En el marco de la Semana del Enfermo que se celebra en la Diócesis de Segorbe-Castellón, el próximo domingo 16 de febrero tendrá lugar una Misa Blanca en la capilla del Hospital de la Magdalena de Castellón. La celebración, que comenzará a las 18:00 horas, está organizada por la Pastoral de la Salud y está dirigida especialmente a los profesionales sanitarios y a los enfermos.
Se invita a todos los profesionales de la salud a asistir con su uniforme de trabajo, como signo de unidad y compromiso con su vocación de servicio. Esta Misa Blanca busca ser un momento de encuentro en el que se reconozca la labor de quienes dedican su vida al cuidado de los enfermos, al mismo tiempo que se pide por su fortaleza y esperanza.
La celebración se enmarca dentro de la Campaña del Enfermo de este año, cuyo lema es “En esperanza fuimos salvados” (Rom 8,24), en consonancia con el Jubileo 2025. Esta campaña, que se inició el pasado martes día 11 de febrero con la Jornada Mundial del Enfermo y culmina el 5 de mayo con la Pascua del Enfermo, busca recordar que la esperanza cristiana es fuente de consuelo y fortaleza para quienes atraviesan la enfermedad y para quienes los acompañan.
El papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada, ha subrayado que «la esperanza no defrauda y nos hace fuertes en la tribulación», animando a vivir este tiempo con confianza en Dios. En este contexto, la Iglesia en España ha propuesto materiales de formación y reflexión para profundizar en el significado del Jubileo y la esperanza cristiana, con el objetivo de ser instrumentos de alegría y consuelo para los enfermos.
La Pastoral de la Salud de la Diócesis invita a todos los fieles a participar en esta Misa Blanca, un gesto de cercanía y apoyo a quienes atraviesan momentos difíciles a causa de la enfermedad.
Cada mes de febrero, coincidiendo en el calendario con la festividad de Nuestra Señora de Lourdes (11 de febrero), se celebran en el Santuario francés las «Jornadas de Lourdes» dirigidas principalmente, a presidentes de la hospitalidad, consiliarios y miembros de las directivas. Son tres días de reuniones, talleres y charlas formativas para el conjunto de sacerdotes y presidentes de diferentes Hospitalidades Diocesanas de cara a la preparación y organización de las respectivas peregrinaciones que, en el caso de la Diócesis de Segorbe-Castellón, tendrá lugar, como suele ser habitual entre finales de junio y principios de julio.
En estas jornadas participa el Obispo de la Diócesis de Tabes y Lourdes, Mons. Jean Marc Micas, y el rector del Santuario, el padre Michel Daubanes, el resto de la organización del mismo. Por supuesto también acompaña estos días el señor obispo de la diócesis, monseñor Jean Marc Micas. De la Diócesis de Segorbe Castellón han asistido la nueva presidenta, Dª. Noelia Nicolau Calvo, el consilario diocesano, Mn. Ignasi del Villar, y un par de miembros de la Junta de la Hospitalidad, junto a un grupo de peregrinos, entre quienes se encontraban las Hnas. Micaela y Natalia, de la Congregación de la Sagrada Familia de Nazaret (Benicàssim)
El consiliario de la Hospitalidad Diocesana de Lourdes, D. Ignasi del Vilar, y la nueva presidenta, Dª Noelia Nicolau, junto a algunos hospitalarios y peregrinos de nuestra Diócesis han participado esta semana en los actos y celebraciones organizados en el Santuario con motivo de la festividad de Lourdes.
Han sido días de intensa actividad formativa que concluyeron el pasado martes, 11 de febrero, participando en las celebraciones en honor a Nuestra Señora de Lourdes.
Con el inicio del mes de julio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el cuidado pastoral de los enfermos: “Oremos para que el sacramento de la Unción de los Enfermos dé a las personas que lo reciben y a sus seres queridos la fuerza del Señor, y se convierta cada vez más para todos en un signo visible de compasión y esperanza.”
Hoy quisiera hablaros del sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba «Extrema unción», porque se entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de «Unción de los enfermos» nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del «buen samaritano», en el Evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación.
Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado» (5, 14-15). Se trata, por lo tanto, de una praxis ya en uso en el tiempo de los Apóstoles. Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su corazón alivio y paz, a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo y también al anciano, porque cada anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros.
Pero cuando hay un enfermo muchas veces se piensa: «llamemos al sacerdote para que venga». «No, después trae mala suerte, no le llamemos», o bien «luego se asusta el enfermo». ¿Por qué se piensa esto? Porque existe un poco la idea de que después del sacerdote llega el servicio fúnebre. Y esto no es verdad. El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano; por ello es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es necesario llamar al sacerdote junto al enfermo y decir: «vaya, le dé la unción, bendígale». Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarle; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada —ni siquiera el mal y la muerte—podrá jamás separarnos de Él. ¿Tenemos esta costumbre de llamar al sacerdote para que venga a nuestros enfermos —no digo enfermos de gripe, de tres-cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria— y también a nuestros ancianos, y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante? ¡Hagámoslo!
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las familias y matrimonios en crisis por diversos motivos, para que encuentren en el amor de Cristo la fuerza y la gracia que necesitan para seguir viviendo fieles a lo que prometieron el día de su matrimonio”.
El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable, cuando no contrario, al verdadero matrimonio y a la familia. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta aprecio social por la fidelidad esponsal, por la estabilidad matrimonial o por la natalidad. Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad.[…]
Los matrimonios y las familias necesitáis atención pastoral, necesitáis dedicación y acompañamiento. En muchas de nuestras parroquias es una asignatura pendiente el acompañamiento pastoral específico de los matrimonios y las familias. Pensemos además en el acompañamiento de parejas y familias en crisis, en el apoyo a los que se quedan solos, a las familias pobres, a las familias desestructuradas. Muchas familias necesitan que se les ayude a descubrir en los sufrimientos de la vida el lugar de la presencia de Cristo y de su amor misericordioso. Este Año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, escucharlas y emprender iniciativas pastorales que las ayuden a cultivar su amor cotidiano, como su camino hacia la santidad, a la perfección en el amor
Necesitamos además un cambio de mentalidad. Los matrimonios y las familias no son sólo destinatarios de la pastoral sino que estáis llamados a ser sujetos activos de la pastoral familiar. Las familias podéis aportar mucho a toda la sociedad y a la Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la diócesis. Un aspecto importante de este protagonismo de las familias es vuestro ejemplo de vida. Hay muchas familias, de hecho, que viven su fe y su vocación al matrimonio y a la familia de manera ejemplar. Y es muy edificante ver cómo no se rinden y afrontan las dificultades de la vida con profunda alegría, esa alegría que se encuentra en el “corazón” del sacramento del matrimonio y que alimenta toda la existencia de los cónyuges y de sus hijos y padres. Es necesario, por tanto, dar mayor espacio a las familias en la pastoral familiar. Su misma vida es un mensaje de esperanza para todo el mundo y, en especial, para los jóvenes. Como muestran numerosas encuestas realizadas en todo el mundo, el deseo de tener una familia propia sigue siendo hoy en día uno de los mayores sueños que desean realizar los jóvenes. ¡Jóvenes, no tengáis miedo al matrimonio!
Entre todos estamos llamados a generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. Es la misión de la Iglesia hoy. Es vuestra misión, queridas familias: Anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia; generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría y de esperanza para el ser humano y para la sociedad.
El día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “No conviene que el hombre esté solo”. Y en España comenzamos la Campaña del Enfermo 2024, que terminará el día 5 de mayo con la Pascua del Enfermo.
La Jornada es un día para renovar la cercanía y compromiso de toda la comunidad cristiana hacia los enfermos, llamada este año a cuidar de ellos en su soledad. Dice el papa Francisco en su mensaje que “cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás -familiares, amigos, personal sanitario-, con la creación y consigo mismo”. Recordemos que todos hemos venido a este mundo porque alguien nos ha acogido; hemos sido creados por amor y para el amor, estamos llamados a la comunión con Dios y a la fraternidad con los hermanos. Esta dimensión relacional de nuestro ser humano nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y fragilidad; es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos ante la soledad de los enfermos.
La Campaña, por su parte, quiere promover la reflexión sobre el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional. Es una tema particularmente urgente entre nosotros, ya que España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consumen. Muchas son, en efecto, las personas que sufren ansiedad, depresión, trastornos del sueño y de adaptación, u otras alteraciones mentales como trastornos de personalidad y psicosis afectiva. En edades avanzadas nos encontramos con la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil. Son todo un mundo de sufrimiento para los enfermos y especialmente para los que los cuidan con gran paciencia y sufrimiento. También muchos niños, adolescentes y jóvenes sufren problemas de soledad, de aprendizaje, de comportamiento, de enuresis, anorexia y la bulimia. La Campaña quiere ayudarnos a tomar conciencia de que, aunque no siempre se trate de una enfermedad mental en el sentido habitual del término, hemos de cuidar y acompañar a las personas que padecen este tipo de sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la amargura, la pena, el desánimo o la ansiedad. Estamos llamados a anunciar con el profeta Jeremías: “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 13)
Cuidar a los enfermos en la soledad y dar esperanza en la tristeza a los que sufren psicológica y emocionalmente es posible. Todos estamos llamados a comprometernos para que así sea. Fijémonos en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), en su capacidad hacerse prójimo y en la ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre. El Buen Samaritano es un referente permanente y siempre actual para toda la Iglesia y, de forma especial, en su servicio en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En esta parábola, Jesús manifiesta con sus gestos y palabras el amor tierno y compasivo de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados. El samaritano, comentan muchos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor compasivo de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos, y a manifestarlo con nuestra cercanía, empatía, compasión y ternura a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Pero esta capacidad para amar no viene de nuestras fuerzas, sino más bien de haber experimentado el amor de Dios en una relación personal y vivificante con Cristo. De ahí derivan la llamada y la capacidad de cada cristiano de ser un “buen samaritano”, que se detiene ante el sufrimiento del otro, porque quiere ser “las manos de Dios”.
La Iglesia lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy por medio de sacerdotes, religiosos y seglares que han sentido de modo particular la vocación de trabajar en el campo de la salud. El amor a los enfermos y su cuidado no puede faltar nunca en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana, de cada parroquia y de las familias. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, de los visitadores de enfermos y de los hospitalarios de Lourdes.
Con renovada esperanza y dispuestos a ser acogidos por la Virgen, la peregrinación diocesana a Nuestra Señora de Lourdes, partió ayer hacia el Santuario
Casi 500 personas desde diferentes puntos de la Diócesis de Segorbe-Castellón partieron ayer en autobuses y coches particulares en dirección al Santuario de Lourdes.
La peregrinación, integrada por 75 enfermos, un equipo de médicos y sanitarios, sacerdotes y hospitalarios, llegaba ayer tarde-noche al pequeño municipio del pirineo francés.
Los hospitalarios de Segorbe-Castellón viajan de nuevo al Santuario Mariano, viendo el rostro de Jesús en cada uno de los enfermos a quienes van a acompañar y asistir, conscientes de que la peor enfermedad es la del alma.
Diferentes delegaciones celebraron esta misma semana la “Misa de Envio” elevando petición a la Virgen María para que las vivencias de estos días se prolonguen durante el año y podamos vivir en nuestras comunidades parroquiales la fraternidad, el servicio y el amor que viviremos estos días en Lourdes.
D.Casimiro, muy unido siempre en oración por quienes más sufren, encabeza esta peregrinación, que a las 8,30 de esta mañana participará en la Misa en la gruta, que se podrá seguir en directo a través del canal de youtube del Santuario.
Durante la celebración, el Obispo de la Diócesis ha presentado ante la Virgen a los jóvenes y niños de la Hospitalidad de Segorbe-Castellón.
La veneración tuvo lugar ayer en el contexto de una Eucaristía celebrada en la Gruta de Lourdes de Vilavella que estuvo presidida por el P. Mauricio, coordinador de lengua española en el Santuario de Ntra. Sra. de Lourdes, y concelebrada por el consiliario de la Hospitalidad Diocesana, D. José Luis Valdés.
Los fieles del municipio se sumaron, junto a los voluntarios y hospitalarios, a la celebración que sirvió para tener presente los mensajes que la Virgen dio a santa Bernardita y para afrontar desde la fe, las dificultades por las que todos atravesamos en la vida.
Acogerse a Nuestra Señora de Lourdes en momentos de sufrimiento y dolor, como ocurre en el caso de la enfermedad, nos ayuda a ser testigos de la luz de Cristo y reflejarla en todos los que nos rodean.
Durante la celebración, los fieles pudieron realizar el tradicional gesto del agua y, tal como sucede en el Santuario de Lourdes, se bendijo a los enfermos y presentes con el Santísimo Sacramento.
La enfermedad forma parte de nuestra condición y experiencia humana. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. La pandemia del Covid-19 nos ha recordado que somos frágiles, vulnerables y mortales; y también que nos necesitamos los unos de los otros. El reconocimiento de esta realidad nos invita a ser humildes, a practicar la solidaridad y, sobre todo, a abrir nuestra mirada a Dios, que nunca nos abandona. A través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura. La enfermedad y el sufrimiento, si se viven en el aislamiento y en el abandono, si no van acompañados del cuidado y de la compasión, pueden llegar a ser inhumanos.
Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos abandonarlos, olvidarlos o marginarlos. Jesús siempre se acercaba y atendía a los enfermos, especialmente a los que habían quedado abandonados y arrinconados. Su cercanía y compasión hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).
En la fiesta de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, que nos llama a cuidar de ellos, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-37). Recordemos como dos transeúntes, considerados religiosos, ven a un robado y malherido por unos ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó, dan un rodeo y no se detienen. Un tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, siente compasión y se hace cargo de aquel forastero, tratándolo como a un hermano. Lo cura de sus heridas, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo lleva a una posada. “Cuida de él” (v. 35) es el encargo del samaritano al posadero, al despedirse al día siguiente. Jesús, al final de la parábola nos exhorta: “Anda y haz tú lo mismo” (v. 37). Se trata de un mandato incisivo porque, con esas palabras, Jesús nos indica cuales deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos en especial con enfermos y los que sufren. El Samaritano, comentan muchos Santos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Jesús pide que nos acerquemos al enfermo, lo escuchemos y establezcamos una relación personal con él, que sintamos empatía y conmoción con la persona enferma, y nos dejemos involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacernos cargo de su cuidado. Este es el amor fraterno que todo cristiano, toda familia cristiana y toda comunidad cristiana hemos de tener hacia los enfermos. El cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hecho con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo, al modo del buen samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y, en los hospitales, con muchos voluntarios: junto con los sacerdotes y los capellanes, se acercan y atienden a los enfermos y a sus familias humana y espiritualmente. Pero cada vez hay más personas enfermas y solas a las que acercarse y cuidar.
El cuidado integral de los enfermos pide cuidar también la dimensión espiritual de los enfermos. La fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, cura y sana, y da aliento y esperanza en la enfermedad al enfermo y a la familia. Es lamentable que haya quienes priven a sus familiares enfermos de la atención y cercanía del sacerdote o de los visitadores sea en casa o en los hospitales. No olvidemos que en todos los hospitales existe un servicio religioso católico, que se ha pedir expresamente en la recepción o en planta para que los capellanes o visitadores puedan acudir a las habitaciones.
Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo oremos por todos los enfermos y sus cuidadores en el seno de las familias, en los centros sanitaros y residencias. Y damos gracias a Dios por todos cuantos trabajan en la pastoral de la salud: sacerdotes, religiosos y religiosas, voluntarios y visitadores de enfermos. Y damos gracias por el trabajo de todos los sanitarios. A todos los ponemos en manos de la Virgen, Nuestra Señora de Lourdes.
«En Lourdes se hace presente la Gracia de Dios a través de su Madre»
Ayer tarde, a última hora llegaban, procedentes de la Diócesis de Segorbe-Castellón, los hospitalarios y enfermos que, tras dos años de pandemia, han podido regresar al Santuario de Lourdes iniciándose esta misma mañana la peregrinación de este 2022 en la que participan un total de 295 personas entre enfermos, sacerdotes, equipo médico, sanitarios y hospitalarios. Con ellos también viaja el Obispo de la Diócesis, Monseñor Casimiro López Llorente, el Vicario general, D. Javier Aparici, el de Pastoral, D. Miguel Abril, el de Clero, D. Marc Estela, y el Consiliario de la hospitalidad, D. José Luis Valdés.
La peregrinación arrancaba esta misma mañana a primera hora, en la Basílica del Rosario, donde se ha celebrado una Penitencial en la que todos los participantes han podido recibir el Sacramento de la Reconciliación a través de la confesión.
Juan, 1, 5-9
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
Lc. 4, 24-27
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
La lectura del Santo Evangelio ha dado paso a la homilía de nuestro Obispo que ha puesto en valor la importancia del Sacramento de la Reconcialiación en este Año de Gracia para nuestra Diócesis, en que el «amor del Señor ilumina y transforma nuestra vida». Venimos a Lourdes, ha dicho D. Casimiro, «porque aquí se hace presente la Gracia de Dios, de forma especial, a través de su Madre, la Virgen».
La cercanía de Nuestra Señora de Lourdes hace que «nuestro corazón y nuestra vida se dirija también a su Hijo para renovarnos, purificarnos y acercar nuestro corazón al Señor». El Obispo no ha sido ajeno a «todas aquellas veces que caminamos de espaldas a Dios, sin acogerlo en la vida que él nos ha dado a través del Bautismo». Así se ha referido al «pecado» por todas esas ocasiones en las que «no acogemos su amor para darlo al hermano, al necesitado, al enfermo». Recordando la primera lectura (Jn.1, 5-9) se ha referido a todas aquellas veces que nos engañamos a nosotros mismos como un mal de nuestro tiempo, «por no tener conciencia del pecado, contentándonos con cumplir con lo básico: ser honrados, no matar o no robar».
En este sentido nos ha exhortado a «volver nuestra mirada y nuestro corazón a Dios para que su Palabra ilumine nuestra vida para poder mostrar el rostro de Jesús al hermano». Y, citando el Evangelio de San Mateo (25, 31-46) nos ha recordado que todo cuanto «hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
Por el Bautismo Dios habita en nosotros, ha insistido D. Casimiro, exhortándonos al perdón y a la reconciliación y «dejando que el Señor brille con su Palabra en nuestro camino para que podamos acoger la Gracia de Dios y que transforme nuestra vida.
Tras la celebración Penitencial de esta mañana, la Hospitalidad Diocesana se ha hecho la tradicional foto de grupo en el que participan más de 60 jóvenes hospitalarios.
A continuación se ha celebrado el paso por la Gruta de toda la peregrinación donde se han vivido momentos especialmente emocionantes por parte de los 58 enfermos que han viajado hasta el Santuario en el encuentro con la Virgen, recibiendo la bendición de nuestro Obispo, que ha depositado una ofrenda floral a los pies de Nuestra Señora de Lourdes y les esperaba tras su paso por la Gruta.
D. Casimiro ha acudido también al AccueilNotre-Dame, donde se hospedan los enfermos, y ha podido intercambiar impresiones con las hospitalarias del servicio de comedor, procediendo a bendecir la mesa, gesto que ha sido muy aplaudido y celebrado por todos los presentes.
Esta tarde el Obispo de la Diócesis, presidirá la Eucaristía con «Unción de enfermos» que tendrá lugar en la Capilla de Santa Bernardette.
El sexto Domingo de Pascua celebramos la Pascua del Enfermo. Concluye así la Campaña anual dedicada a los enfermos que iniciamos el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, bajo el lema “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El papa Francisco recuerda que se ha avanzado mucho, pero que “todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado”.
Dios es misericordioso y nos cuida con la fuerza de un padre y la ternura de una madre. El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito. Jesús es la misericordia encarnada de Dios. En efecto, los Evangelios nos narran los continuos encuentros de Jesús con las personas enfermas para acompañar su dolor, darle sentido y curarlo. Jesús siempre se acerca y atiende a los enfermos, especialmente a los que han quedado abandonados y arrinconados por la sociedad. La cercanía y compasión de Cristo hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).
Los discípulos de Jesús estamos llamados a hacer lo mismo. Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos olvidarlos, ocultarlos o marginarlos. Ante los enfermos, que siempre tienen un rostro concreto, Jesús nos pide acercarnos y detenernos, escucharles y establecer una relación directa y personal con cada enfermo, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-35). En la atención gratuita y en la acogida afectuosa de cada vida humana, sobre todo de la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
Este es el amor fraterno que todo cristiano y toda comunidad cristiana hemos de tener hacia los enfermos. El mismo Jesús encargó a sus discípulos la atención de los enfermos. Por ello el acompañamiento y cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hechos con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo al modo del buen Samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y, en los hospitales, con muchos voluntarios: junto con los sacerdotes y los capellanes, se acercan a los enfermos, a sus familias y al personal sanitario para acompañarles humana y espiritualmente. Cada vez hay más personas enfermas y solas a las que acercarse y cuidar. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir nuestra cercanía.
El mayor dolor es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza. Los cristianos hemos de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida (cf. 1 Pe 3, 15). No se trata de una esperanza cualquiera, sino de una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea doloroso, porque lleva a una meta segura. Cristo Jesús es nuestra Esperanza, la única esperanza que no defrauda. Jesús ha muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida, y vida eterna.
Para los cristianos es obligado acompañar al enfermo, pero lo es también ayudarle a abrir su corazón a Dios y confiar en Él para no dejar de esperar en la vida eterna y gloriosa, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección. Jesús, el Hijo de Dios, asumió nuestro dolor y nuestra muerte en la cruz, e hizo de ellos camino de resurrección. Desde entonces, el sufrimiento y la muerte tienen una posibilidad de sentido. Desde hace dos mil años, la cruz brilla como suprema manifestación del amor de Dios que nunca nos abandona ni tan siquiera en la muerte: Dios acoge la entrega de su Hijo en la cruz por amor a la toda la humanidad y lo resucita a la Vida gloriosa de Dios. Quien sabe acoger la cruz en su vida y se entrega a Dios como Jesús, experimenta cómo el dolor y la muerte, iluminados por la fe, se transforman en fuente de esperanza, de salvación y de Vida.
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