Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los que han perdido un hijo: “Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón”.
«La muerte es una experiencia que toca a todas las familias, sin excepción. Forma parte de la vida; sin embargo, cuando toca los afectos familiares, la muerte nunca nos parece natural. Para los padres, vivir más tiempo que sus hijos es algo especialmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si se detuviese el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva al hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor gozosamente entregados a la vida que hemos traído al mundo. Muchas veces vienen a misa a Santa Marta padres con la foto de un hijo, de una hija, niño, joven, y me dicen: «Se marchó, se marchó». Y en la mirada se ve el dolor. La muerte afecta y cuando es un hijo afecta profundamente. Toda la familia queda como paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre también el niño que queda solo, por la pérdida de uno de los padres, o de los dos. Esa pregunta: «¿Dónde está papá? ¿Dónde está mamá?». —«Está en el cielo». —«¿Por qué no la veo?». Esa pregunta expresa una angustia en el corazón del niño que queda solo. El vacío del abandono que se abre dentro de él es mucho más angustioso por el hecho de que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para «dar un nombre» a lo sucedido. «¿Cuándo regresa papá? ¿Cuándo regresa mamá?». ¿Qué se puede responder cuando el niño sufre? Así es la muerte en la familia.
En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y al cual no sabemos dar explicación alguna. Y a veces se llega incluso a culpar a Dios. Cuánta gente —los comprendo— se enfada con Dios, blasfemia: «¿Por qué me quitó el hijo, la hija? ¡Dios no está, Dios no existe! ¿Por qué hizo esto?». Muchas veces hemos escuchado esto. Pero esa rabia es un poco lo que viene de un corazón con un dolor grande; la pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá, es un gran dolor. Esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho, la muerte es casi como un agujero. Pero la muerte física tiene «cómplices» que son incluso peores que ella, y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en definitiva, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace aún más dolorosa e injusta. Los afectos familiares se presentan como las víctimas predestinadas e inermes de estos poderes auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la absurda «normalidad» con la cual, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los hechos que añaden horror a la muerte son provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. Que el Señor nos libre de acostumbrarnos a esto.
En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, muchas familias demuestran con los hechos que la muerte no tiene la última palabra: esto es un auténtico acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto —incluso terrible— encuentra la fuerza de custodiar la fe y el amor que nos unen a quienes amamos, la fe impide a la muerte, ya ahora, llevarse todo. La oscuridad de la muerte se debe afrontar con un trabajo de amor más intenso. «Dios mío, ilumina mi oscuridad», es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de los que el Padre le ha confiado, nosotros podemos quitar a la muerte su «aguijón», como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15, 55); podemos impedir que envenene nuestra vida, que haga vanos nuestros afectos, que nos haga caer en el vacío más oscuro.
En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor venció la muerte una vez para siempre. Nuestros seres queridos no han desaparecido en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por eso el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en que cada lágrima será enjugada, cuando «ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor» (Ap 21, 4). Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una solidaridad de los vínculos familiares más fuerte, una nueva apertura al dolor de las demás familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza. Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la fe. Pero quisiera destacar la última frase del Evangelio que hemos escuchado hoy (cf. Lc 7, 11-15). Después que Jesús vuelve a dar la vida a ese joven, hijo de la mamá viuda, dice el Evangelio: «Jesús se lo entregó a su madre». ¡Esta es nuestra esperanza! Todos nuestros seres queridos que ya se marcharon, el Señor nos los devolverá y nos encontraremos con ellos. Esta esperanza no defrauda. Recordemos bien este gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará el Señor con todos nuestros seres queridos en la familia.
Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de tal modo que la verdad cristiana «no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios tipos», cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna (cf. Benedicto xvi, Ángelus del 2 de noviembre de 2008). Hoy es necesario que los pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe respecto a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto —tenemos que llorar en el luto—, también Jesús «se echó a llorar» y se «conmovió en su espíritu» por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11, 33-37). Podemos más bien recurrir al testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que supieron percibir, en el durísimo paso de la muerte, también el seguro paso del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Es de ese amor, es precisamente de ese amor, de cual debemos hacernos «cómplices» activos, con nuestra fe. Y recordemos el gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontremos, cuando la muerte será definitivamente derrotada en nosotros. La cruz de Jesús derrota la muerte. Jesús nos devolverá a todos la familia.»
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todos los que sufren por cualquier causa, por los pobres, migrantes, los enfermos, los cristianos perseguidos, para que hallen en nuestra caridad el consuelo y la cercanía que necesitan, así como una ayuda eficaz para aliviar las consecuencias de su situación”.
«Somos ungidos para ungir a nuestro Pueblo de Dios. Seamos siempre mediadores generosos de la gracia de Dios, siempre disponibles para ofrecer nuestro servicio pastoral a quien nos lo reclame. Acojamos en nuestro corazón el programa esbozado por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Amemos a todos, pero especialmente a los más pobres, a los cautivos por tantas cadenas, a los enfermos y a los marginados por la soledad y el abandono, a los parados y a los que han pedido toda esperanza. Aceptemos también el sufrimiento pastoral, que significa, en palabras del Papa, “sufrir con y por las personas, como un padre y una madre sufren por sus hijos”. Oremos ante el Sagrario por nuestro pueblo, teniendo muy presentes la vida, problemas y sufrimientos de nuestros fieles.
Queridos hermanos sacerdotes: Redescubramos la alegría, la belleza y la grandeza de nuestra misión y renovemos nuestras promesas sacerdotales con la confianza puesta en el Señor.»
La Santa Sede hizo pública ayer, 24 de octubre, la cuarta encíclica del Papa Francisco, «Dilexit nos», sobre la devoción al Corazón de Jesús.
«Carta encíclica sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo» es el subtítulo de este documento que está dedicado enteramente al Sagrado Corazón de Jesús. De hecho, el Santo Padre anunció su publicación durante la audiencia general del pasado 5 de junio, un mes tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.
Entonces ya adelantó que su deseo es que este texto pueda hacer meditar sobre aspectos «del amor del Señor que iluminen el camino de la renovación eclesial; pero también que digan algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón». También explicó que el documento recoge «las preciosas reflexiones de textos magistrales anteriores y de una larga historia que se remonta a las Sagradas Escrituras, para proponer nuevamente hoy, a toda la Iglesia, este culto lleno de belleza espiritual».
El pasado domingo 13 de octubre, los feligreses de las parroquias de La Vall d’Alba, La Barona, La Pelejana, Benlloch y Vilanova d’Alcolea se reunieron en la ermita de Ntra. Sra. del Adyutorio de Benlloch para rezar el Santo Rosario, respondiendo así al llamado de nuestro Obispo, D. Casimiro, a orar por la paz en todas las parroquias, lugares y comunidades la Diócesis de Segorbe-Castellón.
El encuentro formó parte de las actividades que estas parroquias organizan a lo largo del curso para fomentar la fraternidad, compartir experiencias y fortalecer su fe en comunidad. La jornada finalizó con una merienda popular.
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Los feligreses de las parroquias de Onda también respondieron al llamado del Obispo y del Papa Francisco para unirse en oración y ayuno, implorando el don de la paz ante las crecientes tensiones globales. En este contexto, rezaron el Santo Rosario acompañados por la imagen de la Virgen del Rosario.
El Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, hizo hace unos días un llamamiento a toda la Diócesis para que se una en oración por la paz mundial y para que ofrezcan su apoyo a la diócesis ucraniana de Kamianec-Podilsky, que se encuentra en una situación crítica debido a los efectos devastadores de la guerra. En su carta, el obispo destaca la existencia de 56 conflictos activos en el mundo, subrayando la urgencia de la situación.
En respuesta a esta situación, Mons. López Llorente ha convocado a las parroquias, lugares de culto y comunidades cristianas a unirse en oración y a contribuir económicamente a esta causa, para lo cual deberán organizará un Santo Rosario por la paz durante el próximo fin de semana del 12 y 13 de octubre, coincidiendo con el mes del Rosario, así como una colecta extraordinaria para apoyar a esta diócesis ucraniana.
El Papa llama el 7 de octubre a una jornada de oración y ayuno para implorar la paz
Del mismo modo, el Papa Francisco ha convocado una jornada de oración y ayuno para hoy. día 7 de octubre, coincidiendo con el primer aniversario del ataque de Hamás a Israel. En su llamado, el Pontífice insta a los creyentes a unirse en oración y ayuno para implorar el don de la paz en medio de las crecientes tensiones globales, incluyendo la situación en Ucrania. Ayer, día 6 de octubre, visitó Santa María la Mayor para rezar el Rosario, pidiendo la participación de todos los miembros del Sínodo.
Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el don de la diversidad en la Iglesia: “Oremos para que la Iglesia siga apoyando por todos los medios un estilo de vida sinodal, bajo el signo de la corresponsabilidad, promoviendo la participación, la comunión y la misión compartida entre sacerdotes, religiosos y laicos”.
El título del Congreso habla de la “llamada” a “caminar juntos”, situando el tema en el contexto más amplio de la sinodalidad. El camino que Dios está indicando a la Iglesia es precisamente el de vivir de manera más intensa y concreta la comunión, y caminar juntos. La invita a superar los modos de obrar autónomos o como las vías paralelas del tren, que nunca se encuentran: el clero separado de los laicos, los consagrados separados del clero y de los fieles, la fe intelectual de algunas élites separada de la fe popular, la Curia romana separada de las Iglesias particulares, los obispos separados de los sacerdotes, los jóvenes separados de los ancianos, los matrimonios y las familias poco implicadas en la vida de las comunidades, los movimientos carismáticos separados de las parroquias, por citar sólo algunos. Esta es la tentación más grave en este momento. Todavía queda mucho camino por recorrer para que la Iglesia viva como un cuerpo, como verdadero Pueblo, unido por la única fe en Cristo Salvador, animado por el mismo Espíritu santificador y orientado a la misma misión de anunciar el amor misericordioso de Dios Padre.
Este último aspecto es decisivo: un Pueblo unido en la misión. Y esta es la intuición que siempre debemos custodiar: la Iglesia es el santo Pueblo fiel de Dios, según lo que afirma Lumen Gentium en los nn. 8 y 12; no populismo ni elitismo, es el santo Pueblo fiel de Dios. Esto no se aprende teóricamente, se entiende viviéndolo. Después se explica, como se puede, pero si no se vive no se sabrá explicar. Un Pueblo unido en la misión. La sinodalidad encuentra su origen y su fin último en la misión, nace de la misión y está orientada a la misión. Pensemos en los orígenes, cuando Jesús envió a los apóstoles y ellos volvieron muy contentos, porque los demonios “huían de ellos”; fue la misión la que dio ese sentido eclesial. De hecho, compartir la misión acerca a los pastores y a los laicos, les da un propósito común, manifiesta la complementariedad de los diversos carismas y, por eso, suscita en todos el deseo de caminar juntos. Lo vemos en Jesús mismo, que desde el comienzo se rodeó de un grupo de discípulos, hombres y mujeres, y vivió con ellos su ministerio público. Pero nunca solo. Y cuando envió a los Doce a anunciar el Reino de Dios, los mandó “de dos en dos”. Lo mismo vemos en san Pablo, que siempre evangelizó junto a otros colaboradores, también laicos y parejas de esposos; nunca solo. Y así fue en los momentos de gran renovación e impulso misionero en la historia de la Iglesia. Pastores y fieles laicos juntos. No individuos aislados, sino un Pueblo que evangeliza, el santo Pueblo fiel de Dios.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los agentes de pastoral laicos, por el fomento de los ministerios laicales en la Iglesia y por su compromiso en la vida pública”.
Los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los ha de hacer sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia. La Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Pueblo santo de Dios. Los laicos no son cristianos de segunda categoría o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia. Del mismo modo que los pastores, obispos y sacerdotes o la vida consagrada experimentan que su entrega al Señor y a la Iglesia es vocación, necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión.
Es muy importante que los laicos se sientan protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia (cf. LG n. 33). Los laicos os tenéis que sentir llamados por Jesús y acoger su llamada a ser misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Por estar inmersos en las realidades temporales, los laicos estáis llamados, de un modo particular, a ser misioneros en medio del mundo. Os corresponde sobre todo “la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (San Juan Pablo II). Ante el avance del fenómeno de la secularización, estáis llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas y a todos los ambientes.
En el interior de la Iglesia, los laicos estáis llamados por Jesús a participar activamente en tareas como la catequesis, la liturgia, la Eucaristía dominical, las cáritas, los consejos y otras muchas más de la vida y misión de la Iglesia. Os corresponde por derecho propio, y no por concesión de los sacerdotes.
Los Movimientos Populares Mundiales han mantenido un encuentro con el Papa Francisco. La visita se produjo el pasado 20 de septiembre en el Vaticano y Charo Castelló, militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de la Diócesis de Segorbe-Castellón, y representante del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos en el comité organizador, nos ha contado los aspectos que se han abordado con el Papa Francisco.
1.- .¿Cómo fue el encuentro con el Papa Francisco? ¿Qué impresiones te llevas? ¿Qué os ha transmitido?
Ha sido un encuentro cercano, entrañable, de acción de gracias a Dios por el camino recorrido. Me he venido reforzada, esperanzada y sobre todo con más caminos que transitar para concretar una sociedad más fraterna y una cultura “samaritana”. El Papa desde 2014 hasta hoy, no ha dejado de hacer sentir su cercanía a los movimientos populares, apoyando y alentando su trabajo por la dignidad humana, la justicia social y el desarrollo de los más pobres y descartados. Dos mensajes muy claros, “ninguna persona sin techo, trabajo y tierra” y “ninguna persona sin esperanza”.
2.-El papa mencionó las “T” en 2014 (techo, trabajo y tierra) ¿Cómo ves hoy en día la situación en España y en el mundo? ¿A qué desafíos nos enfrentamos hoy?
En nuestro país en estos últimos años se han desarrollado políticas en materia de rentas básicas, que están ayudando a muchas familias, pero todavía seguimos con millones de familias que están sufriendo a causa del escándalo de los alquileres de la vivienda, la precariedad laboral, familias trabajadoras que no les alcanza el salario para llegar a fin de mes, personas sin contratos especialmente entre las personas migrantes…etc. A nivel internacional la situación se agrava, por el aumento de la economía informal, que afecta especialmente a las mujeres. La pérdida de vidas en el trabajo, una pandemia invisible que crece. La protección social, educación, salud, vivienda ha disminuido. Los efectos del cambio climático devastadores provocando mayor vulnerabilidad sobre las colectividades más empobrecidas. Una mayor movilidad de las personas como consecuencia de este empobrecimiento y con políticas en los países receptores de poner grandes muros.
El desafío de las guerras, no solo Ucrania y de Gaza que está siendo un auténtico genocidio sino otros 50 conflictos bélicos más que están expulsando a millones de personas de sus comunidades, y con débiles instituciones internacionales para afrontar este tema. Al desafío del empleo precario y la protección social para millones de personas añadir, la protección de la tierra, para que la vida humana, toda la vida sea posible.
3.- ¿Cuales crees que son las actitudes de los líderes mundiales y de los medios de comunicación en general? ¿hay apertura para discutir estas cuestiones en la agenda internacional?
Tenemos de todo. Hay lideres mundiales y gobernantes que siguen planteando políticas de justicia social y que respeten a la dignidad humana, pero hay otros gobernantes muy poderosos que piensan que la vida de una persona que está excluida no vale, como la de personas migrantes. Esa es una forma de deshumanización que va en contra del Evangelio.
Por otro lado, hay organizaciones como la OIT que están poniendo en el debate internacional todas estas situaciones que no son recogidas por los países.
Finamente lo medios de comunicación también tenemos de todo, pero hay mucha pobreza para dialogar y exponer todas estas situaciones en profundidad, analizando las verdaderas causas de los problemas. No se hacen eco de cómo movimientos populares, cada día están practicando soluciones solidarias en sus comunidades.
4.- Y en la iglesia, ¿crees que la Iglesia en España está respondiendo adecuadamente a la necesidad de techo, tierra y trabajo?
La Iglesia es muy plural y hay en muchos rincones de nuestra tierra comunidades cristinas que están respondiendo a esta situación con un trabajo ejemplar, en España y también en los países del Sur. Nos queda camino por recorrer, sin estos mínimos la vida no puede ser digna, son derechos sagrados, una dignidad que Dios quiere para su pueblo elegido. Necesitamos seguir practicando la caridad Samaritana y acoger “al herido”.
5.- En tu opinión ¿Cómo puede la iglesia seguir impulsando estos valores y acompañando a los más vulnerables en este momento?
Las 3 T, la justicia, como decía el Cardenal Czerny “No puede ser una cuestión intelectual, ni mucho menos jurídica. Tiene que estar profundamente arraigada en nosotros y es una cuestión tan urgente e imposible de ignorar como lo son el hambre y la sed mismos”. Esta tiene que ser nuestra misión: acompañar y acoger, dar voz a los sin voz.
6.- ¿Qué mensaje te gustaría trasmitir a los jóvenes que buscan participar en los movimientos cristianos por la justicia social y la paz?
Animarlos a que formen parte de ellos, a que sean protagonistas de los cambios que necesitamos en nuestra sociedad para vivir como auténticos hermanos y hermanas. Necesitamos su energía y frescura para plantar banderas de esperanza contra la deshumanización.
Cada año, la Iglesia Católica dedica un día especial para recordar y reflexionar sobre el drama que viven millones de personas obligadas a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor. En este 2024, la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado se celebra bajo el lema “Dios camina con su pueblo”, un mensaje lleno de esperanza y de invitación a la solidaridad cristiana.
No en vano, el Papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada nos exhorta a tomar de la mano a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables para reconocer en ellos el rostro de Jesús y recorrer juntos el camino. La Conferencia Episcopal Española ha actualizado la identidad y el marco de referencia de la pastoral con personas migradas. Y ofrece, desde la diversidad aportada por las migraciones, algunas claves para afrontar los desafíos del futuro. Con este objetivo, la CEE ofrece la Exhortación pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”, que fue aprobada por la Asamblea Plenaria del pasado mes de marzo.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia ha entendido que su misión es estar junto a los más vulnerables, y en nuestros días, los migrantes y refugiados encarnan esta realidad de sufrimiento y exclusión. Jesús mismo fue un refugiado junto con su familia, cuando huyeron a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Esta experiencia de desarraigo y huida, vivida por el Hijo de Dios, sigue siendo una realidad para millones de personas en todo el mundo.
La Iglesia, en su misión de caridad y justicia, acompaña a aquellos que se ven forzados a dejar su tierra a causa de guerras, persecuciones, pobreza extrema o desastres naturales. A través de sus instituciones y organizaciones como Cáritas, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y otras entidades católicas, la Iglesia proporciona asistencia humanitaria, refugio, educación y apoyo espiritual a quienes más lo necesitan.
El Papa Francisco ha sido una voz profética en defensa de los migrantes, llamando repetidamente a la acogida y al respeto de su dignidad. Su invitación a «construir puentes y no muros» resuena como un llamado a la compasión cristiana y a la acción concreta frente a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo.
Un mensaje de esperanza
El lema de este año, “Dios camina con su pueblo”, nos recuerda que, en medio del sufrimiento, Dios nunca abandona a su pueblo. Como lo hizo con los israelitas durante el Éxodo, Dios sigue presente en los caminos de los migrantes y refugiados, acompañándolos en su travesía y dándoles la fortaleza para seguir adelante.
La Iglesia, como parte del pueblo de Dios, tiene la responsabilidad de hacer visible esta presencia de Dios. Está llamada a ser signo de esperanza, mostrando a través de su acción que nadie está solo en su camino. Este acompañamiento se traduce en gestos concretos de ayuda, pero también en una actitud profunda de acogida y escucha. La acogida es una de las actitudes más esenciales del cristiano frente a la realidad de los migrantes y refugiados. Esta acogida no se limita a abrir las puertas físicas, sino que es un compromiso de abrir el corazón, de derribar prejuicios y miedos, y de reconocer en el otro, sin importar su origen, raza o religión, la imagen de Dios. La actitud cristiana también debe incluir el acompañamiento. No basta con recibir a las personas que huyen de situaciones difíciles; es necesario caminar junto a ellas, conocer sus historias, sus heridas, y ofrecerles un apoyo integral que incluya tanto la ayuda material como el acompañamiento espiritual y psicológico. Los migrantes y refugiados necesitan ser escuchados y comprendidos, y la Iglesia, a través de sus comunidades, puede ofrecerles un espacio donde se sientan acogidos, respetados y valorados.
La Jornada en nuestra Diócesis
Desde el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis de Segorbe-Castellón se ha remitido una carta a todos los sacerdotes invitándolos a compartir la Jornada. Arrancará este viernes, día 27 de septiembre, en la Parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón, donde se celebrará una Vigilia de Oración que servirá de preparación y como punto de partida de la celebración.
Ya el domingo 29, a las 11 h en el edificio Menador (Plaza Huerto Sogueros) con una mesa informativa. A continuación, está prevista una ponencia que bajo el título «Dios camina con su pueblo» ofrecerá el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo. La Jornada proseguirá a las 17 h en la Plaza de las Aulas con un festival de folklore internacional.
La clausura estará presidida por el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, que celebrará una Eucaristía a las 19.30h en la Concatedral de Santa María. Desde el Secretariado para las Migraciones también se ha difundido el material específico para la celebración de la Jornada en todas las parroquias.
Con el inicio del mes de septiembre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el clamor de la tierra: “Oremos para que cada uno de nosotros escuche con el corazón el clamor de la Tierra y, de las víctimas de las catástrofes ambientales y de la crisis climática, comprometiéndonos personalmente a cuidar el mundo que habitamos”.
Desgraciadamente, asistimos a una crisis social y medioambiental sin precedentes. Si realmente queremos cuidar nuestra casa común y mejorar el planeta en el que vivimos, son imprescindibles cambios profundos en los estilos de vida, son imprescindibles modelos de producción y de consumo. Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender adecuadamente que no podemos continuar devorando codiciosamente los recursos naturales, porque “la tierra se nos ha confiado para que pueda ser para nosotros madre, la madre tierra, capaz de dar lo necesario a cada uno para vivir” (cf. Videomensaje a la Conferencia de 500 representantes nacionales e internacionales: “Las Ideas de la Expo 2015 – Hacia la Carta de Milán”, 7 febrero 2015). Por tanto, la contribución de los pueblos indígenas es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Y esto está comprobado científicamente.
Hoy más que nunca son muchos los que reclaman un proceso de reconversión de las estructuras de poder consolidadas que rigen en la sociedad, en la cultura occidental y, al mismo tiempo, transforman las relaciones históricas marcadas por el colonialismo, la exclusión y la discriminación, dando lugar a un diálogo renovado sobre la forma en la que estamos construyendo nuestro futuro en el planeta. Necesitamos con urgencia acciones mancomunadas, fruto de una leal y constante colaboración, porque el desafío ambiental que estamos viviendo y sus raíces humanas tienen un impacto en cada uno de nosotros. Un impacto no sólo físico, sino psicológico y cultural.
Por ello pido a los Gobiernos que reconozcan a los pueblos indígenas de todo el mundo, con sus culturas, lenguas, tradiciones, espiritualidades, y que se respete su dignidad y derechos, con la conciencia de que la riqueza de nuestra gran familia humana consiste precisamente en su diversidad. Sobre esto voy a volver después.
Ignorar a las comunidades originarias en la salvaguarda de la tierra es un grave error, es el funcionalismo extractivista, ¿no?, por no decir una gran injusticia. En cambio, valorar su patrimonio cultural y sus técnicas ancestrales ayudará a emprender caminos para una mejor gestión ambiental. En este sentido, es encomiable la labor del FIDA por asistir a las comunidades indígenas en un proceso de desarrollo autónomo, gracias sobre todo al Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas, si bien estos esfuerzos se deben multiplicar todavía y acompañar con más decidida y clarividente toma de decisiones, en una transición justa.
Me quiero detener en dos palabras que son claves en esto: El buen vivir —o el vivir bien— y la armonía. El vivir bien, no es el “dolce far niente”, la “dolce vita” de la burguesía destilada. No, no. Es el vivir en armonía con la naturaleza, el saber buscar, no tanto el equilibrio, sino más bien la armonía, que es superior al equilibrio. El equilibrio puede ser funcional; la armonía nunca es funcional, es soberana en sí misma.
Saber moverse en la armonía, eso es lo que da la sabiduría que nosotros llamamos el bien vivir: La armonía entre una persona y su comunidad; la armonía entre una persona y el ambiente; la armonía entre una persona y toda la creación. Las heridas contra esta armonía son las que evidentemente estamos viendo que destruyen los pueblos. El extractivismo, en el caso de la Amazonía, por ejemplo; la desforestación o, en otros lugares, el extractivismo de la minería.
Entonces, siempre buscar la armonía. Cuando los pueblos no respetan el bien del suelo, el bien del ambiente, el bien del tiempo, el bien de la vegetación o el bien de la fauna, ese bien general, cuando no respetan esto, caen en posturas no humanas, porque pierden ese contacto con —voy a decir la palabra— la madre tierra. No en un sentido supersticioso, sino en un sentido de aquella que nos da la cultura y nos da esa armonía.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todas las actividades que comienzan en las parroquias y comunidades cristianas, especialmente las relacionadas con el ámbito de la catequesis, para que a todos se pueda ofrecer una formación sólida y un testimonio fiel de Cristo, el Señor, y vivir lo en la Iglesia”.
En el ámbito de la catequesis, en nuestra Iglesia diocesana vamos dando pasos en la dirección correcta. Pueden parecer pocos, pequeños o lentos, pero son innegables. Ahí está el mayor cuidado de la formación y el acompañamiento de catequistas en su ser y en su quehacer con el fin de que sean cada día más fieles a Cristo Jesús y a su misión evangelizadora, así como a su destinatario, el hombre actual en su contexto cultural concreto. Ahí están también los avances en la catequesis de iniciación cristiana, algunas experiencias en catequesis de adultos, la mayor sensibilidad por la catequesis de muchos -sacerdotes, laicos y consagrados-, y de comunidades cristianas.
Pero no podemos ocultar las dificultades. Vivimos en tiempos de profunda secularización y de globalización, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la vida de fe y de la Iglesia de muchos bautizados. Vemos, por desgracia, que la catequesis sigue siendo entendida por muchos como un medio para recibir un sacramento y no como un proceso de crecimiento y maduración en la fe y vida cristiana, desde el encuentro personal con Jesús, la adhesión personal a Él, el cambio de vida, que lleve a un compromiso para ser discípulo misionero suyo, inserto en la comunidad eclesial. La experiencia nos dice que es escasa la acogida de la catequesis de iniciación cristiana como un proceso continuado; son muchos los niños que no que continúan después de la primera Comunión y la mayoría se alejan después de su Confirmación.
[…] En el momento actual no podemos dar por supuesto que nuestros niños, cuando piden la primera Comunión, y los adolescentes, jóvenes o adultos, cuando solicitan la Confirmación, hayan recibido el primer anuncio y hayan tenido una experiencia personal de fe. Esta situación pone de relieve la necesidad de una catequesis kerigmática, cuyo corazón sea hacer presente y anunciar la persona de Jesucristo. La catequesis, insiste el Directorio, “está llamada a ser ante todo un anuncio de la fe y no debe delegar en las demás acciones eclesiales la tarea de ayudar a descubrir la belleza del Evangelio. Es fundamental que sea, precisamente a través de la catequesis, que cada persona descubra que vale la pena creer. De este modo, ya no se reduce a ser un momento de crecimiento de la fe más armonioso, sino que ayuda a generar la propia fe y permite descubrir su grandeza y credibilidad. Por tanto, el anuncio no puede ser considerado solo como la primera etapa de la fe, previa a la catequesis, sino más bien la dimensión constitutiva de cada momento de la catequesis” (n. 57).
La finalidad primera de la catequesis es el encuentro vivo con el Señor que transforma la vida y genera, con la ayuda de la gracia, un cristiano, es decir, un creyente discípulo misionero del Señor en el seno de la comunidad de la Iglesia. No tengamos miedo. Dejémonos alentar por el Espíritu del Señor Resucitado, que está y actúa entre nosotros.
Con el inicio del mes de agosto se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los líderes políticos: “Oremos para que los líderes políticos estén al servicio de su pueblo, trabajando por el desarrollo humano integral y el bien común, atendiendo a los que han perdido su empleo y dando prioridad a los más pobres”.
En un discurso a los jóvenes del “Proyecto Policoro” de la Conferencia Episcopal Italiana (marzo de 2023) Francisco decía lo siguiente:
Hoy la política no goza de buena fama, sobre todo entre los jóvenes, porque ven los escándalos, tantas cosas que todos conocemos. Las causas son múltiples, pero ¿cómo no pensar en la corrupción, en la ineficiencia, en la distancia de la vida de la gente? Precisamente por esto hay todavía más necesidad de buena política. Y la diferencia la marcan las personas. Lo vemos en las administraciones locales: una cosa es un alcalde o un asesor disponible, y otra es quien es inaccesible; una cosa es la política que escucha la realidad, que escucha a los pobres, y otra es la que está cerrada en los edificios, la política “destilada”.
Me viene a la mente el episodio bíblico del rey Acab y de la viña de Nabot. El rey quiere apropiarse de la viña de Nabot, para agrandar su jardín; pero Nabot no quiere y no puede venderla, porque esa viña es la herencia de sus padres. El rey está enfadado y “se enfurruña”, como un niño consentido. Entonces su mujer, la reina Jezabel —¡que es un diablillo!— resuelve el problema haciendo eliminar a Nabot con una falsa acusación. Así Nabot es asesinado y el rey toma su viña. Acab representa la peor política, la de ir adelante y hacer hueco echando a los otros, la que persigue no el bien común sino intereses particulares y usa cualquier medio para satisfacerlos. Acab no es padre, es patrón, y su gobierno es el dominio. San Ambrosio escribió un librito sobre esta historia bíblica, titulado La viña de Nabot. En un determinado momento, dirigiéndose a los poderosos, Ambrosio escribe: «¿Por qué expulsáis a quienes comparten los bienes de la naturaleza y reclamáis para vosotros la posesión de los bienes naturales? La tierra fue creada en comunión para todos, para ricos y para pobres. […] La naturaleza no sabe qué son los ricos, ella que genera todos igualmente pobres. Cuando nacemos no tenemos ropa, no venimos al mundo cargados de oro y plata. Esta tierra nos pone en el mundo desnudos, necesitados de comida, de ropa y de bebida. La naturaleza […] nos crea a todos iguales y a todos igualmente nos encierra en el vientre de un sepulcro» (1, 2). Esta pequeña pero preciosa obra de san Ambrosio será útil para vuestra formación. La política que ejerce el poder como dominio y no como servicio no es capaz de cuidar, pisa a los pobres, explota la tierra y afronta los conflictos con la guerra, no sabe dialogar.
Como ejemplo bíblico positivo podemos tomar la figura de José hijo de Jacob. Recordad que fue vendido como esclavo por sus hermanos, que tenían envidia de él, y fue llevado a Egipto. Allí, tras algunas vicisitudes, es liberado, entra al servicio del faraón y se vuelve una especia de virrey. José no se comporta como un patrón, sino como padre: cuida del país; cuando llega la carestía organiza las reservas de grano para el bien común, tanto que el faraón dice al pueblo: «Haced lo que él [José] os diga» (Gen 41,55) —la misma frase que María dirá a los siervos en la boda de Caná refiriéndose a Jesús—. José, que ha sufrido la injusticia personalmente, no busca el propio interés sino el del pueblo, paga en persona por el bien común, se hace artesano de paz, teje relaciones capaces de innovar la sociedad. Escribía don Lorenzo Milani: «El problema de los otros es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir de él solos es avaricia» (Carta a una profesora, Florencia 1994, 14). Es así, es sencillo.
Estos dos ejemplos bíblicos, uno negativo, el otro positivo, nos ayudan a entender qué espiritualidad puede alimentar la política. Tomo solo dos aspectos: la ternura y la fecundidad. La ternura es «el amor que se hace cercano y concreto […]. Es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes. En medio de la actividad política, los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón» (Enc. Fratelli tutti, 194). La fecundidad está hecha de compartir, de mirada a largo plazo, de diálogos, de confianza, de comprensión, de escucha, de tiempo gastado, de respuestas preparadas y no pospuestas. Significa mirar hacia el futuro e invertir sobre las generaciones futuras; iniciar procesos en vez de ocupar espacios. Esta es la regla de oro: ¿tu actividad es para ocupar un espacio para ti? No va bien. ¿Para tu grupo? No va bien. Ocupar espacios no va bien, iniciar procesos va bien. El tiempo es superior al espacio.
Queridos amigos, quisiera concluir proponiéndoos las preguntas que todo buen político debería hacerse: «¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?» (ibid., 197). Que vuestra preocupación no sea el consenso electoral ni el éxito personal, sino involucrar a las personas, promover el espíritu emprendedor, hacer florecer sueños, hacer sentir la belleza de pertenecer a una comunidad. La participación es el bálsamo sobre las heridas de la democracia. Os invito a dar vuestra contribución, a participar y a invitar a vuestros coetáneos a hacerlo, siempre con el fin y el estilo del servicio. El político es un servidor; cuando el político no es un servidor es un mal político, no es un político.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todos los cristianos, para que con su testimonio de vida y con su palabra anuncien el Evangelio de Jesucristo en las actividades de cada día, y también en el tiempo del ocio vacacional”.
En nuestra Iglesia diocesana se nos envía a dar testimonio del Evangelio y a vivirlo día a día con nuestras obras de amor. Así es como la Iglesia lleva a cabo su misión de evangelizar. De este modo contribuye a construir una sociedad más humana y fraterna, justa y solidaria.
En la raíz de la actual crisis económica, moral, social, familiar e institucional está sin duda el abandono de Dios y de sus mandamientos, inscritos en la naturaleza humana. Como decía Juan Pablo II, cuando Dios desaparece del horizonte de los hombres, comienza el ocaso de su dignidad. Anunciando, celebrando y viviendo con fidelidad el Evangelio de Jesucristo, nuestra Iglesia contribuirá sin duda alguna a la superación de la crisis actual.
Nuestra Iglesia es un don del amor gratuito de Dios y una tarea encomendada a cuantos la formamos. Como don de Dios, la hemos de acoger con gratitud y la hemos de amar de corazón. Querida por Cristo y alentada por la fuerza del Espíritu Santo es el lugar de la presencia del Señor y de su obra salvadora entre nosotros. El mismo Cristo nos ha encomendado la hermosa tarea de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir el amor para que la obra de su Salvación llegue a todos. Su vida y su misión dependen de todos y de cada uno de los que formamos parte de esta gran familia.
A los católicos nos urge redescubrir, valorar y vivir sin complejos y tibiezas nuestra identidad cristiana y eclesial. Ambas son inseparables. No se puede ser cristiano al margen de la Iglesia. Amar, sentir y vivir la Iglesia como algo propio no será posible si no existen un conocimiento objetivo y desde dentro de la Iglesia misma, así como una vivencia personal de la propia fe en el seno de la Iglesia. Ser cristiano no se reduce a recibir el bautismo y el resto de los sacramentos, o a practicar ocasionalmente. Cristiano es quien se ha encontrado con Cristo, cree y confía en Él, y se adhiere a Él con toda su mente y todo su corazón; es cristiano quien acoge y vive el don de la fe y la nueva vida del bautismo, formando parte de la Iglesia y participando en los sacramentos.
Es cristiano quien deja que Jesús y su Evangelio conformen su pensar, sentir y actuar, y quien da testimonio de su fe y se compromete en la transformación de la sociedad y del mundo. Cristiano es, quién unido a Cristo en el seno de la Iglesia, participa en su vida y misión.
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