronuncia muchas veces en nuestra sociedad. El desesperado cuestiona también a Dios. Y una sociedad desesperada pone sus esperanzas en pequeñas cosas sin importancia.
¿Dónde estuvo la esperanza de san Pascual? Tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Él fue su esperanza. Un Dios que se hizo carne; que se ha hecho uno de nosotros, y nos acompaña; que nos llama, nos ama y nos ha dado la vida; un Dios que nos hace mirar con amor al prójimo y nos impulsa a hacer el bien, eliminando desesperanzas, envidias y celos.
El Señor Resucitado sale hoy de nuevo a nuestro encuentro para despertar y avivar nuestra fe pascual, fundamento de la esperanza cristiana. En la muerte y resurrección de Cristo Jesús hemos sido salvados, hemos sido rescatados, y hemos sido sanados y abrazados para siempre. Nada ni nadie, ni la enfermedad, ni la tribulación, ni la penuria, ni los poderes de este mundo, ni tan siquiera la muerte, nos podrán ya separar del amor de Dios, manifestado en Cristo, nos recuerda san Pablo (cf. Rom 8, 39). La verdadera esperanza nace del amor de Dios manifestado en Cristo. El fin de la esperanza cristiana es la vida eterna en el Cielo. Pero esta esperanza nos acompaña ya en nuestra vida actual y nos socorre allí donde nuestras posibilidades llegan al límite.
Y, en tercer lugar, san Pascual vivió la caridad con las medidas del amor de Dios. Vive regalando el amor mismo de Dios, desde su comunión plena con Jesucristo en la Eucaristía. ¡Dios es Amor! No hay otro camino para el encuentro con Dios y con los hermanos: amar y dejarse amar. Así vivió san Pascual. Y por eso es santo, porque la santidad no es sino la perfección en el amor, en la caridad.
Precisamente porque fue humilde, porque se dejó amar y transformar por Jesucristo en la Eucaristía, y le amó con toda su alma, pudo entregarse al servicio de los pobres y a las tareas más humildes del convento. Cuando un corazón es humilde se hace generoso; cuando un corazón está cerca de Jesucristo, que nos ha amado hasta entregar su vida por nosotros en la Cruz, se hace caridad con los demás. La alegría de Pascual era saberse amado por Jesucristo. Y esa alegría se desbordaba para que la cercanía y el amor de Cristo llegaran a los más pobres y necesitados. Un corazón renovado se siente llamado a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a un hermano.
Pascual amaba a Cristo con toda su alma; este amor le trasformó y le llevó a entregarse al cuidado de hambrientos y sedientos, y a dar cobijo a los ‘sin techo’. Se necesitan corazones generosos como el de Pascual para salir al paso de tantas necesidades presentes y futuras.
4. No olvidemos que la historia de Vila-real y de nuestra tierra está fraguada por la fe cristiana. ¡Que san Pascual interceda por nosotros para que sepamos perseverar en la fe en Dios; que por su intercesión se aviven en nosotros la fe y la confianza en Dios, el espíritu de oración y la devoción a la Eucaristía, para que así vivamos con esperanza y seamos testigos creíbles del amor de Dios en el amor a los hermanos.
¡Que la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos proteja y guie en nuestro caminar! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón