HOMILIA EN LA APERTURA DE LA FASE DIOCESANA DEL SINODO DE LOS OBISPOS
S.I.CONCATEDRAL DE CASTELLÓN, 16 de octubre 2021
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(Hech 2,1-11; Salmo 32; 1 Cor 12,12-26; Mt 28, 16-21)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor!
Comienza el proceso sinodal
1. El Señor Jesús nos ha convocado a esta Eucaristía para inaugurar la fase diocesana del Sínodo de los Obispos, que se celebrará en Roma en octubre de 2023, bajo el título “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. El pasado Domingo lo hacía el Papa Francisco en Roma para toda la Iglesia y este fin de semana se hará en todas las diócesis del mundo. Nuestra Iglesia diocesana se une cordialmente al deseo del Santo Padre. El proceso sinodal que hoy se abre, no hace sino enriquecer y reforzar el camino de oración, reflexión y discernimiento que ya iniciamos en nuestra diócesis en la Jornada de Inicio del presente curso pastoral, el pasado 18 de septiembre. Unidos a la Iglesia universal en este itinerario sinodal, nos queremos preparar para el Año Jubilar diocesano, un año de gracia que Dios nos concede para crecer en comunión y salir a la misión.
Bajo una nueva efusión del Espíritu Santo
2. Antes de nada volvamos esta mañana nuestra mirada al Señor Resucitado, realmente presente en nuestra Asamblea, y pidámosle con fe viva una nueva efusión del Espíritu Santo sobre nosotros y sobre nuestra Iglesia diocesana, para que el Espíritu nos guie e ilumine en este proceso sinodal. Jesús prometió a sus Apóstoles que les enviaría el don del Padre: el Espíritu Santo (cf. Jn 15, 26). Esta promesa la cumplió el día de Pentecostés, cuando el Espíritu descendió sobre los discípulos en el Cenáculo. Aquel día todos “se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hch 2, 4) y salieron por las calles de Jerusalén a proclamar las grandezas de Dios. Cristo Jesús, glorificado a la derecha del Padre, sigue enviando el Espíritu vivificante a quien lo suplica con fe; y el Espíritu sigue derramándose sobre las personas, comunidades y sobre toda nuestra Iglesia.
Abramos nuestros corazones a una nueva efusión del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo no podremos caminar juntos, en sinodalidad, como Iglesia peregrina del Señor. El Espíritu Santo es como el alma de nuestra Iglesia. Sin Él no podemos hacer nada. Él es el Maestro interior, que nos enseña a orar juntos, a escuchar la voz del Resucitado, a mirar nuestra realidad y nuestra sociedad con los ojos del Señor. Él es la memoria viviente de Jesús en su Iglesia, que nos recuerda todo lo que dijo e hizo, y cómo lo dijo e hizo. El Espíritu Santo nos guía “hasta la verdad plena” (Jn 16, 13) y nos introduce en la verdad y en la belleza del Evangelio.
Si abrimos nuestro corazón al Espíritu Santo, Él nos llevará a recorrer este camino sinodal, abiertos a la novedad de Dios que siempre nos sorprende. Cuanto más generosa sea nuestra docilidad al Espíritu, en mayor medida la persona y las palabras de Jesús se harán vida en nosotros en nuestras actitudes, opciones y gestos. El Espíritu Santo nos ayudará a estar con Dios y nos llevará al encuentro con nuestros hermanos y conciudadanos, a escucharlos para conocer sus inquietudes y sufrimientos, sus preguntas y esperanzas. El nos hará ‘canales’ humildes y dóciles de la Palabra de Dios. Llenos del Espíritu de amor, podremos ser signos e instrumentos del amor y de la misericordia de Dios.
El Espíritu Santo renovará y cambiará nuestros corazones. El Espíritu Santo liberará nuestros corazones bloqueados y vencerá nuestra resistencias y mediocridades; también nuestra indiferencia ante el camino sinodal. Él nos empuja a dejar la comodidad, nos despereza en nuestra tibieza y mantiene joven el corazón de todo discípulo del Señor. El Espíritu Santo agranda los corazones para acoger al hermano y a la hermana, por muy diferente que sea o piense. Él nos enseña a acoger al otro como un don de Dios para mí y la comunidad, y a valorar así los carismas, la vocación y el ministerio de los demás. El Espíritu Santo desbloquea la falta de sintonía con caminos y espiritualidades legítimas en nuestra Iglesia, aunque no sean las nuestras. Él crea la unidad en la diversidad y en las distancias. De este modo, el Espíritu Santo hace que renazca en nosotros la alegría de pertenecer a esta Iglesia del Señor, que peregrina en Segorbe-Castellón.
“Ven, Espíritu Santo, riega nuestra tierra en sequía, sana nuestro corazón enfermo, lava nuestras manchas e infunde calor de vida en nuestro hielo”.
3. Para caminar juntos como Iglesia peregrina
Todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana estamos convocados e invitados a implicarnos en este proceso sinodal, a caminar juntos en este proceso de oración y reflexión, dóciles a la Palabra de Dios, a la acción del Espíritu Santo, en el contexto actual y ante la realidad que vivimos.
Todos los bautizados -laicos, consagrados, diáconos, sacerdotes y Obispo-, como miembros del único Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,13), compartimos una misma dignidad y una vocación común por el Bautismo. Cada uno tenemos una vocación, un carisma, un ministerio y responsabilidad distinta, pero todos estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a caminar juntos en la vida de nuestra la Iglesia: esta debería ser siempre nuestra forma de ser y de actuar. Nada expresa mejor que somos Iglesia peregrina y misionera como el caminar juntos y reunirnos en Asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús para vivir en comunión y salir a anunciar el Evangelio.
Por ello, todos estamos convocados a participar en este proceso sinodal inscribiéndonos y participando en los grupos de oración y reflexión. Hoy se pone a disposición de todos, el material de ayuda para este proceso. Pido a Dios para que estos grupos se creen en todas las parroquias, también en las pequeñas, en otras comunidades eclesiales, en los movimientos, en las comunidades religiosas y en los grupos eclesiales. De nosotros, queridos sacerdotes, y de los responsables depende en gran medida que así ocurra. Todos -mujeres y hombres, jóvenes y ancianos-, todos estamos invitados a escucharnos unos a otros, para oír los impulsos del Espíritu Santo. Él guía nuestros esfuerzos humanos, da vida y vitalidad a nuestra Iglesia y nos lleva a una comunión más profunda para nuestra misión en el mundo. Si acogemos con gratitud este momento de gracia de Dios, el proceso sinodal ayudará sin duda alguna a revitalizar nuestra Iglesia, en sus miembros y en sus comunidades.
Para que este proceso sea verdaderamente sinodal, debemos hacer todo lo posible para sabernos escuchar y dialogar con humildad y caridad, con autenticidad y verdad para convertirnos en la Iglesia que Dios nos llama a ser. Como nos dice el Papa Francisco, “hacer sínodo es ponerse en el mismo camino del Verbo hecho hombre, es seguir sus huellas, escuchando su Palabra junto a las palabras de los demás. Es descubrir con asombro que el Espíritu Santo siempre sopla de modo sorprendente, sugiriendo recorridos y lenguajes nuevos. Es un ejercicio lento, quizá fatigoso, para aprender a escucharnos mutuamente -obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, todos, todos los bautizados- evitando respuestas artificiales y superficiales, respuestas prêt-à-porter, no. El Espíritu nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. No insonoricemos el corazón, no nos blindemos dentro de nuestras certezas. Las certezas tantas veces nos cierran. Escuchémonos” (Homilía de apertura del proceso sinodal, 7 de octubre de 2021).
4. Y discernir los caminos que el Señor nos indica para la misión
El proceso sinodal es, ante todo, un proceso espiritual, para discernir los caminos que el Señor nos indica hoy para la misión. No es, pues, un ejercicio de recopilación de datos, ni una serie de reuniones para responder a unas preguntas. No es un debate para ver qué opinión se impone, ni un ajuste de cuentas con quien o con lo que no estoy de acuerdo.
Nuestra escucha sinodal está orientada al discernimiento. A partir de la lectura orante de la Palabra de Dios, nos escucharemos con humildad unos a otros, escucharemos nuestra tradición de fe y los signos de los tiempos, para discernir lo que Dios nos dice a todos. El Papa Francisco clarifica los dos objetivos interrelacionados de este proceso sinodal de escucha y discernimiento: “escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama”.
La pregunta que nos debe mover es cómo ser hoy una Iglesia evangelizada y misionera; es decir, qué renovación y conversión -personal y comunitaria-, qué conversión pastoral necesitamos, y qué caminos –actitudes, medios, métodos, ámbitos, lenguajes y acciones- hemos de seguir todos como Iglesia diocesana para cumplir hoy con la misión que Jesús ha puesto en nuestras manos. El nos dice hoy una vez más: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”.
No hay respuestas preestablecidas ante las dificultades para evangelizar hoy. Hemos de buscarlas entre todos por el sendero del discernimiento comunitario. Pues todos somos corresponsables, cada uno según su carisma, vocación y ministerio, para llevar juntos a cabo la tarea evangelizadora en la Iglesia y en el mundo. Se trata de ponernos a la escucha del Señor y de los deseos y gemidos de nuestros contemporáneos para descubrir el plan de Dios, su voluntad, los caminos que el Señor nos indica para ser sus discípulos misioneros aquí y ahora.
Que la Virgen de la Cueva Santa, nuestra patrona, nos enseñe a escuchar, a discernir y a aceptar la voluntad de Dios en este tiempo. Que ella nos guíe y aliente en este proceso sinodal. Que san Pascual Bailón interceda por nosotros para que sepamos acoger este momento de gracia de Dios a nuestra Iglesia diocesana. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón