Queridos diocesanos:
Este domingo después de la Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y por ello también la Jornada de la familia. Fue en el seno de una familia, la familia de Nazaret, donde Jesús fue acogido, nació y fue protegido, huyendo a Egipto, ante la intención de Herodes de matarlo. En esta familia creció Jesús y se preparó para su misión. Su madre, la Virgen María, lo acompañó no sólo en la alegría de las Bodas de Caná, sino también en el dolor de la muerte en el Gólgota. La familia de Nazaret cuidó de Jesús siempre, nunca lo abandonó, tampoco en el dolor y la muerte.
La familia de Nazaret nos enseña a todos, y en particular a las familias cristianas, que toda vida humana ha de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada en todo momento por la familia, en particular cuando es más vulnerable y más lo necesita: al comienzo, en la discapacidad, en la enfermedad, en el dolor y en la muerte.
Toda vida humana tiene un valor y una dignidad inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. Esta afirmación no es exclusiva de los católicos y creyentes de otras confesiones y religiones. Es algo que se descubre por la sola razón, como recuerda el papa Francisco; “pero si además la miramos desde la fe, toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y se configura como ofensa al Creador del hombre” (EG 213).
El rechazo de la eutanasia no es cosa sólo de los católicos o de la fe cristiana, no es algo confesional, como afirman algunos. El mismo Comité de Bioética de España -adscrito al Ministerio de Sanidad- en un Informe de 20 de octubre de este año, aprobado por unanimidad, rechaza la ley de eutanasia aprobada y que se considere la eutanasia como un derecho; y no lo hace por razones religiosas o partidarias. En este informe se puede leer: “… existen sólidas razones para rechazar la transformación de la eutanasia y/o auxilio al suicidio en un derecho subjetivo y en una prestación pública. Y ello no solo por razones del contexto social y sanitario, sino, más allá, por razones de fundamentación ética de la vida, dignidad y autonomía. El deseo de una persona de que un tercero o el propio Estado acabe con su vida, directa o indirectamente, en aquellos casos de gran sufrimiento físico y/o psíquico debe ser siempre mirado con compasión, y atendido con una actuación compasiva eficaz que conduzca a evitar los dolores y procurar una muerte en paz. Sin embargo, tal compasión no consideramos que legitime ética y legalmente una solicitud que, ni encuentra respaldo en una verdadera autonomía, atendido el contexto actual de los cuidados paliativos y socio-sanitarios, ni, además, queda limitada en sus efectos al propio espacio privado del individuo” (p. 73).
Ya nuestra actual legislación regula algunos medios para los casos de gran sufrimiento físico y/o psíquico que conducen a evitar los dolores y procurar una muerte en paz, sin tener que acudir a la eutanasia. A ellos podemos recurrir. Estos medios son: la sedación paliativa y la limitación del esfuerzo terapéutico para evitar el enseñamiento, que, aunque puede prolongar algo la vida, no va a conseguir recuperación funcional y puede ocasionar sufrimiento adicional. Además existe y deberíamos hacer uso de la voluntad vital mediante un documento donde el paciente expresa sus preferencias en los cuidados que desea recibir en caso de perder la capacidad de decisión. Y finalmente están los cuidados paliativos de los que hay un enorme déficit y por el que claman con insistencia los médicos; unos cuidados que tienden a mejorar la calidad de vida del paciente que se enfrenta a una enfermedad terminal; son un acompañamiento integral pues, junto a los fármacos que alivian el dolor, implican el acompañamiento de médicos, familiares, psicólogos y sacerdotes; se trata de cuidar la vida y acompañar al enfermo con cercanía y con amor para dignificar el final de su vida terrenal y pueda morir en paz. Todas ellas son actuaciones ética y legalmente correctas.
Nuestro rechazo a la ley de eutanasia no es una intromisión indebida en el debate político; es nuestra aportación en conciencia al bien común de toda la sociedad. Todos, especialmente la familia, hemos de cuidar a los más vulnerables, débiles o marginados: a los que están por nacer, a los que nacen en situaciones de máxima debilidad, a los que tienen condiciones de vida indignas y miserables, a los aquejados de soledad, a los ancianos descartados, a los enfermos desahuciados o en estado de demencia o inconsciencia, a los que experimentan un dolor que parece insufrible, a los angustiados y sin futuro aparente.
Trabajemos por el cuidado de toda vida humana. Intensifiquemos nuestra oración, que, hecha con fe, insistencia y perseverancia, dará siempre fruto. Puede que ante los poderes de este mundo nos sintamos como David frente a Goliat; pero la fe en el Dios del amor y de la vida nos dice que al final la cultura de la vida triunfará sobre la ‘cultura’ de la muerte.
Con mi afecto y bendición, en especial para las familias
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón