Pastores misioneros
Queridos diocesanos:
Por san José celebramos cada año el Día del Seminario. Este año será el domingo, 22 de marzo, y en las Misas vespertinas del sábado anterior. San José es patrono de la Iglesia universal y de los seminarios. Él es el hombre justo, que Dios puso al frente del hogar de Nazaret para cuidar de María y de Jesús. Allí se fue educando y formando el corazón sacerdotal de Jesús. Hoy san José sigue cuidando de los que se preparan para ser pastores misioneros al servicio de los hermanos.
En el Día del Seminario, nuestros Seminarios diocesanos mayores –Mater Dei y Redemptoris Mater- y el menor –Mater Dei-, están en el primer plano de nuestra atención y de nuestra oración. El Seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio ministerial. De nuestros seminarios depende en gran medida el futuro de la vitalidad cristiana y misionera de nuestra Iglesia; en ellos se forman los futuros pastores misioneros –como reza el lema de este año- de nuestras comunidades. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, no hay Iglesia, ni comunidad cristiana como tampoco servidores del resto de los cristianos, vocaciones y carismas, que salen y alientan a salir a la misión del anuncio el Evangelio.
Todos los diocesanos debemos sentir nuestros Seminarios como algo nuestro, conocerlos, quererlos, acercarnos a ellos y apoyarlos, también en la economía. Nuestros sacerdotes gozan en general de alta estima en las comunidades cristianas; todas quieren contar con un buen sacerdote. Su renuevo, sin embargo, es cada día más difícil por la escasez de vocaciones. Decía san Juan Pablo II que “la falta de vocaciones es ciertamente la tristeza de cada Iglesia”; por ello añadía que “la pastoral vocacional exige ser acogida, sobre todo hoy, con nuevo, vigoroso y más decidido compromiso por parte de todos los miembros de la Iglesia” (PDV, n. 34d). No nos quedemos en una tristeza o queja inútil; es la hora de la fe y de la confianza en el Señor que nos envía a seguir echando las redes en la tarea de la pastoral vocacional; ésta pide de todos una implicación activa y gozosa: del Obispo y los sacerdotes, del resto de los cristianos y las familias cristianas, de catequistas y comunidades parroquiales y eclesiales en general.
Ante todo quiero resaltar la necesidad de una oración personal y comunitaria más intensa a Dios, ‘el Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies’. Sabemos que toda vocación es un don gratuito de Dios para su Iglesia y para la humanidad; un don que hemos de saber pedir con humildad, pero con insistencia. Nuestra oración por las vocaciones sacerdotales, más intensa estos días, no puede faltar a lo largo del año.
Nuestra oración al Dueño de la mies ha de ir acompañada de obras. Entre todos hemos de crear un clima vocacional en el que pueda ser escuchada y acogida la llamada de Dios al sacerdocio ordenado. Toda vocación nace de un encuentro con el Señor; por ello lo primero que hemos de hacer es que haya familias y comunidades cristianas vivas y fervorosas, capaces de suscitar ese encuentro con Cristo que entusiasme, enamore y provoque la entrega incondicional a los demás en los más jóvenes.
Además, la principal manera de ayudar a un niño, adolescente o joven a discernir la vocación es ayudarle y acompañarle a llevar una vida de oración profunda y constante para que su corazón esté abierto a la llamada amorosa del Señor. Esto requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno (Christus vivit, n. 283). A pesar del ruido que nos envuelve, los jóvenes son sensibles a momentos de silencio y de encuentro personal con Cristo, vividos en comunidad, que hacen posible que se escuche la voz interior de Aquel que nos llama siempre. Nuestras vigilias con jóvenes son una muestra de esta sensibilidad.
En la maduración de la vocación hay etapas y altibajos; pero lo importante es saber orientar un camino que, confiando en la gracia del Señor, mira siempre a una entrega más grande y total. Quien se abre al amor de Dios no se encierra en sí mismo, sino que se deja llenar de Dios, para consagrarse de por vida a Él y para entregar su vida para los demás. Toda la Iglesia es misionera. La vocación a ser pastor y a ser misionero está estrechamente entrelazada. En estos tiempos de sombras, Dios quiere seguir haciendo brillar su Rostro lleno de amor por los hombres y mujeres de esta generación y hacer oír su voz que es luz y vida. Los sacerdotes son hoy más necesarios que nunca.
Oremos y ayudemos a que la vocación al sacerdocio sea descubierta y acogida con generosidad por niños, adolescentes y jóvenes, y por sus familias.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón