El Corazón de Cristo, fuente del amor misericordioso
Junio es el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. Para Pío XII, la devoción al Corazón de Cristo es como la síntesis de la fe y de la vida cristiana. Esta devoción, en efecto, no se puede limitar a contemplar una imagen, venerar una reliquia o recitar una serie de plegarias u otras prácticas devocionales: la genuina devoción al Corazón de Jesús es vivir el cristianismo a la luz del misterio del Corazón de Cristo. Es vivir la vida diaria iluminada por la fe en el amor de Jesucristo, revelación del amor del Padre y fuente de su designio amoroso de redención también para el mundo de hoy: esto presupone la contemplación transformante del misterio mismo del Corazón abierto de Cristo. Este Corazón es Jesucristo resucitado y vivo, que amó a cada hombre hasta la cruz, que está cerca de cada hombre, que le ama ahora con corazón compasivo y misericordioso, que le que quiere introducir en la vida misma de Dios.
Como escribió Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo» (Carta al prepósito general de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).
En el origen del ser cristianos está el encuentro personal con una Persona, Cristo Jesús. Dado que Dios se manifestó del modo más profundo y pleno en su Hijo, haciéndose «visible» en él, es en la relación con Cristo donde podemos reconocer quién es verdaderamente Dios. Más aún; dado que el amor de Dios encontró su mayor expresión en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la cruz, al contemplar su sufrimiento y su muerte como podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites que Dios nos tiene: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).
Este misterio del amor que Dios nos tiene es el contenido del culto y de la devoción al Corazón de Jesús: y es, al mismo tiempo, el contenido de toda verdadera espiritualidad cristiana. Sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la cruz de nuestro Redentor, «al que traspasaron» (Jn 19, 37). Quien no llega a vivir a Cristo como realidad cercana, en una amistad intima que informa toda la vida y obras hacia los demás, no ha llegado aún a lo profundo del cristianismo.
El Corazón de Cristo es fuente del Amor misericordioso. El amor de Dios es un amor fiel y tierno, compasivo y misericordioso; permanece a pesar de nuestras debilidades y muestra la ternura de Dios: todo lo que decimos del amor de Jesucristo está unido con la misericordia de Dios, como lo hizo santa Faustina Kowalska. El Corazón abierto de Cristo es el símbolo de esa misericordia siempre a la búsqueda y espera de todo ser humano llamado por Dios a participar de su gloria. Dios quiere derramar su misericordia sobre el hombre, y a menudo éste no le deja espacio para hacerlo porque el hombre no le abre su corazón, no reconoce su miseria con confianza. La miseria no reconocida es obstáculo a la misericordia.
Nuestra misión como Iglesia es atraer a todos los hombres a Cristo; para ello hemos de confesar y proclamar la misericordia de Dios, llevarla a la práctica e invocarla en todo lo que hacemos. Evangelizar el mundo es llegar y llevar al Corazón de Cristo, revelación del amor misericordioso del Padre. El costado traspasado de Cristo es la fuente a la que debemos recurrir para conocer a Jesucristo y experimentar su amor misericordioso para vivir de esa experiencia y testimoniarla con obras a los demás.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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