El Día de la Iglesia Diocesana invita a buscar “en tu interior” para descubrir “el plan que Dios tiene para ti”.
La Campaña gira en torno a las vocaciones, en sintonía con el Congreso de Vocaciones que se va a celebrar en Madrid del 7 al 9 de febrero.
“Todos queremos encontrar la felicidad en nuestra vida, pero a veces buscamos en el lugar equivocado”.
El “final feliz” está cuando dejas de ir por delante de Dios y te dejas guiar por Él.
El secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia pone en marcha la Campaña del Día de la Iglesia Diocesana que, con el lema “¿Y si lo que buscas está en tu interior?”, se celebra el 10 de noviembre. Este año, la Campaña gira en torno a las vocaciones, en sintonía con el Congreso Nacional de Vocaciones que se va a celebrar en Madrid del 7 al 9 de febrero.
Este encuentro quiere ser una “gran fiesta” de la Iglesia para avivar el deseo y la necesidad de las vocaciones. Como anticipo, el Día de la Iglesia Diocesana invita a buscar “en tu interior” para descubrir “el plan que Dios tiene para ti”. Porque “todos queremos encontrar la felicidad en nuestra vida, pero a veces buscamos en el lugar equivocado”. Responder a la “llamada” resulta «transformador e invita a vivir con autenticidad, compromiso y plenitud”.
Una ‘llamada’ que cambia vidas
Pilar, Montse, Litus, Pedro, Diego, Carmen y Alberto respondieron con un sí al plan que Dios tenía para ellos. Para cada uno tenía prevista una vocación. Los siete son los protagonistas de esta Campaña. Con sus testimonios certifican que una “llamada” cambia vidas porque la suyas cambiaron al descubrir que el “final feliz” está cuando dejas de ir por delante de Dios y te dejas guiar por Él.
Todos estos testimonios están disponibles, desde el jueves 24 de octubre, en la página web de la Campaña, con la que el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia invita a preparase para la búsqueda más importante de tu vida: buscaentuinterior.es
También se puede acceder a cada una de las revistas “Nuestra Iglesia”. En esta publicación se muestra el alcance de la labor que se realiza en todas las diócesis gracias a la misión compartida por todo el pueblo de Dios, cada uno desde su propia vocación, pero todos al servicio de la Iglesia y de la sociedad.
Y como juntos llegamos más lejos, desde la web se proponen cuatro alternativas de colaboración:
– Tu oración: Puedes rezar por tu parroquia, porque tu oración es necesaria y será el alma de toda la actividad que se realice. Con ella, los frutos serán mayores y más permanentes.
– Tu tiempo: Dedica algo de tu tiempo en tu parroquia a los demás. El tiempo que puedas: media hora, una, tres horas… Lo que se ajuste a tu situación de vida.
– Tus cualidades: Cada uno puede aportar un poco de lo que sabe: una sonrisa cercana, una mano que sostiene, remangarse cuando sea necesario, o acompañar en silencio al que sufre.
– Tu apoyo económico: Haz un donativo. Con tu aportación periódica ayudas más, porque permiten elaborar presupuestos y mejorar la utilización de los recursos y planificar acciones a medio y largo plazo.
Esta colaboración hace posible que más de cuatro millones de personas hayan podido ser atendidas en centros asistenciales de la Iglesia; que sujetan las casi 23.000 parroquias que están al servicio de toda la sociedad; y que sacerdotes, voluntarios y seglares puedan dedicar más de 40 millones de horas a los demás. También gracias a esa corresponsabilidad, hay más de 10.000 misioneros españoles en los cinco continentes.
Difusión de la Campaña
Para la difusión de la campaña del Día de la Iglesia diocesana, el secretariado para el Sostenimiento de la Iglesia ha elaborado distintos materiales: vídeos, carteles, cuñas de radio, subsidio litúrgico. En total, 200 formatos distintos en cuatro idiomas.
Los medios digitales, las radios y las revistas religiosas serán el cauce de difusión desde el 28 de octubre al 10 de noviembre.
Además, y a través de los delegados de medios de comunicación, también se hace presente en cada una de las diócesis españolas.
Descubre cómo cambio su vida
Pilar: “Si Tú quieres que sea monja seré monja, y ya está”
A Pilar le gustaba su vida, aunque había algo que le faltaba. La muerte de su madre supuso “un clic fuerte” que le hizo preguntarse cuál era su lugar en el mundo. En Dios encontró la respuesta. No pensó en lo que renunciaba, sino en todo lo que se encontraba. Ahora es monja cisterciense, lo que le hace sentirse en el corazón de la Iglesia y del mundo. Esta vocación llena su vida. Aunque pueda parecer contradictorio, entrando en el interior realmente uno sale hacia los demás.
Montse: “Tuve muchas dudas… Quería también, pues oye, una vida de familia”
Montse descubrió lo que es la entrega al conocer a unas misioneras. Pero quería una vida familiar. Ante la duda, Dios le dio la fuerza y le mostró el camino. Y así encontró su vocación. Ahora es misionera en Japón donde ha descubierto la tristeza de vivir sin sentido y los suicidios. Donde ha descubierto que hay una gran labor que hacer. Donde ha descubierto que puedes ayudar a que una persona recupere su dignidad. Y donde ha descubierto que transmitir el mensaje de Jesús es lo que le motiva y da sentido a su vida. Donde ha descubierto que ahí estaba Cristo y que es el lugar que Dios le tenía reservado para estar.
Litus era más caótico que católico. Su vida era el hockey y la fiesta. Pero la pérdida de su abuela le hizo plantearse que tenía que haber algo más. Si no porqué le faltaba algo teniendo todo lo que humanamente quería. En Medjugorje descubrió que podía hablar con Dios. Comenzó pidiendo ayuda para incorporarse con la Selección a los Juegos Olímpicos de Pekín. Pero terminó pidiendo ser simplemente feliz. Ahora es sacerdote y ayuda a la gente a encontrar a Dios a través del deporte. O al menos, para que sea una un cauce de crecimiento personal.
Pedro: “Descubro que todo eso por lo que he luchado al final no me da la felicidad”
Pedro es ingeniero. Pero después de luchar por tenerlo todo -estudios, un buen trabajo, una buena posición- descubrió que ese todo no le daba la felicidad. Su vida cambió por un enfermo de Sida, del que se despidió con un hasta mañana que no se cumplió. Para la siguiente visita, ya había fallecido. Además, de dar clases en un colegio, ahora es diácono. Y como diácono está especialmente llamado a servir a los pobres. A servir a Cristo a través de la caridad.
Diego: “Se trata de esperanza, que hay final feliz”
Diego perdió la esperanza en la adolescencia tras la muerte, en 15 días, de dos sacerdotes muy queridos. Una luz le llevó de nuevo al camino. Entró en una comunidad en la que encontró a su mujer y su vocación. Además de escritor y productor audiovisual, ahora es un laico que tiene como misión de evangelización acompañar a los jóvenes. Él sabe que puede aportar algo, sobre todo esperanza. Para que, como él, tengan también un final feliz.
Alberto y Carmen: ¿Qué es el matrimonio? Pues… el caminar juntos”
Alberto y Carmen están casados y son padres de dos hijos. Como matrimonio, ahora caminan juntos, aunque para encontrar su vocación recorrieron rutas distintas. El encuentro de Alberto con Jesús fue tardío. Mientras, Carmen quería guiar a Dios y ser monja, hasta que descubrió que era mejor que el guía fuera Él. Fue en unos ejercicios espirituales donde el Señor le puso en el corazón la certeza de que su vocación era el matrimonio. Descubrió que lo que verdaderamente su corazón ansiaba era ser “uno” con Alberto.
“Orgullosos de nuestra fe”. Este es el lema con el que este año celebraremos el Día de la Iglesia Diocesana, el próximo 12 de noviembre. Es un día de fiesta, de celebración, en el que recordamos y agradecemos nuestra pertenencia a una comunidad cristiana, en nuestro caso la Diócesis de Segorbe-Castellón, para tomar conciencia de que somos miembros de una gran familia.
Y lo hacemos en el contexto social actual, en que no es fácil reconocerse como creyente en muchos ambientes, por lo que la Iglesia nos invita a quitarnos ese “sentimiento” de “cierta vergüenza” para mostrar que estamos orgullosos de nuestra fe, por lo que somos y lo que hacemos, con humildad, pero sin complejos, convencidos de que Cristo y el Evangelio hacen de este mundo un lugar mejor.
Por eso, cada año se pone en marcha una campaña con el fin de reforzar ese sentimiento de pertenencia de los creyentes, y para “tocar” nuestro corazón. También el de aquellos que, por distintas circunstancias de la vida, se han alejado de la práctica religiosa. Porque la celebración y la vivencia de la fe son un motivo de alegría en un mundo sediento de esperanza. Del mismo modo, es una oportunidad para reconocer y agradecer todo el bien que hace la Iglesia.
Le hemos preguntado a Lolita, una feligresa de la parroquia de Albocàsser, si se sentía orgullosa de su fe y porqué. Nos ha contado que es muy consciente de la importancia de haber recibido el Bautismo, para su vida y para su fe, y aunque ha pasado por diversas angustias y alegrías, “me he mantenido esperanzada y confiada en el Señor. Su gracia me sostiene y, como María, proclamo la grandeza del Señor, y la alegría y el orgullo de pertenecer a la Iglesia Católica”. Su caminar en la parroquia y en la Diócesis lo vive “asumiendo con disponibilidad, preocupación, corresponsabilidad y agradecimiento todo lo que soy, doy y recibo”. Además, formar parte de su comunidad parroquial y de su grupo (pertenece a la Grupos de Oración y Amistad) “ha sido y es muy importante para mí en la vivencia y crecimiento en la fe”, ha explicado.
Juntos llegamos más lejos, y para ello tenemos cuatro alternativas posibles de colaborar. Con nuestra oración: podemos rezar por nuestra parroquia, porque nuestra oración es necesaria y será el alma de toda la actividad que se realice. Además, el testimonio de la fe se hace visible y eficaz participando en la oración por la Diócesis, viviendo en comunión con sus proyectos. Con nuestro tiempo: dedicando parte de él a la parroquia, a los demás. Con nuestras cualidades: cada uno puede aportar un poco de lo que sabe, una sonrisa cercana, una mano que apoya un hombro desconsolado, remangarse cuando sea necesario, acompañar en silencio al que sufre… Apoyemos a los sacerdotes y a los catequistas, a los visitadores de enfermos y de los privados de libertad, a los voluntarios de Cáritas y de Manos Unidas, a los religiosos y misioneros, y a todas aquellas personas que desarrollan una impagable labor de formación o de asistencia en las celebraciones litúrgicas.
Y, por último, con nuestro apoyo económico: haciendo un donativo, porque la Iglesia de la que somos miembros todos los bautizados necesita para su desarrollo, en todos los ámbitos, de la colaboración económica. Con ello se ayuda a tantas realidades que engloban su acción evangelizadora y se atiende a los pobres que se acercan a las parroquias. De ahí que hemos de sentirnos orgullosos de pertenecer a esta comunidad cristiana que se siente amada por Jesucristo, que ha prometido permanecer siempre en medio de ella.
Somos los protagonistas
Los protagonistas del Día de la Iglesia Diocesana somos todos nosotros, que formamos parte de la Iglesia y de su misión, todo el Pueblo de Dios. En España, la Iglesia Católica se estructura en torno a 70 diócesis que están al servicio de toda la sociedad. Según los datos de la última Memoria anual de actividades, cuenta con 22.947 parroquias; 16.126 sacerdotes; 1.028 seminaristas; 35.507 religiosas y religiosos; 8.326 monjes y monjas de clausura; 10.382 misioneros; y millones de laicos. De ellos, 408.722 forman parte de alguna de las 86 asociaciones y movimientos.
Entre otros datos (correspondientes al año 2022), nuestra Diócesis cuenta con 146 parroquias; 8.487 alumnos en los centros concertados; 41 misioneros; 17 proyectos de construcción y rehabilitación y 159 centros dedicados a la actividad caritativa y asistencial.
Un año más celebramos el Día de la Iglesia Diocesana; esta vez, el próximo Domingo, 12 de noviembre. Esta jornada quiere ayudar a todos los católicos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a una Iglesia diocesana, en nuestro caso a la diócesis de Segorbe-Castellón, para conocerla, sentirla y amarla como propia, y para vivir con alegría nuestra condición de cristianos siendo todos responsables de su vida y de su misión evangelizadora.
Nuestra diócesis no es un territorio, una estructura, un conjunto de servicios o una organización humana con fines religiosos. Nuestra Iglesia diocesana es una porción del pueblo de Dios, extendido por toda la tierra. Está formada por hombres y mujeres, los bautizados, pero tiene su origen en Dios mismo. Como la misma palabra ‘Iglesia’ indica, es la asamblea, la comunidad, convocada por Dios. Tiene su origen en Dios; somos su pueblo, elegido por Dios para continuar y hacer presente en medio del mundo la obra de salvación de Cristo. Por el bautismo, renacemos a la vida de Dios. Dios mismo nos hace sus hijos amados en Cristo y nos incorpora a este su pueblo, a esta gran familia de los hijos de Dios. Ningún cristiano católico puede considerarse ajeno a la gran familia de la Iglesia diocesana: es nuestra Iglesia y nuestra familia, y como tal la debemos conocer, amar, sentir y ayudar.
La Iglesia diocesana la formamos todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano. En ella se hace presente la única Iglesia de Cristo, se comunica la vida divina al hombre y experimentamos el misterio del amor de Dios. Con frecuencia no valoramos debidamente los dones y bienes que recibimos a través de nuestra Iglesia, como son, entre otros, la fe en Jesucristo, la Palabra de Dios, la vida nueva del Bautismo, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe de niños, adolescentes, jóvenes y adultos, el acompañamiento personal y de matrimonios y familias, la atención a mayores y enfermos, la ayuda a los necesitados, el compromiso con nuestra tierra y la esperanza en la vida eterna. En nuestra Iglesia diocesana y en sus parroquias está presente y actúa el amor de Dios como fermento de la sociedad para que se vaya instaurando el reino de Dios y todo se vaya transformando y humanizando según Dios. Desde ella hemos de salir para llevar el Evangelio y el amor de Dios a todos.
Demos gracias a Dios por los dones de Él recibidos en su Iglesia, muestra de su amor por cada uno de nosotros. Saberse personalmente amados para siempre y sin medida por Dios es la fuente de nuestra alegría cristiana. Es la experiencia que funda y da consistencia a la existencia de todo cristiano. Quien vive con alegría el amor que Dios le tiene, no lo puede ocultar ni callar. Lo anuncia y lo acerca a todos porque a todos está destinado el amor de Dios, que purifica, sana y salva.
Hoy, entre nosotros, a muchos bautizados les cuesta decir en público, incluso a conocidos, que son cristianos, dado el ambiente de cancelación de lo cristiano, de laicismo, de indiferencia religiosa, o de alejamiento de la fe cristiana y de la práctica religiosa. En esta situación pedimos a Dios que nos conceda la gracia de no tener miedo a vivir y mostrar nuestra condición de cristianos. Y que lo hagamos con alegría, con humildad, sin vanidad ni prepotencia, en privado y en público, en el trabajo o con los amigos, en la vida profesional o pública. Hay vergüenza a declararse cristianos y a actuar como tales, con coherencia entre la fe y la vida, y sin ocultar la razón de nuestra formar de ser y de actuar. Los cristianos deberíamos estar convencidos que Cristo Vivo y el Evangelio es el mayor tesoro que tenemos y debemos ofrecer a nuestro mundo. Mostremos con claridad y alegría que somos cristianos y que formamos parte de la comunidad de los discípulos de Jesús, que es su Iglesia.
El Día de la Iglesia Diocesana nos llama a fortalecer nuestro amor a nuestra Iglesia diocesana, a sentirnos miembros activos de esta nuestra gran familia y a colaborar con nuestra parroquia y con nuestra diócesis, con nuestra oración, nuestro tiempo y nuestros donativos. Nuestro amor nos ha de llevar al compromiso con nuestra Iglesia: en la vivencia de la fe y vida cristianas, en la cooperación en sus tareas y en su mantenimiento económico. Todos estamos llamados a redoblar nuestra generosidad para que no nos falten los medios humanos y materiales para que el amor de Dios llegue a todos. Seamos generosos en nuestro compromiso y en la colecta de este día.
Este domingo celebramos el Día de la Iglesia diocesana. Es una ocasión muy propicia para conocer algo más a nuestra Iglesia diocesana, para amarla como propia y para sentirla como nuestra propia gran familia. Nuestro Año Jubilar diocesano nos invita a dar ‘gracias por tanto’, como dice el lema elegido para este año.
Nuestra Iglesia diocesana o diócesis de Segorbe-Castellón no es un territorio ni una estructura administrativa. Nuestra diócesis es una porción del Pueblo de Dios, de Iglesia universal extendida por todo el mundo. En nuestra comunidad diocesana se realiza, se hace presente y actúa la Iglesia de Jesús. La formamos todos los fieles católicos que vivimos en las 146 comunidades parroquiales que la integran, distribuidas en los dos tercios del sur de la provincia de Castellón. La sirve, guía y ‘pastorea’ el Obispo, en nombre de Jesús, el Buen Pastor, con la cooperación de los sacerdotes. Todos juntos formamos esa gran familia de los hijos de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón. A todos nos corresponde participar responsablemente en su vida y misión.
La Iglesia diocesana no es, pues, algo ajeno a cada uno de los católicos que la formamos: es nuestra Iglesia, nuestra familia y nuestra madre en la fe, que se hace presente y actúa en cada parroquia. Cada comunidad parroquial es un miembro del gran cuerpo de la Iglesia diocesana, a la que ha estar vitalmente unida en su vida y en su misión, si no quiere enfermar, languidecer y morir como comunidad eclesial.
Hoy damos una vez más gracias a Dios por nuestra Iglesia diocesana y por tantos dones que de Él hemos recibido a lo largo de estos casi ocho siglos de existencia y en el presente. Nuestra Diócesis es ante todo un don del amor gratuito de Dios. Somos pueblo elegido por Dios para ser su morada entre los hombres; está vivificada y alentada por la acción del Espíritu Santo y se alimenta en la Palabra y los Sacramentos para ser lugar de la presencia eficaz del Señor resucitado y de su obra salvadora y sanadora entre nosotros y para todos. A veces no somos agradecidos por tantos bienes recibidos de nuestra Iglesia, como son, entre otros: la fe en Jesucristo, el Bautismo, la Palabra de Dios, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe y de la conciencia moral, el perdón de los pecados, la capacidad de amar y de perdonar a los demás, la continua renovación de nuestras personas, la ayuda material y espiritual en la necesidad, la llamada al compromiso en la sociedad y la esperanza en la vida eterna. Seamos agradecidos y amémosla de corazón porque es un don de Dios. Hemos de saber amarla de corazón como a nuestra misma madre, a pesar de sus defectos y arrugas, que son nuestros pecados y defectos, nuestras tibiezas y mediocridades.
El mismo Jesús nos ha encomendado la hermosa misión de ser sus testigos y de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir la caridad y la misericordia de Dios y de transformar el mundo para que su Salvación llegue a todos. En esta Jornada queremos dar gracias a Dios por la entrega y dedicación de tantos que colaboran y trabajan en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana; la inmensa mayoría de una forma voluntaria y totalmente gratuita: catequistas, lectores, cantores y acólitos en la liturgia, maestros y profesores, voluntarios de cáritas, visitadores de enfermos, miembros de los consejos y tantos otros. Su compromiso resulta decisivo, especialmente en momentos de tanta necesidad como el actual.
Como en nuestra propia familia, la vida y la misión de nuestra Iglesia piden el compromiso de todos sus miembros. La prueba del grado de nuestro amor a nuestra Iglesia será nuestro compromiso en la vivencia de la fe y vida cristianas, y nuestra implicación en sus tareas. La vida y misión de nuestra Iglesia es cosa de todos. Juntos llegamos más lejos.
Para llevar a cabo la misión evangelizadora, celebrativa y caritativa que Jesús la ha encomendado, nuestra Iglesia ha de disponer de los medios necesarios, personales y económicos. Todos podemos colaborar. Podemos hacerlo con nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestra oración y alegría, con nuestra pasión porque Jesucristo sea más conocido y amado, y con nuestro dinero. Todo sirve para edificar la Iglesia. Nuestra implicación en su vida y misión y nuestra colaboración económica son indispensables. Oremos y trabajemos para que nuestra Iglesia sea cada día más la Iglesia que Jesús quiere: una Iglesia santa, presencia diáfana de Él y de su Evangelio, una Iglesia renovada y misionera, y una Iglesia servidora de los más pobres y necesitados.
Un año más celebramos el Día de Iglesia diocesana. Esta Jornada quiere ayudarnos a todos los católicos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a una Iglesia diocesana, en nuestro caso a la Diócesis de Segorbe-Castellón, para conocerla, sentirla y amarla como propia, como nuestra gran familia. Esto suscitará nuestro compromiso efectivo en su vida, en su misión evangelizadora y en su sostenimiento económico.
Con frecuencia me encuentro con cristianos católicos, incluso practicantes, que desconocen qué es la Iglesia diocesana o que tienen una imagen distorsionada de la misma: se piensa que es un conjunto de organismos o servicios, o un territorio concreto; en cualquier caso, para muchos se trata de algo ajeno y lejano a ellos. Y, sin embargo, es todo lo contrario.
Nuestra Iglesia diocesana es una porción del Pueblo de Dios, extendido por todo el mundo. La formamos hombres y mujeres, bautizados, pero no es sólo ni principalmente una organización humana; su existencia no se debe a la decisión de unas personas que se han asociado por unas ideas o para conseguir unos fines religiosos. Nuestra Iglesia diocesana tiene su origen en Dios mismo, Uno y Trino. El Concilio Vaticano II afirma: “Quiso Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa” (LG 9). La Iglesia diocesana encuentra su origen en Dios; somos Su pueblo. El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es la fuente de la que procede y el manantial permanente de nuestra Iglesia. La comunión de la Trinidad es el modelo de su unidad en la diversidad, que hace de ella misterio de comunión para la misión. Tanto de la Iglesia universal como también de nuestra Iglesia diocesana hay que decir que son un verdadero don de Dios. La Iglesia es “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).
Es necesario partir siempre de esta verdad para comprender qué es nuestra Iglesia diocesana, vivir con gratitud y alegría nuestra pertenencia a ella, y amarla e identificarse con ella. Por el bautismo somos incorporados a este Pueblo de Dios y pasamos a formar parte de una gran familia: la gran familia de los hijos de Dios. Al igual que ocurre en nuestra familia humana, ningún cristiano católico puede considerarse ajeno a la gran familia de la Iglesia diocesana: es nuestra iglesia, la iglesia de todos, nuestra familia y como tal la debemos conocer, amar y ayudar.
Esta porción del Pueblo de Dios, que es nuestra Iglesia diocesana, la formamos todos los católicos que vivimos en el territorio diocesano: Obispo, sacerdotes, diáconos, religiosas y religiosos y laicos. En ella se hace presente la única Iglesia de Cristo, se comunica la vida divina al hombre y experimentamos en nuestras vidas el misterio del amor de Dios; las parroquias y otros grupos son como células o miembros de la Iglesia diocesana, entroncadas en ella, en su vida y misión. En esta Iglesia nacemos a la fe, conocemos a Jesucristo, proclamamos y acogemos la Palabra de Dios y la celebramos con alegría en la liturgia; en ella vivimos la caridad con el prójimo. En ella actúa el amor de Dios como fermento y alma de la sociedad para que, descubriendo la verdad más profunda del ser humano, todo se vaya transformando y humanizando según Dios. Desde ella hemos de salir para llevar el Evangelio a todos, especialmente a aquellos que aún no han tenido la oportunidad de conocer a Cristo o que, conociéndolo, se han alejado de Él y de la comunidad eclesial.
Y, así como el amor de Dios Padre y la obra salvadora de su Hijo, Jesús, están destinados a todos, del mismo modo la Iglesia está con todos y al servicio de todos, especialmente de los más pobres y necesitados, de los cercanos y alejados, de los nativos y de los inmigrantes. Colaborar con nuestra Iglesia Diocesana es colaborar con el bien propio, con el de nuestra familia, con el de nuestros jóvenes y mayores, con el de los más necesitados en estos momentos de crisis, con el de una sociedad en la que vaya creciendo cada día la civilización del amor fraterno y solidario, donde el amor misericordioso de Dios se haga presente.
Nuestra Iglesia diocesana es lo que tú nos ayudas a ser, una gran familia contigo. Todos estamos llamados a participar de su vida y su misión allá donde nos encontremos. Todos estamos llamados a redoblar nuestra generosidad para que no nos falten los medios humanos y materiales para que el amor de Dios llegue a todos.
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