Es Adviento, Dios viene a nuestro encuentro
Queridos diocesanos:
Este Domingo comienza el tiempo litúrgico del Adviento. Son cuatro semanas que la Iglesia nos ofrece para prepararnos a la celebración gozosa de la Navidad mediante la escucha de la Palabra de Dios y la conversión de corazón a Dios y al prójimo.
La palabra ‘adviento’ significa “venida”. En el lenguaje cristiano nos referimos a la venida de Dios a nuestro mundo en su Hijo, Jesucristo, en el pasado, en el presente y en el futuro. Este permanente acercamiento de Dios a la humanidad es el gran significado del Adviento.
Toda la vida es adviento de Dios. Quizás es esto lo más profundo que podemos decir de nuestra propia vida. Somos indigencia de Dios. Una indigencia que Él llena viniendo a nuestro encuentro como Padre bueno. El gran amor que Dios nos tiene le hizo salir y venir hasta nosotros en carne mortal en su Hijo Jesús, en un tiempo y en un lugar concreto. Jesús es la presencia por excelencia de Dios en nuestro mundo. Jesús es el adviento permanente de Dios para cada uno de nosotros y para toda la humanidad. En el Jesús real e histórico, muerto y resucitado, en Cristo vivo, Dios viene constantemente a nuestro encuentro.
En la primera antífona de las Vísperas de este primer Domingo de Adviento, rezamos: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”. La antífona nos invita a renovar el anuncio a todos los pueblos de la venida del Salvador, que se resume en dos palabras: “Dios viene”. No se usa el tiempo pasado ni el futuro sino el presente: “Dios viene”. Se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que está ocurriendo constantemente en la historia de cada persona y de toda la humanidad. En todo momento “Dios viene” a nosotros. Dios es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros. Y lo hace porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestro verdadero desarrollo y nuestra verdadera felicidad: Dios viene a salvarnos.
Dios sale a nuestro encuentro por medio de la Iglesia, en su Palabra, en los Sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía y de la Reconciliación, y más profundamente por la acción del Espíritu Santo. “Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Dios viene a nosotros también en cada acontecimiento de la vida y en cada hombre y mujer, en especial, en los pobres, los sedientos y hambrientos, en los enfermos y encarcelados, en los migrantes y en los más vulnerables (cf. Mt 25,35-40).
Dos novedades tienen que llenar nuestro Adviento. La primera y principal es el descubrimiento de Dios como Padre bueno, como principio y fuente de vida verdadera y eterna, como apoyo, refugio, garantía y esperanza de nuestra vida personal y de toda la humanidad. Tenemos que romper esa barrera de miedo y desconfianza con la que nos blindamos ante el amor de Dios. El gran testimonio, la gran verdad de Jesús es habernos manifestado con su vida, con sus gestos y palabras y con su muerte y resurrección este amor ilimitado de Dios, Padre misericordioso y acogedor. Nos amó hasta dejar morir a su Hijo en la cruz por todos y cada uno de nosotros. Confianza, gratitud e invocación son los grandes sentimientos del Adviento.
La otra novedad del Adviento tiene que ser el reconocimiento de nuestros pecados, de nuestra indiferencia y de nuestra ingrata ceguera ante la venida de Dios y ante las necesidades de nuestros hermanos. No se trata sólo de arrepentirnos de pecados concretos, sino de ir hasta el fondo de nuestros pecados, descubriendo y eliminando el pecado profundo y encubierto del olvido de Dios, de la desconfianza contra Él, del vivir de espaldas a Él e indiferentes antes los pobres y necesitados. Adviento es un tiempo de penitencia, una penitencia profunda, serena y confiada, que nos libera de nuestro encerramiento, origen de tantos pecados, y nos abre a la visita de Dios.
En la liturgia de estas semanas los profetas dan forma al clamor de la humanidad pidiendo y esperando la llegada de Dios, de su perdón, de su presencia, de su abrazo vivificador. Hagamos nuestra esta voz de los profetas, preparemos los caminos de Dios hacia nosotros con nuestra penitencia y nuestras buenas obras. Hay demasiadas puertas cerradas. Abramos las puertas de muchos corazones a la llegada de Dios.
La Virgen María encarna perfectamente el espíritu del Adviento, hecho de escucha y acogida de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por María también en este tiempo, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos ante su venida.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón