Patrono de la Diócesis y de la Ciudad de Vila-real
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Basílica de San Pascual, Vila-real – 17.05.2022
(Ecco 2, 7-13; Sal 33: 1 Cor 1, 26-31; Mt 11, 25-30)
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, a los diáconos y seminaristas. Un saludo agradecido a las Hnas. Clarisas que nos acogen en esta Basílica, al Sr. Alcalde y Miembros de la Corporación municipal de Vila-real, a la Reina Mayor e Infantil de las Fiestas y a sus damas, a los representantes de Asociaciones y entidades de la Ciudad. Sed bienvenidos cuantos os habéis unido a esta celebración de la Eucaristía en la fiesta de San Pascual, aquí en la Basílica o desde vuestros hogares a través de la televisión. Un recuerdo y saludo muy especial para vosotros, las personas mayores, los enfermos y los impedidos para salir de casa.
1. El Señor Jesús nos convoca en torno a la mesa de su Palabra y de su Eucaristía para recordar y honrar a San Pascual Bailón, patrono de Vila-real y patrono también de nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón. Este año nuestra fiesta tiene un cariz especial porque estamos celebrando un Año jubilar para conmemorar el 775 Aniversario de la creación real de la sede episcopal en Segorbe y así el origen de nuestra Iglesia diocesana, hoy de Segorbe-Castellón. Un año de gracia de Dios para crecer en comunión con Dios y con los hermanos y salir a la misión. Hoy damos gracias a Dios por san Pascual y por su santidad de vida. Esta mañana lo honramos como nuestro patrono, es decir, que nos guía siempre y en este Jubileo en el que el Señor nos llama a la conversión personal y comunitaria, y a la renovación pastoral y misionera de nuestra Iglesia diocesana en sus miembros y comunidades.
2. Al celebrar la Fiesta de san Pascual vienen a nuestra memoria su vida sencilla de pastor y de hermano lego, sus virtudes de humildad y de confianza en Dios, su entrega al servicio de los hermanos y su caridad hacia los más pobres y necesitados; recordamos también su gran amor a la Eucaristía y su profunda devoción a la Virgen Santísima. De san Pascual se ha destacado siempre un rasgo de extraordinario valor evangélico: su amor al prójimo y, en especial, a los más pobres, un amor que alimentaba en su profunda devoción a la Eucaristía, fuente inagotable de la caridad. Pascual servía a todos con alegría. Sus hermanos de comunidad no sabían qué admirar más, si su austeridad o su caridad. Pascual “tenía especial don de Dios para consolar a los afligidos y ablandar los ánimos más endurecidos”, dicen muchos testigos. Su deseo era ajustar su vida al Evangelio según la Regla de San Francisco, desgastándose por Dios y por sus hermanos. Y todo ello con el espíritu de pobreza, austeridad y oración, propio de la orden franciscana. Sus oficios de portero, cocinero, hortelano y limosnero favorecieron el ejercicio de su caridad, impregnada siempre de humildad y de sencillez. Para los pobres se privaba hasta de la propia comida. Decía que no podía despedir de vacío a ninguno, pues sería despedir a Jesucristo.
Los santos como Pascual son siempre actuales. Sus biografías reflejan modelos de vida, conformados según el Evangelio y a la medida del Corazón de Cristo, y, a la vez, cercanos al hombre de su tiempo y, en último término, al hombre de todos los tiempos. Son modelos extraordinariamente humanos, precisamente porque son cristianos, surgidos del seguimiento de Cristo. A través de ellos, Jesucristo se hace presente en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo, y muestra la extraordinaria fuerza que brota del Amor de Dios: un amor que es capaz de renovar y transformar todo: las personas, las comunidades, la Iglesia, los matrimonios y las familias, y toda la sociedad.
Los santos son grandes figuras de renovación espiritual en su entorno eclesial y social. Su forma de ser, de estar y de actuar en el mundo no suele ser espectacular. Con frecuencia pasan desapercibidos. Rehúyen los halagos y aplausos. Son humildes y sencillos. Su alimento es la oración, la escucha de Dios, la unión y la amistad con Cristo. En la entrega de sus vidas a Dios y a los hermanos cifran el sentido de su vida. San Pascual Bailón, nuestro Patrono, es uno de esos santos; y de enorme actualidad para toda nuestra Iglesia diocesana. Pascual nos muestra la vía inequívoca por la que ha de caminar nuestra Iglesia diocesana para su renovación personal y comunitaria, pastoral y misionera.
3. Fijémonos en este Año Jubilar diocesano en la santidad y el testimonio de caridad de Pascual.
Nuestro Patrono destaca por su santidad, vivida en su caridad hacia Dios y hacia el prójimo. De él pudieron decir que se mantuvo íntimamente unido a la verdadera vid que es Cristo, que alimentaba en su profunda devoción a la Eucaristía y a la Virgen María. Sí: Pascual es santo y puede ser llamado dichoso, bienaventurado y feliz, porque temió a Dios, porque confió y esperó en Dios (Sal 33). Hombre sencillo y humilde, Pascual supo abrir su corazón a Dios y centrar su vida en Él, supo dejarse amar por Dios y dejarse transformar progresivamente por la gracia de Dios; nuestro santo supo amar a Dios sobre todas las cosas, darle gracias, buscar su gloria, y descubrir la grandeza de sus obras y la profundidad de sus designios. Porque se dejó amar por Dios y llenar de su gracia, porque vivía en comunión con Dios, Pascual pudo y supo amar al hermano siendo misericordioso para con todos. Dios escoge siempre a “la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor” (1 Cor 1,30). Sí, hermanos: sólo desde la humildad, que es vivir en la verdad, se descubre la presencia de Dios en la existencia diaria y se ve a Cristo en el rostro del hermano a nuestro lado.
La santidad no está pasada de moda. La llamada a la santidad es siempre actual, también en nuestros días. Porque la santidad no es otra cosa que caminar hacia la perfección del amor, que lleva a la vida verdadera y eterna y a la felicidad completa. Santo es quien acoge el amor de Dios y se va dejando transformar por el Espíritu Santo; santo es quien vive unido a Dios y a los hermanos, viviendo el mandamiento nuevo del amor. Quien así vive, desborda amor desinteresado a su alrededor, hacia el prójimo, hacia el pobre, hacia el necesitado, hacia la Iglesia, hacia la familia y hacia la sociedad. Santo es aquél que con perseverancia va madurando en la perfección del amor. En este camino, el cristiano sigue a un modelo único e irrepetible, Jesucristo. Y el Señor Jesús no sólo llama a seguirle sino que, además, lo hace posible, viniendo a nuestro encuentro cada día con su amor más grande.
“Por la comunión de los santos”, Pascual sigue unido a nosotros; él nos alienta a no detenernos en el camino y nos estimula a seguir caminando hacia la meta, hacia la santidad. Él nos dice hoy, aquí y ahora, que todos estamos llamados a la santidad, que es posible ser santos, que no nos conformemos con una existencia cristiana mediocre, tibia, aburrida, aburguesada, egoísta, indiferente hacia Dios y hacia los hermanos. La semilla de la santidad fue plantada en nosotros el día en que fuimos bautizados; si la regamos con la gracia de Dios en la oración y los sacramentos, en especial en la Penitencia y en la Eucaristía, y si la vivimos en las tareas ordinarias y sencillas del día a día amando a Dios y al prójimo, esa semilla irá creciendo. Por este sendero vamos peregrinando en todas las etapas de nuestra vida hasta llegar a su final que es la eternidad, que es la dicha eterna con Dios.
4. Pascual es un testigo del amor de Dios, es un evangelizador y misionero siendo misericordioso con los hermanos. Precisamente porque fue humilde, porque se dejó amar y transformar por Jesucristo en la Eucaristía, y le amó con toda su alma, pudo entregarse al servicio de los pobres y a las tareas más humildes del convento. Cuando un corazón es humilde se hace generoso; cuando un corazón está cerca de Jesucristo, que ha amado hasta entregar su vida en la Cruz, se hace caridad con los demás. La alegría de Pascual era saberse amado por Jesucristo. Y esa alegría se desbordaba para que la cercanía y el amor de Cristo llegaran a los más pobres y necesitados.
Pascual nos enseña en este Año Jubilar, que experimentar el amor de Dios en la Eucaristía, nos pide salir a la misión que está en la puerta de al lado, nos pide ir a las periferias para que por nuestras palabras y obras el Evangelio llegue a todos. La Buena Noticia del amor de Dios está destinada a todos. Como Pascual estamos llamados a dar de comer al hambriento y de beber al sediento, a visitar y cuidar de los enfermos, a dar posada al forastero o refugiado, a vestir al desnudo, a visitar a los encarcelados; pero también somos enviados a enseñar al que no sabe, a dar buen consejo al que lo necesita, a corregir fraternalmente al que se equivoca, a perdonar de corazón al que nos ofende, a consolar al triste, a sufrir con paciencia los defectos del prójimo y a rezar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Anunciar el Evangelio con palabras y sobre todo con obras no es un añadido en la vida de la Iglesia y de los cristianos; pertenece a nuestro ser y a nuestra misión, que brota de la Eucaristía, manantial permanente del amor de Cristo hacia todos. Como el buen samaritano hemos de atender con diligencia y gratuidad, con corazón compasivo y misericordioso, al prójimo necesitado, cercano o lejano. Jesús nos dice: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Cristo nos apremia a vivir desde Él y con Él la misericordia en nuestro tiempo. Hagamos de nuestra vida una existencia eucarística y evangelizadora.
5. ¡Que san Pascual interceda por nosotros para que sepamos vivir santamente, imitándole en su sencillez evangélica; que por su intercesión se aviven en nosotros la fe y la confianza en Dios, el espíritu de oración y la participación en la Eucaristía, para que seamos testigos creíbles del amor de Dios en el amor a los hermanos. Que toda nuestra Iglesia diocesana en sus grupos y comunidades crezca en comunión para salir a la tarea urgente de la evangelización.
¡Que san Pascual y la Mare de Déu de Gracia protejan a todos los hijos e hijas de Vila-real y a sus familias en su salud física y espiritual, en su bienestar material y espiritual! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón