50 aniversario de la Parroquia de Santa Sofía
HOMILIA EN EL CINCUENTENARIO DE LA
PARROQUIA DE SANTA SOFIA DE VILA-REAL
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Víspera del I Domingo de Adviento 27 de noviembre de 2016
(Is 2,1-5; Sal 121; Rom 13,11-14; Mateo 24,37-44)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor:
Hoy, coincidiendo con la Víspera del inicio del Adviento, celebramos el 50º Aniversario de vuestra Parroquia de Santa Sofía. Las palabras del Salmista nos invitan esta mañana a alegrarnos con todos vosotros: «Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor» (Salmo 121, 1)».
Desde que el año del Señor de 1966 comenzara su andadura, vuestra parroquia de Santa Sofía ha sido presencia palpable del amor de Dios para los hombres y mujeres de este barrio; vuestra comunidad ha sido la Iglesia de Dios que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas (cf. ChL 26). Alentada por la fuerza del Espíritu Santo, en estos años ha ido creciendo y madurando como comunidad de fe, de esperanza y de caridad, en especial hacia los más menesterosos. Vuestra comunidad parroquial está de enhorabuena; y nuestra Iglesia diocesana, de la que ella es una célula viva, se alegra con vosotros al celebrar estos cincuenta años de rica existencia. En ella y a través de ella, muchos han sido quienes han recibido la fe cristiana, han sido engendrados a la vida de los hijos Dios, han sido incorporados a Cristo y a la comunidad de la Iglesia por el Bautismo; muchos han sido también quienes en ella y por medio de ella han conocido a Jesús y su Evangelio, se han encontrado con Él y han madurado en la fe mediante la escucha y la acogida de la Palabra de Dios y han alimentado su vida cristiana en la oración y en los sacramentos; otros muchos han descubierto y seguido aquí el camino de su vocación cristiana, han encontrado en ella fuerza para la misión y el testimonio de fe, motivos para la esperanza, consuelo en la aflicción y ayuda en la necesidad.
Nuestro gozo y nuestra alegría se hacen en esta mañana oración de alabanza y de acción de gracias. De manos de la Virgen María, Ntra. Sra. de Gracia, nuestra mirada se dirige a Dios. Con María le cantamos: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador. … porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46-47, 49). Sin El, sin su permanente presencia misericordiosa, nada hubiera sido posible. Al Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien, alabamos y damos gracias.
Le damos gracias por todos los dones recibidos a lo largo de estos años. Gracias le damos por vuestra comunidad parroquial y por cuantos la han formado en el pasado y la integráis en el presente; gracias damos a Dios por la entrega generosa de Mn. Guillermo Sanchis Coscollá que la ha pastoreado y servido durante estos 50 años. El ha sido su único párroco; le felicitamos de corazón al celebrar él también sus bodas de oro de Párroco de Sta. Sofía. Y ¿cómo no dar gracias al Señor por todos los que han colaborado activa y generosamente en la vida litúrgica, en la catequesis, en el trabajo pastoral con los niños, los adolescentes y los adultos, con los pobres, los marginados, los drogadictos o los enfermos? Gracias, Señor, también por todos aquellos que de un modo callado y sin notoriedad, han contribuido a la vida de esta comunidad mediante su oración fervorosa, su vida y obras de santidad, el ofrecimiento de su dolor o su contribución económica.
Sí; el trabajo realizado ha sido mucho; pero siempre queda mucho para que el amor misericordioso de Dios llegue a todos. Como nos recuerda la palabra de Dios de este I Domingo del Adviento estamos de camino hacia el encuentro con el Señor. ¿Cómo afrontar el futuro, queridos hermanos, en vuestra sencillez? Como Iglesia hemos de caminar siempre desde la fe «a la luz del Señor» (Is 2, 5), con esperanza y vigilancia «porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre» (Mt 24,44), y en la caridad, sabiendo que el Señor Jesús está por su Espíritu siempre en medio de nosotros y sale a nuestro encuentro en cada hombre y acontecimiento, y cooperando todos para que esta vuestra parroquia sea una comunidad viva en sus miembros y misionera hacia los alejados y hacia los que aún no conocen a Jesucristo.
Vuestra parroquia de Santa Sofía está llamada una a ser una comunidad de hermanos en la fe, una familia de familias, donde todos sean y se sientan acogidos, valorados, acompañados, donde todos y cada uno se sienta en su propia casa, en su propia familia; una comunidad donde se viva y se fortalezca la comunión entre todos y se comparta la vida y la misión de la parroquia; una comunión, que ha de basarse en la comunión con Dios, que hace de todos hermanos y nos llama a vivir la fraternidad; y una comunidad de vida y de misión para que Cristo y su Evangelio salvador llegue a todos, a los más cercanos y a los más lejanos, donde la alegría del evangelio llegue a todas las periferias existenciales.
No lo olvidéis: vuestra comunidad parroquial es como un edificio, cuyo fundamento y piedra angular es Jesucristo y vosotros como las piedras vivas que construis el edificio. Así es como podréis ser en el barrio signo de la presencia amorosa de Dios, espacio donde Dios sale al encuentro de los hombres, para comunicarles su vida de amor que crean lazos de comunión fraterna. Es Dios Padre quien, habitando entre los suyos y en su corazón, hace de ellos su santuario vivo por la acción del Espíritu Santo. Vuestra parroquia será viva en la medida en que todos vosotros, sus miembros, viváis fundamentados y ensamblados en Cristo, piedra angular; vuestra comunidad parroquial será iglesia viva si por vosotros corre la savia de la Vid y de la misericordia que es Cristo, que transforma nuestro corazón nos hace misericordiosos como el Padre y nos envía a vivir las obras de misericordia.
En esta parroquia, el Espíritu de Dios actúa especialmente a través de los signos de la nueva alianza, que ella ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y la caridad.
La Palabra de Dios, proclamada y explicada con fidelidad a la fe de la Iglesia y acogida con fe y con corazón bien dispuesto, os llevará al encuentro gozoso con el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida. La Palabra de Dios es luz, que os iluminará en el camino de vuestra existencia, que os fortalecerá, os consolará y os unirá. La proclamación y explicación de la Palabra en la fe de la Iglesia, la catequesis de iniciación cristiana y la formación de todos no sólo deben conduciros a conocer más y mejor a Cristo y su Evangelio así como las verdades de la fe y de la moral cristianas; os han de llevar y ayudar a todos y a cada uno a la adhesión personal a Cristo y a su seguimiento gozoso en el seno de la comunidad eclesial.
En la comunidad parroquial, Dios se nos da también a través de los Sacramentos; al celebrar y recibir los sacramentos participamos de la vida de Dios; por los Sacramentos se alimenta y reaviva nuestra existencia cristiana, personal y comunitaria; por los Sacramentos se crea, se acrecienta o se fortalece la comunión con la parroquia, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia Universal.
Entre los sacramentos destaca la Eucaristía. Es preciso recordar una y otra vez que la Eucaristía es el centro de la vida de todo cristiano, el centro y el corazón de toda la vida de la comunidad parroquial. Toda parroquia ha de estar centrada en la Eucaristía Además “la Eucaristía da al cristiano más fuerza para vivir las exigencias del evangelio…” (Juan Pablo II). Sin la participación en la Eucaristía es imposible permanecer fiel en la vida cristiana. Como un peregrino necesita la comida para resistir hasta la meta, de la misma forma quien pretenda ser cristiano necesita el alimento de la Eucaristía. El domingo es el momento más hermoso para venir, en familia, a celebrar la Eucaristía unidos en el Señor con la comunidad parroquial. Los frutos serán muy abundantes: de paz y de unión familiar, de alegría y de fortaleza en la fe, de comunidad viva y evangelizadora.
La participación sincera, activa y fructuosa en la Eucaristía os llevará necesariamente a vivir la fraternidad, os llevará a practicar la Caridad, os remitirá a la misión, os impulsará a la transformación del mundo. Los pobres y los enfermos, los marginados y los desfavorecidos han de tener y seguir teniendo un lugar privilegiado en vuestra parroquia, como ha ocurrido hasta ahora. Ellos han de ser atendidos con gestos que demuestren, por parte de la comunidad parroquial, el amor y la misericordia de Cristo Jesús. Ellos, su vez, os evangelizarán, os ayudarán a descubrir a Cristo Jesús.
La celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia será aliento y esperanza en vuestra experiencia cristiana. La humildad y la fe van muy unidas. Sólo cuando sabemos ponernos de rodillas ante Dios por el sacramento de la confesión y reconocemos nuestras debilidades y pecados podemos decir que estamos en sintonía con el Padre Dios “rico en misericordia” (Ef 2,4). En el sacramento de la Penitencia se recupera y se fortalece nuestra comunión con Dios y con la comunidad eclesial; la experiencia del perdón de Dios, fruto de su amor misericordioso, nos da fuerza para la misión, nos empuja a ser testigos de su misericordia, testigos del perdón y de la reconciliación.
La vida cristiana, personal y comunitaria, se debilita cuando estos dos sacramentos decaen. Y en nuestra época, si queréis vivir como cristianos, si queréis superar los miedos a serlo y confesarlo ante los ataques constantes, si queréis ser evangelizadores auténticos no podréis hacerlo sin la experiencia profunda de estos dos sacramentos. Un creyente que no se confiesa con cierta frecuencia y no participa en la Misa dominical, termina en poco tiempo apartándose de Cristo y se convierte en un cristiano amorfo. Su fe se esfuma, deja de tener consistencia.
Regenerados por la Palabra y los Sacramentos os convertiréis en ‘piedras vivas’ del edificio espiritual, de la comunidad parroquial, de la vuestra gran familia de familias. Es decir: una comunidad que acoge y vive a Cristo y su Evangelio; una comunidad que proclama y celebra la alianza amorosa de Dios; una comunidad que aprende y ayuda a vivir la fraternidad cristiana conforme al espíritu de las bienaventuranzas; una comunidad que ora y ayuda a la oración; una comunidad en la que todos sus miembros se sienten y son corresponsables en su vida y su misión al servicio de la evangelización en una sociedad cada vez más descristianizada; una comunidad que vive la caridad hacia adentro y hacia afuera, que es fermento de nueva humanidad, de transformación del mundo, de una cultura de la vida y del amor, de la misericordia y el encuentro, de la justicia y de la paz.
Al celebrar el 50º Aniversario de vuestra parroquia miramos, rezamos y contemplamos a la Virgen, reina de la Sabiduría. María es nuestra madre espiritual porque nos da a Cristo, el Hijo de Dios, fuente de vida y salvación; ella orienta nuestra mirada hacia su Hijo: ella nos muestra y nos lleva a su Hijo, ella nos lleva a Dios. Jesús nos invita a acogerla “en nuestra casa”: es decir, en nosotros mismos, en nuestras familias, en nuestra sociedad. María es nuestra madre, y no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5). ¡Cuánto necesitamos los cristianos escuchar estas palabras de María y, con ella, descubrir y vivir con alegría que Dios nos ama, y nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales!
Acojamos de manos de María a Jesús, dejémonos encontrar por Él; renovemos nuestro compromiso de tener a Cristo como centro de nuestra vida, personal y comunitaria. Vayamos al encuentro con el Señor en esta Eucaristía, que se nos da en comida una vez más. ¡Que unidos a El en la comunión seamos testigos suyos en el mundo e instrumentos de su misericordia!
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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