Queridos diocesanos:
Acabamos de iniciar el tiempo de la Cuaresma, un tiempo de gracia para prepararnos a la celebración gozosa de la Pascua del Señor. El papa Francisco, en su Mensaje para la Cuaresma de este año, nos exhorta a volver continuamente nuestra mirada y nuestro corazón al misterio pascual, a la muerte y resurrección del Señor. Porque la Pascua es un acontecimiento siempre actual por la fuerza del Espíritu Santo. “Este Misterio -dice el Papa- no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso”. Así podremos renacer a la vida misma de Dios y crecer en ella.
La muerte y la resurrección del Jesús es fuente de vida. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas”, dice Jesús de sí mismo (Jn 10. 10-11). “Para que tengan vida” es el objetivo de su venida. Es más; Jesús afirma: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Para mostrarlo devolvió a la vida terrena a Lázaro que yacía en el sepulcro. Sus curaciones muestran que Él ejerce su poder en favor de la vida. Donde está Jesús prospera la vida; donde Él no está se extienden las fuerzas del mal y de la muerte. Pero con la expresión “y la tengan en abundancia”, Jesús va más allá: se refiere a la vida que Él, como Hijo de Dios, posee: la vida misma de Dios, la “vida eterna”, la vida plena y feliz, inmortal y gloriosa. Comunicarnos esta vida es el objetivo último de su venida: no viene para que poseamos simplemente la vida de este mundo, que acaba con la muerte corporal, sino para que poseamos ya desde ahora la vida eterna, que no tiene fin. “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite el último día” (Jn 6,40).
Jesús, que muere en la cruz y resucita del sepulcro al tercer día, resucita con toda su humanidad, y así nos involucra, a cada hombre, en su paso de la muerte a la vida. La vida eterna comienza ya aquí; y, como Jesús, hemos de acoger, cuidar y promover la vida y la dignidad de todo ser humano, de los pueblos y de sus culturas, y de toda la creación. Pero sin olvidar que estamos de camino hacia la casa del Padre. En la oración después de la comunión del 2º Domingo de Adviento pedimos a Dios que nos enseñe “a sopesar con sabiduría los bienes de la tierra y amar intensamente los del cielo”.
Las citadas palabras de Jesús fueron comprendidas en todo su alcance por los apóstoles después de la resurrección de Cristo. Constituyen el mensaje central de su predicación como muestra el discurso misionero de Pedro el día de Pentecostés. Pedro proclama a Jesús constituido Señor y Mesías por el Padre. Reconocer a Jesús muerto y resucitado, como Señor y Mesías, lleva a la conversión por la fe en Él y al bautismo en su nombre para la salvación eterna. Este es el contenido del kerigma de los Apóstoles.
“Para que en Él tengan vida”, son las palabras elegidas también para la Jornada de Hispanoamérica que celebramos en España este I Domingo de Cuaresma. En este día oramos para que la fe y vida cristiana de nuestros hermanos de Hispanoamérica se mantenga, se cuide y se fortalezca. Allí se encuentra el mayor número de católicos del mundo. De ellos puede depender en gran parte la evangelización de los lugares en los que todavía Cristo no es conocido. Allí es donde mas misioneros españoles hay: hombres y mujeres, sacerdotes y religiosas, seglares y familias enteras que han partido a esos países para mantener viva la llama de la fe en las personas que allí viven. Son un gran regalo para la Iglesia misionera y para nuestra Iglesia diocesana.
El lema de este año se hace eco de lo que el papa Francisco intenta alentar una y otra vez: el cuidado de la ecología integral, el deseo de promover el respeto a la dignidad de las personas, de los pueblos y de toda la creación. Pero poniendo la mirada en Aquel que puede dar la vida, la vida de verdad, la única que sacia la sed de eternidad que tiene el hombre: Cristo Jesús, nuestro Señor. Es Jesus, que es el Camino, la Verdad y la Vida, el único que puede hacer que la dignidad de cada persona y de la creación entera sean respetadas y estén por encima de intereses económicos, partidistas o ideológicos, que tanto hacen sufrir a los pueblos de Hispanoamérica. Ante ello, Cristo y su Evangelio son la respuesta y la solución. Oremos y trabajemos para que en Cristo, los pueblos de Hispanoamérica, tengan vida y la tengan en abundancia.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón