Las vocaciones al sacerdocio es cosa de todos
Queridos diocesanos:
Este año, a causa de la pandemia del Covid-19, celebramos el Día del Seminario el día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada. Esta Jornada es una ocasión muy propicia para que todo el Pueblo de Dios tomemos conciencia de la importancia del Seminario Diocesano para nuestra Iglesia diocesana. En el Seminario, la casa y el corazón de la Diócesis, germinan y maduran las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial, y se forman nuestros futuros pastores misioneros.
Es conocido que sufrimos un fuerte ‘invierno de vocaciones’, que entre nosotros alcanza niveles muy preocupantes. Esto no nos puede ser indiferente. Cierto que nuestro seminario menor, que crece año a año, es motivo de esperanza; pero no es menos cierto que son muy escasos los seminaristas del seminario mayor, y más aún los que proceden de nuestras comunidades cristianas. Ya nos dijo san Juan Pablo II que “la falta de vocaciones es la tristeza de cada Iglesia”, por lo que “la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia” (PDV 34d). Y los obispos españoles en un escrito sobre este tema afirmamos que “es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional” (Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI, 26 de abril 2012, 30).
Toda nuestra comunidad diocesana debe sentirse llamada a implicarse en esta tarea: Obispo y sacerdotes, familias y comunidades cristianas, catequistas y otros agentes de pastoral. Esta tarea no es cosa sólo de unos pocos. A ningún cristiano o comunidad cristiana le puede ser indiferente la escasez de vocaciones; no nos puede dar lo mismo que niños, adolescentes y jóvenes puedan o no escuchar, discernir y acoger la posible llamada del Señor a ser pastores misioneros como camino concreto de vivir la llamada de Jesús a todos a ser sus discípulos misioneros. Y a todos nos debe preocupar que nuestras comunidades se puedan ver privadas de sacerdotes, que las cuiden en nombre de Jesús, el Buen Pastor.
Toda vocación es un don de Dios. Por ello lo primero que hemos de hacer es orar con mayor frecuencia e intensidad por las vocaciones al sacerdocio. Jesús mismo nos dice: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).
Además, entre todos hemos de lograr que haya familias y comunidades cristianas capaces de suscitar en nuestros niños y jóvenes un encuentro personal con Cristo que los entusiasme, enamore y provoque su entrega incondicional a Jesús y a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, la escasez de vocaciones se debe “frecuentemente a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (EG 107).
La principal manera de ayudar a un niño o a un joven a discernir la vocación a la que Dios le llama es ayudarle y acompañarle a llevar una vida de oración profunda y constante para que su corazón esté abierto a la llamada amorosa del Señor. La escucha y la acogida de esta llamada interior requieren “espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno” (Francisco, Christus vivit, 283). También hoy los niños, adolescentes y jóvenes son sensibles a esos momentos de silencio y de encuentro personal con Cristo, vividos en comunidad, que hacen posible escuchar la voz de Aquel que nos llama siempre.
Para seguir las huellas del Buen Pastor, la vocación de pastor pide una entrega total, una entrega de amor, que compromete toda la vida. Puede que hablar de una entrega total de sí mismo y para siempre, resulte hoy especialmente difícil. Pero, es preciso ser claros y fieles al modo como Jesús y la Iglesia nos enseña a recibir esta vocación sacerdotal. En el desarrollo y la maduración de la vida cristiana de niños, jóvenes y adultos, hay etapas y altibajos, pero lo importante es saber orientar un camino que, confiando en la gracia del Señor, mira siempre a una entrega más grande y total.
Oremos para que el Señor nos envíe vocaciones sacerdotales. Y para que nuestros seminaristas sean formados para ser discípulos y misioneros enamorados del Buen Pastor, que vivan en medio de su pueblo para servirlo y llevarle la misericordia de Dios. En estos tiempos de sombras, Dios quiere seguir haciendo brillar su Rostro amoroso y hacer oír su voz que es luz y vida. Los sacerdotes son hoy más necesarios que nunca. La pastoral vocacional y nuestros Seminarios son cosa de todos.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón