Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
14 de abril de 2014
(Is 50,4-7; Sal 21; Filp 2,6-11; Mt26, 14-27, 66)
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¡Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor!
- Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor comienza la Semana Santa, en la que un año más celebramos los misterios santos de nuestra redención: la pasión, muerte y resurrección del Señor. “!Hosanna¡” y “!Crucifícalo¡” son las dos palabras, que sintetizan la celebración de este Domingo; palabras de aclamación, de una parte, y palabras de condena, por otra. Son las dos caras inseparables de la Semana Santa.
En la procesión hemos salido al encuentro del Señor con cantos y con palmas en nuestras manos. Hemos revivido lo que sucedió aquel día, en que Jesús, en medio de una multitud que le aclama como Mesías y Rey, entra triunfante en Jerusalén montado en un pollino. Tras la procesión de palmas nos hemos adentrado en la celebración de la Eucaristía, en que se actualiza la pasión y muerte en cruz de Cristo, proclamada en el relato de la Pasión según san mateo
Las lecturas de hoy fijan nuestra atención en Aquel que va a ser el centro de cuanto vamos a celebrar en estos días. Cristo Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, fiel a la voluntad del Padre y por amor infinito hacia la humanidad, sigue el camino que le llevará a la cruz con el fin de abrirnos las puertas de la Vida.
- Jesús se entrega voluntariamente a su pasión y muerte; no va a la cruz obligado por fuerzas superiores a él. “Cristo se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 8). Obediente a la voluntad del Padre, Jesús comprende que ha llegado su hora; acoge la voluntad del Padre con la obediencia libre del Hijo y con infinito amor a los hombres. Jesús va a la cruz por nosotros; lleva nuestros pecados a la cruz, y nuestros pecados le llevan a la cruz: fue triturado por nuestras culpas, nos dice Isaías (cf. Is 53, 5). El proceso y la pasión de Jesús continúan en nuestro mundo; los renueva cada persona que, pecando, lo rechaza y prolonga el grito: “No a éste, sino a Barrabás. ¡Crucifícalo!”.
Al contemplar a Jesús en su pasión, vemos los sufrimientos de toda la humanidad. Cristo, aunque no tenía pecado, tomó sobre sí lo que el hombre no podía soportar: la injusticia, el mal, el pecado, el odio, el sufrimiento y, por último, la muerte. En Cristo, Hijo del hombre humillado y sufriente, Dios ama, perdona y acoge a todos. En la cruz, Dios restablece la comunión con los hombres y da el sentido último a la existencia humana. Dios nos ha creado por amor y para el amor. Dios ama al hombre con un amor infinito. La cruz es el abrazo definitivo de Dios a los hombres. Desde ese abrazo de Cristo en la cruz lo más hondo del misterio del hombre ya no es la muerte, sino la Vida. La cruz ha roto las cadenas de nuestra soledad y de nuestro pecado, y ha destruido el poderío de la muerte. Desde la pasión del Hijo de Dios, la pasión del hombre ya no es la hora de la derrota, sino la hora del triunfo: el triunfo del amor infinito de Dios sobre el pecado y sobre la muerte. La Semana Santa nos invita a acoger este mensaje de la cruz. Al contemplar a Jesús, el Padre quiere que aceptemos seguirlo en su pasión, para que, acogiendo su amor y reconciliados con El en Cristo, compartamos con El la resurrección.
- “Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9). Estas palabras del apóstol san Pablo expresan nuestra fe: la fe de nuestra Iglesia. La Semana Santa nos sitúa de nuevo ante Cristo, vivo en su Iglesia. El misterio pascual, la pasión, muerte y resurrección, que revivimos durante estos días, es siempre actual. Todos los años, durante la Semana Santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona. Nosotros somos hoy contemporáneos del Señor. Y, como la gente de Jerusalén, como los discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si lo acogemos y creemos en él o lo rechazamos, si estamos con él o contra él, si somos simples espectadores de su pasión y muerte o, incluso, si le negamos con nuestras palabras, actitudes y comportamientos.
Como cada año, estos días santos quieren conducirnos a la celebración del centro de nuestra fe: Cristo Jesús y su misterio Pascual. Este es el centro de todas las celebraciones de esta Semana Santa, en la liturgia, las procesiones y representaciones de la pasión. Dejémonos encontrar por Cristo Jesús, que sale una vez más a nuestro encuentro. Recorramos con él el vía crucis para llegar a la vía lucis. Dejemos que se avive nuestra fe en El y en su obra de Salvación. Ayudemos a otros a acercarse a Jesús y a encontrarse o reencontrarse con él para dejarse amar, sanar, perdonar y salvar por Dios, para recuperar la alegría del Evangelio, la alegría que da el saberse amados por Dios. Este es el núcleo central de nuestra fe, éste es el núcleo esencial de nuestra Semana Santa, que no puede quedar olvidado, desdibujado o diluido.
- En la pasión se pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que el Padre le ha confiado. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente. Aprendamos de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera fuerza del cristiano se ve en la fidelidad y la alegría con la que es capaz de vivir su fe y en la alegría de compartir con otros la experiencia del amor de Dios en Cristo, resistiendo a las corrientes contrarias, a la incomprensiones y a los hostigamientos. Es el camino por el que el Nazareno nos propone en su seguimiento.
Su muerte tan llena de fidelidad y de amor ha abierto un camino en el bosque, lleno de tropiezos, de nuestra realidad. Jesucristo, el Hijo de Dios, ha abierto un camino para que todos podamos seguirle, con la certeza de que, por difícil que nos parezca, el que quiera podrá encontrar en El la vida, la salvación y la gracia. Os invito a vivir estos días acercando nuestras vidas al Sacramento de la Confesión y, purificado el pasado, seguir dejando que Cristo brille en nosotros. ¡Abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo que nos ama!.
- Celebremos estos días en contemplación meditativa. En ellos se va a hacer presente lo más grande y profundo que tenemos y creemos los cristianos. Que nuestra participación en las celebraciones nos adentren en un renovado despertar de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor. Así se lo pido a María que supo estar al lado de su Hijo Jesucristo. Que Ella, como buena Madre, nos ayude a ser fieles seguidores de su Hijo. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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