150º Aniversario de la Fundación de la Congregación de Hnas. de la Consolación
Castellón, 14 de noviembre de 2007
Hermanos y Hermanas en el Señor:
“Consolad, consolad a mi pueblo dice el Señor” (Is 40, 1). Estas palabras del profeta Isaías adquieren una resonancia especial esta tarde, al celebrar el 150 Aniversario de la Fundación de vuestra Congregación de las Hermanas de la Consolación. Son ya ciento cincuenta años de existencia desde aquel 14 de marzo de1857, en que el Obispo de Tortosa, D. Benito Milamitjana, reconocía la obra que vuestra madre, Santa Rosa Molas y Vallvé, ponía en marcha bajo la fuerza del Espíritu Santo: es la aventura de trasmitir al prójimo el consuelo de Dios. Por ello, como dice el Decreto del Vicario Capitular, D. Ramón Manero, de 14 noviembre de 1857, “atendiendo a que las obras en que de ordinario se ejercitan las Hermanas se dirigen todas a consolar a sus prójimos (…) he creído conveniente imponer por nombre a esa Comunidad y a las demás que de ella tomaren origen Congregación de Hermanas de la Consolación”.
Estas palabras expresan lo que fue la vida y el carisma de la Fundadora y de las primeras Hermanas. Fue también este el motivo por el que Rosa Molas y las hermanas atienden la solicitud del Ayuntamiento de Castellón y se hacen cargo del Hospital Provincial un 23 de agosto de 1859 y la de la Diputación Provincial de Castellón al año siguiente para hacerse cargo de la casa de Beneficencia. Más tarde, su preocupación por la educación les llevará a abrir en el año 1871 un Colegio en la calle Isabel Ferrer, trasladado después a la calle Antonio Maura y finalmente a estas instalaciones en la Avda. de Lidón.
“Consolar a sus prójimos” fue y sigue siendo el carisma y el gran objetivo de la Congregación a lo largo de los tiempos tras las huellas de su Fundadora y Santa Madre, Rosa Molas. La vida de Santa Rosa Molas fue una vida sencilla y escondida, una vida transcurrida en la entrega heroica, entroncada en el misterio del amor de Dios, acogido en una íntima correspondencia personal a ese amor. Como dijo el Papa Pablo VI en la Homilía de su Beatificación , “si queremos rastrear en síntesis la faceta saliente de la vida de María Rosa Molas habremos de acercarnos con reverencia al venero inagotable del Evangelio (Cfr. Mt. 25, 31 ss.), allí donde el pobre, el necesitado, el hambriento, el abandonado, el que sufre, es proclamado merecedor del cuidado prioritario, de la solicitud más tierna, del gesto exquisito de un corazón, que no sólo alivia, sino que comparte ese sufrimiento y lucha por evitar sus causas. Y que sabe compartir así el dolor por un motivo fontal: porque allí está Cristo doliente, hecho presencia viva, actual, exigente de todos los socorros de una fe creadora, capaz de engendrar confianza donde no habría motivos humanos para ella”.
Al celebrar el 150 Aniversario de la Fundación de la Congregación de las Hermanas de la Consolación damos gracias a Dios por tantos dones recibidos a través de la Santa Madre y de vuestra Congregación. Pero esta efeméride es, a la vez, una fuerte invitación a la renovación desde el carisma de vuestra Fundadora. El mismo Papa Pablo VI nos decía: “¿Buscamos el carisma propio, el mensaje personal, el genio peculiar de María Rosa Molas? Lo encontramos ahí. En un dificilísimo momento histórico, local y nacional, marcado por las luchas, las múltiples facciones, en el que la desesperanza marcaba tantas vidas, de niños, de jóvenes sin instrucción ni porvenir, de ancianos sin asistencia, ella supo inclinarse hacia el necesitado sin distinción alguna, hecha caridad vivida, hecha amor que se olvida de sí mismo, hecha toda para todos, a fin de seguir el ejemplo de Cristo y ser artífice de esperanza y de elevación social. No únicamente para dar algo, sino para darse a sí misma en el amor y sólo así poder dar –como su ejemplo elegido, María- el don precioso de una completa entrega en la misericordia y en el consuelo a quien lo buscaba o a quien, aun sin saberlo, lo necesitaba. Así María Rosa hacía caridad; así se hacía maestra en humanidad” y “auténtico instrumento de la misericordia y la consolación de Dios”.
Nuestro mundo sigue perturbado en el fondo por los mismos fenómenos que hace 150 años, y el hombre, que con frecuencia pierde el sentido último de su existencia, sigue necesitando el anuncio de “la consolación, del amor y la misericordia de Dios”. A la luz de las lecturas de la Palabra de Dios podemos decir que Dios no se cansa de invitarnos siempre a la renovación y a la conversión. Y lo hace con las entrañas propias de un Padre que nos ama. «Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él” (Sal 33, 9). A pesar de nuestras infidelidades Dios nunca nos rechaza y menos aún nos abandona puesto que no se complace en destruir; sus entrañas se estremecen.
Si en lo más profundo de nuestra vida estamos convencidos de que Dios nos ama y de que él es el verdadero Amor, veremos que todo cambia a nuestro alrededor. Seremos capaces de sonreír y consolar hasta en los momentos más difíciles de la vida porque todo es expresión del amor de Dios. Nada sucede ‘por casualidad’. Hemos creído en el amor de Dios que produce una visión nueva de las personas, de las cosas y de las circunstancias. Si Dios se nos ha revelado como Padre, nos descubriremos como hijos. Es decir, veremos a los demás como hermanos. Dios creó al hermano como don para nosotros y nos creó a nosotros como don para el hermano. “Dios os ama –nos recuerda San Pablo- y os ha elegido para seáis miembros de su cuerpo. … Por encima de todo, tened amor que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 12.14).
En el centro de toda evangelización, de toda obra eclesial, de toda vida cristiana y consagrada está la fuerza del Dios que nos ama y de Cristo que ha venido por nosotros. “Si la Iglesia predica a este Dios, no habla de un Dios desconocido sino del Dios que nos ha amado hasta tal punto que su Hijo se ha encarnado por nosotros” (Sínodo de los Obispos Europeos, Relación final, 1991).
Esta riqueza de Cristo nos toca vivir y predicar de palabra y de obra siguiendo el espíritu de las Bienaventuranzas. Ahora que no podemos sostenernos en el aplauso social y constatamos mayor pobreza de vocaciones; que nos encontramos perplejos ante tantas cosas que cambian y no sabemos cómo orientar tales circunstancias, es la hora de una elección más honda por Jesucristo para vivir “arraigados y fundamentados en el amor” ( Ef 3, 17-19). Sin este arraigo en el amor gratuito de Dios no podemos imaginar un servicio eficaz en la historia, sea en la educación o servicio de las personas, sea en la transformación de las personas o de la sociedad según Dios. El Verbo de Dios, en la gratuidad, ha asumido la humanidad en todo, excepto en el pecado, para poder transformarla así desde dentro (cf. EN 16). Somos hijos de tal gratuidad del amor divino. Puede amar verdaderamente sólo el que tiene experiencia de ser amado. Igualmente sólo quien está caminando por un proceso de integración de su propia historia en la luz del amor gratuito de Dios puede ser una presencia de tal gratuidad en las relaciones tanto personales como comunitarias.
El gran problema del ser humano, en la actualidad, es que le falta esta fe. Se fía de sí mismo más que de Dios. Y este ‘secularismo’ se puede infiltrar también en nosotros, hombres y mujeres consagrados, si nos dejamos llevar por el racionalismo seco y frío de un humanismo inmanentista más que por la sencilla adhesión generosa a la acción de Dios que nos susurra su amor y su entrega salvadora. Sólo quien sabe desarrollar la entrega generosa y gratuita en cada momento a la amorosa cercanía de Dios puede ser prolífero espiritual y humanamente.
Descubrir a Dios como Amor es una gran revelación y esto, podríamos decir que es la revelación de nuestro tiempo. Ahora bien, no estaría todo revelado si no se comprende hasta qué punto Dios ha amado al ser humano. Y la muestra más fehaciente de su amor está en la Cruz. Comprender la Cruz de Cristo es entender la grandeza del amor porque nadie tiene mayor amor sino aquel que da la vida por los demás. Es el gran misterio y por otra parte la gran verdad. La evangelización es el anuncio del amor de Dios manifestado en Jesucristo. “El Dios de los cristianos es el Dios viviente en la comunión de caridad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y esta caridad se ha revelado de modo supremo en la autoanulación del Hijo. Por ello, la comunión en la caridad y la renuncia a sí mismo pertenecen a la esencia del evangelio, que debe ser predicado a Europa y a todo el mundo, para que se encuentre el nuevo encuentro entre la Palabra de Vida y las diversas culturas” (Sínodo Extraordinario sobre Europa, Declaración final, 1991).
Desde este Dios que es amor estamos todos a una profunda renovación espiritual. Y lo estáis de modo especial vosotras, Hermanas de la Consolación. Porque para vosotras se trata de volver en fidelidad renovada a vuestros orígenes para reavivar el carisma fundacional viviendo en todo momento con radicalidad vuestra entrega consagrada al Señor. El Señor os llama a reavivar vuestra fidelidad al amor de Dios para ser, como vuestra Madre Fundadora ‘autenticos instrumentos de la misericordia y de la consolación de Dios.
El Señor os llama, queridas hermanas, a vivir con radicalidad vuestra consagración a Dios. Por vuestra especial vocación y consagración estáis llamadas a expresar de manera más plena el misterio del Amor de Dios manifestado en Cristo. Unidas al Señor Resucitado y por Él seréis luz que alumbre las tinieblas de nuestro mundo y testigos de esperanza para el hombre de hoy. Vivid sencillamente lo que sois: signo perenne de la vocación más íntima de la Iglesia, recuerdo permanente de que todos estamos llamados a la comunión en el amor de Dios.
El alma de vuestra vida consagrada es percibir, amar y vivir a Cristo como plenitud de la propia vida, de forma que toda vuestra existencia sea entrega sin reservas a Él y, en él, a los hermanos. Esta es la sustancia de la vida consagrada. A esta sustancia habréis de volver una y otra vez para que vuestra vocación y vuestra consagración sean fuente de gozo radiante y completo. Cuando queremos entendernos sólo por la tarea que hacemos y olvidamos esto que es sustancial, la propia vida no es capaz de mantenernos en la alegría de Cristo, y la misma consagración se desvirtúa y termina perdiendo sentido.
Hoy, el verdadero desafío de la vida consagrada es vivir con verdad y con hondura su carisma, su ser de consagrados, en la hora presente. Lo que la Iglesia necesita y pide de vosotras es que creáis en vuestro carisma, que lo améis, que lo viváis con nuevo ardor, descubriendo sus nuevas exigencias, y que, desde vuestro ser de consagradas, colaboréis junto a los demás creyentes en el impulso de la acción evangelizadora. Nuestro verdadero problema no es el envejecimiento de las comunidades o el descenso de vocaciones, sino la tibieza, la mediocridad y la falta de santidad en este tiempo de incertidumbre. Es el momento de reavivar el fuego, la hora de despertar y ser auténticamente consagrados. Sólo desde ahí podréis los religiosos y las religiosas poner vuestra aportación original e insustituible en las Iglesias diocesanas.
Queridas hermanas: Vivid en todo, como vuestra Madre, la comunión eclesial, congregacional y comunitaria. No hay oposición entre carisma e institución. El camino de la renovación de la vida religiosa y de su fecundidad apostólica es el de la comunión de la Iglesia: el que traza la participación en la misma y única Eucaristía, sacramento de caridad, fuente de nuestra comunión y de nuestra misión. Permaneced fieles al don y al carisma que habéis profesado y que habéis recibido de vuestra Fundadora. Que este año sea un año de júbilo, de gozo, de alegría y de acción de gracias; un año dedicado a renovar vuestras personas, vuestras comunidades y vuestra Congregación para vivir con fidelidad vuestra consagración y carisma. Que sobre un mundo que llora y sufre, sigáis derramando: la consolación de Dios. Que la Virgen María, fiel y obediente esclava del Señor, os ayude y proteja toda vuestra actividad en esta casa, al servicio de la renovación espiritual. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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