Tal como recordaba el Obispo D. Casimiro López Llorente en su carta dominical, ayer la Iglesia celebró la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema «Dios camina con su pueblo». Este mensaje resalta el vínculo de amor y ternura que Dios establece con la humanidad a lo largo de la historia, y lanza una clara invitación a trabajar para crear comunidades más acogedoras y misioneras. En sintonía con el mensaje del Papa Francisco, se hace un llamamiento a caminar juntos y profundizar en la misión de la Iglesia de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.
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Con motivo de esta celebración, el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis organizó una serie de actos que se desarrollaron durante todo el fin de semana. Los eventos comenzaron el viernes 27 de septiembre en la parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón con una Vigilia de Oración.
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El domingo 29 de septiembre, las actividades continuaron por la mañana en el edificio Menador de Castellón, donde se instaló una mesa informativa. A continuación, el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo, ofrecieron una ponencia titulada «Dios camina con su pueblo». Más tarde, la Plaza de las Aulas se llenó de color con un festival de folklore internacional que atrajo a numerosas familias y participantes.
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La jornada culminó con una Eucaristía presidida por el Obispo D. Casimiro López Llorente a las 19:30 h. en la Concatedral de Santa María de Castellón. En su homilía dedicó unas emotivas palabras a la difícil situación migratoria que se vive en Canarias, mencionando la reciente tragedia en la isla de El Hierro, donde a estas horas hay confirmados 9 fallecidos y 50 desaparecidos al volcar un cayuco a pocos metros de la costa. «No podemos olvidar a tantos hombres, mujeres y niños que han perdido la vida buscando un futuro digno», lamentó, al tiempo que recordaba que solo 27 personas fueron rescatadas con vida.
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D. Casimiro destacó el profundo significado de la acogida a los migrantes desde la óptica cristiana, recordando las palabras del Papa Francisco: «Es necesario hacer visible el Reino de Dios acogiendo, protegiendo, promoviendo e integrando a los migrantes y refugiados». En este sentido, el Obispo subrayó que la migración actual exige una respuesta activa por parte de la Iglesia: «Todos somos peregrinos en esta vida, y estamos llamados a acoger al extranjero como Cristo nos acoge a nosotros».
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El Obispo insistió en que esta jornada no solo invita a la reflexión, sino que demanda acciones concretas. Hizo un llamamiento a las comunidades cristianas a abrirse al encuentro con el otro: «La fe no puede vivirse de manera aislada. Debemos abrir las puertas de nuestras parroquias y nuestros corazones a aquellos que llegan en busca de una vida mejor». Reafirmó que la acogida no debe depender de la procedencia, religión o situación legal de los migrantes, sino del principio cristiano de amar al prójimo: «Jesús nos enseña que todo ser humano es nuestro hermano; no podemos cerrar los ojos ante su sufrimiento».
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Asimismo, abordó las dificultades que enfrentan los migrantes y refugiados, desde los peligros de sus travesías hasta la explotación y rechazo que a menudo encuentran al llegar a su destino. Abogó por políticas más inclusivas y justas: «No basta con ofrecer ayuda puntual. Es necesario trabajar por una sociedad más inclusiva, que permita a los migrantes y refugiados vivir con dignidad y participar plenamente en nuestras comunidades».
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Por último, D. Casimiro animó a las parroquias y fieles a ser verdaderos espacios de acogida: «Invito a nuestras comunidades a convertirse en lugares de encuentro, donde el migrante no solo sea bien recibido, sino donde encuentre un hogar y un lugar donde celebrar su fe».
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Con esta jornada, la Iglesia de Segorbe-Castellón reafirmó su compromiso de ser signo visible de la misericordia de Dios, llamando a la solidaridad y a la acción concreta en favor de los migrantes y refugiados.
Este domingo, 29 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial del migrante y refugiado. El lema, elegido por el papa Francisco, para este año reza: “Dios camina con su pueblo”. El lema nos recuerda el éxodo del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida; es un largo viaje de la esclavitud a la libertad que prefigura el de la Iglesia hacia el encuentro final con el Señor. Análogamente, dice el Papa, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. La realidad fundamental del éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. Hoy también son miles las personas que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Dios los acompaña. Jesús está presente en cada uno de ellos y nos llama a reconocer su rostro en los rostros de cada migrante (cf. Mt 25,31-46).
En este curso pastoral, dedicado al acompañamiento, hemos de prestar especial atención también a los migrantes y los refugiados. Estamos llamados a abrir nuestro corazón al amor de Dios, dejarnos transformar por él para acompañar a las personas migradas. Dios camina con y en los emigrantes. Quien acoge el abrazo amoroso del Padre en el encuentro con Jesús queda trasformado en manos que se abren a otros para que también ellos experimenten la cercanía amorosa de Dios: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse ‘en casa’ en la única familia humana.
Como Iglesia y como cristianos estamos llamados por Jesús a acompañar a las personas migradas. Esto significa, en palabras del Papa, “acoger, proteger, promover e integrar” –que no es asimilar- a quienes por una razón u otra se ven obligados a salir de su patria y migrar a nuestra tierra. Más del 18% de la población actual en el territorio de nuestra Diocesis son extranjeros; la inmensa mayoría buscan seguridad y una vida digna. No nos pueden ser indiferentes. No podemos habituarnos a su sufrimiento y a su precariedad. Hacerlo sería entrar en el camino de la complicidad. Nuestra respuesta no puede ser otra que la que nos muestra Jesús en el Evangelio. Esto comienza por sentir verdadera compasión ante estos miles de personas, que huyen ante la guerra y la persecución, o que tienen que buscar una vida más digna lejos de su país.
Ante tantas personas afectadas por el fenómeno migratorio es necesario examinar y atajar sus causas en origen, así como regular el ejercicio del derecho de todos a migrar para que no se convierta en un mal para todos. Pero también como Iglesia y como sociedad hemos de responder a los problemas de estos hermanos desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge repensar nuestras actitudes personales, eclesiales, sociales y políticas, y redoblar nuestro compromiso real y efectivo con los migrantes y sus familias. No es un fenómeno más. No se trata de números. Son ante todo personas con la misma dignidad sagrada que los autóctonos. Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran por nuestra parte con sospechas, temores y prejuicios que hemos de superar. Como personas humanas que son, los migrantes se merecen acogida, respeto y estima; ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda.
Entre todos hemos de fomentar actitudes y comportamientos de acogida, de encuentro y de dialogo. Jesús nos dice: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); Jesús se identifica así con la persona del migrante; y nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara. Es necesario conocer a las personas migradas y su historia personal y familiar para poder comprenderlas y acompañarlas. En ellos, el Señor viene a nuestro encuentro; son su presencia viviente en nuestras vidas.
Jesús nos llama de forma apremiante a hacernos próximos, a mostrarles nuestra cercanía real y cordial, a valorarlos en su cultura propia y en su modo de vivir la fe, a no utilizarlos para intereses personales o políticos, y a trabajar para que sea reconocida su dignidad humana tantas veces negada.
Muchos migrantes comparten nuestra cultura y nuestra fe; acogerlos e integrarlos en nuestras parroquias será un signo de fraternidad cristiana y de catolicidad; su integración redundará en bien de los migrantes, que podrán vivir su fe cristiana en comunidad, y de las comunidades, que se verán enriquecidas con su presencia activa.
Cada año, la Iglesia Católica dedica un día especial para recordar y reflexionar sobre el drama que viven millones de personas obligadas a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor. En este 2024, la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado se celebra bajo el lema “Dios camina con su pueblo”, un mensaje lleno de esperanza y de invitación a la solidaridad cristiana.
No en vano, el Papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada nos exhorta a tomar de la mano a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables para reconocer en ellos el rostro de Jesús y recorrer juntos el camino. La Conferencia Episcopal Española ha actualizado la identidad y el marco de referencia de la pastoral con personas migradas. Y ofrece, desde la diversidad aportada por las migraciones, algunas claves para afrontar los desafíos del futuro. Con este objetivo, la CEE ofrece la Exhortación pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”, que fue aprobada por la Asamblea Plenaria del pasado mes de marzo.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia ha entendido que su misión es estar junto a los más vulnerables, y en nuestros días, los migrantes y refugiados encarnan esta realidad de sufrimiento y exclusión. Jesús mismo fue un refugiado junto con su familia, cuando huyeron a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Esta experiencia de desarraigo y huida, vivida por el Hijo de Dios, sigue siendo una realidad para millones de personas en todo el mundo.
La Iglesia, en su misión de caridad y justicia, acompaña a aquellos que se ven forzados a dejar su tierra a causa de guerras, persecuciones, pobreza extrema o desastres naturales. A través de sus instituciones y organizaciones como Cáritas, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y otras entidades católicas, la Iglesia proporciona asistencia humanitaria, refugio, educación y apoyo espiritual a quienes más lo necesitan.
El Papa Francisco ha sido una voz profética en defensa de los migrantes, llamando repetidamente a la acogida y al respeto de su dignidad. Su invitación a «construir puentes y no muros» resuena como un llamado a la compasión cristiana y a la acción concreta frente a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo.
Un mensaje de esperanza
El lema de este año, “Dios camina con su pueblo”, nos recuerda que, en medio del sufrimiento, Dios nunca abandona a su pueblo. Como lo hizo con los israelitas durante el Éxodo, Dios sigue presente en los caminos de los migrantes y refugiados, acompañándolos en su travesía y dándoles la fortaleza para seguir adelante.
La Iglesia, como parte del pueblo de Dios, tiene la responsabilidad de hacer visible esta presencia de Dios. Está llamada a ser signo de esperanza, mostrando a través de su acción que nadie está solo en su camino. Este acompañamiento se traduce en gestos concretos de ayuda, pero también en una actitud profunda de acogida y escucha. La acogida es una de las actitudes más esenciales del cristiano frente a la realidad de los migrantes y refugiados. Esta acogida no se limita a abrir las puertas físicas, sino que es un compromiso de abrir el corazón, de derribar prejuicios y miedos, y de reconocer en el otro, sin importar su origen, raza o religión, la imagen de Dios. La actitud cristiana también debe incluir el acompañamiento. No basta con recibir a las personas que huyen de situaciones difíciles; es necesario caminar junto a ellas, conocer sus historias, sus heridas, y ofrecerles un apoyo integral que incluya tanto la ayuda material como el acompañamiento espiritual y psicológico. Los migrantes y refugiados necesitan ser escuchados y comprendidos, y la Iglesia, a través de sus comunidades, puede ofrecerles un espacio donde se sientan acogidos, respetados y valorados.
La Jornada en nuestra Diócesis
Desde el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis de Segorbe-Castellón se ha remitido una carta a todos los sacerdotes invitándolos a compartir la Jornada. Arrancará este viernes, día 27 de septiembre, en la Parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón, donde se celebrará una Vigilia de Oración que servirá de preparación y como punto de partida de la celebración.
Ya el domingo 29, a las 11 h en el edificio Menador (Plaza Huerto Sogueros) con una mesa informativa. A continuación, está prevista una ponencia que bajo el título «Dios camina con su pueblo» ofrecerá el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo. La Jornada proseguirá a las 17 h en la Plaza de las Aulas con un festival de folklore internacional.
La clausura estará presidida por el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, que celebrará una Eucaristía a las 19.30h en la Concatedral de Santa María. Desde el Secretariado para las Migraciones también se ha difundido el material específico para la celebración de la Jornada en todas las parroquias.
La parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón acogió el domingo pasado, día 9 de junio, una Misa de envío a la misión, presidida por el párroco y Director del Secretariado diocesano para las Migraciones, D Juan Crisóstomo, en una iniciativa de la “Asociación Cultural Ameafrica” con el apoyo de la Delegación diocesana para las Misiones y la Cooperación con las Iglesias.
Tres personas de la Diócesis han partido hoy mismo rumbo a Kenia, para desarrollar su misión en una parroquia de la Congregación del Verbo Divino, donde colaborarán en el dispensario y ayudarán en una escuela de Primaria, realizando talleres y llevando material escolar recogido previamente en los colegios castellonenses Madre Vedruna Sagrado Corazón y Ramiro Izquierdo, y en el Colegio Fundación Flors de Vila-real. También llevan material deportivo donado por el C. D. Castellón y por el Villarreal C. F.
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Del mismo modo, otro de grupo de 9 personas viajará el día 15 de julio a Luwero, en Uganda, para desarrollar su misión junto a la Congregación de los Apóstoles de Jesús y a las Hermanas de la Evangelización, llevando también, como el grupo que estará en Kenia, material escolar y deportivo.
Con el inicio del mes de junio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los que huyen de su país: “Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades de vida en sus países de acogida”.
En su discurso a los participantes en un encuentro organizado por la “Fraterna Domus” de Sacrofano, Francisco decía lo siguiente:
La acogida es una expresión del amor, de ese dinamismo de apertura que nos impulsa a poner la atención en el otro, a buscar lo mejor para su vida (cf. FT, 91-94) y que en su pureza está la caridad infundida por Dios. En la medida en que está impregnada por esta actitud de apertura y acogida, una sociedad se vuelve capaz de integrar a todos sus miembros, incluso a aquellos que por diversas razones son “extranjeros existenciales” o “exiliados ocultos”, como a veces, por ejemplo, se encuentran las personas con discapacidad o los ancianos (cf. FT, 97-98). Sobre este aspecto del amor la referencia fundamental es la primera Encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est (25 de diciembre de 2005).
El segundo pasaje que os propongo de Fratelli tutti es el número 141. Lo cito completo: «La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro». Estamos en el capítulo cuarto, titulado «Un corazón abierto al mundo entero», ahí donde se habla de la «gratuidad que acoge» (cf. nn. 139-141). El aspecto de la gratuidad es esencial para generar fraternidad y amistad social. Para vosotros subrayo la última frase: «Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro» (n. 141). La acogida gratuita. A menudo se habla de la aportación que los migrantes dan o pueden dar a las sociedades que los acogen. Esto es verdad y es importante. Pero el criterio fundamental no está en la utilidad de la persona, sino en el valor en sí que esta representa. El otro merece ser acogido no tanto por lo que tiene, o que puede tener, o que puede dar, sino por lo que es.
Siempre me ha llamado la atención, en el Antiguo Testamento, la recurrencia —en los profetas, en los Libros históricos— de las tres personas por las que se debe tener una atención especial: la viuda, el huérfano y el migrante. Y se repite en el Deuteronomio, en el Éxodo —en el Éxodo no tanto, pero en el Deuteronomio— en el Levítico se repite esto: la atención, el cuidado por las viudas, por los migrantes, por los huérfanos. Es recurrente. Por ejemplo: “si tú estás segando, no pases otra vez: lo que se queda ahí, que sobra ahí, déjalo para la viuda, el huérfano, el migrante”. Siempre está esto. Es importante retomar esta tradición de la acogida, del modo de acoger a aquellos que no tienen y que viven una situación difícil.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los padres cristianos, para que fieles a los compromisos que adquirieron en el bautismo de sus hijos, sepan transmitirles la fe y hacer de sus hogares auténticas iglesias domésticas, abiertos generosamente a las necesidades de todos.”
Una familia cristiana es una ‘iglesia doméstica’ (LG 11), o una iglesia en pequeño, como decía San Juan Crisóstomo. Es y vive como una comunidad de fe, de esperanza y de amor; una comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja, se crea esperanza, se vive y se transmite la fe. La familia comparte con Dios creador la obra de procrear y educar a los hijos. En ella se vive la comunión entre las personas, al igual que Dios Trino y la Iglesia y hay entrega desinteresada por el otro. Se comparten penas y alegrías. Se comprenden las dificultades, las limitaciones y los esfuerzos de sus miembros; se convive dialogando, comiendo o saliendo juntos.
La familia cristiana escucha la Palabra de Dios, sus miembros oran juntos y juntos participan en la Eucaristía los domingos en su comunidad parroquial, ‘familia de familias’. En la familia se aprende a rezar en los momentos de alegría y de dificultad. Al igual que Jesús y la Iglesia, la familia cristiana anuncia la Buena Nueva: en primer lugar, a sus hijos y a miembros, y luego en su entorno y más allá del mismo. Por eso la familia cristiana también es misionera y siente el deseo anunciar el Evangelio y transmitir el amor de Dios a otras personas. La familia cristiana se pone al servicio de la caridad, especialmente hacia los más necesitados. Cuando el Espíritu de Dios vive en la familia, no se queda ni se cierra en sí misma. Es testimonio de vida con la palabra y el ejemplo.
Los padres sois los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. En virtud del sacramento del matrimonio, los padres cristianos sois los primeros responsables de la transmisión de la fe a vuestros hijos mediante el testimonio de vida, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la oración en familia, mediante vuestra inserción en la vida de la Iglesia en la propia parroquia y vuestro compromiso en la iniciación cristiana de vuestros hijos. Hablad a vuestros hijos de Dios y de Jesús. Ningún otro anuncio es tan importante para su vida. Introducid a vuestros hijos en su misterio a través de la celebración litúrgica y la oración familiar.
La Concatedral de Santa María, en Castellón, acogió ayer por la tarde la Eucaristía en la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro.
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Bajo el lema de este año, “Libres de elegir si migrar o quedarse”, D. Casimiro exhortó a tomar conciencia para acoger, acompañar y proteger a aquellos que se ven en la obligación de migrar o que desean hacerlo.
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Entre las posibles causas de la migración señaló “la obligación de salir de la propia patria por situaciones de guerra, de persecución, o de necesidad, para tener una vida más digna”. También, la migración es algo que “le ocurrió a Jesús, que tuvo que salir de Belén, donde nació, para evitar ser matado por Herodes”, indicó, pero también al pueblo de Israel, “que migró a Egipto ante la escasez de medios, obligados por la necesidad de paliar el hambre”.
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La Iglesia hoy insiste en la existencia de este derecho, recalcó el Obispo, “a migrar, pero también a quedarse”, y “todos debemos trabajar para que en el país de origen se den las condiciones sociales, políticas y económicas necesarias para que en la propia patria se pueda también llevar una vida digna”.
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Recordó la visita, este fin de semana, del Papa Francisco a la ciudad de Marsella, donde participó en la sesión conclusiva de los “Encuentros del Mediterráneo” que tuvo como tema central el fenómeno migratorio. El Santo Padre “nos llamaba a acoger, acompañar y proteger a los migrantes”, animándonos “a que no seamos indiferentes a esta realidad”. Además, a las naciones de Europa les pedía ser acogedoras. Del mismo modo, “llamaba también la atención para que en los países de origen se luchase contra las mafias y se trabajase para que se desarrollen y se creen condiciones dignas para migrar”.
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Esta es una llamada que brota del Evangelio, explicó D. Casimiro: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis» (Mt. 25, 35). Cristo mismo “se identifica con aquel que tiene que migrar y llama a la acogida. Porque toda persona tiene una dignidad que tiene que ser protegida, valorada y acompañada”.
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La Diócesis de Segorbe-Castellón “es una Diócesis de inmigración, y todas las comunidades parroquiales deberían ser conscientes de ello. Los que sois católicos, en nuestras parroquias deberíais sentiros en vuestra casa, y los que no lo sois también en nuestra sociedad”, les decía a los migrantes presentes en la Misa.
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Vigilia de oración
Además de la Eucaristía, el pasado viernes 22 de septiembre, la parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón acogió una Vigilia de Oración, que estuvo organizada por el Secretariado diocesano para las Migraciones.
El domingo 9 de julio, la Delegación para las Migraciones y la Movilidad Humana realizó su convivencia anual de fin de curso en la capilla de la Virgen del Carmen de Nules. En total acudieron 110 personas que pertenecen a diferentes parroquias de Castellón.
Tras la celebración de la Eucaristía realizaron diferentes dinámicas que prepararon los jóvenes de “English Speaking Community”, pertenecientes a parroquia de San Miguel Arcángel para los niños y los estudiantes Internacionales.
Estas convivencias se organizan con el objetivo de favorecer una integración total a la comunidad cristiana, así como de proporcionar momentos de entretenimiento y aprendizaje a los más pequeños.
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