El Seminario Diocesano y Misionero Redemptoris Mater acogió un encuentro con los participantes de la Diócesis de Segorbe-Castellón en el Congreso Nacional de Vocaciones, celebrado en Madrid el pasado mes de febrero. Entre los asistentes se encontraba nuestro obispo, D. Casimiro, quien subrayó la importancia de comunidades evangelizadas y evangelizadoras, así como la necesidad de fomentar parroquias acogedoras e integradas en la comunidad eclesial.
Durante la jornada, los participantes compartieron su experiencia en el Congreso, destacando la riqueza de los diferentes carismas de la Iglesia y la alegría de haber podido reflexionar no solo sobre las vocaciones sacerdotales y religiosas, sino también sobre la vocación laical. Se resaltó la importancia de conocer y valorar las diversas realidades eclesiales y movimientos para enriquecer la vida parroquial y eclesial.
Uno de los aspectos clave tratados en el encuentro fue cómo trabajar la cultura vocacional en todas las etapas de la vida cristiana, especialmente en la catequesis de Confirmación. Se planteó la necesidad de ayudar a los jóvenes a cuestionarse sobre aquello que Dios les propone y de proporcionar un acompañamiento constante en su camino de fe. Asimismo, se insistió en la importancia de descubrir la propia vocación dentro del sentido amplio del llamado de Dios a cada persona.
Se discutieron estrategias para potenciar lo que ya se ofrece en las parroquias y cómo impregnar cada acción pastoral con un enfoque vocacional. Además, se habló de la posibilidad de organizar jornadas para conocer las distintas realidades eclesiales y de promover encuentros juveniles que ayuden a fortalecer el sentido de la vida y el compromiso cristiano.
El papel de la comunicación también se consideró fundamental en la promoción vocacional. Se destacó la necesidad de ofrecer testimonios de diversas vocaciones a través de los medios de comunicación, ya que estos testimonios son altamente valorados por los jóvenes. También se planteó la importancia de generar espacios donde los jóvenes puedan desarrollar una vida interior sólida y conocer diferentes carismas y edades dentro de la pastoral vocacional.
Finalmente, se consideró reconfigurar la Delegación de Pastoral Vocacional para aunar esfuerzos y mejorar la labor de acompañamiento. La jornada concluyó con el compromiso de seguir trabajando en la promoción de la cultura vocacional en la Diócesis, fortaleciendo la pastoral juvenil en las parroquias y potenciando el testimonio personal como herramienta clave para despertar en los jóvenes el deseo de responder a la llamada de Dios en sus vidas. La jornada concluyó con una comida fraternal que consolidó los vínculos creados en el Congreso y que ahora contribuye a trabajar juntos en esta misma dirección.
Por san José celebramos el Día del Seminario. Este año lo hacemos este domingo, día 16 de marzo, y en las misas vespertinas del sábado. En este día, nuestros Seminarios mayores Mater Dei y Redemptoris Mater y nuestro Seminario menor Mater Dei estarán especialmente presentes en la oración de nuestras comunidades parroquiales, algo que no debería faltar a lo largo de todo el año.
El lema de este año, “sembradores de esperanza”, está en íntima conexión con el del año jubilar, y se corresponde con el papel que los sacerdotes debemos ejercer en la Iglesia y en la sociedad. Los sacerdotes estamos llamados a ser sembradores de esperanza en un mundo en el que reina la incertidumbre ante el futuro, el vacío existencial de muchos y la desesperanza de no pocos. Como san Pablo hemos sido llamados a ser apóstoles “de Cristo Jesús por mandato de Dios, Salvador nuestro, y de Cristo Jesús, esperanza nuestra” (1 Tim 1,1). Participando del ministerio apostólico por la ordenación sacerdotal, hemos de anunciar a Cristo, nuestra esperanza, hemos de hacer presente al Señor resucitado celebrando los sacramentos, fuente de gracia y salvación, y estamos llamados a servir, cuidar y acompañar a las personas y a las comunidades para llevarlas al encuentro salvador con Cristo, la esperanza que no defrauda.
El servicio esencial del sacerdote es continuar la obra de Jesucristo en el mundo con palabras cercanas y gestos concretos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20, 21). Estas palabras, además de conceder el poder para actuar como “enviados por Cristo”, indican el motivo y el contenido del envío, que es el mismo por el que el Padre envió a su Hijo al mundo. Como Jesús dice a Nicodemo: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él…, porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16-17). Jesús vino a revelar a los hombres el amor misericordioso del Padre. Jesús pasó haciendo el bien: curó a los heridos en el camino de la vida, sanó a los enfermos, devolvió la vista a los ciegos y perdonó los pecados para abrirles el camino a la vida misma de Dios, la vida eterna.
Los sacerdotes somos continuadores de la obra de Cristo y, sobre todo, de su persona. Jesús no tiene sucesores, pues vive resucitado y está presente en medio de nosotros. La tarea de sus ministros es representarle, es decir, hacerle presente, dar forma visible a su presencia invisible. Todo sacerdote tiene que ser alguien que lleva a las personas al encuentro personal con Cristo, nuestra única esperanza, ofreciendo signos concretos de esperanza a los jóvenes ante un futuro incierto, a los matrimonios y las familias en sus dificultades, a los enfermos en su dolor y sufrimiento, a los ancianos que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono o a los pobres que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir.
Toda la comunidad diocesana, cada uno desde el lugar que le corresponde, somos corresponsables de que aquellos que son llamados por el Señor al sacerdocio se preparen debidamente para el ministerio sacerdotal. Todos los diocesanos deberíamos sentir nuestros seminarios como algo muy nuestro, conocerlos, amarlos, acercarnos a ellos y apoyarlos en todos los sentidos: humana, espiritual y económicamente.
De otro lado, la escasez actual de vocaciones sacerdotales nos tiene que interpelar a todos y debería llevarnos a una implicación activa y gozosa en la pastoral vocacional. Ante todo es necesaria una oración personal y comunitaria más intensa a Dios, ‘el Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies’. Entre todos hemos de colaborar para que se genere una cultura vocacional en la que pueda ser escuchada y acogida la llamada de Dios a cada uno: sea al sacerdocio ordenado, a la vida consagrada, al matrimonio y familias cristiana o a la vocación laical. Esto comienza por una buena iniciación cristiana basada en el encuentro personal con Cristo vivo en la oración y la vida sacramental, y en el acompañamiento personal de niños, adolescentes y jóvenes. Todos los bautizados estamos llamados a seguir a Jesús en el camino concreto al que él nos llama y dejarnos enviar por él para servirle en los hermanos. Por ello hemos de presentar sin miedo a niños y jóvenes la llamada de Jesús a seguirle siendo sacerdotes como una posibilidad real y concreta para ellos.
Ser sacerdotes por gracia de Dios para ser apóstoles de Cristo, sembradores de esperanza, es lo más hermoso que les puede ocurrir en su vida.
El pasado sábado, la Concatedral de Santa María de Castellón acogió una Vigilia Eucarística por las Vocaciones, organizada por la Adoración Nocturna Española (ANE) y la Adoración Nocturna Femenina Española (ANFE). La celebración, presidida por el Obispo D. Casimiro, comenzó con la Procesión de las Banderas, claustral, durante la cual los asistentes rezaron los misterios gloriosos del Santo Rosario, ofrecido por la salud del Papa Francisco y por las familias cristianas, consideradas el núcleo fundamental en el que se gestan las vocaciones. A la vigilia acudieron fieles de diversas localidades de la diócesis, incluyendo l’Alcora, Almassora, Almenara, Betxí, Burriana, Castellón, Onda, Segorbe, Vila-real y la Vilavella.
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La Eucaristía, que dio inicio tras la procesión, incluyó la oración de Vísperas y fue concelebrada por varios sacerdotes, entre ellos el párroco D. Joaquín Muñoz, el consiliario de la Adoración Nocturna D. Joaquín Guillamón, el Delegado para la Pastoral Vocacional D. Ion Solozabal, el rector del Seminario Mater Dei D. Juan Carlos Vizoso, el Vicario General D. Javier Aparici, el Vicario de Pastoral D. Miguel Abril, y el Secretario Particular D. Ángel Cumbicos. La celebración fue asistida por los seminaristas de los seminarios Mater Dei y Redemptoris Mater, además de dos diáconos.
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En su homilía, el Obispo reflexionó sobre la vocación como una llamada de Dios, una invitación a vivir la vida cristiana en su totalidad. En un mundo cada vez más marcado por una cultura antivocacional, el Obispo destacó la importancia de promover una cultura vocacional en las familias y en la Iglesia. “Toda persona es vocación, es llamada por Dios a seguir su camino en la vida”, afirmó, haciendo un llamado a la comunidad a acoger esta vocación con generosidad y entrega. Recordó que la vocación no solo se refiere a los sacerdotes o religiosos, sino también a los matrimonios cristianos, quienes, a través de su amor y testimonio, dan testimonio del Reino de Dios en el mundo.
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La Vigilia concluyó con un turno de vela que se extendió hasta pasada la medianoche, en un ambiente de oración y reflexión por las vocaciones, en especial por aquellos que están llamados a servir a la Iglesia y al prójimo en la Iglesia. D. Casimiro concluyó su homilía pidiendo a todos los presentes que, al final de la celebración, se comprometan a fomentar una cultura de la vocación en sus comunidades y familias, y a seguir orando por las vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio cristiano y al laicado comprometido.
El segundo fin de semana de este mes, más de 3000 personas procedentes de todas la diócesis de España, celebramos en Madrid el Congreso nacional de Vocaciones.
Juntos nos pusimos a la escucha del Señor, para profundizar en la pregunta que el Papa Francisco hace en su Exhortación Christus Vivit (n. 286): “¿Para quién soy yo?”.
Nos preocupa la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, como también al laicado y el matrimonio cristiano. Pero sobre todo nos preocupa que la existencia no se entienda y viva como vocación. Esto ocurre en todos los ámbitos, también en la Iglesia. En efecto, lo que está en crisis hoy es entender la vida como vocación, y con ello la comprensión de lo que somos. El contexto cultural actual propone un modelo de ‘hombre sin vocación’, totalmente autónomo, señor de su vida y existencia, sin apertura ni referencia alguna a Dios, donde cada cual opta o elige un camino según sus propios deseos. También en la mayoría de los casos, el futuro de niños y jóvenes se plantea en nuestra Iglesia sin contar con Dios. La cuestión vocacional es un reto de nuestro tiempo y de nuestra Iglesia.
El Congreso ha mostrado que una mirada y comprensión creyente de la persona nos descubre que todos recibimos de Dios una vocación y una misión. En el libro del Génesis leemos que “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” (Gn 1,27). Dios es amor (1Jn 4,16). Porque Dios es amor y comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Dios nos crea a su imagen y semejanza. Nuestra identidad más profunda es que Dios llama a cada uno a la vida por amor para una existencia plena y dichosa. Este es nuestro origen y nuestro destino en el plan de Dios: somos llamados a la existencia por amor, para amar y ser amados, y llegar así a la plenitud del amor de Dios en vida la eterna. Este es el proyecto de Dios para cada uno. Cristo nos muestra que el verdadero amor consiste en la donación y entrega total por el bien de los demás.
La vocación es un don que se recibe y se entrega. Somos vocación y misión. Toda vocación nace en Dios y es una llamada para donarse a los demás. La vocación no es una elección personal basada en intereses propios, sino un don gratuito que se acoge con agradecimiento. Ha de vivirse como una respuesta al amor de Dios y no como conquista personal. Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. En esencia, la misión no es otra cosa que llenar el mundo de fe, amor y esperanza. Ante la vocación son necesarias tres actitudes fundamentales: acoger con humildad el don gratuito e inmerecido de Dios; agradecer el don como una gracia que transforma la vida; y entregar el don, convirtiéndose en una donación plena al prójimo.
La vocación se descubre en la amistad con Jesús. ”Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15). La relación de amistad con Cristo es el fundamento de toda vocación cristiana. Esta amistad no solo nos define como cristianos, sino que también transforma nuestra vida y nos impulsa a vivir en comunión de amor con Dios para los demás. Esta amistad se vive especialmente en la oración. Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar la amistad con Cristo y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana.
En la Iglesia, la familia de los llamados, hay y conviven diversas vocaciones: sacerdotal, consagrada y matrimonial cada una con su riqueza y especificidad. Los sacerdotes son servidores del pueblo de Dios, mediadores entre Dios y los hombres, llamados a anunciar el Evangelio, celebrar los sacramentos y guiar a la comunidad. Los consagrados son un signo de la trascendencia de Dios, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y testimoniando la vida eterna. Los laicos son llamados a santificar el mundo en su vida cotidiana, viviendo el Evangelio en el ámbito familiar, laboral y social. Los casados son en su donación mutua signo del misterio del amor de Cristo hacia su Iglesia. Cada vocación contribuye a la misión común de extender el Reino de Dios. Todos hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad, cada uno según su propia vocación y misión.
El Congreso nacional nos apremia a dar pasos concretos para promover una cultura vocacional y a dar un nuevo impulso a la pastoral vocacional. Esto implica discernir los signos del Espíritu Santo en nuestra vida y comunidad, y asumir el compromiso de fomentar las vocaciones en todas sus formas. Sus retos principales son pedir al Dueño de la mies que suscite nuevas vocaciones, reavivar la conciencia dr ls Iglesia misma es la asamblea de los llamados, vivir gozosamente la propia vocación y fomentar una pastoral con alma vocacional. La misión de cada bautizado es hacer de su vida un signo del amor de Dios para todos.
La Iglesia en España ha celebrado su Congreso de Vocaciones “¿Para quién soy?”, entre el viernes, 7 de febrero, y hasta el domingo, día 9. El Congreso se ha celebrado en el «Madrid-Arena» y se ha podido seguir en la página web del Congreso y en el canal de Youtube de la Conferencia Episcopal. La Asamblea Plenaria de la CEE encomendó la organización de este evento al Servicio de Pastoral Vocacional. La Conferencia Episcopal Española cierra, con este Congreso, su ciclo del Plan Pastoral que inició en 2021.
Día primero. Inauguración, ponencia marco y vigilia de oración
El viernes 7 por la tarde comenzó la acogida de participantes, que llegaron de las 70 diócesis españolas, entre ellas de Segorbe-Castellón con una delegación encabezada por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, y por el Delegado diocesano para la Pastoral Vocacional, D. Jon Solozabal. Y lo hicieron con la alegría de los bautizados, de ser peregrinos, de compartir, de vivir desde el comienzo, personal y comunitariamente, los retos que plantea este Congreso: que sea un encuentro que ayude a reconocer que el Señor sigue llamando a la vida, a la fe y a la misión.
La inauguración del Congreso comenzó con música, con la proyección del video-clip del himno del Congreso de Vocaciones, «Para quien soy yo», compuesto y cantado por Hakuna, en un acto amenizado por los periodistas Mª Ángeles Fernández y Fran Otero, que invitaron a una pequeña dinámica con algunas frases del himno del Congreso, que i nterpelaban al público: “Lo que todo el mundo ansía — ¿Qué ansía tu corazón?”; “¿Para quién soy?” – “¿Qué hago aquí?” — “¿Qué haces aquí?” y la frase “Tu mirada da sentido a nuestra vida” con la pregunta “¿Cómo me mira Jesús?”. Los congresistas escribieron sus respuestas en unos folios que alzaban con las manos. La música y las canciones acompañaron también las distintas partes y reflexiones del Congreso.
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Seguidamente, comenzó un momento de oración guiado por un grupo de la Archidiócesis de Valencia. “Somos una Asamblea de los llamados. Nos hemos preparado. La cuestión vocacional es un gran reto para nuestra Iglesia, que abre una respuesta desde el discernimiento y el acompañamiento que ofrece la Iglesia. El Señor nos sigue llamando a la vida. La vida cristiana es vocación. Toda vida es vocación. Se vive como una llamada y se ofrece como una misión particular”, reflexionaron.
Saludos iniciales de bienvenida
Los saludos iniciales de acogida corrieron a cargo del arzobispo de Madrid, el cardenal José Cobo; del arzobispo de Braga, Mons. José Manuel García Cordeiro, responsable de Vocaciones y Jóvenes en el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE); del nuncio apostólico en España, Mons. Bernardito Auza, quien agradeció la celebración del encuentro y transmitió el mensaje que el papa Francisco envió a los participantes de este Congreso. Por último, el presidente de la CEE, Mons. Luis Argüello, dio la bienvenida también, cerrando este acto de recibimiento, a todos los congregados.
Cardenal Cobo: «nuestra vida tiene futuro, nuestra vida tiene sentido»
El cardenal Cobo acogió con su saludo a todos los participantes en Madrid, con unas palabras y un deseo compartido: que nos escuchemos unos a otros durante estos días. Afirma que “lo mejor que a alguien le puede ocurrir en la vida es poder conducir su libertad a su horizonte más amplio y eso solo se hace si es capaz de formular a las preguntas fundamentales. Nada es tan obvio que no merezca ser interrogado. Nuestro tiempo presenta una grieta peligrosa y es la falta de preguntas”.
“Dedicamos -continuó- mucho esfuerzo a nuestra personalidad on-line, pero la falta de preguntas nos hace volar muy bajo. Navegamos en la incertidumbre y nos da mucho miedo el futuro. Ante una pandemia como la que tuvimos olvidamos las preguntas y no hacemos nada ante el miedo”.
Por ello, explicó qué si no nos dejamos sorprender por el Dios que nos llama por nuestro nombre, seremos seres deshumanizados. Pero si cultivamos la capacidad del asombro seremos capaces de ver a Dios. “Despertad es la llamada. Despertad de la dormidera para poder hacer en el corazón las preguntas fundamentales. Para percibirnos creados y amados desde siempre. La revelación es así. La historia de un coloquio amoroso entre Dios y el hombre. Debemos apostar por la cultura del encuentro: que incorpora al otro y a los otros. La revelación es la que da sentido a nuestra vida. Hay que sentarse a escuchar y estar juntos”, constató.
El cardenal Cobo explicó que el divorcio de la fe en el día a día es una grieta y limita nuestra capacidad de vivir la fe en todos los aspectos de la vida. Por ello, el reto que nos propone es: integrar la fe en la vida cotidiana y así puede cumplir cada persona su misión en el mundo. “Él no nos propuso solo un ideal, Él se encarna. Nos propuso un encuentro con Él, vino a nuestro lado. «Maestro, ¿dónde vives? esta es la pregunta. Venid y veréis, la respuesta”, reflexionó.
También destacó que “nuestra vida tiene futuro, nuestra vida tiene sentido porque depende de la mirada Dios. Somos convocados, Dios llama en la Asamblea que es la Iglesia. Por ello, «estar juntos nos da alas, para vivir más arraigados, haciendo uso de nuestra libertad. Nos hace caminar y aprender juntos”. Así, indicó que “Dios nos saca de nuestras ideas que polarizan la convivencia, que no acepta a los otros”. Por ello, como toda vocación es un don y una vida, «todas las vocaciones deben ser acompañadas. La vocación es una llamada, la llamada del Maestro para seguirle. Vivimos un momento de gracia para la Iglesia. El Espíritu santo nos empuja a descubrirnos como Pueblo de Dios. Todos somos discípulos de Cristo en misión. Vocación única que nos iguala a todos. En la comunidad todos nos sentiremos valorados. Pongámonos en camino y preguntémonos “¿Para quién soy?”.
A continuación, tomó la palabra Mons. José Manuel García Cordeiro, quien aseguró en su saludo que “todos estamos llamados – todos somos una asamblea de llamados a la misión. De hecho, la Iglesia o es misionera o no existe. Salir, evangelizar y discipular son verbos activos para una Iglesia en misión peregrina de esperanza”.
Mons. García Cordeiro dio un «Sí» a la vocación misionera, sinodal y de comunión que tiene la Iglesia: “Sí, soñamos con una Iglesia en actitud permanente de oración, formación, renovación y misión; una Iglesia cada vez más atenta a todas las personas y a los signos de los tiempos. Sí, soñamos con una Iglesia que sienta, viva, comparta y se esfuerce por ayudar a resolver los innumerables problemas que afectan a las familias. Sí, soñamos con una Iglesia que se convierta en compañera de viaje de los jóvenes, atenta a sus sueños, deseos y dificultades, sabiendo que los jóvenes vienen a la Iglesia no para divertirse, sino para alimentarse desde dentro”.
Ante ello, subrayó el arzobispo, que más que saber responder a la pregunta fundamental: ¿Quién soy yo? “debemos responder con nuestra vida: ¿Para quién soy yo? ¿Para qué sirve la vida, sino para dar? ¿Qué puedo hacer por la Iglesia?”.
Mensaje del papa Francisco al Congreso
Por su parte, el Nuncio Apostólico en España, Mons. Bernardito C. Auza, mostró su alegría por la organización de este Congreso vocacional y dio lectura al Mensaje con el que el Papa Francisco quiso unirse a la celebración de este Congreso de Vocaciones “agradeciendo a todos los que trabajan por las vocaciones en las amadas tierras de España”.
El Santo Padre manifestó su alegría porque el lema del Congreso recoja las palabras de la Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit. Un documento que advierte que muchas veces “perdemos tiempo preguntándonos: «Pero, ¿quién soy yo?»” y “no llegamos a la pregunta fundamental: «¿Para quién soy yo?»”. Sin duda, responde el Pontífice “eres para Dios”. Pero, matiza, “Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros” (n. 286).
El Papa recordó la escena del joven rico que le pregunta al Señor qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. En su respuesta, “el Señor nos hace ver, con una dulce pedagogía, que la bondad a la que aspiramos no se consigue cumpliendo requisitos y alcanzando objetivos y, aunque hayamos tratado de realizar todo esto desde nuestra juventud, siempre nos faltará algo muy simple, el don total de nosotros mismos, el seguir a Jesús en la prueba del amor más grande”.
Lo que le pide al joven rico: «anda, vende lo que tienes, y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (Mc 10,21), “lo podemos escuchar dirigido a cada uno de nosotros. Todos somos administradores de los dones de gracia y de naturaleza que el Señor nos ha regalado, y nuestros talentos son para ponerlos en el banco y sacar interés, nuestros bienes para venderlos, de forma que el fruto llegue a los demás”.
Francisco puso como ejemplo la DANA “una situación que nos interpela profundamente, y que deja al vivo la idea de «para quién soy». Cuántos testimonios de valentía, de solidaridad, de ver que en ese contexto lo que tengo, lo que soy, tiene un propósito concreto: los otros”. Ante la actitud del joven rico que “no supo invertir en el negocio esencial al que Dios le invitaba”. El Papa ensalzó el testimonio de “todos esos jóvenes que, como hemos visto en la catástrofe de la DANA, en la acogida de los migrantes o del volcán de La Palma, son los primeros en ponerse manos a la obra”.
En el discernimiento de la propia vocación, sigamos “ese ejemplo para captar el valor de los bienes espirituales o materiales que estamos llamados a gestionar. Como aquel administrador deshonesto de la parábola recogida por san Lucas no los «derrochemos», usándolos para alejar a los demás de nosotros y de Dios, sino busquemos poder decir que no nos debemos más que amor (cf. Rm 13,8)”.
“No pensemos que lo que tenemos no es suficiente” afirma el Papa apoyándose en el ejemplo de los apóstoles que no tenían “oro ni plata” pero que, después de recibir el Espíritu Santo, perciben la necesidad del pobre paralítico. También Felipe movido por el Espíritu, “consigue ver la necesidad del otro y, por encima de sus expectativas, anunciarle a Jesús, en la Palabra y los sacramentos, atendiendo una pobreza que no es material sino espiritual (cf. Hch 8,27-35)”.
En este Congreso de Vocaciones “pidamos una mirada capaz de percibir la necesidad del hermano, no en abstracto, sino en lo concreto de unos ojos que se clavan en nosotros como los del paralítico del templo. En la oficina, en la familia, en el apostolado, en el servicio, lleven a Dios allí donde Él los envíe, esa es nuestra vocación”. Con la pregunta «¿para quién soy?», concluyó, “nos introducimos en el misterio de Dios y de su proyecto sobre nosotros, pero no tengan miedo y abandónense a la voluntad divina, el Espíritu los sorprenderá a cada paso, haciéndoles bajar del tren de la vida, como a santa Teresa de Calcuta, para reducir las distancias que los separan de Dios y del hermano, para cambiar sus rumbos y encontrar a Jesús en el abrazo de aquel al que son enviados”.
Palabras de acogida de Mons. Argüello
Así cerró este bloque de bienvenida Mons. Luis Argüello, presidente de la CEE, con su saludo a los participantes. En primer lugar, dio gracias al Papa por su mensaje al Congreso, del que ha desbrozado el lema: “El Yo del lema del Congreso es un Yo que es un nosotros. Para quién soy yo es preguntarnos para quien somos nosotros”. El arzobispo de Valladolid subrayó lo esperanzador de este encuentro, cuando recuerda que 60 diócesis “nos hemos congregado aquí, preguntándonos para quién somos”.
Mons. Argüello puso de relieve el valor de la cruz, “donde vemos el corazón que se entregó por nosotros, la sangre que nos redime y alimenta y el aliento que nos hace descubrir quiero ser santo”. También invitó a todos a esperar con María en los momentos de dificultad. Además de “a vivir el domingo, día del Señor, día del hombre, día de la creación, para comunicar la alegría del Evangelio, como Pueblo que camina y que podamos decir: he descubierto un nuevo Yo, el Yo que es un nosotros, que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos”.
Ponencia marco inicial
A continuación, Ana Samboal y Alfonso Alonso-Las Heras presentaron a los asistentes la ponencia marco inicial, que recogía el trabajo en común anterior a este Congreso. En ella destacaron que la razón de realizar este Congreso era ofrecer la certeza de que “Dios sigue amando y llamando”. “La vocación es el regalo que Dios nos dona junto a la vida, que debemos descubrir y a la que hay que responder”, subrayaron.
Por ello, la Iglesia quiere ayudar a fortalecer la cultura vocacional para que cada persona pueda descubrir su vocación y alcanzar la plenitud a la que ha sido llamada.
El Congreso de Vocaciones “¿Para quien soy yo. Asamblea de llamados para la misión”, cierra el ciclo pastoral 2021-2025 de la CEE, continuando el trabajo del Congreso de Laicos de 2020 “Pueblo de Dios en salida”. Con este encuentro se quiere dar un paso más: del anuncio del Kerigma a vivir la propia vida como respuesta al mismo. La razón última de este Congreso es descubrir la “certeza de que Dios sigue invitándonos a todos a una existencia plena y dichosa”. Es mostrar la certeza de que “todos tenemos vocación”. Por ello, la Iglesia quiere ayudar a fortalecer la cultura vocacional para que cada persona pueda descubrir su vocación y alcanzar la plenitud a la que ha sido llamada.
El Congreso comenzó hace meses con el trabajo previo y este fin de semana continúa el itinerario de encuentro, formación, oración y celebración.
Diagnóstico del momento actual: una crisis antropológica
Esta ponencia inicial partía de un diagnóstico de la situación actual, donde explica el porqué de este énfasis en el tema de la vocación en los últimos años. La respuesta es que existe una crisis antropológica, “de comprensión de lo que somos”. Esta crisis no se limita a la disminución de vocaciones de “especial consagración” sino a la falta de vidas entendidas y vividas como vocación. En todos los ámbitos: en el familiar, en el profesional, en la Iglesia… lo que está en crisis es la “vida entendida como vocación”.
Explicaron que esta situación tiene diferentes causas, entre las que destacan:
–La exacerbada búsqueda de libertad, que quiere a toda costa generar sujetos autónomos e independientes. Una exaltación de la autonomía casi por encima de todo. Una libertad, reduciéndola a su dimensión negativa, sin límites y sin asumir responsabilidades.
-Hoy se sitúa en el centro al sujeto y la búsqueda de bienestar se convierten en el foco de toda decisión. De manera que no hay cabida al amor, centro de un paradigma vocacional. La libertad en la sociedad actual se pone por encima del amor y desemboca en valores que son opuestos a las virtudes necesarias para poder responder a la propia vocación.
-Están en crisis los elementos antropológicos esenciales para la vocación. Existe una pérdida de trascendencia. Los jóvenes viven sumergidos en un mundo lleno de información, pero carecen de las herramientas básicas para la vida, con consecuencias de vacío existencial y soledad.
Pese a este contexto, la razón de realizar este Congreso no es esta crisis actual, es la certeza de que “Dios sigue amando y llamando”, afirman. Es ayudar a descubrir y alcanzar la vocación de cada uno y acompañar en el proceso. Por ello, la Iglesia, con este encuentro, quiere ofrecer lo que Dios “sueña para todos y cada uno, que es un camino de dicha y verdadera plenitud”.
La vocación: una llamada al ser y un don para darse a los demás
Con este planteamiento recordaron que la vocación no se reduce a una tarea o profesión, sino que tiene que ver con el ser antes que con el hacer. La vocación se convierte “en modo de vivir y de plantearse la existencia”. La vocación constituye a la persona. La vocación es un don que se recibe del amor de Dios y nos lleva a la felicidad y plenitud de vida.
En este sentido, se constata que la vida es vocación. Esto significa que la vida ha de vivirse como un don y encuentra su sentido convirtiéndola en un bien que se dona para todos. Además, ofrecieron algunas características que ayudan a entender mejor la vocación:
No es una auto-realización. Dios llama y tienen la iniciativa. Los propios sentimientos no son creadores de la realidad ni de la vocación.
Tiene un horizonte de sentido hacia el que dirigir la vida: marca la dirección de la vida como una brújula, más que como un GPS que indique tiempo y lugar a cada paso.
Es un don que ha de concretarse en una respuesta. Tiene carácter personal y dialógico: implica una relación con Dios que demanda respuesta libre y concreta.
Es un proceso dinámico: es un camino continuo de actualización del «sí». La vocación no se impone. Es clave la revisión de vida, escuchar y avanzar.
Dimensión comunitaria, en un doble sentido eclesial y misional: toda vocación se verifica y enriquece en la Iglesia y en la misión común, en la sinodalidad. La vivencia personal es imposible sin los otros.
Tiene carácter de perpetuidad. La llamada vocacional nos lleva al compromiso y a perseverar en ella, incluso frente a los fracasos. Hay una continuidad inseparable entre vocación, misión y santidad.
La cultura vocacional: un desafío compartido
Ante una sociedad que prioriza el bienestar personal y la eficacia por encima del amor y el bien común, es esencial crear una cultura vocacional que ayude a cada persona a plantearse la vida como una respuesta a la llamada de Dios. Esta cultura debe impregnar todas las dimensiones de la Iglesia y sus estructuras. “Toca remar a contracorriente apostando por una cultura vocacional en todos los ámbitos”, apuntaron.
El Servicio Nacional de Vocaciones, creado por la CEE en 2022, es un ejemplo de esta apuesta integral. Su objetivo es coordinar esfuerzos pastorales para generar un ambiente vocacional que anime a niños, jóvenes y adultos a descubrir su llamada personal y a responder con generosidad.
Promover una educación cristiana, ayudar en los procesos de iniciación, una visión comunitaria de las vocaciones, destacando la complementariedad entre ellas (sacerdocio, vida consagrada, laicado, matrimonio), así como ofrecer experiencias de encuentros con el Espíritu, especialmente a través de la Palabra y el sacramento de la Reconciliación, además de fomentar el acompañamiento y el discernimiento se muestran como herramientas claves.
Conclusión: una invitación a la conversión y la esperanza
Como conclusión, el horizonte de este Congreso es crecer en la conciencia de que la vida es don recibido y está llamada a ser don para otros. Es una llamada a la conversión personal y comunitaria. Crear una cultura vocacional es un proceso largo, que exige superar el pesimismo y el derrotismo. Los jóvenes, lejos de ser culpables de la crisis actual, son víctimas de una cultura que los desorienta, pero también muestran una sed de sentido y una apertura a un discurso alternativo.
Este momento, por tanto, es una gran oportunidad para la evangelización y para testimoniar la belleza de una vida bien vivida, plena y en sintonía con el proyecto de Dios. El Congreso es una celebración de la riqueza de todas las vocaciones y una invitación a cada persona a descubrir para quién ha sido creada, con la certeza de que este camino es fuente de plenitud y alegría auténtica. «¿Para quien soy? nos preguntamos, con una respuesta clara en la vida cristiana: para Dios y para los demás, han concluido.
Día segundo. Cuatro itinerarios: Palabra, Comunidad, Sujeto, Misión
La jornada comenzó con la celebración de la Eucaristía, presidida por Mons. Jesús Pulido, obispo de Coria-Cáceres.
A continuación, dio comiendo la sesión de la mañana con dos ponencias para todos los congresistas. En el pabellón Arena, Eloy Bueno de la Fuente, catedrático de la Facultad de Teología del Norte (Burgos), pronunció la conferencia del itinerario Comunidad (descargar aquí); y en el pabellón Satélite, José Luis Albares Martín, profesor titular del Centro Universitario Cardenal Cisneros, en Alcalá de Henares (Madrid), pronunció la ponencia en el itinerario Palabra (descargar aquí).
Por la tarde intervino María Concepción Isart Hernández, de la Universidad Católica de Valencia quien desarrolló el itinerario Vocación (descargar aquí); y en el pabellón Satélite intervino María José Castejón Giner, del Instituto Secular Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote que desarrolló el itinerario Sujeto (descargar aquí).
Itinerario Palabra
En el primer itinerario del Congreso de Vocaciones, José Luis Albares partió de la constitución dogmática Dei Verbum para identificar hasta quince arquetipos de llamada en la Sagrada Escritura.
Dei Verbum establece que el Concilio busca exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión y este enfoque, señaló Albares, se puede relacionar con el pasaje de Marcos 3, 13-14, donde se narra cómo Jesús llama a sus discípulos para que estén con él y los envía a predicar. Esta conexión, prosiguió, nos permite reflexionar sobre el significado de «estar con Jesús», la transmisión de la revelación y la llamada vocacional.
De esta forma, el primer objetivo de los discípulos es «estar con él» (Mc 3, 14a), no solo como una cuestión de proximidad física, sino de una relación profunda y amistosa. La Dei Verbum describe la revelación como un «diálogo amistoso» donde Dios se revela a sí mismo y se comunica con la humanidad: «Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor». La revelación, por tanto, es una invitación a una relación personal del hombre con el creador. La fe cristiana se basa en este diálogo, donde cada creyente es llamado a reconocer que «soy amado-llamado, por eso existo».
Al darse, la revelación no puede quedarse en la intimidad de una relación cerrada con Dios debe ser transmitida. Tomando nuevamente la autoridad de la Dei Verbum, afirma que Dios benignamente… dispuso que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre. De aquí, resulta fácil deducir que la misión de la Iglesia es evangelizar, llevando el mensaje de Cristo a todos los pueblos (Mt 28, 19). Desde esta perspectiva, la evangelización no trata solamente de la transmisión de doctrinas, sino de la presentación de Jesucristo, quien se hace presente en la historia. La misión de la Iglesia es, en este sentido, una expresión de la economía de la revelación.
La llamada de Dios es algo central en la experiencia cristiana. La Escritura reafirma esta percepción, pues está llena de relatos de vocación, donde Dios toma la iniciativa y llama a personas a cumplir una misión. Estos relatos siguen un patrón: una situación inicial, una manifestación de Dios, una respuesta de disponibilidad, una misión encomendada y, a menudo, una objeción por parte del llamado.
1. Agricultor, ganadero: representa el dinamismo de la llamada, donde la semilla de la Palabra debe caer en un terreno fértil (Mc 4, 1-20).
2. Constructor: simboliza la edificación de la comunidad de fe, donde cada uno contribuye al proyecto de Dios (1 Cor 3, 9).
3. Juez: implica discernimiento y servicio a la comunidad, guiando a otros en la justicia (Mt 5, 20).
4. Sanador, médico: la curación es una misión que supone restaurar a las personas y comunidades (Mt 8, 17).
5. Luchador, soldado, guerrero, centinela: nos brindan la idea de que la llamada de Dios requiere una respuesta valiente, induce a interpretar las opciones del creyente como una conquista que hay que vivir día a día (1 Sam 17, 45).
6. Maestro, educador: Dios educa a su pueblo y Jesús es el Maestro por excelencia. La respuesta a la voluntad del Señor capacita al creyente para enseñar la verdad (Dt 8, 2-6).
7. Mediador, sacerdote: es crucial en la relación entre Dios y la humanidad, ejemplificado por figuras como Abrahán y Moisés, y culmina en Jesucristo. La misión implica construir relaciones y escuchar las necesidades de los demás. (1 Tim 2, 4-6).
8. Padre, madre: esenciales para la vocación, reflejando la paternidad de Dios y la maternidad de la Virgen María, simbolizando amor y cuidado. La llamada divina invita a desarrollar un amor fraternal hacia los demás (Éx 4, 22).
9. Pastor, guía: representa la responsabilidad de guiar a otros en el camino de Dios. La vocación implica ser un punto de referencia para los demás (Jn 10, 11).
10. Peregrino, caminante: en busca de Dios, siguiendo el camino hacia la Jerusalén celeste, como lo hizo Israel en su travesía. La llamada es el inicio de un viaje hacia la plenitud (Sal 84, 4).
11. Pescador de hombres: invitar a otros a la salvación, transformando la pesca en un símbolo de relación y servicio (Mt 4, 19).
12. Predicador, profeta, mensajero: esenciales en la misión de evangelización, con su capacidad de escuchar y responder a la Palabra (Mt 28, 19).
13. Siervo, servidor: refleja la identidad de quien recibe una misión de Dios, destacando el servicio y la humildad, como ejemplifica Jesús (Mc 10, 45).
14. Esposo, esposa: simboliza el amor y la comunión, donde la llamada divina se vive como una experiencia de amor único (Is 62, 5).
15. Testigo: atestigua la veracidad no solo con la comunicación verbal, sino con el testimonio existencial. Constituye un elemento básico y provee la necesaria credibilidad para interpretar con fruto el mandato vocacional (Jn 18, 37).
Itinerario Comunidad
Eloy Bueno de la Fuente señaló que hablar de comunidad en un evento sobre pastoral vocacional es “fundamental”, ya que toda vocación cristiana es eclesial y la vida de la Iglesia se manifiesta como un dinamismo continuo de vocaciones. La vocación y la comunidad están intrínsecamente unidas, como lo expresa el papa Francisco: sin el «nosotros» que trasciende el «yo», la vida eclesial se fractura.
En este sentido, toda pastoral vocacional intenta salvar la distancia que las personas establecen entre la fe personal y la realidad de la comunidad eclesial. Si esto no ocurre se corre el riesgo de reducir la eclesialidad a un cumplimiento de normas o a la pertenencia a un grupo, en lugar de reconocer que la Iglesia es una realidad personal, en la que las relaciones son fundamentales.
Eloy Bueno estableció que la Iglesia como ekklesía, es una comunidad de llamados, que existe gracias a la iniciativa de Dios y que, por tanto, antecede a la Iglesia y a cada creyente. Sin embargo, vocación y misión están íntimamente ligadas, pues ser cristiano implica una decisión consciente en respuesta a la gracia de Dios. Desde esta perspectiva, apuntó Bueno de la Fuente, el Bautismo no es solo un rito, sino el inicio de una vida que integra al individuo en la historia de amor de Dios con la humanidad.
En relación al Concilio Vaticano II, en el que se introdujo la noción de «Pueblo de Dios» y estableciendo y destacando la igualdad y dignidad de todos los bautizados, el bautismo implica que todos somos corresponsables de la misión de la Iglesia. La máxima expresión de la dignidad de cada bautizado se manifiesta en su participación activa en la vida de la Iglesia, que debe ser entendida como una «comunidad en salida, comprometida con el mundo».
Solo de esta forma, prosiguió, la Iglesia superará la comprensión de sí misma como una entidad abstracta, pasando a realidad concreta, habitada por personas, cada una en su contexto específico. Dentro de esta variedad de circunstancias, las Iglesias locales cobran protagonismo erigiéndose como estructura básica de la Iglesia universal, donde cada comunidad, con su casuística, debe ser vista como un «nosotros» eclesial. Y todo ello sin olvidar que la familia, como «Iglesia doméstica», también juega un papel crucial en la transmisión de la fe y en la vivencia de la vocación.
La diversidad de vocaciones en la Iglesia debe ser entendida como algo que produce un enriquecimiento mutuo: cada miembro tiene un papel que desempeñar, y la comunidad debe fomentar un ambiente en el que se produzca el florecimiento de estas vocaciones. Siguiendo el hilo de la argumentación de Bueno de la Fuente, la pastoral vocacional debe ser transversal, integrando todas las dimensiones de la vida eclesial. Como ya se ha comentado anteriormente, el discernimiento comunitario es una cuestión esencial para identificar y promover vocaciones: la comunidad debe ser protagonista en este proceso, reconociendo que cada vocación surge en respuesta a las necesidades de la Iglesia.
Itinerario Misión
La ponencia correspondiente al cuarto y último itinerario del Congreso Nacional de Vocaciones 2025 corrió a cargo de María Consolación Isart. Ella comenzó su exposición destacando la pasión por evangelizar como aquello que nos apela e invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como cristianos. La pregunta inicial que surge es: «¿Por qué evangelizar?» La respuesta, a su juicio, es clara: la Iglesia tiene la obligación de anunciar a Jesucristo a todos los pueblos, tal como se nos recuerda en el mandato de Jesús: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio».
Sin embargo, pese a esta rotundidad evangélica es fundamental que cada uno de nosotros reconozca su papel como misionero. Isart citó una encuesta reciente que reveló que un 72 % de los católicos nunca había intentado hablar de su fe, lo que la ha llevado a cuestionarse si estamos contagiados por el relativismo que nos rodea.
La historia de la Iglesia nos muestra que la actividad misionera brota del dinamismo de la fe, donde la mayoría de los evangelizadores eran laicos. La evangelización se realiza en la cotidianidad, en el hogar, en el trabajo, y no necesariamente en grandes eventos. La pasión por evangelizar “surge de la experiencia personal con Cristo”. “No es lo mismo —afirmó— haber conocido a Jesús que no conocerlo”, y esta vivencia nos impulsa a compartirlo con otros. La Iglesia crece por atracción, y ahí es donde cada nuevo cristiano tiene la responsabilidad de transmitir su experiencia. La historia está llena de ejemplos de personas que, con poco conocimiento, lograron llevar a muchos a Cristo. Porque la evangelización no es un adorno para la vida, sino una responsabilidad ineludible. San Juan Crisóstomo nos recuerda que «¡Cristiano, tendrás que dar cuenta del mundo entero!».
También señaló que la evangelización se dirige especialmente a los jóvenes, quienes tienen el potencial de transformar la sociedad. Sin embargo, en este contexto es crucial que se les presente un “ideal atractivo”. La educación en la oración es fundamental, ya que “no se puede dar a conocer a Dios únicamente con palabras”, y hay que dar a los más jóvenes formas de conectarse con Dios y prepararles para llevar su mensaje a otros. Además de la oración, la acción emerge también como algo esencial, pues no basta con charlas y buenos consejos, sino que debemos «educar la voluntad de los jóvenes» para que actúen en consecuencia.
El acompañamiento, como se vio a lo largo de todas las ponencias, es otro aspecto clave. Como es sabido, el papa Francisco nos invita a ser “personas-cántaros” que den de beber a los demás, y en este sentido, la amistad es el medio más eficaz para llevar el amor de Dios a otros. Este apostolado se realiza uno a uno, con paciencia y respeto, siguiendo el ejemplo de Jesús. La evangelización no busca resultados inmediatos, sino que se basa en la confianza en que Dios actúa en cada corazón.
Por último, Isart concluyó con mucho optimismo que la secularización del mundo no es irreversible. Si todos nos convertimos en apóstoles de apóstoles y forjamos una minoría santa, podremos transformar la sociedad, siendo testigos de la alegría que supone seguir a Jesucristo.
Itinerario Sujeto
María José Castejón Giner, del Instituto Secular Siervas Seglares de Jesucristo Sacerdote desarrolló el itinerario Sujeto. María José Calderón puso de manifiesto la importancia de ir formando personas que descubren su vocación como algo que configura su identidad personal. Según destacó, “deseamos suscitar la pregunta “¿Para quién soy?” frente a una cultura que promueve la idea del hombre sin vocación. Por ello resulta fundamental el discernimiento, la formación y el acompañamiento”.
La vocación: es un camino de encuentro y comunión ya que desde el principio ya existía la Palabra. Este principio nos invita a explorar tres dimensiones fundamentales del sujeto de toda vocación: el yo, el tú y el nosotros. Estas dimensiones nos ayudan a profundizar en nuestra identidad, nuestra relación con Jesucristo y nuestra pertenencia a la comunidad de creyentes.
En la relación con uno mismo, el yo nos invita a mirar hacia dentro y reconocer que cada uno de nosotros es un sujeto de vocación, estamos “abiertos a la trascendencia”. La dignidad humana y la vocación cristiana son resaltadas en la constitución Lumen gentium, que nos recuerda que «hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios». Esta conciencia de ser criaturas nos conecta con nuestra propia vulnerabilidad y, al mismo tiempo, con la sed de infinitud que nos impulsa a buscar a Dios.
En el encuentro con Jesucristo se da el tú, y se centra en la relación íntima con el Verbo. En fase más avanzada, este encuentro personal con Dios Trinitario nos invita a la conversión y a querer avanzar más en su conocimiento. De esta forma, “en el encuentro con el Tú amoroso de Dios” reconocemos nuestra identidad como hijos y hermanos, llamados a seguir las huellas de Cristo y a participar en su misión. Este encuentro transforma nuestra vida y nos convierte en testigos del amor y la misericordia de Dios.
Finalmente, está la dimensión del nosotros nos lleva a entender que nuestra relación con el tú nos conduce a una comunidad. “No estamos solos en nuestro camino espiritual; somos parte de un cuerpo más grande, el Cuerpo de Cristo, indicó. Esta comunión nos llama a vivir en solidaridad y amor mutuo, reflejando el amor de Dios en nuestras relaciones cotidianas. Del mismo modo, la fe en Jesucristo nos impulsa a generar relaciones nuevas basadas en el amor y la misericordia.
Participar en la vida de la Iglesia es una respuesta a la llamada a ser “apóstoles de las vocaciones”. Esta invitación nos desafía a ser generadores de una cultura vocacional, donde cada uno de nosotros es mediador de vocación para otros. En este proceso, la provocación es esencial, ya que genera reacciones y preguntas que nos llevan a un encuentro con Cristo. De manera inevitable, “la experiencia personal de Dios” es fundamental, asimismo, combinada con la experiencia comunitaria que nos invita a caminar junto a otros en la fe.
64 talleres y experiencias
Tras las dos ponencias, por la mañana y de la tarde, se desarrollaron los 64 talleres, en torno a los cuatro itinerarios: Palabra, Comunidad, Misión, Sujeto, en los que participaron los más de 3000 congresistas asistentes.
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A las diez de la noche dio comienzo el festival con la participación de Shemá, Marta Mesa, Hermanas Pobres de Santa Clara, Musical Sueños de Toño Casado y Hakuna Group Music, que se pudo seguir aquí:
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Día tercero. Ponencia final y eucaristía de envío
Con el rezo de las laudes dio comienzo la jornada final del Congreso de Vocaciones “¿Para quién soy?”.
A continuación se presentó la ponencia final del Congreso, elaborada por un equipo compuesto por Alfonso Salgado, María Ruíz, Raúl Tinajero, Luis Manuel Suárez cfm, Juan Carlos Mateos, José María Calderón y Mons. Jesús Pulido (descárgala aquí). A las 12.00 h. se celebró la Eucaristía de envío presidida por Mons. Luis Argüello.
Ponencia final. Un pueblo de Dios vocacional: De los sueños a los retos
Siete ideas para un pueblo de Dios vocacional: De los sueños a los retos
“El Congreso Vocacional es una gran fiesta del Espíritu”
“El pueblo santo de Dios es un pueblo vocacional y es un pueblo de soñadores”
“Hemos constado que toda vocación cristiana, asumida y entregada, es un mensaje de alegría para la Iglesia y para el mundo”
La pregunta clave para una vida cristiana es: “¿Para quién soy?, que tiene una respuesta: para los demás. “Dios es el que llama y llama por amor. La misión es inundar el mundo de fe, amor y esperanza”
“Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar esta amistad y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana”.
“La Iglesia es una gran familia vocacional y cada vocación enriquece la vida”.
Este Congreso de Vocaciones “¿Para quién soy?” pide vivir la vocación como un fuego que transforma el mundo.
El Congreso de Vocaciones ha sido una gran fiesta del Espíritu, un momento de encuentro para reflexionar sobre la vocación, entendida como don y llamada personal al servicio de los demás. “El pueblo santo de Dios es un pueblo vocacional y es un pueblo de soñadores. El Dios que llama y hace soñar es el Dios de la historia”, se subraya en esta ponencia final. Este evento, que ha congregado a laicos, sacerdotes, consagrados y obispos, se ha preparado y vivido para avanzar juntos y proponer algunos retos para caminar como una Iglesia misionera y vocacional.
Asimismo, constatan lo que se ha vivido estos días: “una fiesta del Espíritu porque hemos experimentado que toda vocación cristiana, asumida y entregada, es un mensaje de alegría para la Iglesia y para el mundo, un mundo que en ocasiones muestra un rostro a-vocacional o incluso anti-vocacional”. Y recuerdan que en este Congreso la pregunta clave para una vida cristiana es: “Para quién soy?”, de la cual emerge la respuesta “tu vida para los demás”.
1. La vocación: un don que se recibe y se entrega
Toda vocación nace en Dios y es una llamada para el bien del mundo. No es una elección personal basada en intereses propios, sino un don gratuito que se acoge con agradecimiento. La vocación debe vivirse como una respuesta al amor de Dios, alejándose de una perspectiva de conquista personal para abrazar una actitud de entrega generosa. “Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. En esencia la misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza”, manifiestan en esta ponencia final del Congreso.
Durante estos días de Congreso se han identificado tres actitudes fundamentales ante la vocación:
-Acoger el don: No es algo que se merece, sino que se recibe con humildad, como María en su respuesta al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.
–Agradecer el don: La gratitud es clave, reconociendo la llamada como una gracia que transforma la vida, como muestra el evangelio del leproso agradecido.
–Entregar el don: La vocación no se guarda, sino que se comparte, convirtiéndose en una donación plena al prójimo.
2. La vocación brota de la amistad con Jesús
La relación con Cristo es el fundamento de toda vocación cristiana. La amistad con Él no solo nos define como creyentes, sino que también transforma nuestra vida y nos impulsa a vivir en comunión con los demás.
Recuerdan, en el texto final, estas las palabras de Jesús, del Evangelio de San Juan: «Ya no os llamo siervos, sino amigos» (Jn 15,15). Esta amistad se vive especialmente en la oración, descrita por Santa Teresa de Ávila como un “tratar de amistad con quien sabemos que nos ama”. Una pastoral vocacional debe centrarse en fomentar esta amistad y ayudar a cada persona a descubrir su lugar en la comunidad cristiana.
3. La Iglesia como familia vocacional
La Iglesia es una gran familia vocacional, donde conviven diversas vocaciones: laical, sacerdotal y consagrada, cada una con su riqueza y especificidad.
Los laicos son llamados a santificar el mundo desde su vida cotidiana, viviendo el Evangelio en el ámbito familiar, laboral y social.
Los sacerdotes son servidores del pueblo de Dios, mediadores entre Dios y los hombres, llamados a anunciar el Evangelio y celebrar los sacramentos.
Los consagrados son un signo de la trascendencia de Dios, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, y testimoniando la vida eterna.
La diversidad de estas vocaciones enriquece a la Iglesia y muestra su comunión y misión. Cada vocación contribuye a la misión común de anunciar el Reino de Dios. Todos, cada uno según su propia vocación, hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad.
4. De los sueños a los retos
Este Congreso de Vocaciones invita a pasar de los sueños a los retos concretos para promover una cultura vocacional y dar un nuevo impulso a la pastoral vocacional. Esto implica discernir los signos del Espíritu Santo en nuestra vida y comunidad, y asumir el compromiso de fomentar las vocaciones en todas sus formas.
Entre los principales retos identificados están:
Pedir al dueño de la mies que suscite nuevas vocaciones.
Reavivar la conciencia vocacional y misionera en la Iglesia.
Vivir gozosamente la propia vocación, agradeciendo y celebrando la diversidad vocacional.
Fomentar una pastoral integrada que tenga un “alma vocacional” en todas sus dimensiones: familiar, juvenil, educativa y cultural.
5. La urgencia vocacional y misionera
Por todo ello, en esta ponencia final subrayan la urgencia de promover las vocaciones y la conciencia misionera. En un contexto de crisis vocacional, el Papa Francisco nos invita a no rendirnos ni refugiarnos en el pasado, sino a lanzarnos con valentía al mar de la evangelización y la misión. La clave está en testimoniar con alegría la vocación recibida, contagiando a otros el fuego del amor de Dios.
Los participantes del Congreso se sienten llamados a ser embajadores del compromiso vocacional, llevando a sus familias, parroquias y comunidades el mensaje de la vocación como una llamada al servicio y a la misión. La vocación, lejos de ser un privilegio para unos pocos, es el núcleo de toda vida cristiana, un camino de amor, esperanza y comunión.
Finalmente, este Congreso de Vocaciones “¿Para quién soy? realiza una llamada a vivir la vocación como un fuego que transforma el mundo. Jesús, quien nos bautiza en el Espíritu Santo y en el fuego, nos envía a iluminar y calentar el mundo con su presencia. Ser una Iglesia misionera es, en esencia, ser una Iglesia vocacional. La misión de cada bautizado es transmitir este fuego y hacer de su vida un signo del amor de Dios para todos.
Eucaristía de clausura y de envío al Pueblo de Dios
“Que la alabanza llene de alegría nuestro corazón, hermanos» con estas palabras comenzaba Mons. Argüello la homilía. Una alabanza, que «nos permita levantar las manos, estrecharlas y ofrecerlas”.
“Jesucristo ha muerto por nosotros, según las Escrituras. Ha entrado en la hondura del sepulcro, según las Escrituras y ha resucitado, según las Escrituras. Y así se lo ha ido comunicando a unos y a otros, a Simón, a Cefas, a sus amigos, a Pablo, a quienes nosotros aquí somos presencia de los sucesores de los apóstoles”.
El presidente de la CEE, se dirigió a los “hermanos laicos, Pueblo santo de Dios, que venís a la eucaristía a caer en la cuenta de que este pueblo tiene la forma de un cuerpo, el cuerpo de Cristo”. A la vida consagrada, “que realizáis ensayos para que este pueblo peregrino pueda seguir una senda. Nos ofrecéis ensayos de alabanza, de fraternidad, de acoger a los que están tirados en las cunetas de la historia. Peregrinando vais delante, pero vais tantas veces en medio y detrás de nosotros”. A los “queridos matrimonios, iglesia doméstica, que hacéis presente el amor singularísimo que Cristo tiene a su esposa, la iglesia, a nosotros, la Iglesia, esposa de Jesucristo”.
Mons. Argüello invitó a acoger la invitación del Señor que nos dice, «Duc in altum», «rema mar adentro» para hacer su voluntad. Con tres referencias concretas:
Rema mar adentro para configurarte cada día más y mejor con Jesucristo, cuerpo entregado y sangre derramada.
«Duc in altum», entra en lo profundo de este misterio de comunión que es la iglesia. Navega en tu lugar concreto, en tu parroquia concreta, en tu comunidad, en tu asociación, en tu diócesis. Navega la comunión. Vete mar adentro en la hondura de la comunión, de este misterio de belleza, de comunión que es la Iglesia y rema adentro.
Vete a la espesura de la historia, atraviesa las dificultades, anuncia el reino de Dios en tu ambiente, en tu trabajo, que las diversas redes que cada uno de nosotros tenemos, según la vocación en la que hemos sido llamados, nos permita navegar más adentro en la espesura de la historia.
Por último, invitó a los asistentes a la Eucaristía a ofrecer una antropología de comunión como referencia de la vida cristiana: “Viviremos una presencia en la que la comunión y el encuentro superará las polarizaciones. Viviremos una presencia en el que el curar las llagas de los pobres nos curará nuestras propias heridas como Iglesia, nuestros propios pecados de los que hemos de pedir perdón”.
Y terminó la homilía con una petición y una invocación: “acordémonos de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde somos convocados. Duc in altum, a lo alto, a lo ancho, a lo hondo, para responder a la pregunta, ¿para quién soy yo? Ya sabemos la respuesta Para el Señor en los hermanos. Bendito y alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha convocado en esta liturgia de alabanza”.
El pasado sábado día 14 de diciembre tuvo lugar en el Seminario Mater Dei el Encuentro Diocesano de Preparación para el Congreso Nacional sobre las Vocaciones, presidido por nuestro Obispo D. Casimiro. Se encontraba también el Delegado de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Delegado Diocesano para la Pastoral Vocacional, D. Jon Solozábal, quienes acompañaron los participantes en una jornada que tenía como objetivo profundizar en los preparativos para el Congreso Nacional sobre las Vocaciones, que se celebrará en Madrid del 7 al 9 de febrero de 2025.
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Durante la jornada, los asistentes tuvieron la oportunidad de reflexionar y compartir sobre las aportaciones que la Diócesis de Segorbe-Castellón llevará al Congreso, así como de profundizar en los contenidos del documento «Del pienso, luego existo al soy llamado, por eso vivo» y las fichas de trabajo proporcionadas por la Conferencia Episcopal Española, que servirán de guía para este proceso de preparación. Las fichas incluyen reflexiones clave para el discernimiento y la interpretación de la vocación cristiana, que se trabajaron de manera conjunta entre los participantes.
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El encuentro no solo supuso una oportunidad para compartir ideas y recursos, sino también para rezar juntos, buscando fortalecer el compromiso con la Pastoral Vocacional y la importancia de la respuesta individual a la llamada de Dios. En este sentido, se enfatizó la necesidad de acompañar a los jóvenes, niños, familias y toda la comunidad cristiana en su camino vocacional, recordando que la vocación es ante todo una respuesta al don de la vida y una invitación a la santidad.
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Este encuentro diocesano forma parte de la preparación para el Congreso Nacional, que busca reunir a la Iglesia en su conjunto para reflexionar sobre la vocación como respuesta a la llamada de Dios, reconociendo que la vida cristiana es, en su esencia, vocación. La Diócesis de Segorbe-Castellón continúa con este proceso de preparación, comprometida con el fomento de una cultura vocacional en todas sus parroquias, movimientos y grupos.
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El Congreso Nacional sobre las Vocaciones, que tendrá lugar en febrero de 2025, se perfila como un evento clave para la Iglesia española, un espacio para reforzar la llamada a vivir la fe como vocación y para mostrar que, hoy más que nunca, Dios sigue llamando a todos a la santidad y a la misión.
El pasado sábado 30 de noviembre, la ermita de Ntra. Sra. del Adyutorio, en Benlloch, fue escenario de la Exposición del Santísimo y una charla sobre la «cultura vocacional», impartida por la Hna. Catalina Nowak, de las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret, de Benicàssim.
Organizado por las parroquias de Benlloch, Vilanova d’Alcolea, Vall d’Alba, La Barona y La Pelejana, el acto ofreció una profunda reflexión sobre la importancia de reconocer la vocación a la que Dios llama a cada uno, independientemente de su estado de vida. La Hna. Catalina destacó que el matrimonio, al igual que el sacerdocio y la vida religiosa, son llamadas divinas que nos conducen hacia la santidad.
El evento culminó con un almuerzo fraterno en la explanada frente a la ermita, donde los asistentes pudieron disfrutar de la espléndida mañana en un ambiente de fraternidad y reflexión.
La Diócesis de Segorbe-Castellón se prepara para su participación en el Congreso Nacional sobre las Vocaciones, que se celebrará en febrero de 2025 en Madrid. Con el objetivo de fomentar la cultura vocacional, la Delegación de Pastoral Vocacional y la Vicaría de Pastoral han convocado un encuentro diocesano de preparación, que se llevará a cabo el próximo 14 de diciembre, de 10:30 a 13:00 horas, en el Mater Dei.
Este encuentro reunirá a arciprestes, delegados diocesanos, directores de secretariados, representantes de los consejos arciprestales, sacerdotes y participantes del Congreso Nacional, con el propósito de reflexionar sobre las claves teológico-pastorales que favorecerán la promoción de la vocación en todos los ámbitos de la vida cristiana. Durante el evento, se trabajará el documento “Del pienso, luego existo al soy llamado, por eso vivo”, que resalta la llamada de Dios como un don desde el sacramento del Bautismo y la importancia del acompañamiento y discernimiento vocacional en la vida cristiana.
Además de la reflexión, el encuentro ofrecerá un espacio para profundizar en las fichas de trabajo preparadas para el Congreso Nacional, en las que se abordan temas como el reconocimiento, la interpretación y la elección vocacional. La Diócesis también presentará sus aportaciones y propuestas para el Congreso, con el objetivo de hacer de este evento un verdadero punto de encuentro eclesial que fortalezca la vida vocacional en todos los sectores de la Iglesia.
Congreso Nacional de Vocaciones
Este Congreso se concibe como una “gran fiesta” de la Iglesia, destinada a avivar en el Pueblo de Dios el deseo y la necesidad de las vocaciones. Se plantea con una pregunta fundamental: ¿Para quién soy?, el mismo interrogante que el Papa Francisco lanzó en la exhortación apostólica Christus Vivit, tras la XV Asamblea General del Sínodo sobre el tema: “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, celebrada en octubre de 2018.
El encuentro busca vivir una experiencia eclesial que permita reconocer que el Señor sigue llamando a la vida, la fe y la misión. Se pretende también impulsar y consolidar en cada una de las diócesis un servicio que anime a vivir la vida como vocación y promueva los distintos caminos vocacionales. Además, se fomentará un ejercicio de sinodalidad, un proyecto compartido entre laicos, matrimonios, consagrados y sacerdotes.
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