El día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, bajo el lema “No conviene que el hombre esté solo”. Y en España comenzamos la Campaña del Enfermo 2024, que terminará el día 5 de mayo con la Pascua del Enfermo.
La Jornada es un día para renovar la cercanía y compromiso de toda la comunidad cristiana hacia los enfermos, llamada este año a cuidar de ellos en su soledad. Dice el papa Francisco en su mensaje que “cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás -familiares, amigos, personal sanitario-, con la creación y consigo mismo”. Recordemos que todos hemos venido a este mundo porque alguien nos ha acogido; hemos sido creados por amor y para el amor, estamos llamados a la comunión con Dios y a la fraternidad con los hermanos. Esta dimensión relacional de nuestro ser humano nos sostiene de manera particular en tiempos de enfermedad y fragilidad; es la primera terapia que debemos adoptar todos juntos ante la soledad de los enfermos.
La Campaña, por su parte, quiere promover la reflexión sobre el aumento de las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional. Es una tema particularmente urgente entre nosotros, ya que España encabeza la lista de países que más ansiolíticos consumen. Muchas son, en efecto, las personas que sufren ansiedad, depresión, trastornos del sueño y de adaptación, u otras alteraciones mentales como trastornos de personalidad y psicosis afectiva. En edades avanzadas nos encontramos con la enfermedad de Alzheimer y la demencia senil. Son todo un mundo de sufrimiento para los enfermos y especialmente para los que los cuidan con gran paciencia y sufrimiento. También muchos niños, adolescentes y jóvenes sufren problemas de soledad, de aprendizaje, de comportamiento, de enuresis, anorexia y la bulimia. La Campaña quiere ayudarnos a tomar conciencia de que, aunque no siempre se trate de una enfermedad mental en el sentido habitual del término, hemos de cuidar y acompañar a las personas que padecen este tipo de sufrimiento que se manifiesta en la tristeza, la amargura, la pena, el desánimo o la ansiedad. Estamos llamados a anunciar con el profeta Jeremías: “Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” (Jer 31, 13)
Cuidar a los enfermos en la soledad y dar esperanza en la tristeza a los que sufren psicológica y emocionalmente es posible. Todos estamos llamados a comprometernos para que así sea. Fijémonos en la imagen del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37), en su capacidad hacerse prójimo y en la ternura con que alivia las heridas del hermano que sufre. El Buen Samaritano es un referente permanente y siempre actual para toda la Iglesia y, de forma especial, en su servicio en el campo de la salud, de la enfermedad y del sufrimiento. En esta parábola, Jesús manifiesta con sus gestos y palabras el amor tierno y compasivo de Dios por cada ser humano, en especial por los enfermos y los que sufren. Al final de la parábola, Jesús concluye con un mandato apremiante: “Anda, y haz tú lo mismo”. Se trata de un mandato incisivo: Jesús nos indica cuáles deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos con los que necesitan de sus cuidados. El samaritano, comentan muchos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor compasivo de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos, y a manifestarlo con nuestra cercanía, empatía, compasión y ternura a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Pero esta capacidad para amar no viene de nuestras fuerzas, sino más bien de haber experimentado el amor de Dios en una relación personal y vivificante con Cristo. De ahí derivan la llamada y la capacidad de cada cristiano de ser un “buen samaritano”, que se detiene ante el sufrimiento del otro, porque quiere ser “las manos de Dios”.
La Iglesia lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy por medio de sacerdotes, religiosos y seglares que han sentido de modo particular la vocación de trabajar en el campo de la salud. El amor a los enfermos y su cuidado no puede faltar nunca en la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana, de cada parroquia y de las familias. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas, de los visitadores de enfermos y de los hospitalarios de Lourdes.
Con renovada esperanza y dispuestos a ser acogidos por la Virgen, la peregrinación diocesana a Nuestra Señora de Lourdes, partió ayer hacia el Santuario
Casi 500 personas desde diferentes puntos de la Diócesis de Segorbe-Castellón partieron ayer en autobuses y coches particulares en dirección al Santuario de Lourdes.
La peregrinación, integrada por 75 enfermos, un equipo de médicos y sanitarios, sacerdotes y hospitalarios, llegaba ayer tarde-noche al pequeño municipio del pirineo francés.
Los hospitalarios de Segorbe-Castellón viajan de nuevo al Santuario Mariano, viendo el rostro de Jesús en cada uno de los enfermos a quienes van a acompañar y asistir, conscientes de que la peor enfermedad es la del alma.
Diferentes delegaciones celebraron esta misma semana la “Misa de Envio” elevando petición a la Virgen María para que las vivencias de estos días se prolonguen durante el año y podamos vivir en nuestras comunidades parroquiales la fraternidad, el servicio y el amor que viviremos estos días en Lourdes.
D.Casimiro, muy unido siempre en oración por quienes más sufren, encabeza esta peregrinación, que a las 8,30 de esta mañana participará en la Misa en la gruta, que se podrá seguir en directo a través del canal de youtube del Santuario.
Durante la celebración, el Obispo de la Diócesis ha presentado ante la Virgen a los jóvenes y niños de la Hospitalidad de Segorbe-Castellón.
La veneración tuvo lugar ayer en el contexto de una Eucaristía celebrada en la Gruta de Lourdes de Vilavella que estuvo presidida por el P. Mauricio, coordinador de lengua española en el Santuario de Ntra. Sra. de Lourdes, y concelebrada por el consiliario de la Hospitalidad Diocesana, D. José Luis Valdés.
Los fieles del municipio se sumaron, junto a los voluntarios y hospitalarios, a la celebración que sirvió para tener presente los mensajes que la Virgen dio a santa Bernardita y para afrontar desde la fe, las dificultades por las que todos atravesamos en la vida.
Acogerse a Nuestra Señora de Lourdes en momentos de sufrimiento y dolor, como ocurre en el caso de la enfermedad, nos ayuda a ser testigos de la luz de Cristo y reflejarla en todos los que nos rodean.
Durante la celebración, los fieles pudieron realizar el tradicional gesto del agua y, tal como sucede en el Santuario de Lourdes, se bendijo a los enfermos y presentes con el Santísimo Sacramento.
La enfermedad forma parte de nuestra condición y experiencia humana. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. La pandemia del Covid-19 nos ha recordado que somos frágiles, vulnerables y mortales; y también que nos necesitamos los unos de los otros. El reconocimiento de esta realidad nos invita a ser humildes, a practicar la solidaridad y, sobre todo, a abrir nuestra mirada a Dios, que nunca nos abandona. A través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura. La enfermedad y el sufrimiento, si se viven en el aislamiento y en el abandono, si no van acompañados del cuidado y de la compasión, pueden llegar a ser inhumanos.
Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos abandonarlos, olvidarlos o marginarlos. Jesús siempre se acercaba y atendía a los enfermos, especialmente a los que habían quedado abandonados y arrinconados. Su cercanía y compasión hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).
En la fiesta de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, que nos llama a cuidar de ellos, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-37). Recordemos como dos transeúntes, considerados religiosos, ven a un robado y malherido por unos ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó, dan un rodeo y no se detienen. Un tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, siente compasión y se hace cargo de aquel forastero, tratándolo como a un hermano. Lo cura de sus heridas, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo lleva a una posada. “Cuida de él” (v. 35) es el encargo del samaritano al posadero, al despedirse al día siguiente. Jesús, al final de la parábola nos exhorta: “Anda y haz tú lo mismo” (v. 37). Se trata de un mandato incisivo porque, con esas palabras, Jesús nos indica cuales deben ser también hoy la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos en especial con enfermos y los que sufren. El Samaritano, comentan muchos Santos Padres de la Iglesia, es el mismo Jesús. Mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a ser samaritanos con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu.
Jesús pide que nos acerquemos al enfermo, lo escuchemos y establezcamos una relación personal con él, que sintamos empatía y conmoción con la persona enferma, y nos dejemos involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacernos cargo de su cuidado. Este es el amor fraterno que todo cristiano, toda familia cristiana y toda comunidad cristiana hemos de tener hacia los enfermos. El cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hecho con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo, al modo del buen samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y, en los hospitales, con muchos voluntarios: junto con los sacerdotes y los capellanes, se acercan y atienden a los enfermos y a sus familias humana y espiritualmente. Pero cada vez hay más personas enfermas y solas a las que acercarse y cuidar.
El cuidado integral de los enfermos pide cuidar también la dimensión espiritual de los enfermos. La fe en Cristo Jesús, muerto y resucitado, cura y sana, y da aliento y esperanza en la enfermedad al enfermo y a la familia. Es lamentable que haya quienes priven a sus familiares enfermos de la atención y cercanía del sacerdote o de los visitadores sea en casa o en los hospitales. No olvidemos que en todos los hospitales existe un servicio religioso católico, que se ha pedir expresamente en la recepción o en planta para que los capellanes o visitadores puedan acudir a las habitaciones.
Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo oremos por todos los enfermos y sus cuidadores en el seno de las familias, en los centros sanitaros y residencias. Y damos gracias a Dios por todos cuantos trabajan en la pastoral de la salud: sacerdotes, religiosos y religiosas, voluntarios y visitadores de enfermos. Y damos gracias por el trabajo de todos los sanitarios. A todos los ponemos en manos de la Virgen, Nuestra Señora de Lourdes.
«En Lourdes se hace presente la Gracia de Dios a través de su Madre»
Ayer tarde, a última hora llegaban, procedentes de la Diócesis de Segorbe-Castellón, los hospitalarios y enfermos que, tras dos años de pandemia, han podido regresar al Santuario de Lourdes iniciándose esta misma mañana la peregrinación de este 2022 en la que participan un total de 295 personas entre enfermos, sacerdotes, equipo médico, sanitarios y hospitalarios. Con ellos también viaja el Obispo de la Diócesis, Monseñor Casimiro López Llorente, el Vicario general, D. Javier Aparici, el de Pastoral, D. Miguel Abril, el de Clero, D. Marc Estela, y el Consiliario de la hospitalidad, D. José Luis Valdés.
La peregrinación arrancaba esta misma mañana a primera hora, en la Basílica del Rosario, donde se ha celebrado una Penitencial en la que todos los participantes han podido recibir el Sacramento de la Reconciliación a través de la confesión.
Juan, 1, 5-9
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
Lc. 4, 24-27
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
La lectura del Santo Evangelio ha dado paso a la homilía de nuestro Obispo que ha puesto en valor la importancia del Sacramento de la Reconcialiación en este Año de Gracia para nuestra Diócesis, en que el «amor del Señor ilumina y transforma nuestra vida». Venimos a Lourdes, ha dicho D. Casimiro, «porque aquí se hace presente la Gracia de Dios, de forma especial, a través de su Madre, la Virgen».
La cercanía de Nuestra Señora de Lourdes hace que «nuestro corazón y nuestra vida se dirija también a su Hijo para renovarnos, purificarnos y acercar nuestro corazón al Señor». El Obispo no ha sido ajeno a «todas aquellas veces que caminamos de espaldas a Dios, sin acogerlo en la vida que él nos ha dado a través del Bautismo». Así se ha referido al «pecado» por todas esas ocasiones en las que «no acogemos su amor para darlo al hermano, al necesitado, al enfermo». Recordando la primera lectura (Jn.1, 5-9) se ha referido a todas aquellas veces que nos engañamos a nosotros mismos como un mal de nuestro tiempo, «por no tener conciencia del pecado, contentándonos con cumplir con lo básico: ser honrados, no matar o no robar».
En este sentido nos ha exhortado a «volver nuestra mirada y nuestro corazón a Dios para que su Palabra ilumine nuestra vida para poder mostrar el rostro de Jesús al hermano». Y, citando el Evangelio de San Mateo (25, 31-46) nos ha recordado que todo cuanto «hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
Por el Bautismo Dios habita en nosotros, ha insistido D. Casimiro, exhortándonos al perdón y a la reconciliación y «dejando que el Señor brille con su Palabra en nuestro camino para que podamos acoger la Gracia de Dios y que transforme nuestra vida.
Tras la celebración Penitencial de esta mañana, la Hospitalidad Diocesana se ha hecho la tradicional foto de grupo en el que participan más de 60 jóvenes hospitalarios.
A continuación se ha celebrado el paso por la Gruta de toda la peregrinación donde se han vivido momentos especialmente emocionantes por parte de los 58 enfermos que han viajado hasta el Santuario en el encuentro con la Virgen, recibiendo la bendición de nuestro Obispo, que ha depositado una ofrenda floral a los pies de Nuestra Señora de Lourdes y les esperaba tras su paso por la Gruta.
D. Casimiro ha acudido también al AccueilNotre-Dame, donde se hospedan los enfermos, y ha podido intercambiar impresiones con las hospitalarias del servicio de comedor, procediendo a bendecir la mesa, gesto que ha sido muy aplaudido y celebrado por todos los presentes.
Esta tarde el Obispo de la Diócesis, presidirá la Eucaristía con «Unción de enfermos» que tendrá lugar en la Capilla de Santa Bernardette.
El sexto Domingo de Pascua celebramos la Pascua del Enfermo. Concluye así la Campaña anual dedicada a los enfermos que iniciamos el 11 de febrero, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, bajo el lema “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El papa Francisco recuerda que se ha avanzado mucho, pero que “todavía queda mucho camino por recorrer para garantizar a todas las personas enfermas la atención sanitaria que necesitan, así como el acompañamiento pastoral para que puedan vivir el tiempo de la enfermedad unidos a Cristo crucificado y resucitado”.
Dios es misericordioso y nos cuida con la fuerza de un padre y la ternura de una madre. El testigo supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito. Jesús es la misericordia encarnada de Dios. En efecto, los Evangelios nos narran los continuos encuentros de Jesús con las personas enfermas para acompañar su dolor, darle sentido y curarlo. Jesús siempre se acerca y atiende a los enfermos, especialmente a los que han quedado abandonados y arrinconados por la sociedad. La cercanía y compasión de Cristo hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 36).
Los discípulos de Jesús estamos llamados a hacer lo mismo. Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos olvidarlos, ocultarlos o marginarlos. Ante los enfermos, que siempre tienen un rostro concreto, Jesús nos pide acercarnos y detenernos, escucharles y establecer una relación directa y personal con cada enfermo, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-35). En la atención gratuita y en la acogida afectuosa de cada vida humana, sobre todo de la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
Este es el amor fraterno que todo cristiano y toda comunidad cristiana hemos de tener hacia los enfermos. El mismo Jesús encargó a sus discípulos la atención de los enfermos. Por ello el acompañamiento y cuidado cercano y fraterno de los enfermos, hechos con compasión y gratuidad, no puede faltar nunca en nuestra Iglesia diocesana y en cada parroquia. Los enfermos han de ocupar un lugar prioritario en la oración, vida y misión de todas nuestras comunidades cristianas y de los cristianos, siguiendo las palabras de Jesús y su ejemplo al modo del buen Samaritano. Contamos con un buen número de visitadores de enfermos en muchas parroquias y, en los hospitales, con muchos voluntarios: junto con los sacerdotes y los capellanes, se acercan a los enfermos, a sus familias y al personal sanitario para acompañarles humana y espiritualmente. Cada vez hay más personas enfermas y solas a las que acercarse y cuidar. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, siempre es posible consolar, siempre es posible hacer sentir nuestra cercanía.
El mayor dolor es el sufrimiento moral ante la falta de esperanza. Los cristianos hemos de estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida (cf. 1 Pe 3, 15). No se trata de una esperanza cualquiera, sino de una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea doloroso, porque lleva a una meta segura. Cristo Jesús es nuestra Esperanza, la única esperanza que no defrauda. Jesús ha muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida, y vida eterna.
Para los cristianos es obligado acompañar al enfermo, pero lo es también ayudarle a abrir su corazón a Dios y confiar en Él para no dejar de esperar en la vida eterna y gloriosa, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección. Jesús, el Hijo de Dios, asumió nuestro dolor y nuestra muerte en la cruz, e hizo de ellos camino de resurrección. Desde entonces, el sufrimiento y la muerte tienen una posibilidad de sentido. Desde hace dos mil años, la cruz brilla como suprema manifestación del amor de Dios que nunca nos abandona ni tan siquiera en la muerte: Dios acoge la entrega de su Hijo en la cruz por amor a la toda la humanidad y lo resucita a la Vida gloriosa de Dios. Quien sabe acoger la cruz en su vida y se entrega a Dios como Jesús, experimenta cómo el dolor y la muerte, iluminados por la fe, se transforman en fuente de esperanza, de salvación y de Vida.
La Facultat de Ciencies Juridiques i Economiques de la Universidad Jaume I de Castellón ha acogido esta mañana la inauguración oficial del 49º Congreso Nacional de Hospitalidades Españolas de Nuestra Señora de Lourdes, así como del 39º Encuentro Nacional de Jóvenes Hospitalarios.
D. Domingo Galindo, consiliario diocesano de la Hospitalidad, ha dirigido la oración. Tras ella, D. Pascual Aznar, Presidente de la Hospitalidad de Segorbe-Castellón, ha presentado el Congreso, agradeciendo a los presentes su asistencia, al comité organizador por el trabajo realizado durante estos meses, y a Jesucristo y a la Virgen María por la ayuda recibida.
Como ha explicado, este Congreso tenía que haber tenido lugar el pasado 2020, “sin embargo, debido a la pandemia del covid-19 decidió aplazarse a la espera de una mejoría en el avance de la situación sanitaria”.
Esta nueva edición se va a desarrollar en torno al tema “Lourdes, una nueva época”, y se celebra con el fin de poner en común las dudas, inquietudes y dificultades que, a una mayoría, han impedido peregrinar al santuario Lourdes entre 2020 y 2021, conocer las vivencias de los que sí que han tenido la oportunidad de hacerlo, y además anticipar las posibilidades, los retos y los cambios que habrá que afrontar para poder peregrinar juntos de ahora en adelante.
También ha participado en el acto D. Pablo Garamendi, Presidente de la Federación de Hospitalidades Españolas, el Obispo de Girona y Consiliario de las Hospitalidades Españolas, D. Francesc Pardo i Artigas, así como Monseñor Olivier Ribadeau Dumas, Rector del Santuario de Lourdes.
Finalmente, el Obispo de Segorbe-Castellón, D. Casimiro López Llorente, ha inaugurado este 49º Congreso dando la bienvenida a todos los asistentes. “Espero que este Congreso sirva también para estrechar los lazos de la hospitalidad y de la fraternidad entre todos bajo tres palabras: Cristo Jesús, Nuestra Señora de Lourdes, y los enfermos”, ha explicado.
“Lo que nos identifica – ha indicado – es nuestra condición de cristianos católicos, por lo tanto, de creyentes, discípulos y testigos del Señor, y sin ese encuentro con Él de manos de su Madre la Virgen, difícilmente vamos a mantener viva esa identidad cristiana y nuestra misión en el mundo, que en este caso es acompañar a los enfermos”. “En ellos, en los enfermos – ha continuado – vemos con los ojos de la fe al mismo Señor que sale a nuestro encuentro, que quiere ser atendido”.
Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención para la evangelización para que seamos discípulos misioneros: “Recemos para que cada bautizado participe en la evangelización y esté disponible para la misión, a través de un testimonio de vida que tenga el sabor del Evangelio”.
«La Iglesia está en misión en el mundo: la fe en Jesucristo nos da la dimensión justa de todas las cosas haciéndonos ver el mundo con los ojos y el corazón de Dios; la esperanza nos abre a los horizontes eternos de la vida divina de la que participamos verdaderamente; la caridad, que pregustamos en los sacramentos y en el amor fraterno, nos conduce hasta los confines de la tierra (cf. Mi 5,3; Mt 28,19; Hch 1,8; Rm 10,18). Una Iglesia en salida hasta los últimos confines exige una conversión misionera constante y permanente. Cuántos santos, cuántas mujeres y hombres de fe nos dan testimonio, nos muestran que es posible y realizable esta apertura ilimitada, esta salida misericordiosa, como impulso urgente del amor y como fruto de su intrínseca lógica de don, de sacrificio y de gratuidad (cf. 2 Co 5,14-21). Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar (cf. Carta apost. Maximum illud).»
«Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios. Aun cuando mi padre y mi madre hubieran traicionado el amor con la mentira, el odio y la infidelidad, Dios nunca renuncia al don de la vida, sino que destina a todos sus hijos, desde siempre, a su vida divina y eterna (cf. Ef 1,3-6).»
«También hoy la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres que, en virtud de su bautismo, respondan generosamente a la llamada a salir de su propia casa, su propia familia, su propia patria, su propia lengua, su propia Iglesia local. Ellos son enviados a las gentes en el mundo que aún no está transfigurado por los sacramentos de Jesucristo y de su santa Iglesia. Anunciando la Palabra de Dios, testimoniando el Evangelio y celebrando la vida del Espíritu llaman a la conversión, bautizan y ofrecen la salvación cristiana en el respeto de la libertad personal de cada uno, en diálogo con las culturas y las religiones de los pueblos donde son enviados. La missio ad gentes, siempre necesaria en la Iglesia, contribuye así de manera fundamental al proceso de conversión permanente de todos los cristianos. La fe en la pascua de Jesús, el envío eclesial bautismal, la salida geográfica y cultural de sí y del propio hogar, la necesidad de salvación del pecado y la liberación del mal personal y social exigen que la misión llegue hasta los últimos rincones de la tierra.»
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española (CEE), por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los enfermos y moribundos, para que, uniendo su sufrimiento a la cruz del Señor, encuentren alivio y consuelo, y sea respetada su vida y dignidad hasta el final de sus días”.
Nuestro Obispo, D. Casimiro, en la carta que nos dirigió el pasado 8 de mayo con motivo de la Pascua del Enfermo nos decía que «El dolor, la enfermedad y la muerte forman parte del misterio del ser humano; son propios de nuestra condición vulnerable y mortal. Todos debemos cuidar de la salud, propia y ajena, y combatir la enfermedad con todos los medios a nuestro alcance. La vida es un don de Dios, que hemos de cuidar. Pero, sobre todo, hemos de saber ver el plan de Dios cuando la ancianidad, la enfermedad y el dolor se hacen presentes en nuestra vida. Dios nunca nos abandona. Nada ni nadie, ni tan siquiera la muerte, podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo, muerto y resucitado. Por ello es propio del cristiano dirigirse a Dios en la enfermedad para pedirle la salud del cuerpo y del espíritu y esperar siempre en la vida eterna, cuyo camino ha abierto Jesús con su muerte y resurrección para los que creen y confían en Él».
Las 14 hermanas que forman la comunidad de Siervas de Jesús de la Caridad de Castellón están celebrando un Año Jubilar con motivo del 150 aniversario de la fundación de su Congregación, y esta mañana lo han hecho con una Eucaristía de acción de gracias que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente.
La Congregación de Siervas de Jesús de la Caridad fue fundada en Bilbao el 25 de julio de 1871 por Santa Mª Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, con el apoyo del sacerdote Mariano José de Ibargüengoitia, y actualmente están presentes en 18 naciones de Europa, Asia, América y África.
“Mi deseo constante ha sido siempre ir por todo el mundo para enseñar a las gentes el conocimiento y amor de Dios, cueste lo que costare”
(Madre Mª Josefa)
El carisma apostólico de las Siervas de Jesús se expresa en diferentes áreas de apostolado y misión: en la asistencia a domicilio de los enfermos, en los hospitales, clínicas y sanatorios, en residencias de tercera edad y Centros de Día, en guarderías infantiles, en centros de enfermos crónicos de SIDA, en comedores.
“Estuve enfermo y me visitasteis”
(Mt. 25, 36)
La comunidad presente en Castellón fue fundada por la misma Santa María Josefa el 10 de noviembre de 1887, con 6 hermanas, dedicándose desde entonces al acompañamiento de los enfermos de la ciudad, aunque actualmente su misión está centrada en el cuidado de las religiosas mayores.
La madre Alba Ligia Montoya, superiora, ha explicado que es una “gran alegría poder celebrar los 150 años de la Congregación, de 134 años de presencia en la Diócesis, con una historia y un carisma, que recibió Santa María Josefa, de cuidar a los enfermos y de acompañarles espiritualmente”.
Ello ha sido recordado en la homilía por el Obispo, agradeciéndoselo al Señor. A las hermanas les ha pedido “oración para que el Espíritu siga impulsándoos y suscitando vocaciones que acojan este carisma” con el que “contribuir a la misión de la Iglesia, que es llevar, en este caso a los enfermos y sus familias, la cercanía de la misericordia de Dios”. “Somos mediación del Señor, no somos centro”, ha recordado, y “nuestra tarea está en purificarnos y renovarnos para que seamos verdadera presencia del amor de Dios en nuestro mundo”.
“No podemos cerrar los ojos a la realidad que nos toca vivir”, ha indicado D. Casimiro, “en un mundo cada vez más descristianizado, que no tiene presente a Dios en la enfermedad, en un mundo secularizado, que es un desierto de natalidad y de nuevas vocaciones”.
También es un mundo en el que “la enfermedad y la muerte quieren ser ocultadas”, donde “las autoridades se erigen señores de las vidas de los hombres”, ha dicho haciendo referencia a las leyes del aborto y de la eutanasia. Pero es ahí “donde tenemos que recuperar nuestra fe”, ha exhortado, “en la presencia del Señor”, siguiendo “la llamada de la Iglesia a ser testigos fieles de Dios”.
Oración a Santa Mª Josefa del Corazón de Jesús para pedir gracias por su intercesión
Te bendecimos, Señor, porque has elegido a Santa Mª Josefa del Corazón de Jesús, para hacer presente tu amor misericordioso en el mundo del dolor.
Concédenos la gracia que por su intercesión te pedimos (hágase la petición) y que su ejemplo nos ayude a revestirnos de los sentimientos de bondad y de amor de tu Divino Corazón, en favor de los enfermos, ancianos y niños.
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