El próximo día 22 de junio, Dios mediante, nuestra Iglesia diocesana contará con tres nuevos sacerdotes. Su ordenación es un regalo de Dios: un motivo de gran alegría para toda nuestra Iglesia, pero, sobre todo, para la acción de gracias a Dios por su benevolencia y grandeza para con nosotros. En momentos de invierno vocacional, Dios nos sigue enriqueciendo con nuevos sacerdotes. Demos gracias a Dios
Cada uno de estos tres jóvenes tiene su propia historia personal, familiar, cristiana y vocacional. Sin embargo, los tres tienen en común haber sentido la llamada de Jesús, el Buen Pastor, a entregarle su vida en el sacerdocio ordenado al servicio de la Iglesia y de nuestras comunidades. Como aquellos pescadores de Galilea, también estos jóvenes se han encontrado con Jesús, se han dejado cautivar por su mirada y su voz, y han acogido su apremiante invitación: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”. Jesús les ha llamado a estar con él y a compartir su misión. Los tres han acogido con generosidad y alegría la llamada, que han ido madurando en la oración, en la vida de comunidad, en el estudio y en diálogo abierto con el Señor y sus formadores. Todo un proceso de años, no exento de dudas y dificultades al comprobar su pequeñez ante la grandeza de la llamada de Dios y ante los retos de la misión de la Iglesia hoy entre nosotros y en la misión ad gentes.
Sabedores de su fragilidad, se preguntan cómo podrán acometer esta nueva etapa de su vida cristiana y ser fieles a la tarea que el Señor les encomienda. Nuestros nuevos sacerdotes son muy conscientes de que su ordenación es, antes de nada, un gran regalo de Dios, inmerecido por su parte, y un profundo misterio, porque sólo Dios conoce la razón por la que Él los ha elegido. Por ello la reciben con profunda gratitud y con humilde admiración. Saben muy bien que no son ellos quienes se hacen sacerdotes, sino que es Cristo mismo, Maestro, Sacerdote y Pastor, quien por la ordenación los incorpora al orden de los presbíteros para que hagan las veces de Jesús anunciando la Palabra de Dios, celebrando los Sacramentos y guiando al Pueblo de Dios. Es Cristo mismo quien los configura consigo, Cabeza y Pastor invisible de su Iglesia, y les capacita para representarle y actuar en su nombre, como alguien que está presente en ellos.
Los nuevos sacerdotes saben bien que sin Jesucristo y la acción permanente del Espíritu Santo, nada son y nada podrán hacer. En consecuencia desean vivir su sacerdocio anclados en Cristo, que se alimenta en el encuentro personal con Él en la oración diaria, en la meditación y escrute de la Palabra de Dios, en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, y en su vida pastoral. Saben que el motor de su vida ha de ser un amor apasionado por Cristo, Maestro que enseña, Sacerdote que ofrece y se ofrece hasta el extremo, y Pastor que guía y acompaña con misericordia. Saben que esto les llevará a la verdadera caridad pastoral; es decir, a amar a los hermanos con los mismos sentimientos y la misma entrega de Jesús, el Buen Pastor. De su identificación existencial con Cristo y de su unión vital con Él brotará un amor apasionado por todos los hombres, especialmente por aquellos que Jesús a través de su Iglesia ponga en su camino, para llevarlos a Cristo, el único que puede curar, sanar, cambiar y salvar al ser humano.
Para ser fieles al don del ministerio ordenado deberán estar llenos de Dios, de Jesucristo y de la alegría del Evangelio, y tener una fe viva en Cristo Jesús, muerto y resucitado para la vida del mundo. Es decir, deberán ser sacerdotes enteramente ganados por Cristo vivo que es el Evangelio perenne de Dios a los hombres, tal como se anuncia en la Iglesia católica y apostólica. Por ello deberán ser sacerdotes con un claro sentido eclesial, y vivir en comunión efectiva con la Iglesia en la fe y en la moral, en la disciplina y en la misión. De ellos se espera que crean en la necesidad de su ministerio ordenado para la Iglesia y la sociedad, y lo vivan con verdadera alegría; que en el ejercicio de su ministerio partan siempre del anuncio del kerigma cristiano que lleve al encuentro sanador, transformador y salvador con Cristo; que sean servidores de todas las vocaciones y carismas; que trabajen por generar verdaderas comunidades cristianas, fraternas, corresponsables y misioneras; que cuiden su formación ante la necesidad de revitalizar nuestras comunidades y de evangelizar la cultura; y que sean testigos de Cristo, la esperanza que no defrauda, en un mundo falto de esperanza.
Demos gracias a Dios y oremos por estos tres nuevos sacerdotes, para sean pastores según el corazón de Jesús y fieles al don recibido.
Con el inicio del mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los nuevos mártires, testigos de Cristo: “Oremos para que quienes en diversas partes del mundo arriesgan su vida por el Evangelio contagien a la Iglesia su valentía y su impulso misionero”.
Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé de la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de nuevos mártires, de muchos cristianos asesinados por las locas ideologías del siglo pasado —y también hoy— y asesinados sólo por ser discípulos de Jesús.
El recuerdo de estos testigos heroicos antiguos y recientes nos confirma en la conciencia de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que, como nos ha recordado el Libro del Apocalipsis, «esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y la han blanqueado con la sangre del Cordero» (7, 14). Estos han tenido la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y hay también muchos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza mansa del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y amar a Dios sin reservas. Si miramos bien, la causa de cada persecución es el odio: el odio del príncipe de este mundo hacia los que han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección. En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cf. Juan 15, 12-19) Jesús usa una palabra fuerte y que asusta: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, al cual le gustaba tanto hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar a las cosas por su nombre. Y nos dice: «¡No os asustéis! El mundo os odiará; pero sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí».
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las vocaciones al sacerdocio ministerial, para que los jóvenes puedan escuchar la llamada de Dios y encuentren testigos y guías para este camino.”
Toda nuestra comunidad diocesana debe sentirse llamada a implicarse en esta tarea: Obispo y sacerdotes, familias y comunidades cristianas, catequistas y otros agentes de pastoral. Esta tarea no es cosa sólo de unos pocos. A ningún cristiano o comunidad cristiana le puede ser indiferente la escasez de vocaciones; no nos puede dar lo mismo que niños, adolescentes y jóvenes puedan o no escuchar, discernir y acoger la posible llamada del Señor a ser pastores misioneros como camino concreto de vivir la llamada de Jesús a todos a ser sus discípulos misioneros. Y a todos nos debe preocupar que nuestras comunidades se puedan ver privadas de sacerdotes, que las cuiden en nombre de Jesús, el Buen Pastor.
Toda vocación es un don de Dios. Por ello lo primero que hemos de hacer es orar con mayor frecuencia e intensidad por las vocaciones al sacerdocio. Jesús mismo nos dice: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38).
Además, entre todos hemos de lograr que haya familias y comunidades cristianas capaces de suscitar en nuestros niños y jóvenes un encuentro personal con Cristo que los entusiasme, enamore y provoque su entrega incondicional a Jesús y a los demás.
La Diócesis de Segorbe-Castellón ha participado en una producción sobre la gracia de la vocación al sacerdocio y la tarea de discernir la llamada de Dios. Se trata de la producción “Siervo de todos”, de la productora audiovisual Siloé Films para EWTN, la cadena de televisión estadounidense que emite durante todo el día una programación de temática religiosa católica.
Con guion y Dirección de Ricardo del Pozo, profesional audiovisual desde hace más de 30 años, y Director de varios documentales de contenido católico. Premio Gabriel de la Asociación de Prensa Católica de EEUU y Canadá, como Director, al mejor documental 2019 por “Un camino inesperado”, basado en el libro de Diego Blanco Albarova.
La participación de la Diócesis se debe a la aportación que realizan dos sacerdotes, D. Rafael Manzaneque, párroco de la Santísima Trinidad de Castellón, y D. Pablo Vela, rector del Seminario diocesano Redemptoris Mater.
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“Siervo de todos”
En un tiempo en el que la voz del Señor parece ahogada por «otras voces» y la propuesta de seguirlo entregando la propia vida puede parecer un absurdo, Dios sigue llamando a quien quiere, otorgando a través del Sacramento del Orden, la misión de servir en nombre y representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad. A toda la Iglesia le urge responder a esta llamada.
Sinopsis
Daniel es un joven médico que, para discernir si Dios le está llamando al sacerdocio, decide tomarse un tiempo y hacer el Camino de Santiago. En su recorrido, entra en contacto con un anciano párroco que le ayuda a comprender lo que significa ser sacerdote. A su regreso, la decisión de Daniel no deja indiferente a nadie.
La oposición de parte de su familia y los acontecimientos que sobrevienen inesperadamente, pondrán a prueba su vocación.
La Catedral de la Asunción de Nuestra Señora de Segorbe acogió, ayer por la tarde, la Eucaristía con motivo del Día del Seminario, que presidió nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente. Entre otros sacerdotes concelebró el Cabildo Catedral, el rector del Seminario Mayor Mater Dei, D. Juan Carlos Vizoso; del Seminario Redemptoris Mater, D. Pablo Vela; y del Seminario Menor Mater Dei, D. José Antonio Morales.
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Según datos publicados por la Conferencia Episcopal Española (CEE) con motivo del Día del Seminario, el número de seminaristas en España baja, por primera vez, de los 1.000. En total, nuestro país cuenta con 974 seminaristas mayores, la peor cifra desde que hay registros, y las causas son claras: la secularización y la falta de compromiso de los jóvenes.
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Este día, decía el Obispo en la homilía, es “para orar por las vocaciones, para que el Señor nos siga enviando vocaciones a nuestra Iglesia diocesana y a toda la Iglesia en el mundo, por la formación de estos jóvenes que han sentido la llamada, para que crezcan dando una respuesta generosa al Señor, y que crezcan en santidad, para ser buenos y santos pastores del pueblo santo de Dios”.
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En este sentido, D. Casimiro explicó que la pastoral vocacional es una responsabilidad que afecta a todos los miembros de la Iglesia. “Es responsabilidad de todos ayudarnos mutuamente para vivir nuestra vocación cristiana y específica – decía – porque necesitamos sacerdotes que sigan representando y actuando en la persona de Cristo Jesús, proclamando la Palabra en su nombre, y celebrando la Eucaristía, que es la fuente necesaria para que la Iglesia permanezca”.
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El encuentro personal con el Jesús “es lo que cambia el corazón, y a eso tenemos que tender todos, los bautizados en general, y los seminaristas, matrimonios y, por su puesto el Obispo junto con los sacerdotes”. Sin ese encuentro es imposible que se dé “la tarea que tenemos encomendada por el Señor de llevar a otros al encuentro sanador, liberador y recreador”.
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Hoy se ha perdido “el sentido de la llamada del Señor – advertía-, porque no hay sentido para la trascendencia, incluso en nuestras catequesis, porque lo que interesa en muchos casos es recibir un sacramento y cumplir”. Por ello, “toda la actividad pastoral, pero sobre todo la catequesis, de iniciación, en las parroquias y colegios, tienen que ser: llevar al encuentro con el Señor”.
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Exhortó “a ayudar a los niños y a los jóvenes a que se pongan a la escucha de Jesús para ver si les llama, y si es el caso acompañarles”, decía mencionando a sacerdotes, catequistas, profesores, padres y comunidades. “No tener miedo a proponer la vocación»: «Si la respuesta es negativa ya tenemos respuesta; si es dubitativa hay que hacer un seguimiento, y si es afirmativa ya tenemos una vocación. La propuesta vocacional necesita personas convencidas e identificadas con su vocación».
Fue ayer en el contexto de la Vigilia de Oración por las Vocaciones organizada anualmente por ANE y ANFE
Cercano el día de San José, patrón del Seminario, la Adoración Nocturna Española (ANE) y la Adoración Nocturna Femenina Española (ANFE) se reunieron ayer noche en el Seminario Mater Dei para celebrar la Vigilia de oración por las vocaciones sacerdotales.
Además, en el contexto de esta vigilia anual de ANE y ANFE, en la Iglesia mayor del Seminario tuvo lugar el rito de Institución de Acólitos para tres candidatos al diaconado permanente – Vicente Meneu, Paco Rubio y Abraham Saera – y de un seminarista del Mater Dei – Álvaro González.
Por este motivo, tras el rezo del Santo Rosario por parte de los adoradores, de los seminaristas diocesanos y de sus formadores, tuvo lugar la Misa con el rito de Institución de Acólitos, que presidió Monseñor Casimiro López, y en la que también participaron familiares, diáconos y sacerdotes.
Cabe recordar que el acólito ayuda al diácono y al sacerdote en el servicio del altar.
El Obispo indicó la conveniencia para nuestra Iglesia diocesana de que, en las próximas celebraciones de esta Vigilia de oración por las vocaciones, estuviera involucrada toda la Diócesis, “porque a todos nos tiene que implicar la oración ante la necesidad que tenemos de seminaristas y de sacerdotes”, también “ante la dificultad que tenemos para que se generen cristianos”.
D. Casimiro también recordó el documento “Pastoral Vocacional. Orientaciones de los Obispos de la Provincia Eclesiástica Valentina”, elaborado en el año 2012, y en el que se recogen las líneas de acción de cualquier proyecto de Pastoral Vocacional orientada al ministerio sacerdotal: la oración; la sensibilización, que haga nacer en el joven la pregunta “¿Qué quiere Dios de mí?”; la propuesta, que debe tomar como modelo el llamamiento que hizo Jesús a sus discípulos; y el acompañamiento, ya que la Iglesia tiene la responsabilidad de acompañar a los niños, adolescentes y jóvenes que se sienten llamados por el Señor para ayudarles a discernir y madurar su vocación.
Con el inicio del mes de marzo se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intención por las víctimas de abusos: “Oremos por los que sufren a causa del mal recibido por parte de los miembros de la comunidad eclesial: para que encuentren en la misma Iglesia una respuesta concreta a su dolor y sufrimiento”.
Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades. Solo de manera relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú, es decir, que todos sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba. Esto también me trae a la mente la cruel práctica religiosa, difundida en el pasado en algunas culturas, de ofrecer seres humanos —frecuentemente niños— como sacrificio en los ritos paganos. Sin embargo, todavía en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e internacionales (OMS, Unicef, Interpol, Europol y otros), no muestran la verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados, en particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar.
De hecho, muy raramente las víctimas confían y buscan ayuda. Detrás de esta reticencia puede estar la vergüenza, la confusión, el miedo a la venganza, los sentimientos de culpa, la desconfianza en las instituciones, los condicionamientos culturales y sociales, pero también la desinformación sobre los servicios y las estructuras que pueden ayudar. Desgraciadamente, la angustia lleva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo mismo. Lo único cierto es que millones de niños del mundo son víctimas de la explotación y de abusos sexuales.
La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. Hermanos y hermanas, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de la ira de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.
Así pues, el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren. La Iglesia, para lograr dicho objetivo, tiene que estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “para que el testimonio de los sacerdotes ayude a que broten nuevas vocaciones al sacerdocio y los jóvenes respondan a la llamada de Dios”.
Estamos viendo estos días el gran papel que sacerdotes, religiosos y consagrados están llevando a cabo en esta situación lacerante de pandemia. La importancia de su presencia se ha visto subrayada por tantos testimonios de entrega y acompañamiento en nuestra diócesis y en el mundo entero. En muchos casos, sacerdotes y consagrados han entregado su vida por atender a los contagiados por el coronavirus.
Hemos de rezar con fe e insistencia a Dios para que muchos jóvenes escuchen la voz de Dios, acojan la llamada del Señor a seguirle y entreguen su vida al servicio del Evangelio y de los hermanos, en el sacerdocio o en la vida consagrada. Jesús mismo, el Buen Pastor, nos pide orar por las vocaciones: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Jesús mismo, antes de llamar a los apóstoles, pasa la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los discípulos, también las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de la oración confiada e insistente al ‘Señor de la mies’, sea en la oración personal o de las comunidades parroquiales, de las familias cristianas o de los grupos de oración.
Pablo Ruiz, tiene 25 años y es natural de Caravaca de la Cruz (Murcia). Llegó a nuestra Diócesis siendo adolescente e ingresó en el Seminario Diocesano Redemptoris Mater, en Betxí. Cursó Bachillerato en el Seminario Diocesano Mater Dei y emprendió los estudios de Filosofía y Teología que terminará este año. El próximo curso académico saldrá a la misión a hacer la itinerancia previa a su ordenación sacerdotal, que también forma parte de su formación. Con motivo de la Solemnidad de San José, Pablo Ruiz ha estado en «El Espejo de Segorbe-Castellón» (Cadena Cope)
¿Qué te llevó a ingresar en el Seminario? ¿Cómo descubriste tu vocación? Con 16 años estaba en una situación difícil por no encontrarle sentido a mi vida. La enfermedad de mi madre hizo mella en mí y ese verano una compañera de clase me invitó a un campamento organizado por monjas. Había dicho mil veces que no pero aquel año dije que sí y durante el campamento, en una exposición del Santísimo, le pregunté al Señor que si de verdad existía me lo confirmase. En ese momento, yo era una persona muy inquieta, tenía los nervios descontrolados pero me sentí muy querido y experimenté un amor enorme de Dios. Pensé que eso era lo que yo quería para mí. Ese verano también asistí a un encuentro del Camino Neocatecumal en Italia donde se nos dio destino a un Seminario. En mi caso tenía que ser un Seminario en España porque no había cursado todavía el Bachiller y aquí me destinaron. Primero estudié bachillerato en el Mater Dei y luego Teología.
¿Cómo se desarrolla tu día a día en el seminario?, ¿qué aporta la formación para el sacerdocio? Desde fuera siempre había visto la vida del Seminario muy aburrida pero es todo lo contrario. Nos levantamos a las 6 de la mañana y tras la oración de las 7h, desayunamos y asistimos a la Universidad en el Mater Dei. Cuando acaban las clases regresamos al seminario y rezamos la hora intermedia. Tras un rato de descanso y deporte, dedicamos unas horas al estudio. Antes de cenar tenemos un rato de oración y ya por la noche, si se da el caso, podemos acudir a las actividades parroquiales en Castellón. A partir de las 22.30h de la noche se hace silencio y cada uno en su habitación puede leer, meditar…. cada uno lo que quiera.
¿Cómo crecéis en la formación espiritual?,¿cuánto de renuncia hay en el día a día?, tal vez pesa más lo que recibes que lo que se queda atrás ¿no? La verdad es que sí!…, se recibe mucho más de lo que se deja atrás porque a nivel espiritual nos alimentamos de los Sacramentos en el Seminario pero es verdad que nuestra vocación se ha gestado en una comunidad del Camino Neocatecumenal, movimiento al que estamos enraizados, y es a través de esa vivencia de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la historia de sanación de los hermanos como poco a poco, sin forzar nada, el Señor, a través de ese alimento espiritual te va tocando el corazón y te das cuenta que la vocación viene del Señor, porque antes que la formación espiritual que es fundamental, el Seminario no es una fábrica de curas, sino que el pilar fundamental es que tu seas persona, una persona cristiana… y antes de ser cura, eres persona. También tenemos la ayuda del Rector, del Padre espiritual y poco a poco se va viendo esa formación espiritual que, como digo es fundamental, y a partir de ahí nace la vocación.
¿Qué te está ayudando a descubrir que el sacerdocio es el plan que Dios tiene para ti? Lo que más me ayuda es ver lo contento que estoy en el Seminario. Yo era una persona muy triste, muy tímido y me costaba relacionarme con la gente. Una de las cosas que he descubierto en este tiempo es la alegría que me da hacer su voluntad. Muchas veces he tenido la tentación de abandonar por la presión y no ser capaz de aguantar el ritmo y el sufrimiento… y el Señor me confirma que es su voluntad porque a mi los estudios siempre me han costado muchísimo y la serenidad que me ha dado el Seminario me ha ayudado a sacar los estudios adelante que para mí era imposible. Recuerdo la primera vez que me llamó mi madre y me dijo: ¡pero muchacho qué te han hecho, que hablas tanto?!…. Son cosas que el Señor, poco a poco me va diciendo… tengo serenidad y paz…. es lo que el Señor me va confirmando mediante detalles de amor conmigo.
¿Cómo te imaginas el día que el Obispo te imponga sus manos para ordenarte sacerdote?
La verdad es que el Rector, cuando vamos a una ordenación presbiteral, siempre nos dice que no la vivamos como una Gracia para el que se ordena, sino que lo vivamos también como una Gracia para nosotros… de ver cómo hombres débiles como yo, hombres que han dudado, hombres que han sentido miedo… ver cómo el Señor a partir de ese día te regala una Gracia por el Sacramento… es impresionante… y de ver cómo el Señor confirma de verdad esa vocación y, en la debilidad, te levanta… Es una alegría ver como el Señor, confirma que no me violenta para nada sino que me deja completamente libre.
¿Quién es tu San José en la tierra? A mí me ayuda mucho la figura de José de Egipto que siendo vendido por sus hermanos no se defiende y precisamente San José enseña a Jesús esa figura de no defenderse, de aprender a cargar con el pecado del otro. Y esta figura en el Seminario a mí me ayuda a ver que lo único que me ha hecho feliz es aceptar la voluntad de Dios y que todo lo demás da igual. Es cierto que todo lo demás importa, todo es fantástico, pero de verdad lo único que me ha hecho feliz es seguir al Señor y seguir su voluntad… y aunque aparentemente, desde fuera, parece que se renuncia a mucho, el Señor te da el doble o el triple.
Presbítero, Doctor de la Iglesia y patrono del clero diocesano español
En una celebración presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro, los sacerdotes de la Diócesis han celebrado a su patrono en una jornada que comenzaba a las 10,30h de la mañana con la oración de la Intermedia en la Concatedral de Santa María, en Castellón.
Charla de Mons. Toni Vadell
Tras las palabras de acogida de nuestro Obispo se ha celebrado una conferencia impartida por Monseñor Toni Vadell, Obispo Auxiliar de Barcelona, bajo el título «La vocación del presbítero y del laico en una parroquia evangelizadora», que ha puesto el acento en la necesidad de crear comunidades vivas, evangelizadas y evangelizadoras, que además es objetivo general del Plan Diocesano de Pastoral.
Ha realizado una descripción del escenario en el que vivimos, estableciendo una similitud entre el destierro del pueblo de Israel en Babilonia, donde pierde todas las referencias religiosas, permaneciendo un grupo fiel a la promesa de Dios, y la sociedad actual, en la que el centro ya no es ni la Iglesia ni Dios, pero donde hay pequeñas comunidades en medio de una sociedad pagana.
Ante ello ha reflexionado sobre cómo podemos vivir los religiosos, sacerdotes y laicos, fieles a Dios para continuar anunciando el Evangelio, en este momento que ha definido como histórico y apasionante, “pues es en el que nos ha puesto el Señor”. Y lo ha hecho “reivindicando la belleza de la respuesta a la vocación de cada uno”, en un momento que no ha de ser ni clerical ni laical, sino eclesial. “La Iglesia es bella y preciosa en carismas, realidades y sensibilidades”, ha dicho, donde mirando al Señor todos somos diferentes porque cada uno vive su vocación.
Ha continuado indicando que “se evangeliza en comunidad, en fraternidad, no somos llaneros solitarios”, pues “no evangeliza el cura, no evangeliza el laico, evangelizan las comunidades”, siendo un signo de luz en el pueblo o en el barrio.
Ante las diferencias y la división del mundo, “en la Iglesia Católica no puede haber rivalidad, de lo contrario “el mandamiento del amor fraterno no llegará a la gente y será motivo de escándalo”, ha advertido, “tenemos que pedirle al Señor el milagro de la comunión para evangelizar”.
Por otra parte, ha indicado que las parroquias deberían ser “hogares confortables con las puertas abiertas”, en los que podamos “descansar y alimentar nuestra fe”. “El laico llamado a evangelizar en la periferia necesita el hogar para descansar”.
“Somos comunidad-fraternidad, no solo equipo de trabajo”, ha proseguido, “la tarea es importante, pero también la fraternidad, el compartir la fe como adultos”, siendo una Iglesia misionera y evangelizadora que “prioriza la vocación del laico en el mundo, pero, también con un anuncio ministerial en la parroquia, donde está el sacerdote, el diácono y los laicos”.
Además, “como comunidad tenemos que responder a los dos mandamientos del Señor”: «amaos los unos a los otros» y «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio». Éstos “no son caprichos del Señor”, pues son mandamientos que nacen como consecuencia de quien ha descubierto el amor de Dios y el amor al prójimo, “es un milagro de la gracia”.
Por último, en relación a la vocación laical, tema tratado en el Congreso de Laicos, ha dicho que “es la vocación por excelencia al anuncio del Evangelio en el mundo”, en las periferias, en la familia, en el trabajo, en el vecindario…, “es una vocación que los sacerdotes tenemos que potenciar de una manera especial”, pues “el testimonio del laico es un testimonio desde una manera de vivir”.
Celebración Eucarística
La jornada ha continuado con la celebración de una Eucaristía, en cuya homilía D. Casimiro ha felicitado y rendido homenaje de gratitud pública a los sacerdotes en sus Bodas sacerdotales de Diamante, D. Fernando Moreno, D. Rafael Torres y D. Fco. Javier Iturralde; de Oro, D. Miguel Alepuz; y de Plata, D. José Aparici.
Ha continuado poniendo en valor al «Maestro Ávila, santo y doctor de la Iglesia, y patrono del clero secular español». El Obispo se ha referido a San Juan de Ávila como «modelo de sacerdotes», pues en él, ha resaltado, «encontramos un inspirador de una vida sacerdotal santa y de un sacerdote con un celo encendido por las almas».
Estas son dos cuestiones, la santidad de vida y el celo apostólico, que van unidas por cuanto «no es posible una vida santa que no sea a la vez, una vida decididamente apostólica, entregada, disponible, totalmente orientada a los demás, descentrada, altruista, que tiene su centro puesto en Dios y en el prójimo», ha destacado.
Como en los tiempos de Juan de Ávila, «recios, de cambio y de reforma en la sociedad y en la Iglesia», hoy «se necesitan sacerdotes santos, maestros del espíritu y testigos creyentes que les hablen de Dios, les lleven al encuentro con Jesucristo y que les anuncien su Evangelio», decía al presbiterio, «nuestra Iglesia necesita evangelizadores con Espíritu», que sean «referentes claros de Jesucristo y de su Evangelio», es decir, «pastores santos y con ardor apostólico».
D. Casimiro ha continuado exhortando a la conversión, pues «nunca es tarde, hoy es el tiempo de gracia que Dios nos da para la renovación», y «no sabemos si podremos disponer de mañana, hoy es el tiempo de unos sacerdotes renovados, para unas parroquias renovadas, evangelizadas y evangelizadoras, para una iglesia de discípulos misioneros».
Ha finalizado recordando a los sacerdotes fallecidos es este último año: D. Constantino Bou Aparici, D. José Burgos Casares, D. Vicente Mestre Bellés, D. Jose Porcar Ivars y D. Joaquín Dobón, pidiendo «que el Señor les conceda a todos participar del banquete celestial y la gloria para siempre».
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