Queridos diocesanos:
Un año más nos disponemos a celebrar la Fiesta de la Virgen del Carmen. La devoción a María bajo esta advocación está muy extendida en nuestra Iglesia diocesana, sobre todo en las parroquias del litoral. La gente de la mar la honran como su Patrona. Si el Consell no suprime la prohibición -limitadora de un derecho fundamental y discriminatoria-, de hacer actos de culto y, por tanto, procesiones en la vía pública, nos tocará celebrar esta fiesta en el interior de los templos. Pero no por ello será menos intensa, sino que debería ser, si cabe, aún más viva.
En estos momentos, todos necesitamos sentir la presencia amorosa de la Madre, que nunca nos abandona, y suplicar su protección ante esta pandemia, que tanto está afectando también al trabajo y a la economía de la gente del mar. A ella la miramos y le pedimos que sea la Estrella, que nos guie en este tiempo de crisis global y de desconcierto personal y social.
Recordemos que el origen de la devoción a la Virgen del Carmen está en el monte Carmelo, el monte sagrado que el profeta Elías convirtió en signo de fidelidad al Dios único y en lugar de encuentro entre Dios y su pueblo (cf. 1R 18,39). Como el profeta Elías, “abrasado de celo por el Dios vivo”, así también los ermitaños cristianos se refugiaron durante las cruzadas en las grutas de aquel monte y formaron la familia religiosa del Carmelo. El Monte Carmelo se convirtió en signo de la protección de Dios y del camino hacia Él.
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