Este Domingo celebramos el Día del Seminario. Este año dedicado a san José, su patrono discreto, lo hacemos bajo el lema Padre y hermano, como san José, que quiere reflejar que los sacerdotes, forjados en la escuela de Nazaret, bajo el cuidado de san José, son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo que, además, cada uno de ellos es su hermano.
El Seminario es, en efecto, la institución diocesana a la que está encomendada la tarea de forjar nuestros futuros sacerdotes. Tiene la delicada tarea de acoger, discernir, formar y ayudar a fructificar las vocaciones sacerdotales. El Seminario es ‘el corazón de la diócesis’. Como en la familia de Nazaret se formó Jesús para la misión recibida de Dios-Padre, así también en el Seminario se forman los que han sido llamados por Dios al sacerdocio para que puedan llegar a ser, por el Sacramento del Orden, imagen viva, presencia sacramental, de Jesucristo, Sacerdote y Buen Pastor, que ha venido al mundo para dar su vida por todos los hombres y para que todos tengan vida.
Nuestra Iglesia diocesana necesita santos sacerdotes, que cuiden con corazón de padre y como hermanos, a cuantos el Señor les confía. La vitalidad de nuestra Iglesia en sus comunidades depende en buena medida de la calidad humana, espiritual, intelectual y pastoral de nuestros sacerdotes y de la formación que reciben en el Seminario. Necesitamos sacerdotes que, identificados con Cristo, sean verdaderos discípulos suyos y misioneros del Evangelio; maestros que anuncien a Cristo y lleven al encuentro personal con Él; pastores que ayuden a crear comunidades vivas y evangelizadoras; guías que salgan y alienten a cristianos y comunidades a salir a la misión para que Cristo y su Salvación lleguen a todos, a todas las periferias y ámbitos de la vida.
Por todo ello, los seminaristas y el Seminario no nos pueden ser indiferentes. Nuestra preocupación por el Seminario y nuestra implicación en su buena marcha debería ser permanente en fieles, comunidades y sacerdotes. Nos urge a todos –y mucho- recuperar o intensificar nuestra cercanía, cariño, oración y compromiso por nuestros Seminarios. También con nuestro compromiso económico en la colecta de este día y a lo largo del año. Seamos generosos para cubrir sus necesidades.
Es obvio que no habría Seminario sin seminaristas. Y no tendremos Seminario en un futuro cercano si no hay vocaciones al sacerdocio. Padecemos un alarmante ‘invierno vocacional’. Es algo que nos tiene interpelar a todos, porque cuestiona nuestra pastoral y la vitalidad cristiana de nuestra Iglesia en fieles, comunidades y familias. Porque no sólo son raras las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; son también escasos los novios y los matrimonios que entienden y viven su matrimonio como vocación, es decir, como llamada de Dios a ser signo y ámbito del amor de Dios en el amor matrimonial y familiar; y pocos son también los seglares que entiendan y viven su presencia y trabajo en el mundo como vocación laical.
Hoy no es fácil hablar de vocación. El contexto cultural actual propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. Interesa lo inmediato, lo útil, el tener y el disfrutar. Falta una perspectiva global de la persona como proyecto de vida. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se plantea, en la mayoría de los casos, reducido a la elección de una profesión, a tener una buena situación económica o a la satisfacción afectiva, sin apertura al misterio de la propia vida a Dios o al propio bautismo.
Sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación. Dios llama a cada uno a la vida por amor y para el amor pleno. Dios nos crea para amar y ser amados. Este el proyecto de Dios para cada uno. No hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien del otro. La nueva vida recibida en el bautismo desarrolla la llamada de Dios al amor. Él tiene también un plan concreto para cada uno: sea en el matrimonio, en la vida consagrada o en el sacerdocio. La vocación es el pensamiento amoroso de Dios sobre cada uno; es su propuesta a vivir la llamada al amor. En ella encuentra cada uno su identidad, que garantiza su libertad y su felicidad.
Oremos con intensidad y perseverancia por las vocaciones al sacerdocio, por intercesión de san José. Ayudemos todos –en especial, padres, sacerdotes y catequistas- a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a hacerse sin miedo la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga en mi vida”. Si sienten la llamada al sacerdocio, ayudémosles a responder con alegría y generosidad. Será nuestro mejor servicio a su felicidad.
La apertura del Año de la Familia ha tenido lugar este mediodía en la Concatedral de Santa María en Castellón con una Eucaristía presidida por D. Casimiro, a la que se han sumado numerosas familias de nuestra Diócesis, tal como había dispuesto el Obispo en la carta publicada la semana pasada. Ha sido organizada por la Delegación Diocesana de Pastoral Familiar y de la Vida, y ha podido seguirse en directo por varios canales locales de televisión y a través del canal diocesano en YouTube.
Este «Año de la Familia» es una iniciativa del Papa Francisco con motivo del 5º Aniversario de la publicación de su Exhortación Apostólica “Amoris laetitia”, sobre el amor en la familia. Este será todo un año para reflexionar sobre la alegría y la belleza del amor en el matrimonio y en la familia, pero también para profundizar, acoger y vivir el Evangelio del matrimonio y de la familia, para transmitirlo a los demás.
Nuestra Diócesis, ha manifestado el Obispo, comienza «con esta Eucaristía el año especial dedicado a la familia», como es el deseo del Papa. La pandemia «está generando mucho sufrimiento, incertidumbre y temor entre todos nosotros y en nuestras familias», pero ante ello, «los cristianos estamos llamados, quizás más que nunca, a ser testigos de la esperanza que no defrauda, que es Cristo Jesús muerto y resucitado para que en Él tengamos vida, participación del amor de Dios».
«El anuncio cristiano sobre la familia – ha continuado en el comienzo de la homilía – es verdaderamente una buena noticia», «es fuente de alegría y de esperanza». Para ello ha sido providencial que estemos celebrando este año de San José, «esposo y padre, el hombre justo, tan amado que fue elegido por Dios para cuidar de la Sagrada Familia». Como él, «todo matrimonio debe sentirse amado y elegido por Dios», y es «precisamente la familia, castigada en muchos aspectos, la que ha mostrado una vez más su rostro de custodia de la vida», como lo fue San José.
El ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret
D. Casimiro ha exhortado a fijarse en la Sagrada Familia. «En este hogar Jesús pudo educarse, formarse y prepararse para la misión recibida de Dios», es «una escuela de amor recíproco, de donación mutua, de acogida y de respeto entre sus miembros, de dialogo y de comprensión recíproca, y es una escuela de oración y de escucha constante de la voluntad de Dios», es, en definitiva, «el modelo donde todas las familias cristianas podéis encontrar la luz para vivir de acuerdo con el designio de Dios para cada uno de vosotros».
«Todos estamos llamados al amor»
“Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó: varón y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios es amor, y estamos creados a su imagen y semejanza, «nuestra identidad más profunda es la vocación al amor», somos creados «para amar y para ser amados en esta vida y llegar a la plenitud del amor de Dios en la eterna, este es el proyecto de Dios para cada uno». «Por eso, no hay nada más triste en este mundo que no amar ni ser amados», ha añadido el Obispo.
La vocación al amor toma formas diferentes según el estado de vida. De la misma forma, «en el seguimiento a Jesús, muchos sacerdotes hemos dado la vida para que vosotros, los fieles, podáis vivir del amor de Cristo», también «las personas consagradas son un signo elocuente del amor de Dios para el mundo y de la vocación de amar a Dios sobre todas las cosas». Y el matrimonio y la familia, ha resaltado, es «una llamada específica a vivir el amor conyugal siendo signo y lugar del amor de Dios manifestado en el amor entre Cristo y la Iglesia». Por todo ello es tan importante animar a todos, en especial a los jóvenes, «a buscar y descubrir su vocación al amor».
El Matrimonio y la familiacomo vocación al amor
Nuestro Obispo ha invitado a vivir el matrimonio «como una llamada de Dios al amor», pues «la relación entre un hombre y la mujer refleja el amor divino de manera completamente especial por la donación plena del uno al otro, en cuerpo, en alma y en corazón». El vínculo de los esposos «tiene una dignidad, tiene una belleza y tiene una grandeza inigualables», y mediante el sacramento del matrimonio, «estáis unidos por Dios, y con vuestra relación manifestáis el amor de Cristo».
En un contexto como el actual, «en el que muchas personas consideran al matrimonio como un contrato temporal que se puede romper, es de vital importancia comprender que el verdadero amor es fiel, es don de si mismo para siempre». «Es posible vivir el anuncio cristiano del matrimonio», porque Cristo mismo «se compromete con ellos para siempre», pero sabiendo que es necesario que se de «la gratitud, el respeto y el perdón mutuo».
En alusión a la vida cotidiana y de pareja, el Obispo ha puesto de relieve que es «donde los esposos aprenden a amar como Cristo ama, a ser familia cristiana, a ser una Iglesia doméstica donde se vive, se celebra, se transmite y se testimonia la fe».
Pastoral Familiar y de la Vida
«El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable», decía D. Casimiro mencionando la dificultad de muchas familias en encontrar una vivienda digna, en «conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos», falta también «aprecio social por la fidelidad esponsal, para la estabilidad matrimonial y para la natalidad». Por todo ello, ha invitado a convertir todo este contexto en una oportunidad nueva, en «un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y de amor , que engendra vida y esperanza en la sociedad».
Los matrimonios y las familias necesitan, por parte de la Iglesia, «una atención pastoral, una dedicación mayor y un acompañamiento personalizado». También es necesario un acompañamiento a aquellas familias que se encuentran atravesando alguna crisis, a los que se quedan solos, a las familias pobres y a las desestructuradas. «Este año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, para escucharlas, y emprender iniciativas que les ayuden a cultivar su amor».
Para ello es necesario un cambio de mentalidad, tal y como ha indicado D. Casimiro, «porque los matrimonios y las familias no solo sois destinatarios de la acción pastoral de nuestra Iglesia, si no que estáis llamados a ser protagonistas, sujetos activos en la pastoral», pues las familias «podéis aportar mucho a toda la sociedad y a nuestra Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la Diócesis».
El compromiso de la Iglesia con esta importante tarea se ha materializado a través de esta homilía, que D. Casimiro ha concluido manteniéndose firme en la necesidad de crear una «cultura de la familia y de la vida que recree un verdadero ambiente familiar». Esa es la misión de la Iglesia y de las familias, «anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia, generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor». En este sentido, ha afirmado nuestro Obispo, «la alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia, la fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia, y es fuente de alegría y de esperanza para todo ser humano y la sociedad».
Nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, ha dirigido hoy una carta a todos los fieles de la Diócesis con motivo de la celebración del Día del Seminario, una ocasión especial “para conocer, rezar y apoyar, también económicamente, nuestros Seminarios diocesanos”, y que este año lleva por lema `Padre y hermano, como San José´.
Lo celebraremos teniendo en cuenta que este es un año dedicado a San José, declarado por el Papa Francisco en la Carta apostólica `Patris corde´ (con Corazón de padre), con motivo del 150º aniversario de la proclamación del santo como patrono de la Iglesia Universal.
Además, tal y como indica D. Casimiro, “es fundamental en la vida de todo cristiano y, en especial, es modelo de entrega para los sacerdotes y seminaristas de todo el mundo”, y a él acudimos “como protector de las vocaciones sacerdotales, pues el sacerdote es llamado a custodiar a la gran familia de la Iglesia y a entregar la vida por Cristo y por los demás”.
Por ello nos exhorta a pedir la intercesión del padre de Jesús de Nazaret y esposo de María, orando con intensidad, “para que niños, adolescentes y jóvenes escuchen y acojan la llamada de Dios al sacerdocio”. Cabe recordar que nuestra Diócesis, entre los tres seminarios, Mater Dei –Mayor y Menor- y Redemptoris Mater, cuenta con 26 seminaristas.
De este modo, en nuestra Diócesis el Día del Seminario se celebrará en las misas dominicales del domingo siguiente a la festividad (19 de marzo), el día 21 de marzo y su víspera. “Es de suma importancia que cada vez más fieles sientan la necesidad de poner cara a los seminaristas y de rezar de manera especial por su vocación y santificación, aparte de poder comprometerse económicamente en dicha formación con su limosna”.
Este año, por la situacion que vivimos, en la fiesta de la Inmaculada Concepción celebramos el Día del Seminario con el lema «Pastores Misioneros».
Por este motivo, hoy traemos la conversación completa entre los seminaristas Isaac Huguet y Rafael Sánchez con Jordi Mas sobre la llamada a la misión que tiene el sacerdote hoy en día.
Recemos para que el Señor, mediante la intercesión de la Santísima Virgen María, nos bendiga con muchas y santas vocaciones a la vida sacerdotal.
Oración por las Vocaciones
Jesús, maestro bueno, tú sabes que necesitamos sacerdotes.
Suscita en nuestra diócesis de Segorbe-Castellón, si es tu voluntad, muchos y santos sacerdotes.
Atrae hacia ti a niños y jóvenes generosos que, formándose en nuestros seminarios, sean un día enviados como ministros de tu Iglesia.
Buen Pastor, fortalece a los que elegiste y ayúdales a responder plenamente a tu llamada.
María Inmaculada, Madre de las vocaciones, intercede por nosotros.
Este año, a causa de la pandemia del Covid-19, celebramos el Día del Seminario el día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada. Esta Jornada es una ocasión muy propicia para que todo el Pueblo de Dios tomemos conciencia de la importancia del Seminario Diocesano para nuestra Iglesia diocesana. En el Seminario, la casa y el corazón de la Diócesis, germinan y maduran las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial, y se forman nuestros futuros pastores misioneros.
Es conocido que sufrimos un fuerte ‘invierno de vocaciones’, que entre nosotros alcanza niveles muy preocupantes. Esto no nos puede ser indiferente. Cierto que nuestro seminario menor, que crece año a año, es motivo de esperanza; pero no es menos cierto que son muy escasos los seminaristas del seminario mayor, y más aún los que proceden de nuestras comunidades cristianas. Ya nos dijo san Juan Pablo II que “la falta de vocaciones es la tristeza de cada Iglesia”, por lo que “la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia” (PDV 34d). Y los obispos españoles en un escrito sobre este tema afirmamos que “es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea ineludible de la pastoral vocacional” (Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI, 26 de abril 2012, 30).
Toda nuestra comunidad diocesana debe sentirse llamada a implicarse en esta tarea: Obispo y sacerdotes, familias y comunidades cristianas, catequistas y otros agentes de pastoral. Esta tarea no es cosa sólo de unos pocos. A ningún cristiano o comunidad cristiana le puede ser indiferente la escasez de vocaciones; no nos puede dar lo mismo que niños, adolescentes y jóvenes puedan o no escuchar, discernir y acoger la posible llamada del Señor a ser pastores misioneros como camino concreto de vivir la llamada de Jesús a todos a ser sus discípulos misioneros. Y a todos nos debe preocupar que nuestras comunidades se puedan ver privadas de sacerdotes, que las cuiden en nombre de Jesús, el Buen Pastor.
Toda vocación es un don de Dios. Por ello lo primero que hemos de hacer es orar con mayor frecuencia e intensidad por las vocaciones al sacerdocio. Jesús mismo nos dice: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).
Además, entre todos hemos de lograr que haya familias y comunidades cristianas capaces de suscitar en nuestros niños y jóvenes un encuentro personal con Cristo que los entusiasme, enamore y provoque su entrega incondicional a Jesús y a los demás. Como nos dice el Papa Francisco, la escasez de vocaciones se debe “frecuentemente a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (EG 107).
La principal manera de ayudar a un niño o a un joven a discernir la vocación a la que Dios le llama es ayudarle y acompañarle a llevar una vida de oración profunda y constante para que su corazón esté abierto a la llamada amorosa del Señor. La escucha y la acogida de esta llamada interior requieren “espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno” (Francisco, Christus vivit, 283). También hoy los niños, adolescentes y jóvenes son sensibles a esos momentos de silencio y de encuentro personal con Cristo, vividos en comunidad, que hacen posible escuchar la voz de Aquel que nos llama siempre.
Para seguir las huellas del Buen Pastor, la vocación de pastor pide una entrega total, una entrega de amor, que compromete toda la vida. Puede que hablar de una entrega total de sí mismo y para siempre, resulte hoy especialmente difícil. Pero, es preciso ser claros y fieles al modo como Jesús y la Iglesia nos enseña a recibir esta vocación sacerdotal. En el desarrollo y la maduración de la vida cristiana de niños, jóvenes y adultos, hay etapas y altibajos, pero lo importante es saber orientar un camino que, confiando en la gracia del Señor, mira siempre a una entrega más grande y total.
Oremos para que el Señor nos envíe vocaciones sacerdotales. Y para que nuestros seminaristas sean formados para ser discípulos y misioneros enamorados del Buen Pastor, que vivan en medio de su pueblo para servirlo y llevarle la misericordia de Dios. En estos tiempos de sombras, Dios quiere seguir haciendo brillar su Rostro amoroso y hacer oír su voz que es luz y vida. Los sacerdotes son hoy más necesarios que nunca. La pastoral vocacional y nuestros Seminarios son cosa de todos.
`Convento 5´ es el título del vídeo en el que las hermanas Sor Natividad y Sor Cecilia, del Monasterio de Monjas Agustinas de Montornés, en Benicàssim, cuentan su experiencia vocacional en la Vida Contemplativa y en la Clausura del monasterio, una vida rica y plena que merece la pena que sea conocida.
Este IV Domingo de Pascua, llamado del Buen Pastor, la Iglesia universal nos pide orar por las vocaciones, y, en España, también por las vocaciones nativas en los ‘países de misión’. Este año no será posible celebrarlo en las parroquias en la forma acostumbrada a causa de la pandemia del coronavirus; sin embargo, todos los cristianos volvemos a estar llamados a rezar, allá donde nos encontremos, por todas las vocaciones de especial consagración en el mundo, y para que el Señor siga llamando a jóvenes y éstos puedan decir sí a la llamada.
Por san José celebramos cada año el Día del Seminario. Este año será el domingo, 22 de marzo, y en las Misas vespertinas del sábado anterior. San José es patrono de la Iglesia universal y de los seminarios. Él es el hombre justo, que Dios puso al frente del hogar de Nazaret para cuidar de María y de Jesús. Allí se fue educando y formando el corazón sacerdotal de Jesús. Hoy san José sigue cuidando de los que se preparan para ser pastores misioneros al servicio de los hermanos.
En el Día del Seminario, nuestros Seminarios diocesanos mayores –Mater Dei y Redemptoris Mater- y el menor –Mater Dei-, están en el primer plano de nuestra atención y de nuestra oración. El Seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial. De nuestros seminarios depende en gran medida el futuro de la vitalidad cristiana y misionera de nuestra Iglesia; en ellos se forman los futuros pastores misioneros –como reza el lema de este año- de nuestras comunidades. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, no hay Iglesia, ni comunidad cristiana como tampoco servidores del resto de los cristianos, vocaciones y carismas, que salen y alientan a salir a la misión del anuncio el Evangelio.
Todos los diocesanos debemos sentir nuestros Seminarios como algo nuestro, conocerlos, quererlos, acercarnos a ellos y apoyarlos, también en la economía. Nuestros sacerdotes gozan en general de alta estima en las comunidades cristianas; todas quieren contar con un buen sacerdote. Su renuevo, sin embargo, es cada día más difícil por la escasez de vocaciones. Decía san Juan Pablo II que “la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia”; por ello añadía que “la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia” (PDV, n. 34d). No nos quedemos en una tristeza o queja inútil; es la hora de la fe y de la confianza en el Señor que nos envía a seguir echando las redes en la tarea de la pastoral vocacional; ésta pide de todos una implicación activa y gozosa: del Obispo y los sacerdotes, del resto de los cristianos y las familias cristianas, de catequistas y comunidades parroquiales y eclesiales en general.
Ante todo quiero resaltar la necesidad de una oración personal y comunitaria más intensa a Dios, ‘el Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies’. Sabemos que toda vocación es un don gratuito de Dios para su Iglesia y para la humanidad; un don que hemos de saber pedir con humildad, pero con insistencia. Nuestra oración por las vocaciones sacerdotales, más intensa estos días, no puede faltar a lo largo del año.
Nuestra oración al Dueño de la mies ha de ir acompañada de obras. Entre todos hemos de crear un clima vocacional en el que pueda ser escuchada y acogida la llamada de Dios al sacerdocio ordenado. Toda vocación nace de un encuentro con el Señor; por ello lo primero que hemos de hacer es que haya familias y comunidades cristianas vivas y fervorosas, capaces de suscitar ese encuentro con Cristo que entusiasme, enamore y provoque la entrega incondicional a los demás en los más jóvenes.
Además, la principal manera de ayudar a un niño, adolescente o joven a discernir la vocación es ayudarle y acompañarle a llevar una vida de oración profunda y constante para que su corazón esté abierto a la llamada amorosa del Señor. Esto requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno (Christus vivit, n. 283). A pesar del ruido que nos envuelve, los jóvenes son sensibles a momentos de silencio y de encuentro personal con Cristo, vividos en comunidad, que hacen posible que se escuche la voz interior de Aquel que nos llama siempre. Nuestras vigilias con jóvenes son una muestra de esta sensibilidad.
En la maduración de la vocación hay etapas y altibajos; pero lo importante es saber orientar un camino que, confiando en la gracia del Señor, mira siempre a una entrega más grande y total. Quien se abre al amor de Dios no se encierra en sí mismo, sino que se deja llenar de Dios, para consagrarse de por vida a Él y para entregar su vida para los demás. Toda la Iglesia es misionera. La vocación a ser pastor y a ser misionero está estrechamente entrelazada. En estos tiempos de sombras, Dios quiere seguir haciendo brillar su Rostro lleno de amor por los hombres y mujeres de esta generación y hacer oír su voz que es luz y vida. Los sacerdotes son hoy más necesarios que nunca.
Oremos y ayudemos a que la vocación al sacerdocio sea descubierta y acogida con generosidad por niños, adolescentes y jóvenes, y por sus familias.
Numerosos fieles han participado la noche del sábado 7 de marzo en la Vigilia por la Vocaciones organizada por la Adoración Nocturna masculina y femenina, ANE y ANFE, respectivamente. El lugar escogido ha sido la iglesia mayor del Seminario Mater Dei. El acto comenzó con la acogida, seguida de la procesión de banderas mientras se rezaba el rosario, vísperas y Eucaristía. Al final se concluyó con un turno de vela hasta pasada la medianoche.
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