domingoiicuaresma2018

1ª LECTURA

Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán.

Le dijo:

«¡Abrahán!» Él respondió:

«Aquí estoy».

Dios le dijo:

«Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré» Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.

Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo.

Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

«¡Abrahán, Abrahán!» Él contestó:

«Aquí estoy».

El ángel le ordenó:

«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo: -«Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberle reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa.

Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

SALMO

Sal 115, 10 y 15. 16-17. 18-19

R. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos
Tenía fe, aun cuando dije:
«¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. R.
Señor, yo soy tu siervo,
siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor. R.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R.

2ª LECTURA

San Pablo a los Romanos 8, 31b-34

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios, el que justifica ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros?

EVANGELIO

San Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía qué decir, pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

«Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban del monte, les ordenó que contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

COMENTARIO

Dios pide a Abraham el sacrificio más doloroso posible. No es que Dios no sepa cómo es este hombre, o qué es lo que hay en su corazón; Dios lo sabe todo. Pero este momento entre ellos dos lo prevé el Señor para que se desvelen definitivamente los términos en los que se va a dar su relación. Dios pide y Abraham, en vez de cerrar los ojos como para distanciarse del sacrificio y así sufrir menos, los abre completamente, yendo más allá incluso del asombro que le invadió el día del nacimiento de su hijo y, entonces, conoció a su hijo de verdad, como nunca hasta ese momento, y descubrió que Isaac era todo del Señor: su vida le pertenecía completamente. Y renace Abraham, porque ha entendido mejor hasta dónde llega la paternidad de Dios. Seguro que ya no cambió en Abraham esa manera de mirar; desde ese día descubrió eso mismo en todas las cosas. Y se renovó la relación con todas las cosas. Y también con Dios, a quien podía descubrir detrás de todo. 
El tiempo de la Cuaresma nos puede ayudar a hacer nosotros el mismo recorrido que Abraham, y si respondemos a la Gracia podremos abrir los ojos y descubrir que todo es del Señor, que todo es don, y que con todo nos quiere salir al paso, para que así podamos aprender que somos completamente suyos. En el fondo se trata de mirar como miraba Jesús, que no era un superhéroe, pero que vivía en un permanente diálogo con su Padre porque no se le escapaba nada de lo que Él hacía para acompañarle en su vida como hombre. 
En la Iglesia siempre nos han propuesto un ejercicio que facilita este trabajo -este camino de comprensión- que es la limosna. La Iglesia la propone siempre, pero especialmente en este tiempo de Cuaresma. No se trata simplemente de ser generosos, como cosa puntual y buena – y ojalá lo seamos. Se trata, como Abraham, de abrir los ojos para caer en la cuenta de las cosas no son sólo nuestras. No para descubrir con fastidio que también son de los demás y entonces debemos compartir, sino para descubrir que son gestos de Dios con los que nos muestra su paternidad. La limosna facilita la alegría porque puede ser el empujón que necesitábamos para acabar de abrir los ojos y así aprender que somos hijos.
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