Los obispos españoles celebraron ayer una Eucaristía en la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena en memoria de las víctimas y de todos los afectados por la DANA que ha asolado Valencia y el sudeste español. Entre todos los representantes civiles que acudieron se encontraban los senadores por Castellón, Jaime Llorens y Susana Marqués.
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La Eucaristía, preparada por el equipo de celebraciones litúrgicas de la Conferencia Episcopal Española (CEE), es lo más “radical que puede ofrecer la Iglesia, que es la esperanza en Jesucristo resucitado», como afirmó en su anuncio el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis. J. Argüello.
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Esta Eucaristía, presidida por Mons. Enrique Benavent, arzobispo de Valencia, y concelebrada por 107 obispos españoles, entre ellos nuestro Obispo D. Casimiro, junto con el Nuncio de Su Santidad, Mons. Bernardito Cleopas Auza, se enmarca dentro de la 126ª Asamblea Plenaria, que se está celebrando del 18 al 22 de noviembre en Madrid.
Puedes leer AQUÍ la homilía de Mons. Benavent, arzobispo de Valencia
Otra de las acciones que también convocará la Iglesia será una colecta, el domingo 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey, en todas las eucaristías que se realicen en España en favor de los damnificados por esta catástrofe. Los obispos también dedicarán un tiempo durante la Plenaria a la situación generada por la DANA.
Nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, junto a los demás obispos españoles, participa desde ayer en la 126ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que se celebrará hasta el próximo viernes en su sede. La sesión inaugural comenzó con el discurso de Mons. Luis Argüello, presidente de la CEE, y fue seguida por la intervención del nuncio apostólico en España, Mons. Bernardito Auza.
Además, como anunció Mons. Argüello, el domingo 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey, la Conferencia Episcopal convoca una colecta en todas las eucaristías que se realicen en España en favor de los damnificados por esta catástrofe. Los obispos también dedicarán un tiempo durante la Plenaria a la situación generada por la DANA.
Temas de la Plenaria
Estos son los temas que llevarán a la Plenaria las Comisiones Episcopales y otros organismos de la CEE:
Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad humana, proyecto de “hospitalidad atlántica”.
Subcomisión Episcopal para la Juventud y la Infancia, proyecto marco de Pastoral juvenil.
En la Asamblea los obispos van a dialogar sobre tres acontecimientos relevantes en la vida de la Iglesia en este curso:
El Sínodo de los obispos, cuya fase final se celebró en Roma el pasado mes de octubre.
El Jubileo 2025 y la participación de la CEE en las distintas convocatorias organizadas con el lema «Peregrinos de la esperanza».
El Congreso Nacional de Vocaciones, asamblea de llamados para la Misión, que se va a celebrar en Madrid del 7 al 9 de febrero.
También se ha previsto un tiempo para el diálogo sobre el documento final del plan de puesta en marcha de los criterios para la reforma de los seminarios en España y sobre la reestructuración de los institutos teológicos e institutos superiores de ciencias religiosas.
Otros asuntos del orden del día
Como es habitual en la Plenaria de noviembre, los obispos estudiarán, para su aprobación, el presupuesto del Fondo Común Interdiocesano y de la Conferencia Episcopal para 2025.
Los obispos recibirán información sobre el estado actual del grupo Ábside (TRECE Y COPE), del secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia, del órgano de cumplimiento normativo y de Manos Unidas. Además, Ayuda a la Iglesia Necesitada presentará la iniciativa Redweek, con la que invita a abrir los ojos a la realidad de los cristianos perseguidos en el mundo a causa de su fe.
La Plenaria dedicará un tiempo para que los presidentes de las Comisiones Episcopales comuniquen sus actividades y proyectos. Además, se abordarán distintos asuntos de seguimiento. Se completa el orden del día con el capítulo dedicado a las asociaciones nacionales.
El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Mons. Luis Argüello, anuncia que durante la semana de la Asamblea Plenaria del 18 al 22 de noviembre, tendrán lugar dos acciones en favor de los afectados por las terribles consecuencias de la Dana en Valencia, pero también en otras partes de España, como Albacete, Cuenca, Cataluña y Andalucía.
Por un lado, todos los obispos españoles celebrarán la Eucaristía «como apoyo espiritual» el martes 19 de noviembre en la catedral de la Almudena de Madrid «ofreciendo lo más radical que puede ofrecer la Iglesia, que es la esperanza en Jesucristo resucitado». Además, el domingo 24 de noviembre, fiesta de Cristo Rey, se convocará una colecta en todas las eucaristías que se realicen en España en favor de los damnificados por esta catástrofe.
Mons. Luis Argüello, que ha hecho este anuncio en Valladolid durante la rueda de prensa de presentación de la XLIV Semana Social, ha señalado que con la celebración de la Eucaristía «queremos ofrecer nuestro apoyo espiritual y nuestra invocación al Señor por el eterno descanso de las víctimas». También invita a sumarse a la colecta que será ofrecida «como una pequeña ayuda» porque «las necesidades económicas de reconstrucción son impresionantes» y hace falta «arrimar el hombro».
El portal «Dono a mi Iglesia» abre una campaña para donar a la diócesis de Valencia
Además, el portal «Dono a mi Iglesia» ha abierto una campaña que permite ayudar directamente a la diócesis de Valencia. Con el título «Reconstruye tu comunidad», este portal invita a donar para ayudar a las parroquias afectadas por la Dana.
El Día de la Iglesia Diocesana se suma a la Campaña de Cáritas
Por otro lado, la página «Por tantos», que estos días presenta la Campaña del Día de la Iglesia Diocesana, se suma a la recogida de fondos que lleva a cabo Cáritas. Así, pinchando en su web, aparece también una ventana emergente para hacer estos donativos.
Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los que han perdido un hijo: “Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón”.
«La muerte es una experiencia que toca a todas las familias, sin excepción. Forma parte de la vida; sin embargo, cuando toca los afectos familiares, la muerte nunca nos parece natural. Para los padres, vivir más tiempo que sus hijos es algo especialmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si se detuviese el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva al hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor gozosamente entregados a la vida que hemos traído al mundo. Muchas veces vienen a misa a Santa Marta padres con la foto de un hijo, de una hija, niño, joven, y me dicen: «Se marchó, se marchó». Y en la mirada se ve el dolor. La muerte afecta y cuando es un hijo afecta profundamente. Toda la familia queda como paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre también el niño que queda solo, por la pérdida de uno de los padres, o de los dos. Esa pregunta: «¿Dónde está papá? ¿Dónde está mamá?». —«Está en el cielo». —«¿Por qué no la veo?». Esa pregunta expresa una angustia en el corazón del niño que queda solo. El vacío del abandono que se abre dentro de él es mucho más angustioso por el hecho de que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para «dar un nombre» a lo sucedido. «¿Cuándo regresa papá? ¿Cuándo regresa mamá?». ¿Qué se puede responder cuando el niño sufre? Así es la muerte en la familia.
En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y al cual no sabemos dar explicación alguna. Y a veces se llega incluso a culpar a Dios. Cuánta gente —los comprendo— se enfada con Dios, blasfemia: «¿Por qué me quitó el hijo, la hija? ¡Dios no está, Dios no existe! ¿Por qué hizo esto?». Muchas veces hemos escuchado esto. Pero esa rabia es un poco lo que viene de un corazón con un dolor grande; la pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá, es un gran dolor. Esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho, la muerte es casi como un agujero. Pero la muerte física tiene «cómplices» que son incluso peores que ella, y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en definitiva, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace aún más dolorosa e injusta. Los afectos familiares se presentan como las víctimas predestinadas e inermes de estos poderes auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la absurda «normalidad» con la cual, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los hechos que añaden horror a la muerte son provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. Que el Señor nos libre de acostumbrarnos a esto.
En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, muchas familias demuestran con los hechos que la muerte no tiene la última palabra: esto es un auténtico acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto —incluso terrible— encuentra la fuerza de custodiar la fe y el amor que nos unen a quienes amamos, la fe impide a la muerte, ya ahora, llevarse todo. La oscuridad de la muerte se debe afrontar con un trabajo de amor más intenso. «Dios mío, ilumina mi oscuridad», es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de los que el Padre le ha confiado, nosotros podemos quitar a la muerte su «aguijón», como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15, 55); podemos impedir que envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro.
En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor venció la muerte una vez para siempre. Nuestros seres queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por eso el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en que cada lágrima será enjugada, cuando «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap 21, 4). Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una solidaridad de los vínculos familiares más fuerte, una nueva apertura al dolor de las demás familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza. Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la fe. Pero quisiera destacar la última frase del Evangelio que hemos escuchado hoy (cf. Lc 7, 11-15). Después que Jesús vuelve a dar la vida a ese joven, hijo de la mamá viuda, dice el Evangelio: «Jesús se lo entregó a su madre». ¡Esta es nuestra esperanza! Todos nuestros seres queridos que ya se marcharon, el Señor nos los devolverá y nos encontraremos con ellos. Esta esperanza no defrauda. Recordemos bien este gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará el Señor con todos nuestros seres queridos en la familia.
Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de tal modo que la verdad cristiana «no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios tipos», cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna (cf. Benedicto xvi, Ángelus del 2 de noviembre de 2008). Hoy es necesario que los pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe respecto a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto —tenemos que llorar en el luto—, también Jesús «se echó a llorar» y se «conmovió en su espíritu» por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11, 33-37). Podemos más bien recurrir al testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que supieron percibir, en el durísimo paso de la muerte, también el seguro paso del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Es de ese amor, es precisamente de ese amor, de cual debemos hacernos «cómplices» activos, con nuestra fe. Y recordemos el gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontremos, cuando la muerte será definitivamente derrotada en nosotros. La cruz de Jesús derrota la muerte. Jesús nos devolverá a todos la familia.»
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todos los que sufren por cualquier causa, por los pobres, migrantes, los enfermos, los cristianos perseguidos, para que hallen en nuestra caridad el consuelo y la cercanía que necesitan, así como una ayuda eficaz para aliviar las consecuencias de su situación”.
«Somos ungidos para ungir a nuestro Pueblo de Dios. Seamos siempre mediadores generosos de la gracia de Dios, siempre disponibles para ofrecer nuestro servicio pastoral a quien nos lo reclame. Acojamos en nuestro corazón el programa esbozado por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Amemos a todos, pero especialmente a los más pobres, a los cautivos por tantas cadenas, a los enfermos y a los marginados por la soledad y el abandono, a los parados y a los que han pedido toda esperanza. Aceptemos también el sufrimiento pastoral, que significa, en palabras del Papa, “sufrir con y por las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos”. Oremos ante el Sagrario por nuestro pueblo, teniendo muy presentes la vida, problemas y sufrimientos de nuestros fieles.
Queridos hermanos sacerdotes: Redescubramos la alegría, la belleza y la grandeza de nuestra misión y renovemos nuestras promesas sacerdotales con la confianza puesta en el Señor.»
El Día de la Iglesia Diocesana invita a buscar “en tu interior” para descubrir “el plan que Dios tiene para ti”.
La Campaña gira en torno a las vocaciones, en sintonía con el Congreso de Vocaciones que se va a celebrar en Madrid del 7 al 9 de febrero.
“Todos queremos encontrar la felicidad en nuestra vida, pero a veces buscamos en el lugar equivocado”.
El “final feliz” está cuando dejas de ir por delante de Dios y te dejas guiar por Él.
El secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia pone en marcha la Campaña del Día de la Iglesia Diocesana que, con el lema “¿Y si lo que buscas está en tu interior?”, se celebra el 10 de noviembre. Este año, la Campaña gira en torno a las vocaciones, en sintonía con el Congreso Nacional de Vocaciones que se va a celebrar en Madrid del 7 al 9 de febrero.
Este encuentro quiere ser una “gran fiesta” de la Iglesia para avivar el deseo y la necesidad de las vocaciones. Como anticipo, el Día de la Iglesia Diocesana invita a buscar “en tu interior” para descubrir “el plan que Dios tiene para ti”. Porque “todos queremos encontrar la felicidad en nuestra vida, pero a veces buscamos en el lugar equivocado”. Responder a la “llamada” resulta «transformador e invita a vivir con autenticidad, compromiso y plenitud”.
Una ‘llamada’ que cambia vidas
Pilar, Montse, Litus, Pedro, Diego, Carmen y Alberto respondieron con un sí al plan que Dios tenía para ellos. Para cada uno tenía prevista una vocación. Los siete son los protagonistas de esta Campaña. Con sus testimonios certifican que una “llamada” cambia vidas porque la suyas cambiaron al descubrir que el “final feliz” está cuando dejas de ir por delante de Dios y te dejas guiar por Él.
Todos estos testimonios están disponibles, desde el jueves 24 de octubre, en la página web de la Campaña, con la que el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a preparase para la búsqueda más importante de tu vida: buscaentuinterior.es
También se puede acceder a cada una de las revistas “Nuestra Iglesia”. En esta publicación se muestra el alcance de la labor que se realiza en todas las diócesis gracias a la misión compartida por todo el pueblo de Dios, cada uno desde su propia vocación, pero todos al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Y como juntos llegamos más lejos, desde la web se proponen cuatro alternativas de colaboración:
– Tu oración: Puedes rezar por tu parroquia, porque tu oración es necesaria y será el alma de toda la actividad que se realice. Con ella, los frutos serán mayores y más permanentes.
– Tu tiempo: Dedica algo de tu tiempo en tu parroquia a los demás. El tiempo que puedas: media hora, una, tres horas… Lo que se ajuste a tu situación de vida.
– Tus cualidades: Cada uno puede aportar un poco de lo que sabe: una sonrisa cercana, una mano que sostiene, remangarse cuando sea necesario, o acompañar en silencio al que sufre.
– Tu apoyo económico: Haz un donativo. Con tu aportación periódica ayudas más, porque permiten elaborar presupuestos y mejorar la utilización de los recursos y planificar acciones a medio y largo plazo.
Esta colaboración hace posible que más de cuatro millones de personas hayan podido ser atendidas en centros asistenciales de la Iglesia; que sujetan las casi 23.000 parroquias que están al servicio de toda la sociedad; y que sacerdotes, voluntarios y seglares puedan dedicar más de 40 millones de horas a los demás. También gracias a esa corresponsabilidad, hay más de 10.000 misioneros españoles en los cinco continentes.
Difusión de la Campaña
Para la difusión de la campaña del Día de la Iglesia diocesana, el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia ha elaborado distintos materiales: vídeos, carteles, cuñas de radio, subsidio litúrgico. En total, 200 formatos distintos en cuatro idiomas.
Los medios digitales, las radios y las revistas religiosas serán el cauce de difusión desde el 28 de octubre al 10 de noviembre.
Además, y a través de los delegados de medios de comunicación, también se hace presente en cada una de las diócesis españolas.
Descubre cómo cambio su vida
Pilar: “Si Tú quieres que sea monja seré monja, y ya está”
A Pilar le gustaba su vida, aunque había algo que le faltaba. La muerte de su madre supuso “un clic fuerte” que le hizo preguntarse cuál era su lugar en el mundo. En Dios encontró la respuesta. No pensó en lo que renunciaba, sino en todo lo que se encontraba. Ahora es monja cisterciense, lo que le hace sentirse en el corazón de la Iglesia y del mundo. Esta vocación llena su vida. Aunque pueda parecer contradictorio, entrando en el interior realmente uno sale hacia los demás.
Montse: “Tuve muchas dudas… Quería también, pues oye, una vida de familia”
Montse descubrió lo que es la entrega al conocer a unas misioneras. Pero quería una vida familiar. Ante la duda, Dios le dio la fuerza y le mostró el camino. Y así encontró su vocación. Ahora es misionera en Japón donde ha descubierto la tristeza de vivir sin sentido y los suicidios. Donde ha descubierto que hay una gran labor que hacer. Donde ha descubierto que puedes ayudar a que una persona recupere su dignidad. Y donde ha descubierto que transmitir el mensaje de Jesús es lo que le motiva y da sentido a su vida. Donde ha descubierto que ahí estaba Cristo y que es el lugar que Dios le tenía reservado para estar.
Litus era más caótico que católico. Su vida era el hockey y la fiesta. Pero la pérdida de su abuela le hizo plantearse que tenía que haber algo más. Si no porqué le faltaba algo teniendo todo lo que humanamente quería. En Medjugorje descubrió que podía hablar con Dios. Comenzó pidiendo ayuda para incorporarse con la Selección a los Juegos Olímpicos de Pekín. Pero terminó pidiendo ser simplemente feliz. Ahora es sacerdote y ayuda a la gente a encontrar a Dios a través del deporte. O al menos, para que sea una un cauce de crecimiento personal.
Pedro: “Descubro que todo eso por lo que he luchado al final no me da la felicidad”
Pedro es ingeniero. Pero después de luchar por tenerlo todo -estudios, un buen trabajo, una buena posición- descubrió que ese todo no le daba la felicidad. Su vida cambió por un enfermo de Sida, del que se despidió con un hasta mañana que no se cumplió. Para la siguiente visita, ya había fallecido. Además, de dar clases en un colegio, ahora es diácono. Y como diácono está especialmente llamado a servir a los pobres. A servir a Cristo a través de la caridad.
Diego: “Se trata de esperanza, que hay final feliz”
Diego perdió la esperanza en la adolescencia tras la muerte, en 15 días, de dos sacerdotes muy queridos. Una luz le llevó de nuevo al camino. Entró en una comunidad en la que encontró a su mujer y su vocación. Además de escritor y productor audiovisual, ahora es un laico que tiene como misión de evangelización acompañar a los jóvenes. Él sabe que puede aportar algo, sobre todo esperanza. Para que, como él, tengan también un final feliz.
Alberto y Carmen: ¿Qué es el matrimonio? Pues… el caminar juntos”
Alberto y Carmen están casados y son padres de dos hijos. Como matrimonio, ahora caminan juntos, aunque para encontrar su vocación recorrieron rutas distintas. El encuentro de Alberto con Jesús fue tardío. Mientras, Carmen quería guiar a Dios y ser monja, hasta que descubrió que era mejor que el guía fuera Él. Fue en unos ejercicios espirituales donde el Señor le puso en el corazón la certeza de que su vocación era el matrimonio. Descubrió que lo que verdaderamente su corazón ansiaba era ser “uno” con Alberto.
La XXXI Asamblea Nacional del Apostolado del Mar y la Jornada Técnica sobre Comités de Bienestar Portuario se celebraron en Vigo del 17 al 20 de octubre, bajo el tema «Stella Maris en marcha». Este encuentro fue organizado por el departamento de Stella Maris de la Conferencia Episcopal Española (CEE), integrado en la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana, y contó con la participación de la Diócesis de Segorbe-Castellón, concretamente de dos voluntarios, Xose Filgueira y Javier Peris, y del Director de Stella Maris de Castellón, D. Albert Arrufat.
El día 18 de octubre, la primera ponencia fue ofrecida por el presidente de Puertos del Estado, Álvaro Rodríguez, quien habló sobre «Los Comités de Bienestar en la red de puertos del estado español». A continuación, Stuart Rivers, consejero delegado del Merchand Navy Welfare Board en el Reino Unido, presentó el tema «La red de Comités de Bienestar Portuario y el nacional en Reino Unido».
El director del departamento Stella Maris de la CEE, Ricardo Rodríguez-Martos, expuso sobre «Los Comités de Bienestar en España. El puerto de Barcelona», mientras que Rosa Quintana, portavoz de la Comisión de Agricultura, Pesca y Alimentación y diputada nacional, habló sobre la aportación de Galicia a la cooperación al desarrollo, enfocándose en el tema «Mejorando la vida de la gente de mar».
Por la tarde, Tim Hill, director ejecutivo de Stella Maris en el Reino Unido, ofreció una ponencia sobre la estructura y organización de Stella Maris en Reino Unido, así como sobre su enfoque en la salud mental de los marinos. La última ponencia del día 18, titulada «El Programa de Bienestar en puerto, del Instituto Social de la Marina», fue presentada por Gloria Riesco, del Instituto Social de la Marina de Vigo y miembro de la Sociedad Española de Medicina Marítima.
El sábado 19 de octubre, tras la jornada técnica del día anterior, se llevó a cabo la XXXI Asamblea Nacional de Stella Maris. Mons. Luis Quinteiro Fiuza, obispo promotor de Stella Maris en la CEE, y Ricardo Rodríguez-Martos, director del departamento, ofrecieron unas palabras de bienvenida, mientras que la inauguración de la Asamblea estuvo a cargo de Mons. Antonio Valín, obispo de la diócesis de Tui-Vigo.
La primera ponencia de la Asamblea, presentada por José Vidal, vicario de Pastoral de la diócesis de Tui-Vigo, abordó las «Razones teológicas de la misión evangelizadora de Stella Maris». En la segunda ponencia, se discutieron «Las necesidades del marino hoy», a cargo de responsables de diferentes áreas de Stella Maris en Tarragona, Castellón, Barcelona y Vigo. Finalmente, varios ponentes trataron sobre la gestión de los centros de marinos y la formación de voluntarios y colaboradores.
La Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida ha anunciado una nueva sesión de formación online titulada «La cultura vocacional y la vocación laical». Este evento se enmarca dentro de las Jornadas nacionales de delegados y responsables de Apostolado Seglar, así como de Movimientos y Asociaciones.
La conferencia contará con la participación de destacados ponentes, entre ellos Jorge Sierra, Hno. de La Salle y delegado vocacional de su institución en España y Portugal, y Estrella Moreno, directora del Instituto Teológico y Pastoral de Bilbao. La moderación estará a cargo de Sandra Várez, directora de Comunicación de la Fundación Pablo VI.
La cita formativa se llevará a cabo el sábado 26 de octubre, de 10:30 a 13:30 horas, y está dirigida a delegados de Apostolado Seglar de las diócesis, movimientos, asociaciones y vida consagrada, así como a laicos de cualquier edad, sacerdotes y religiosos interesados en el tema.
La participación es gratuita y exclusivamente online, y para inscribirse es imprescindible completar el formulario disponible AQUÍ
Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el don de la diversidad en la Iglesia: “Oremos para que la Iglesia siga apoyando por todos los medios un estilo de vida sinodal, bajo el signo de la corresponsabilidad, promoviendo la participación, la comunión y la misión compartida entre sacerdotes, religiosos y laicos”.
El título del Congreso habla de la “llamada” a “caminar juntos”, situando el tema en el contexto más amplio de la sinodalidad. El camino que Dios está indicando a la Iglesia es precisamente el de vivir de manera más intensa y concreta la comunión, y caminar juntos. La invita a superar los modos de obrar autónomos o como las vías paralelas del tren, que nunca se encuentran: el clero separado de los laicos, los consagrados separados del clero y de los fieles, la fe intelectual de algunas élites separada de la fe popular, la Curia romana separada de las Iglesias particulares, los obispos separados de los sacerdotes, los jóvenes separados de los ancianos, los matrimonios y las familias poco implicadas en la vida de las comunidades, los movimientos carismáticos separados de las parroquias, por citar sólo algunos. Esta es la tentación más grave en este momento. Todavía queda mucho camino por recorrer para que la Iglesia viva como un cuerpo, como verdadero Pueblo, unido por la única fe en Cristo Salvador, animado por el mismo Espíritu santificador y orientado a la misma misión de anunciar el amor misericordioso de Dios Padre.
Este último aspecto es decisivo: un Pueblo unido en la misión. Y esta es la intuición que siempre debemos custodiar: la Iglesia es el santo Pueblo fiel de Dios, según lo que afirma Lumen Gentium en los nn. 8 y 12; no populismo ni elitismo, es el santo Pueblo fiel de Dios. Esto no se aprende teóricamente, se entiende viviéndolo. Después se explica, como se puede, pero si no se vive no se sabrá explicar. Un Pueblo unido en la misión. La sinodalidad encuentra su origen y su fin último en la misión, nace de la misión y está orientada a la misión. Pensemos en los orígenes, cuando Jesús envió a los apóstoles y ellos volvieron muy contentos, porque los demonios “huían de ellos”; fue la misión la que dio ese sentido eclesial. De hecho, compartir la misión acerca a los pastores y a los laicos, les da un propósito común, manifiesta la complementariedad de los diversos carismas y, por eso, suscita en todos el deseo de caminar juntos. Lo vemos en Jesús mismo, que desde el comienzo se rodeó de un grupo de discípulos, hombres y mujeres, y vivió con ellos su ministerio público. Pero nunca solo. Y cuando envió a los Doce a anunciar el Reino de Dios, los mandó “de dos en dos”. Lo mismo vemos en san Pablo, que siempre evangelizó junto a otros colaboradores, también laicos y parejas de esposos; nunca solo. Y así fue en los momentos de gran renovación e impulso misionero en la historia de la Iglesia. Pastores y fieles laicos juntos. No individuos aislados, sino un Pueblo que evangeliza, el santo Pueblo fiel de Dios.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los agentes de pastoral laicos, por el fomento de los ministerios laicales en la Iglesia y por su compromiso en la vida pública”.
Los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los ha de hacer sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia. La Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Pueblo santo de Dios. Los laicos no son cristianos de segunda categoría o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia. Del mismo modo que los pastores, obispos y sacerdotes o la vida consagrada experimentan que su entrega al Señor y a la Iglesia es vocación, necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión.
Es muy importante que los laicos se sientan protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia (cf. LG n. 33). Los laicos os tenéis que sentir llamados por Jesús y acoger su llamada a ser misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Por estar inmersos en las realidades temporales, los laicos estáis llamados, de un modo particular, a ser misioneros en medio del mundo. Os corresponde sobre todo “la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (San Juan Pablo II). Ante el avance del fenómeno de la secularización, estáis llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas y a todos los ambientes.
En el interior de la Iglesia, los laicos estáis llamados por Jesús a participar activamente en tareas como la catequesis, la liturgia, la Eucaristía dominical, las cáritas, los consejos y otras muchas más de la vida y misión de la Iglesia. Os corresponde por derecho propio, y no por concesión de los sacerdotes.
Cada año, la Iglesia Católica dedica un día especial para recordar y reflexionar sobre el drama que viven millones de personas obligadas a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor. En este 2024, la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado se celebra bajo el lema “Dios camina con su pueblo”, un mensaje lleno de esperanza y de invitación a la solidaridad cristiana.
No en vano, el Papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada nos exhorta a tomar de la mano a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables para reconocer en ellos el rostro de Jesús y recorrer juntos el camino. La Conferencia Episcopal Española ha actualizado la identidad y el marco de referencia de la pastoral con personas migradas. Y ofrece, desde la diversidad aportada por las migraciones, algunas claves para afrontar los desafíos del futuro. Con este objetivo, la CEE ofrece la Exhortación pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”, que fue aprobada por la Asamblea Plenaria del pasado mes de marzo.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia ha entendido que su misión es estar junto a los más vulnerables, y en nuestros días, los migrantes y refugiados encarnan esta realidad de sufrimiento y exclusión. Jesús mismo fue un refugiado junto con su familia, cuando huyeron a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Esta experiencia de desarraigo y huida, vivida por el Hijo de Dios, sigue siendo una realidad para millones de personas en todo el mundo.
La Iglesia, en su misión de caridad y justicia, acompaña a aquellos que se ven forzados a dejar su tierra a causa de guerras, persecuciones, pobreza extrema o desastres naturales. A través de sus instituciones y organizaciones como Cáritas, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y otras entidades católicas, la Iglesia proporciona asistencia humanitaria, refugio, educación y apoyo espiritual a quienes más lo necesitan.
El Papa Francisco ha sido una voz profética en defensa de los migrantes, llamando repetidamente a la acogida y al respeto de su dignidad. Su invitación a «construir puentes y no muros» resuena como un llamado a la compasión cristiana y a la acción concreta frente a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo.
Un mensaje de esperanza
El lema de este año, “Dios camina con su pueblo”, nos recuerda que, en medio del sufrimiento, Dios nunca abandona a su pueblo. Como lo hizo con los israelitas durante el Éxodo, Dios sigue presente en los caminos de los migrantes y refugiados, acompañándolos en su travesía y dándoles la fortaleza para seguir adelante.
La Iglesia, como parte del pueblo de Dios, tiene la responsabilidad de hacer visible esta presencia de Dios. Está llamada a ser signo de esperanza, mostrando a través de su acción que nadie está solo en su camino. Este acompañamiento se traduce en gestos concretos de ayuda, pero también en una actitud profunda de acogida y escucha. La acogida es una de las actitudes más esenciales del cristiano frente a la realidad de los migrantes y refugiados. Esta acogida no se limita a abrir las puertas físicas, sino que es un compromiso de abrir el corazón, de derribar prejuicios y miedos, y de reconocer en el otro, sin importar su origen, raza o religión, la imagen de Dios. La actitud cristiana también debe incluir el acompañamiento. No basta con recibir a las personas que huyen de situaciones difíciles; es necesario caminar junto a ellas, conocer sus historias, sus heridas, y ofrecerles un apoyo integral que incluya tanto la ayuda material como el acompañamiento espiritual y psicológico. Los migrantes y refugiados necesitan ser escuchados y comprendidos, y la Iglesia, a través de sus comunidades, puede ofrecerles un espacio donde se sientan acogidos, respetados y valorados.
La Jornada en nuestra Diócesis
Desde el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis de Segorbe-Castellón se ha remitido una carta a todos los sacerdotes invitándolos a compartir la Jornada. Arrancará este viernes, día 27 de septiembre, en la Parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón, donde se celebrará una Vigilia de Oración que servirá de preparación y como punto de partida de la celebración.
Ya el domingo 29, a las 11 h en el edificio Menador (Plaza Huerto Sogueros) con una mesa informativa. A continuación, está prevista una ponencia que bajo el título «Dios camina con su pueblo» ofrecerá el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo. La Jornada proseguirá a las 17 h en la Plaza de las Aulas con un festival de folklore internacional.
La clausura estará presidida por el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, que celebrará una Eucaristía a las 19.30h en la Concatedral de Santa María. Desde el Secretariado para las Migraciones también se ha difundido el material específico para la celebración de la Jornada en todas las parroquias.
Con el inicio del mes de septiembre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el clamor de la tierra: “Oremos para que cada uno de nosotros escuche con el corazón el clamor de la Tierra y, de las víctimas de las catástrofes ambientales y de la crisis climática, comprometiéndonos personalmente a cuidar el mundo que habitamos”.
Desgraciadamente, asistimos a una crisis social y medioambiental sin precedentes. Si realmente queremos cuidar nuestra casa común y mejorar el planeta en el que vivimos, son imprescindibles cambios profundos en los estilos de vida, son imprescindibles modelos de producción y de consumo. Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender adecuadamente que no podemos continuar devorando codiciosamente los recursos naturales, porque “la tierra se nos ha confiado para que pueda ser para nosotros madre, la madre tierra, capaz de dar lo necesario a cada uno para vivir” (cf. Videomensaje a la Conferencia de 500 representantes nacionales e internacionales: “Las Ideas de la Expo 2015 – Hacia la Carta de Milán”, 7 febrero 2015). Por tanto, la contribución de los pueblos indígenas es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Y esto está comprobado científicamente.
Hoy más que nunca son muchos los que reclaman un proceso de reconversión de las estructuras de poder consolidadas que rigen en la sociedad, en la cultura occidental y, al mismo tiempo, transforman las relaciones históricas marcadas por el colonialismo, la exclusión y la discriminación, dando lugar a un diálogo renovado sobre la forma en la que estamos construyendo nuestro futuro en el planeta. Necesitamos con urgencia acciones mancomunadas, fruto de una leal y constante colaboración, porque el desafío ambiental que estamos viviendo y sus raíces humanas tienen un impacto en cada uno de nosotros. Un impacto no sólo físico, sino psicológico y cultural.
Por ello pido a los Gobiernos que reconozcan a los pueblos indígenas de todo el mundo, con sus culturas, lenguas, tradiciones, espiritualidades, y que se respete su dignidad y derechos, con la conciencia de que la riqueza de nuestra gran familia humana consiste precisamente en su diversidad. Sobre esto voy a volver después.
Ignorar a las comunidades originarias en la salvaguarda de la tierra es un grave error, es el funcionalismo extractivista, ¿no?, por no decir una gran injusticia. En cambio, valorar su patrimonio cultural y sus técnicas ancestrales ayudará a emprender caminos para una mejor gestión ambiental. En este sentido, es encomiable la labor del FIDA por asistir a las comunidades indígenas en un proceso de desarrollo autónomo, gracias sobre todo al Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas, si bien estos esfuerzos se deben multiplicar todavía y acompañar con más decidida y clarividente toma de decisiones, en una transición justa.
Me quiero detener en dos palabras que son claves en esto: El buen vivir —o el vivir bien— y la armonía. El vivir bien, no es el “dolce far niente”, la “dolce vita” de la burguesía destilada. No, no. Es el vivir en armonía con la naturaleza, el saber buscar, no tanto el equilibrio, sino más bien la armonía, que es superior al equilibrio. El equilibrio puede ser funcional; la armonía nunca es funcional, es soberana en sí misma.
Saber moverse en la armonía, eso es lo que da la sabiduría que nosotros llamamos el bien vivir: La armonía entre una persona y su comunidad; la armonía entre una persona y el ambiente; la armonía entre una persona y toda la creación. Las heridas contra esta armonía son las que evidentemente estamos viendo que destruyen los pueblos. El extractivismo, en el caso de la Amazonía, por ejemplo; la desforestación o, en otros lugares, el extractivismo de la minería.
Entonces, siempre buscar la armonía. Cuando los pueblos no respetan el bien del suelo, el bien del ambiente, el bien del tiempo, el bien de la vegetación o el bien de la fauna, ese bien general, cuando no respetan esto, caen en posturas no humanas, porque pierden ese contacto con —voy a decir la palabra— la madre tierra. No en un sentido supersticioso, sino en un sentido de aquella que nos da la cultura y nos da esa armonía.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todas las actividades que comienzan en las parroquias y comunidades cristianas, especialmente las relacionadas con el ámbito de la catequesis, para que a todos se pueda ofrecer una formación sólida y un testimonio fiel de Cristo, el Señor, y vivir lo en la Iglesia”.
En el ámbito de la catequesis, en nuestra Iglesia diocesana vamos dando pasos en la dirección correcta. Pueden parecer pocos, pequeños o lentos, pero son innegables. Ahí está el mayor cuidado de la formación y el acompañamiento de catequistas en su ser y en su quehacer con el fin de que sean cada día más fieles a Cristo Jesús y a su misión evangelizadora, así como a su destinatario, el hombre actual en su contexto cultural concreto. Ahí están también los avances en la catequesis de iniciación cristiana, algunas experiencias en catequesis de adultos, la mayor sensibilidad por la catequesis de muchos -sacerdotes, laicos y consagrados-, y de comunidades cristianas.
Pero no podemos ocultar las dificultades. Vivimos en tiempos de profunda secularización y de globalización, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la vida de fe y de la Iglesia de muchos bautizados. Vemos, por desgracia, que la catequesis sigue siendo entendida por muchos como un medio para recibir un sacramento y no como un proceso de crecimiento y maduración en la fe y vida cristiana, desde el encuentro personal con Jesús, la adhesión personal a Él, el cambio de vida, que lleve a un compromiso para ser discípulo misionero suyo, inserto en la comunidad eclesial. La experiencia nos dice que es escasa la acogida de la catequesis de iniciación cristiana como un proceso continuado; son muchos los niños que no que continúan después de la primera Comunión y la mayoría se alejan después de su Confirmación.
[…] En el momento actual no podemos dar por supuesto que nuestros niños, cuando piden la primera Comunión, y los adolescentes, jóvenes o adultos, cuando solicitan la Confirmación, hayan recibido el primer anuncio y hayan tenido una experiencia personal de fe. Esta situación pone de relieve la necesidad de una catequesis kerigmática, cuyo corazón sea hacer presente y anunciar la persona de Jesucristo. La catequesis, insiste el Directorio, “está llamada a ser ante todo un anuncio de la fe y no debe delegar en las demás acciones eclesiales la tarea de ayudar a descubrir la belleza del Evangelio. Es fundamental que sea, precisamente a través de la catequesis, que cada persona descubra que vale la pena creer. De este modo, ya no se reduce a ser un momento de crecimiento de la fe más armonioso, sino que ayuda a generar la propia fe y permite descubrir su grandeza y credibilidad. Por tanto, el anuncio no puede ser considerado solo como la primera etapa de la fe, previa a la catequesis, sino más bien la dimensión constitutiva de cada momento de la catequesis” (n. 57).
La finalidad primera de la catequesis es el encuentro vivo con el Señor que transforma la vida y genera, con la ayuda de la gracia, un cristiano, es decir, un creyente discípulo misionero del Señor en el seno de la comunidad de la Iglesia. No tengamos miedo. Dejémonos alentar por el Espíritu del Señor Resucitado, que está y actúa entre nosotros.
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