A los inmigrantes latinoamericanos
Os saludo de todo corazón un año más en este día en el que de nuevo os reunís esta tarde para celebrar con fe y devoción la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de toda América. Y lo hacéis para sentir el abrazo de la Madre, ese mismo abrazo que acogió en su seno a todos los hermanos de las tierras americanas, a los que ya estaban y a los que llegarían después.
En palabras del Papa Francisco, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1). Esta alegría sólo puede ser auténtica si procede de un corazón que está dispuesto a dejarse transformar por el Espíritu Santo, un corazón que ha recibido el anuncio de una gran alegría: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo….Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc 1, 28, 31). Este es el anuncio que todo cristiano recibe como don en su bautismo y que está llamado a renovar a lo largo de su vida. Pero esta nueva creación que el Señor quiere hacer de nuestras vidas exige una disposición por nuestra parte, una condición sin la cual no se dará en nosotros la filiación divina. Es la plena disposición que encontramos en la Virgen María tras recibir el anuncio del ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
La confianza que vemos en las palabras de Nuestra Madre es la confianza que llena de alegría el corazón del Padre. Es esta infancia espiritual la que puede liberar al hombre de “una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro” (EG 2), una tristeza que nos puede llevar también a nosotros cristianos a olvidarnos de Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros. Así pues, apoyado en la exhortación Evangelii Gaudium del Santo Padre, “invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo”, sabiendo que sólo por obra y gracia de su amor se realizará en nosotros el designio que ha proyectado para nosotros.
«¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!» (Lc 11, 27-28). María es dichosa, sí, por ser la Madre de Dios, por haberle llevado en su vientre y haberle amamantado. Pero, sobre todo, es dichosa por haber creído en Dios y a Dios, por haberse fiado de su Palabra, y por haberla puesto en práctica. María es así modelo de fe, y roca firme, pilar de la Iglesia y de los creyentes.
A Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de toda América, pido de corazón para todos en el día de su fiesta que nos enseñe a amar a su Hijo como ella le amó, que nos enseñe a confiar en Nuestro Señor como sólo ella confió, y que, por último, nos proteja con ese amor que tiene una madre por sus hijos. Que el Señor nos conceda la santa humildad para poder asemejarnos a ese “niño en el regazo materno” que fue el Rey David, al reconocer que no hay nada imposible para Dios.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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