400º Aniversario de la dedicación de la Iglesia parroquial de la Asunción de Villafamés
Villafamés – 12 de septiembre de 2010
(Ex 32,7-11.13-14; Sal 50; 1 Tim 1,12-17; Lc 15 15,1-22)
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Amados todos en el Señor. Saludo con especial afecto a vuestro Párroco, Mn. Rafael Sansó, a vuestro Arcipreste, Mnn. Manuel Martí, a lo sacerdotes del Arciprestazgo y vuestros antiguos Párrocos, así como al Consejo pastoral parroquiales y colaboradores de la parroquia. Mi saludo respetuoso y agradecido también a la Sra. Alcaldesa y miembros de la corporación municipal de Villafamés. Y, finalmente, mi saludo paternal y fraternal a las Cofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, del Sagrado Corazón de Jesus y de la Virgen de Lledó así como a la Asociación de Amigos de San Miguel Arcángel.
“Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Tim 1,12). Con estás palabras de San Pablo la gran misericordia de Dios ara con él mostrada en Cristo, también nosotros alabamos y bendecimos a Dios esta tarde al celebrar el 400º Aniversario de la Dedicación de esta Iglesia Parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de Villafamés. Comenzadas las obras en 1594, el Obispo de Tortosa, Mons. Pedro Manrique, dedicaba a Dios este tempo en 1610 con motivo de su visita pastoral. Desde entonces hasta hoy, aquí está la casa visible de Dios entre vosotros, lugar desde donde Él mismo sale al encuentro de los hombres, la casa donde el Padre Dios nos espera para darnos su abrazo de su gran misericordia. A Dios le damos gracias y cantamos por su gran misericordia para con esta comunidad cristiana de Villafamés.
Y con María, Nuestra Señora de la Asunción, bajo cuyo patrocino vive y camina vuestra comunidad parroquial, nuestra mirada se dirige a Dios “y proclamamos la grandeza del Señor” (Lc 1, 49). Sin Dios, sin su permanente presencia amorosa, nada hubiera sido posible. Al Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien, le alabamos y damos gracias.
A nuestra acción de gracias a Dios unimos nuestro sincero agradecimiento a todos cuantos de un modo u otro a lo largo de estos cuatro siglos la ampliaron esta iglesia con la capilla de la Comunión en 1778-1783, la embellecieron con la hermosa portada renacentista en 1601 y el rico patrimonio mueble o la restauraron después de la guerra civil.
Vuestra iglesia, el templo físico, la morada de Dios entre los hombres, ha sido y es también la casa de vuestra comunidad parroquial; y, a la vez, es y ha de ser imagen de vuestra parroquia porque vosotros sois como un templo de piedras vivas, llamado a ser la presencia Dios, de su Hijo, Jesucristo, y de su Evangelio en vuestro pueblo de Villafamés. Por ello, al celebrar la dedicación de vuestro templo parroquial damos gracias a Dios por vuestra comunidad parroquial y por cuantos la han formado en el pasado y la integráis en el presente; por la entrega generosa de todos los sacerdotes que la han pastoreado y servido. Y ¿cómo no dar gracias al Señor por todos los que han colaborado activa y generosamente en la vida litúrgica, en la catequesis, en el trabajo pastoral con los niños, los adolescentes y los jóvenes, con los matrimonios y las familias, con los pobres, los marginados y los enfermos? Gracias damos a Dios también por todos aquellos que de un modo callado y sin notoriedad, han contribuido a la vida de esta comunidad mediante su oración fervorosa, su vida y obras de santidad, el ofrecimiento de su dolor o su contribución económica.
Pero no nos podemos quedar en la celebración del pasado. Cristianos de hoy hemos de acoger el legado de nuestros antepasados y transmitirlo a las futuras generaciones. Y no sólo el legado físico y patrimonial, lo que hacéis con especial esmero; sino ante todo habéis de acoger, vivir y transmitir el legado espiritual de vuestra fe y vida cristiana. El trabajo realizado a lo largo de lo siglos ha sido mucho; pero en la evangelización siempre queda algo por hacer. Sé de vuestro empeño y, muy en especial, el de vuestro párroco por mantener viva y trasmitir la fe cristiana. Pero la celebración de hoy se convierte en una llamada urgente a avivar las raíces de vuestra fe y fortalecer la vida cristiana personal, familiar y comunitaria de Villafamés. El Señor nos hace hoy una llamada apremiante a permanecer fieles a nuestra fe cristiana y a nuestra Iglesia.
La indiferencia religiosa, la increencia o la apostasía silenciosa de la fe cristiana y de la Iglesia están afectando también a muchos bautizados. Crece el número de los cristianos alejados de la casa del Padre; en la vida de muchos bautizados encontramos signos de una fe débil y superficial, una fe a la carta, que se adapta a la conveniencia de la situación; una fe sin incidencia en la vida diaria. Con frecuencia, en nuestra forma de pensar, vivir y actuar, muchos cristianos no nos diferenciamos de los no creyentes; asumimos sin más criterios mundanos y formas de comportamiento, modas y tendencias contrarios a Jesucristo y a su Evangelio. Nos hemos de preguntar: ¿No vivimos también como lo no cristianos, aunque nos confesemos creyentes e incluso practicantes?
Con San Pablo sabemos, los cristianos sabemos muy bien, que sin Dios hombre pierde el norte en su vida y en la historia. Sin Dios desaparece la frescura y la felicidad de nuestra tierra. Si el hombre abdica de Dios abdica también de su dignidad, porque el hombre sólo es digno de Dios.
¿Cómo afrontar el futuro, queridos hermanos? Como creyentes y como Iglesia hemos de caminar siempre desde la fe, con esperanza y en la caridad, sabiendo que el Señor Jesús está por su Espíritu siempre presente en medio de nosotros, y cooperando todos para que esta vuestra comunidad sea viva y evangelizadora hacia adentro –en sus miembros, muchos de ellos alejados- y en el pueblo. Vuestra parroquia será viva en la medida en que todos vosotros, sus miembros, viváis fundamentados como vuestro tempo en roca firme, Cristo, y ensamblados en Él, la piedra angular; vuestra comunidad parroquial será iglesia viva si por vosotros corre la savia de la Vid que es Cristo, la savia de la vida de la gracia, que genera comunión de vida y de amor con Dios y comunión fraterna con los hermanos. En esta parroquia, -Iglesia en el pueblo-, el Espíritu actúa especialmente a través de los signos de la nueva alianza, que ella ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y la caridad.
La Palabra de Dios, proclamada y explicada con fidelidad a la fe de la Iglesia y acogida con fe y con corazón bien dispuesto, os llevará al encuentro gozoso con el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida. La Palabra de Dios es luz, que os iluminará en el camino de vuestra existencia, que os fortalecerá, os consolará y os unirá. La proclamación y explicación de la Palabra en la fe de la Iglesia, la catequesis y la formación de adultos no sólo deben conduciros a conocer más y mejor a Cristo y su Evangelio así como las verdades de la fe y de la moral cristianas; os han de llevar y ayudar a todos y a cada uno a la adhesión personal a Cristo y a su seguimiento gozoso en el seno de la comunidad eclesial, viviendo su palabra y sus mandamientos.
Seguir a Jesucristo os impulsará a vivir unidos en su persona y su mensaje evangélico en la tradición viva de la Iglesia. Porque la Palabra de Dios, además de ser escuchada y acogida con fe y con docilidad, ha de ser puesta en práctica. “El que cumple la voluntad de mi Padre en el Cielo, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre” (Mt12, 50). La Palabra de Dios hace posible, por la acción del Espíritu, hombres nuevos con valentía y entrega generosa.
En la comunidad parroquial,Dios se nos da también a través de los Sacramentos; al celebrar y recibir los sacramentos participamos de la vida de Dios; por los Sacramentos se alimenta y fortalece la existencia cristiana, personal y comunitaria; por los Sacramentos se crea, se acrecienta o se fortalece la comunión con la parroquia, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia Universal.
Entre los sacramentos destaca la Eucaristía. Es preciso recordar una y otra vez que la Eucaristía es y debe ser el centro de la vida de todo cristiano y familia cristiana, así como el corazón de toda la vida de la comunidad parroquial. Toda parroquia ha de estar centrada en la Eucaristía Además “la Eucaristía da al cristiano más fuerza para vivir las exigencias del evangelio…” (Juan Pablo II). Sin la participación en la Eucaristía es muy difícil, es imposible permanecer fiel en la fe y vida cristianas. Como un peregrino necesita la comida para resistir hasta la meta, de la misma forma quien pretenda ser cristiano necesita el alimento de la Eucaristía. El domingo es el momento más hermoso para venir, en familia, a celebrar la Eucaristía unidos en el Señor con la comunidad parroquial. Los frutos serán muy abundantes: de paz y de unión familiar, de alegría y de fortaleza en la fe, de comunidad viva y evangelizadora.
La participación sincera, activa y fructuosa en la Eucaristía os llevará necesariamente a vivir la fraternidad, os llevará a practicar la solidaridad, os remitirá a la misión, os impulsará a la transformación del mundo. Los pobres y los enfermos, los marginados y los desfavorecidos han de tener un lugar privilegiado en la Parroquia. Ellos han de ser atendidos con gestos que demuestren, por parte de la comunidad parroquial, la fe y el amor en Cristo. Ellos, su vez, os evangelizarán, os ayudarán a descubrir a Cristo Jesús.
La celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia será aliento y esperanza en vuestra experiencia cristiana. La humildad y la fe van muy unidas. Sólo cuando nos reconocemos pecadores, alejados de la casa del Padre como el hijo pródigo del Evangelio, sólo cuando sabemos iniciar el camino de retorno a la casa del Padre, nos ponemos de rodillas ante Dios por el sacramento de la confesión y reconocemos nuestras debilidades y pecados, solo entonces nos dejaremos abrazar por el Padre Dios “rico en misericordia” (Ef 2,4), que nos espera siempre para que nos dejemos amar por Él. En el sacramento de la Penitencia se recupera la alegría y la paz, y se fortalece nuestra comunión con Dios y con la comunidad eclesial; la experiencia del perdón de Dios, fruto de su amor misericordioso, nos da fuerza para seguir caminando, nos da energías para la misión, y nos empuja a ser testigos de su amor y del perdón.
La vida cristiana, personal y comunitaria, se debilita cuando estos dos sacramentos decaen. Siempre, pero especialmente en nuestros días, quien quiere vivir como cristiano, sin miedo a serlo y a confesarlo ante los ataques constantes contra la fe cristiana, quien como buen cristiano quiere ser testigo auténtico de Jesucristo no podrá hacerlo sin la experiencia profunda de estos dos sacramentos. Un cristiano que no se confiesa con cierta frecuencia y no participa en la Misa dominical, termina por apartarse de Cristo y de sus Iglesia, y su fe se esfuma.
Si os dejáis regenerar por la Palabra y los Sacramentos os convertiréis en ‘piedras vivas’ del edificio espiritual, que forma una familia entroncada en Cristo y que se llama comunidad cristiana. Es decir: una comunidad que acoge y vive a Cristo y su Evangelio; una comunidad que proclama y celebra la alianza amorosa de Dios; una comunidad que aprende y ayuda a vivir la fraternidad cristiana conforme al espíritu de las bienaventuranzas; una comunidad que ora y ayuda a la oración; una comunidad en la que todos sus miembros se sienten y son responsables en su vida y su misión al servicio de la evangelización en una sociedad cada vez más descristianizada; una comunidad que es fermento de nueva humanidad, de transformación del mundo, de una cultura de la vida y del amor, de la justicia y de la paz.
El Evangelio de hoy nos exhorta a volver a la casa del Padre, a convertirnos, a dejarnos encontrar por Cristo, el Buen pastor, y abrazar por el Padre misericordioso; nos invita a avivar nuestra fe en un encuentro personal con Jesucristo, que nos lleve a nuestra adhesión incondicional a Él y su Evangelio en el seno de la comunidad de la Iglesia, que es el rebaño de Cristo y la casa de Padre. El evangelio nos llama también a ser testigos de la misericordia de Dios en nuestro mundo, a entrar a formar parte de los que en su nombre salen al encuentro de los hombres alejados de Dios para que a todos llegue su amor y misericordia.
Hemos de superar esa tendencia muy extendida a entender y vivir la fe como simple adhesión a fórmulas o práctica de ritos sin que ella implique un cambio de vida. La fe en Jesucristo se basa en el encuentro personal con El, en la fe en Él y en la adhesión total a su persona y a su Evangelio; la fe se mantiene viva y fortalece, cuando se alimenta de la escucha de la Palabra en el seno de la tradición viva de la comunidad de la Iglesia, que se hace oración personal, familiar y comunitaria; una fe que es celebrada y alimentada en la participación frecuente, activa y fructuosa, en la Eucaristía y en la experiencia de la misericordia de Dios en el Sacramento de la Penitencia; y esta fe sólo será verdadera cuando se encarne en la vida cotidiana del creyente, de la familias y de la comunidad.
Sólo una fe así podrá mantenerse fiel y viva en un ambiente adverso. Solamente de una unión personal de cada uno con Jesucristo, aprendida, celebrada y vivida en y desde vuestra comunidad, puede brotar una evangelización eficaz, que atienda a las necesidades reales -personales, espirituales y sociales-, de vuestros niños y jóvenes, de vuestras familias, de los mayores, de los ancianos y de los enfermos.
No os pese abrir vuestras vidas a Dios, a Cristo y a su Evangelio, no os avergoncéis ni tengáis miedo de acoger a Dios en vuestras vidas. Evitad la tentación de pensar que Dios, antes que nada, exige, manda e impone. No; Dios, antes que nada, nos ama y quiere comunicarnos su vida y su amor.
Por intercesión de María, la Virgen de la Asunción, de San Miguel, de San Ramón Nonato y San Antonio de Padua pidamos esta tarde por vuestra comunidad cristiana de Villafamés: para que cada uno de vosotros seáis capaces de acoger a Dios, su palabra, su gracia y su misericordia. Como la Virgen María y lo santos dejad que Dios entre en vuestras vidas, en vuestras familias y en vuestra comunidad, para que os tome y transforme por la fuerza de su amor misericordioso hoy y por los siglos de los siglos. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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