Lecturas y comentario del Jueves I del Tiempo Ordinario.
Hebreos 3, 7-14
Hermanos:
Dice el Espíritu Santo:
«Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como cuando la rebelión, en el día de la
prueba en el desierto, cuando me pusieron a prueba vuestros padres y me provocaron, a pesar de haber
visto mis obras cuarenta años. Por eso me indigné contra aquella generación, y dije: Siempre tienen el
corazón extraviado; no reconocieron mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi
descanso».
¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar
del Dios vivo.
Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este “hoy”, para que ninguno
de vosotros se endurezca, engañado por el pecado. En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos
firme hasta el final la actitud del principio.
Salmo: Sal 94, 6-7. 8-9. 10-11
R. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
«Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso» R.
EVANGELIO
Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas:
-«Si quieres, puedes limpiarme».
Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo:
-«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente:
-«No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación
lo que mandó Moisés, para que sirva de testimonio».
Pero, cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía
entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a Él de
todas partes.
COMENTARIO
La lepra es una enfermedad infecciosa y contagiosa que tiene como síntomas la aparición de llagas, lesiones y bultos en la piel… La apariencia del leproso es nauseabunda, desagradable. Además, en el pueblo de Israel, se consideraba una enfermedad impura, por lo que los leprosos vivían fuera de las ciudades, y la gente se apartaba de ellos para no contaminarse. La lepra les extirpaba del Pueblo, y les comía la vida poco a poco.
Es necesario que hoy me pregunte: ¿Cuál es mi lepra? ¿Cuál es el miedo que me separa del otro? ¿Qué preocupación es la que me consume? El hombre está atenazado por un miedo a no sentirse amado. Ello nos lleva a vivir en una constante tensión y agobio que nos destruye; de la misma manera que los israelitas endurecieron su corazón contra Dios en el desierto, cuando desconfiaron de Él. Cuando comienzo a pensar mal de Dios, mi corazón no encuentra reposo: “No entrarán en mi descanso”.
En esta situación en la estás, deja que Cristo te toque, como hizo con el leproso del evangelio. Me dejo tocar por Cristo cuando desnudo mi alma ante el confesor. Esto es la conversión: experimentar el amor de Dios en mi pecado. Cuando he sido transformado por su Misericordia, salgo de la epidemia de la indiferencia y, puedo tocar como Cristo la carne sufriente del hermano.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!