Todos somos destinatarios del Primer Anuncio
Queridos diocesanos.
El presente curso pastoral, nuestra Iglesia diocesana está centrada en el Primer Anuncio. La Iglesia, también nuestra Iglesia diocesana, está convocada por Jesús para ser enviada a anunciar el Evangelio a todas las gentes de todo tiempo y lugar. Esta es su razón de ser y su dicha más profunda. El centro del Evangelio no es una teoría o una fórmula, sino una Persona: Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado, para que todo el que crea en Él tenga vida en plenitud, la vida eterna.
Jesucristo no es alguien del pasado. Cristo vive, porque ha resucitado y sale al encuentro de todos para que creyendo en Él tengamos vida. En palabras del papa Francisco, el mensaje principal del Evangelio es: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (EG 164). Este anuncio responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. Este es el contenido de lo que llamamos primer anuncio. No puede faltar nunca ni puede ser sustituido por ningún otro mensaje. Su objetivo es propiciar el encuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo, que libera, salva y colma el deseo de verdad, libertad, plenitud y felicidad: un encuentro que mueva a cada persona a creer de corazón en Cristo vivo, a entrar en una relación personal con Él y a orientar toda su vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes.
Hablamos de primer anuncio no porque sea la primera de muchas tareas que, una vez hecha, se olvida. Es el primero porque es el principal y el fundamento de todo: es el anuncio que siempre hay que volver a hacer, escuchar y renovar de una forma o de otra a lo largo de toda la vida de un cristiano. Todo lo que la Iglesia hace, dice y vive está y debe estar basado en el anuncio de Cristo vivo. Cuando la Iglesia enseña o da catequesis está actualizando este primer anuncio. Cuando la Iglesia promueve la justicia y ejerce la caridad, resuena este anuncio. Cuando la Iglesia celebra la liturgia, hace presente a Cristo vivo y evangeliza con la belleza de la liturgia. El primer anuncio es la puerta de entrada normal en la experiencia cristiana; es el fundamento permanente de toda la vida cristiana, ha de estar presente en la catequesis, la teología, la moral, en toda formación cristiana y es la base de toda renovación de la actividad evangelizadora de la Iglesia (cf. EG 165).
Los destinatarios son –somos- pues todas las personas que necesitan o necesitamos hacer la experiencia fundante de encuentro con Jesucristo y de renovarlo cada día. El Señor busca a todos, quiere que todos sintamos el calor de su misericordia y su amor. No olvidemos nunca que todas las personas tienen derecho a conocer a Jesucristo, que murió por todos, y a experimentar la salvación que Él nos ofrece.
Según esto podríamos distinguir varios grupos de destinatarios del primer anuncio. En primer lugar, y a veces se olvida, estamos quienes participamos habitualmente de la vida y la misión de la comunidad cristiana, incluidos los pastores, catequistas y tantos otros; necesitamos mantener viva la experiencia del encuentro con el Señor; sólo desde el encuentro con Cristo y la conversión permanente a Él surgirán testigos capaces de comunicar su propia experiencia de fe y animar a otros a dar el paso. El primer anuncio se dirige también a los bautizados que no tienen una relación personal con el Señor, aunque participen de la vida de la Iglesia, o que no viven las exigencias de su bautismo, ya que se alejaron de Él por las causas que sean; incluso a los fieles que conservan una fe sincera, pero la expresan de formas diversas, apartadas de la liturgia y la vida de la Iglesia. Y finalmente están quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado: muchos de ellos buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, también en países de antigua tradición cristiana.
Todos tienen el derecho a recibir el Evangelio. Anunciemos a Cristo y su buena noticia en todas las realidades en las que nos movemos: en la comunidad cristiana, la familia, la universidad, el trabajo, el barrio o el pueblo; en el mundo de la política, la economía, la cultura, la ecología; en el mundo de las comunicaciones sociales y en todas aquellas realidades en las que estamos insertos.
Hoy se requiere el compromiso generoso de cada uno de los bautizados al servicio de la misión evangelizadora, ante todo con el testimonio diario de una vida conforme al Evangelio; y hemos de hacerlo en los ambientes donde vivimos y asumiendo los compromisos que nos corresponden al servicio de la comunidad de la Iglesia.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón