Fiesta de la Virgen del Rosario
Basílica de San Pacual de Villareal – 5 de octubre de 2008
(Za 2, 14-17; Magnificat; Hech 1,12-14; Lc 1,26-38)
Amados hermanos y hermanas en el Señor
El Señor nos convoca un año más en torno a la mesa del Pan de la Palabra y de la Eucaristía para honrar y venerar a vuestra patrona, querida Asociación de la Virgen del Rosario. Este Domingo os toca a vosotras, las no casadas. Os saludo de corazón a todas y os agradezco vuestra delicadeza al invitarme a presidir esta Eucaristía. Saludo también a todos cuantos habéis acudido a esta Basílica de San Pascual en esta mañana de primer Domingo de octubre, mes misionero y mariano, mes del Rosario. Saludo con afecto los párrocos de San Jaime, al Sr. Arcipreste de Villareal y a los sacerdotes concelebrantes, a toda la comunidad parroquial que nos acoge, a las niñas de primera Comunión.
Un saludo muy especial a todos los que estáis unidos a nuestra celebración a través de la radio, en especial a los enfermos e impedidos. Con vuestra presencia y participación queréis mostrar vuestro cariño, vuestra sincera devoción y vuestro amor a la Madre, la Virgen del Rosario.
La palabra de Dios que hemos proclamado en la Misa de este día de fiesta, nos muestra a María, la madre de Dios, que escucha con fe, acoge con prontitud y vive con fidelidad la Palabra de Dios.
“Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38). Así responde Maria al anuncio del Ángel, que ella ha sido la agraciada y elegida por Dios para ser la madre de su Hijo, la Madre del Verbo de Dios. Gracias a esta disponibilidad total de María a la palabra de Dios por medio del ángel, la Palabra misma de Dios, se hace carne en su seno virginal. En verdad, con Zacarías podemos cantar a María: “Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti” (Za 2, 14-17; 14). María, la Madre del Hijo de Dios, el Verbo de Dios hecho carne, no sólo nos da a Dios, sino que dirige nuestra mirada a la Palabra de Dios, nos congrega en torno a sí en oración como a los Apóstoles (Cf. Hech 1,12-14), para que aprendamos acoger con fe como ella toda palabra que sale de la boca de Dios.
Hoy precisamente la Iglesia universal comienza en torno al sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI, un Sínodo de Obispos dedicado a la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia y de los creyentes. Es bueno que miremos a María, modelo para todo creyente del modo cómo hemos de acoger y vivir la Palabra de Dios. Desde la misma anunciación, María es la maestra y el modelo viviente del encuentro personal y comunitario con la Palabra de Dios: ella la escucha y acoge con fe, la medita e interioriza, y ella la vive la Palabra de Dios, la pone en práctica. Sí: hermanos y hermanas: María es la mujer de la Palabra de Dios.
Quizá sea el Magníficat, que hemos escuchado en el salmo, la mejor muestra de María como mujer de la Palabra. Como nos dice Benedicto XVI, esta poesía de María, en que ella nos muestra su alma, “es un “tejido” hecho completamente con ‘hilos’ del Antiguo Testamento. En el Magníficat podemos ver que María ‘se sentía como en su casa’ en la Palabra de Dios: María vivía de la palabra de Dios, estaba configurada por ella. Ella hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan hermosa, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad. María vivía y estaba impregnada de la Palabra de Dios.
Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con ella, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios como María, piensa bien; y quien habla con Dios como María, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
Cuando cantamos y proclamamos el Magnificat, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la Palabra de Dios, a amarla, a vivir con ella, a pensar con ella.
Todo cristiano, vosotras queridas hijas, estamos llamados a conocer y amar a Jesucristo y su Palabra, como María lo hizo, para unirnos con Él, imitarle, seguirle y testificarle. Pero, como dice San Jerónimo, quien no conoce la Escritura, no conoce a Jesucristo. Por ello hoy debemos preguntarnos: ¿leemos la Sagrada Escritura, escuchamos con fe como María al Dios que nos habla? Las encuestas dicen que sólo el 20% de los españoles leemos la Biblia. Quizá tengamos una Sagrada Escritura en casa, pero ¿la leemos?
La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios vivo; en ella Dios, “sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos” (DV 2). Puede, sin embargo, que nos resistamos a leerla y escucharla. Recordemos la parábola de sembrador: la semilla, que es la Palabra de Dios, cae en terreno pedregoso, o en tierra poco profunda, o entre cardos y abrojos (cf. Mt 13,1-9). También cayó en tierra buena y dio fruto. Puede que el campo de nuestra alma esté condicionado para leer y acoger la Palabra de Dios. Nuestro corazón endurecido ante Dios, nuestras preocupaciones diarias, nuestros pequeños ídolos, el ambiente de la ciencia positiva y de la técnica ahoga con frecuencia las preguntas importantes de nuestra vida. El pluralismo ideológico actual en el que cualquier opinión es válida, nos induce también a ser escépticos hacia la Verdad. Puede que la cultura actual, que considera la Biblia como un residuo anacrónico, una ideología que se resiste a morir o una palabra extraña para el hombre moderno, haya hecho mella también en nuestro interior.
Entristece que, por la razón que sea, una gran mayoría desconoce la Biblia. La ignorancia de la Sagrada Escritura es considerable entre nosotros. Vivimos lejos de la Palabra de Dios. Y debemos salir de esa ignorancia. Es urgente favorecer el encuentro de los cristianos con la Palabra de Dios. Es preciso que la Palabra de Dios circule en nuestra Iglesia, en nuestras comunidades, en nuestras casas, en vuestra asociación. Necesitamos escuchar con atención religiosa la Palabra de Dios en la Eucaristía, leerla en casa personalmente y en familia, precisamos conocerla y rezarla en los grupos bíblicos. Sé, que vosotras rosarieras, os reunís habitualmente en vuestra casa social para distintas actividades culturales. Y ¿por qué no para la lectura, escucha y conocimiento de la Sagrada Escritura de la mano de vuestros sacerdotes?
La Palabra de Dios escuchada y explicada, compartida y convertida en fuente de oración, tiene un frescor y un sabor que no poseen otros alimentos del espíritu. “La Palabra de Dios -decía san Ambrosio- es la sustancia vital de nuestra alma; la alimenta, la apacienta y la gobierna; no hay nada que pueda hacer vivir el alma del hombre fuera de la Palabra de Dios”. “Es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios -añade la Dei Verbum-, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual. Y el Papa Benedicto XVI nos recuerda que “la asidua lectura de la Sagrada Escritura acompañada de la oración realiza ese íntimo coloquio en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla, y orando se le responde con confiada apertura de corazón”.
Como nos dice el Apóstol Santiago (St 1,18-25) hemos de leer con fe y acoger con docilidad la Palabra de Dios. Es lo que nos enseña María, la Virgen del Rosario. Como ella ‘fijemos la mirada’ en la Palabra; es decir meditemos en nuestro corazón y contemplemos con fe la Palabra, sabiendo que Dios nos habla. En el espejo de la Palabra no sólo nos vemos a nosotros mismos, porque nos descubre cómo somos y nos interpela; pero sobre todo, vemos también el rostro de Dios; mejor: vemos el corazón de Dios. La Escritura es una carta de Dios vivo a su criatura; en ella se aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios. Dios nos habla en la Escritura, y lo que colma su corazón es el amor.
Jesús mismo, sin embargo, nos dice que no basta con escuchar la Palabra; es necesario ponerla por obra, vivir como María la Palabra y desde la Palabra de Dios. A aquellos que le dicen que su madre y sus hermanos está fuera y le buscan, les replica: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). Sin “poner por obra la Palabra”, sin obedecerla, todo se queda en ilusión, en construcción en arena. ¡Cómo lo entendió y vivió la Virgen! “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y la Palabra de Dios dio forma a toda su vida.
A María, la Virgen del Rosario, le pido hoy que nos ayude a conocer, acoger y vivir la Palabra de Dios. Siguiendo sus huellas y su ejemplo conoceremos el rostro y el corazón de Dios; conoceremos a Jesucristo, el Hijo de María Hijo, el Verbo Encarnado, que avivará nuestra fe y vida cristiana, familiar y asociativa. Conocer, comprender, creer y amar a Jesucristo -nuestro Salvador- es lo más grande que se nos puede regalar. Maria es nuestra maestra en la escucha dócil y disponible hacia la Palabra de Dios. Que María, la Virgen del Rosario, nos ayude a saber escuchar a Dios y a su Hijo en nuestra vida; así se fortalecerá nuestra fe y vida cristiana. ¡Que ella nos ayude a vivir como discípulos y testigos de su Hijo y del Evangelio en el mundo! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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