Celebramos el III Año Mariano del Lledó en el Jubileo de la Esperanza: El compromiso social de nuestra Iglesia Diocesana
“La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del corazón de Jesús traspasado en la cruz”
(Francisco, Bula Spes non confundit, 3)
La fe y el Evangelio no se relegan al ámbito de lo privado y personal, sino que iluminan la comunidad y la vida social…por ello, de la experiencia profunda del encuentro con Cristo y su Madre, surge la necesidad y exigencia de promover y colaborar, dentro de sus posibilidades, en el apostolado y con las obras de caridad de la Iglesia. La virtud de la esperanza es una de las tres virtudes teologales cuya fuente y meta se encuentran en Dios pero que, a su vez, exige nuestro compromiso para mantenerse viva y con capacidad para transformar el mundo según el modelo del Evangelio.
Dios ha puesto un anhelo de felicidad en el corazón de todo hombre que corresponde con la esperanza. No es posible una vida feliz si la persona no descubre motivos que le den sentido. Este Telos (fin o propósito), razón de sentido, lo encontrará en los valores que contribuyen al desarrollo personal, social y eclesial. También existen personas que se mueven por valores sociales y culturales. Pero es evidente que solo puede sostenersese con algo infinito, que el hombre no puede darse a sí mismo, más allá de lo que puede alcanzar por sí solo. Solo en la dimensión espiritual y religiosa, trascendente, encuentra el hombre la plenitud de su desarrollo integral y la posibilidad de organizar de forma coherente la escala de valores, el anhelo de felicidad puesto por Dios en sus corazones. Precisamente Jesús de Nazaret, al predicar las bienaventuranzas, eleva nuestras esperanzas hacia el cielo, la tierra prometida, y nos traza el camino hacia ella.
Para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar, una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, necesitamos que sobreabunde la esperanza por la que el Espíritu pueda convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe. En definitiva, la esperanza necesita apoyarse en el amor de Dios, a Dios y a los hermanos. El amor es el motor que hace ir adelante nuestra esperanza. Nos capacita para perdonar, compartir con los pobres y excluidos. Lo mismo que los mártires que han sido capaces de abrazar el martirio por amor a Cristo y a su Iglesia.
La obra social del Centenario de la Coronación de la Mare de Déu del Lledó se dirigió hacia el albergue Mare de Déu del Lledó, junto con otros compromisos sociales anteriores como colaborar con Cáritas interparroquial, colaborar con las Hijas de la Caridad en la obra social Marillac. Este III Año Mariano del Lledó se une al compromiso social del Año Jubilar sobre la ayuda a salir de la Trata de personas y la inclusión social. Entendemos por Trata de Personas la explotación laboral, sexual y tráfico de órganos; manifestándose en trabajos forzados o indecentes… mendicidad (uso de los niños), niños soldados…y otros. Nos unimos a la campaña de sensibilización y reflexión contra la Trata y de oración del secretariado diocesano de movilidad humana.
También el compromiso por la paz avanza por el sueño de un mundo sin guerras y la llamada de la bienaventuranza de Cristo a los que trabajan por la paz porque se llamarán hijos de Dios. Por desgracia, sin embargo, se multiplican los conflictos en el mundo. La esperanza se abre también promoviendo una cultura a favor de la vida y por una cultura vocacional; la visita, la atención, el acompañamiento desde la pastoral de la salud y del duelo que llevan esperanza a tantas personas que pasan por las noches del dolor o por la muerte. También se suman el compromiso firme y esperanzador de muchas personas e instituciones a favor del valor fundamental de la vida, en un mundo en el que ha crecido la cultura de la muerte, así como la creciente sensibilización para afrontar el grave problema de la accesibilidad a la vivienda digna, a la defensa del trabajo decente y otras necesidades sociales. Al atentado contra la vida en la guerra y la violencia, se añade la escasa natalidad, el miedo al futuro que ha sembrado egoísmo y pérdida del deseo de transmitir la vida, el aborto, la eutanasia, la destructiva ideología de género, la pornografía y contenidos violentos.
En este contexto conviene conocer la obra social de las entidades de nuestra Diócesis comprometidas con la pastoral caritativa y social, cuya visión se dirige a los más débiles y vulnerables, necesitados de acompañamiento; dicha pastoral está coordinada por las personas que trabajan y cooperan en favor de ellos, los más pobres, para que la ayuda recibida sea íntegra y eficaz: Cáritas, Sociedad de San Vicente de Paúl, Manos Unidas, Pastoral Penitenciaria, Stella Maris, Comunidad de las Bienaventuranzas (proyecto de Nazareth), Hijas de la Caridad, Terciarias Capuchinas, Joventut Antoniana de Vila-real, Fundación Obra Mercedaria, Delwende (ONG Consolación). Reconocemos también a las Hermanas Oblatas, que desde su residencia de Benicàssim, nos hace presente y recuerda su entrega y acompañamiento a las mujeres prostituidas por la trata.
Ante la fuerte implantación de la cultura del descarte, del individualismo que carece de la conciencia del nosotros y de un proyecto en común, por el que se descarta a los no útiles ni productivos, adquiere mayor relevancia el compromiso por trabajar por la inclusión: de los pobres, de niños y jóvenes, de personas que padecen una soledad no deseada, los migrantes, la atención a los encarcelados, los que padecen pobreza moral y religiosa.
Difícilmente podremos transformar el mundo según el Evangelio, tratando de hacer presente en él el Reino de Dios, si antes no cambiamos personalmente, es decir, sin la conversión personal. Y ello supone configurarnos con Cristo de donde surgirá la fuerza para el compromiso en la caridad. En Evangelii Gaudium el Papa Francisco nos dice: “siempre hace falta cultivar un espacio interior que dé sentido al compromiso”, y resulta fundamental la transformación del mundo y de las comunidades eclesiales por la evangelización, el Primer Anuncio y el acompañamiento: anunciar explícitamente a Jesucristo, dando gratis lo que gratis hemos recibido, amando, acompañando a los hermanos y trabajando por la justicia mediante la caridad preventiva, curativa y propositiva. Promoviendo el desarrollo integral de la persona, incluida su dimensión religiosa, la búsqueda del bien común, defendiendo la vida y la familia como bienes sociales fundamentales, alentando una economía inclusiva y de comunión, dando protagonismo a las instituciones y favoreciendo la participación social.
A María, Madre de la Esperanza, le encomendamos para que la esperanza y la confianza venza el miedo y nos ayude a recuperar la confianza en la Iglesia, en la sociedad, en los vínculos interpersonales, en los matrimonios y las familias, en la promoción de la dignidad de la persona y en el respeto a la creación. Dios tiene un sueño para ti, para tu comunidad, para este mundo. Y la esperanza sabe acoger y abrazar este sueño. María acogió el sueño de Dios en la Anunciación y la Encarnación del Hijo de Dios y se ha iniciado entre nosotros el Reino de Cristo.
Escribo esta colaboración orando en memoria agradecida al Papa Francisco.