Lunes de la 22ª Semana del Tiempo Ordinario. El Martirio de San Juan Bautista
1ª LECTURA
I Corintios 2,1-5
Yo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime
elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y
este crucificado.
También yo me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi predicación no fue
con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe
no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.
Salmo: Sal 118, 97. 98. 99. 100. 101. 102
R. ¡Cuánto amo tu voluntad, Señor!
¡Cuánto amo tu ley, Señor!
todo el día la estoy meditando. R.
Tu mandato me hace más sabio
que mis enemigos,
siempre me acompaña. R.
Soy más docto que todos mis maestros,
porque medito tus preceptos. R.
Soy más sagaz que los ancianos,
porque cumplo tus leyes. R.
Aparto mi pie de toda senda mala,
para guardar tu palabra. R.
No me aparto de tus mandamientos,
porque tú me has instruido. R.
EVANGELIO.
Marcos 6, 17-29
En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado.
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le
decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecia a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque
Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba,
quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto.
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales
y a la gente principal de Galilea.
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la
joven:
-«Pídeme lo que quieras, que te lo doy».
Y le juró:
-«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».
Ella salió a preguntarle a su madre:
-«¿Qué le pido?»
La madre le contestó:
-«La cabeza de Juan, el Bautista».
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:
-«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista».
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla.
En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en
la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la
entregó a su madre.
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
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