150º Aniversario de las Hnas. de la Consolación en el Hospital Provincial de Castellón
Castellón, Capilla del Hospital Provincial -14 de noviembre de 2009
(33º Domingo del T.O.: Dan 12,1-3, Sal 15; Heb 10, 11-14.18; Mc 13,24-32)
Hermanas y Hermanos muy amados en el Señor:
Hoy hace justamente dos años celebrábamos en la Capilla del Colegio de la Consolación en Castellón el 150º Aniversario de la Fundación de vuestra Congregación. Esta tarde, el Señor nos reúne aquí en torno a la mesa de su Palabra y de la Eucaristía para alabar a Dios y darle gracias por los 150 años de vuestra presencia, Hnas. de la Consolación, en este Hospital Provincial de Castellón: primero en la calle Mayor, y desde hace más de 50 años en este lugar.
Siguiendo el carisma recibido del Señor de ‘consolar al prójimo’, María Rosa Molas atendía la solicitud del Ayuntamiento de Castellón, y se hacía cargo del Hospital Provincial. El 23 de agosto de 1859, cumplidos los trámites previos y realizadas las obras necesarias en la casa, llegaban las primeras hermanas a la capital de la Plana. Sus nombres eran: Teresa Secall, como Superiora, Josefa Solá, Carmen Oriol, Vicenta Aviñó, Rosario Rosell, María Cinta Buera y Concepción Cancio. Era la primera fundación de la nueva Congregación fuera de Tortosa, dos años después de su inicio. A ella seguirán otras fundaciones en los campos de la beneficencia y de la educación aquí en Castellón y en el resto de nuestra Diócesis.
Con alegría celebramos hoy el 150º Aniversario de la presencia de vuestra Congregación en este hospital y en nuestra Diócesis, hoy, de Segorbe-Castellón. Nuestra Iglesia diocesana se une a vosotras en este día tan significativo: con vosotras alabamos y damos gracias a Dios, fuente y origen de todo bien, por todos los dones recibidos en estos ciento cincuenta años por vuestra Congelación y, a través de vosotras y de todas vuestras hermanas, por nuestra Iglesia, y, de modo especial por los enfermos y sus familias. La historia y el presente de nuestra Iglesia son ya impensables sin las Hermanas de la Consolación y sin vuestra dedicación permanente en la pastoral de la salud, amén de vuestro trabajo en el ámbito de la educación y de la pastoral parroquial y vocacional.
Siguiendo la estela y el carisma de vuestra madre y fundadora, Santa Mª Rosa Molas y Vallvé, y siempre en estrecha comunión con nuestra Iglesia diocesana, con sus Obispos y demás pastores habéis sido y sois testigos vivos del amor de Dios, de su cercanía y de su consuelo a los enfermos. Con vuestro servicio atento y lleno de afecto a los enfermos y a sus familias, en vosotras toman cuerpo las palabras de Dios a través del profeta Isaías: “Consolad, consolad a mi pueblo dice el Señor” (Is 40, 1). Estas palabras son expresión del carisma, recibido y vivido por vuestra Madre Fundadora; estas palabras condensan su herencia espiritual para vuestra Congregación, que habéis hecho lema y vida a lo largo de estos años, viendo y amando en la persona del enfermo al mismo Cristo, que en el Evangelio nos dice: “Venid benditos de mi Padre, porque estuve enfermo y me visitasteis”.
Si los enfermos están ahí, es para colmarlos del amor de Cristo, manifestación del amor de Dios. A través de vosotras, queridas hermanas, y de vuestros colaboradores y de los voluntarios, nuestra Iglesia diocesana sale al encuentro de Cristo, le encuentra y ama en los hombres y mujeres sufrientes. Con vuestra asistencia personal a cada enfermo en este hospital, se ha probado en vosotras el testimonio de Cristo. Gracias porque habéis sabido mostrar a este mundo que sufre, que el único que importa en esta vida es Cristo, y que por Él y por amor a Él hay que tener, como el Buen Samaritano del Evangelio, entrañas de misericordia para con el que sufre y para con el enfermo, que hay que padecer con el enfermo –que esto es lo que significa compasión. Vuestra atención y servicio a los enfermos se basa en el amor –amor recibido y amor compartido-, siguiendo las huellas de María, que acogió con amor el amor gratuito de Dios, le correspondió con la fe y lo compartió con el necesitado.
Gracias damos a Dios y gracias os damos a todas vosotras, hermanas de la Consolación: a las que en el pasado formaron parte de esta comunidad y a las que la formáis ahora. Con vuestra vida entregada al servicio del enfermo habéis sido testigos vivos de Jesucristo y de su Buena Nueva, eficazmente presente en su Iglesia. Habéis contribuido así a manifestar y realizar entre nosotros el misterio y la misión de la Iglesia; es decir, que nuestra Iglesia sea sacramento del amor de Dios a los hombres en el amor de los cristianos hacia sus hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados. La nueva Evangelización a que nos llama la Iglesia necesita antes de nada testigos vivos del Evangelio, de la Buena Nueva, del Amor de Dios a los hombres. Vosotras nos habéis mostrado que el Evangelio vivido por amor es el mejor camino para llevar a Cristo a los hombres, para que los hombres se abran al amor de Dios manifestado en Cristo y para los hombres dejen que Jesús penetre profundamente en su corazón, transforme su existencia y les salve.
El evangelio de hoy nos habla del final de los tiempos. Aunque tiene unas notas que pueden parecer catastróficas, nos recuerda ante todo que nuestro mundo y el ser humano somos caducos; pero también nos recuerdan que no caminamos hacia la destrucción y la nada sino hacia el encuentro último y salvador con Dios en Cristo. De ahí que hayamos de caminar hacia ese encuentro en espera vigilante y activa.
En todas las cosas, en los acontecimientos de la historia y en la misma muerte se va revelando la acción salvadora de Dios. El profeta Daniel nos dice. “Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora. Entonces se salvará tu pueblo” (Dan 12,1). En el momento de la tribulación aparecerá la salvación definitiva. No podemos saber el momento en que esto sucederá; pero con el Salmista podemos siempre decir: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré”. Recuerdo a una persona relativamente joven que enfermó gravemente y murió. Cuando le detectaron un cáncer empezó a recordar la fe que le habían enseñado sus padres. Cada vez que acudía a la visita médica, cogía en sus manos un crucifijo y decía: ‘El me curará’. Murió al poco tiempo, pero su esposa comprendió que Jesús había salvado a su marido, porque su esperanza en aquellos momentos había ido más allá de la mera esperanza de la recuperación de la salud corporal. Mientras su cuerpo se derramaba, él descubrió a Jesús, que es el fundamento de todo lo que existe, la esperanza que no defrauda.
Al celebrar el 150º Aniversario de vuestra presencia, queridas Hermanas de la Consolación, en este Hospital invito a todos a orar por vosotras y por vuestra Congregación. Pido al Señor que os mantenga fieles a vuestro carisma fundacional. “Consolar al prójimo” fue y sigue siendo el carisma de vuestra Congregación tras las huellas de vuestra santa Madre, Mª Rosa Molas. Su vida fue una vida sencilla y escondida, una vida transcurrida en la entrega heroica, entroncada en el misterio del amor de Dios, acogido en una íntima correspondencia personal a ese amor. Ella supo llevar a Cristo a los enfermos y a los sanos, en su trabajo, su entorno y su ambiente; en una palabra, ella supo evangelizar. Este carisma es una inspiración del Espíritu Santo, un don de Dios a la Iglesia a través de vuestra hermana fundadora. A esta raíz habréis de recurrir constantemente para reconocer el don de Dios y recibir el agua viva para vuestra misión. Cristo sigue manifestándose también hoy en tantos rostros que nos hablan de indigencia, de soledad y de dolor. Es necesario, pues, mantener un gran espíritu de escucha de la Palabra de Dios ‘que es siempre viva y eficaz’, para manteneros firmes en la fe en el Señor y alegres en vuestra misión, para descubrir a Cristo que vive y sufre en los enfermos y en los pobres. Pues como nos dice la carta a los Hebreos tenemos un Sumo Sacerdote, Jesucristo, sentado a la derecha de Dios, que “con un sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados” (10, 18).
Recordando vuestro origen y vuestro pasado, es bueno que contempléis el presente. Nuestra Iglesia os necesita, porque los enfermos os necesitan, porque el Señor cuenta con vosotras. Mirad el futuro con esperanza y preguntaros cómo llevar a cabo la tarea en esta hora de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad, permaneciendo fieles a Cristo y a su Evangelio, fieles al carisma de vuestra Congregación y fieles a vuestra consagración religiosa. El Señor se dirige hoy a cada una de vosotras y os llama con fuerza renovada a su seguimiento en la tarea de anunciar la Buena Noticia del Evangelio del consuelo de Dios a los enfermos y a los que sufren, aquí en este hospital y allá donde estéis. Y la Buena Noticia no es otra sino Cristo, el Salvador de la humanidad, el Dios con nosotros, el Dios del consuelo, que vive y sufre con el enfermo y en el enfermo.
Mª Rosa Molas supo inclinarse hacia el necesitado sin distinción alguna, hecha caridad vivida, hecha amor que se olvida de sí mismo, hecha toda para todos, a fin de seguir el ejemplo de Cristo y ser artífice de esperanza y de consuelo. Ella supo no únicamente dar algo, sino ante todo supo darse a sí misma en el amor; y sólo así supo poder dar –como su ejemplo elegido, María- el don precioso del consuelo a quien lo buscaba o a quien, aun sin saberlo, lo necesitaba. Así María Rosa hacía caridad; así se hacía maestra en humanidad y auténtico instrumento de la misericordia y la consolación de Dios.
Nuestro mundo, que con frecuencia pierde el sentido último de su existencia, sigue necesitando el anuncio de “la consolación, del amor y la misericordia de Dios”. Si en lo más profundo de nuestra vida estamos convencidos de que Dios nos ama y de que él es el verdadero Amor, seremos capaces de sonreír y consolar hasta en los momentos más difíciles de la vida porque todo es expresión del amor de Dios. Hemos creído en el amor de Dios que produce una visión nueva de las personas y de las circunstancias. En el centro de toda obra eclesial, de toda vida cristiana y de toda vida consagrada está la fuerza del Dios que nos ama en Cristo.
Desde este Dios que es amor estamos llamados todos a una profunda renovación espiritual. Y lo estáis de modo especial vosotras, Hermanas de la Consolación. Porque para vosotras se trata de volver en fidelidad renovada a vuestros orígenes para reavivar el carisma fundacional viviendo en todo momento con radicalidad vuestra entrega consagrada al Señor. El Señor os llama a reavivar vuestra fidelidad al amor de Dios para ser, como vuestra Madre Fundadora ‘autenticos instrumentos de la misericordia y de la consolación de Dios.
El Señor os llama, queridas hermanas, a vivir con radicalidad vuestra consagración a Dios. Por vuestra especial vocación y consagración estáis llamadas a expresar de manera más plena el misterio del Amor de Dios manifestado en Cristo. Unidas al Señor Resucitado y por Él seréis luz que alumbre las tinieblas de nuestro mundo y testigos de esperanza para el hombre de hoy.
¡Que sobre un mundo que llora y sufre, sigáis derramando: la consolación de Dios! ¡Que la Virgen Maria, fiel y obediente esclava del Señor, os ayude y proteja toda vuestra actividad en esta casa! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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