Apertura del Año Mariano del Lledó
Basílica de Nuestra Señora, la Mare de Déu del Lledó, Castellón – 1 de mayo de 2008
(1 Re 8, 1.3-7.9-11; Ap 21, 1-5ª; Lc 1, 26-38)
Siempre es gozoso celebrar la memoria de la Mare de Déu del Lledó, nuestra Reina y Señora, la Patrona de Castellón. Pero es aún más gozoso, si cabe, iniciar todo un año dedicado especialmente a la Mare de Déu del Lledó. Así queremos celebrar la coronación de su imagen en 1924 por coincidir este año el día de su coronación, el 4 de mayo, en Domingo. A lo largo de este año queremos mostrar nuestro amor y cariño a nuestra Reina y Señora. Al contemplarla coronada cantamos la grandeza de la Mare de Déu; y en su grandeza no cantamos otra cosa que la grandeza inmensa de Dios en ella. María es grande porque Dios es grande, porque ella ha dejado a Dios ser grande en su persona y en su vida. María es la ‘llena de gracia’, la llena de Dios y de su amor; de su mano queremos ir a Dios en su Hijo Jesucristo
Saludo de todo corazón a cuantos habéis secundado la llamada de la Madre: al Ilmo. Sr. Prior de esta singular Basílica, que nos acoge esta tarde; al Ilmo. Sr. Prior, Presidente, Junta Directiva y Cofrades de la Real Cofradía de la Mare de Dèu del Lledó, a la Sra. Presidenta y Camareras de la Virgen, así como a quienes ocupaban estos cargos en 1983, año de la declaración del basilicato de este santuario. Saludo también con todo afecto a las muy dignas autoridades, en especial, al Ilmo. Sr. Alcalde y Miembros de la Corporación Municipal de Castellón, Diputados provinciales y regionales. Mi saludo cordial también a mis hermanos sacerdotes concelebrantes, al Ilmo. Cabildo Con-catedral, a los Sres. Arciprestes y Párrocos de Castellón, a los diáconos y seminaristas, y a cuantos, recordando nuestra condición de peregrinos en la vida, habéis venido hasta esta Basílica del Lledó para participar en esta solemne Misa estacional.
El recuerdo de la coronación de la imagen de Nuestra Señora de Lledó en el 25º Aniversario de la declaración del basilicato de este santuario mariano ha de acrecentar nuestra devoción a la Madre, para avivar a través de Ella nuestra fe en el misterio del Dios vivo que, por su infinita misericordia, ha coronado a la Madre de su Hijo haciendo en Ella y por Ella obras grandes, llenándola de la plenitud de su gracia, de su amor y de su vida.
Al contemplar coronada esta entrañable imagen, venerada en nuestra tierra desde hace más de 600 años, proclamamos y reconocemos que la Virgen María es testimonio vivo de Dios. María, la Mare de Déu del Lledó, es “la morada de Dios entre los hombres” (Ap 21,3). María es “templo santo” porque lleva en sus entrañas virginales al mismo Hijo de Dios; ella es el Arca de la nueva Alianza, por ser la Madre de Dios, Jesucristo, la Alianza definitiva de Dios con la humanidad. María, toda ella, es presencia y manifestación de Dios. Toda su persona y su vida son transparencia de Dios. Con sus palabras “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), María nos muestra que Dios es lo único necesario, que sólo Él basta.
Antes y más allá de nuestros deseos y esperanzas, de nuestras necesidades y exigencias, de nuestros intereses y preferencias, Dios es Dios y hemos de dejar a Dios ser Dios en nuestra vida personal y comunitaria, en nuestra vida familiar y social. Así nos lo muestra la Virgen María. Su persona y su vida, su palabra y su oración, su humildad y su disponibilidad, su entrega y su obediencia, sus gestos y su comportamiento: todo en ella está marcado por una referencia radical a Dios. María ha hecho de su vida una entrega sin reserva al querer de Dios, al amor de Dios y a la misión que Dios le ha confiado. María ha hecho de su vida un servicio incondicional a Dios y, en Él, a los hermanos, a toda la humanidad. “Hágase en mí según tu palabra”: Con estas palabras, María pone en Dios su persona, su vida, su aliento, su destino; y así proclama la soberanía absoluta del Dios vivo.
Dios es el centro de la Vida. En María todo converge en Dios. Es su confianza sin condiciones en Dios lo que nos muestra a Dios tal cual es y desenmascara los falsos dioses que no son más que hechura del hombre, ídolos que esclavizan y que no liberan ni salvan.
Cuando María se entrega a Dios, actualiza totalmente el amor expresado en aquella confesión de fe que ella como buena israelita repetía diariamente: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Dt 6,4). María nos muestra el señorío del Dios único, en el que todo hombre encuentra su luz y su sentido. Toda la humanidad está necesitada de la luz y de la verdad de Dios; esta necesidad es un verdadero clamor en nuestros días. La Mare de Déu del Lledó “coronada” es faro en la oscuridad de nuestra noche, faro que nos conduce hacia la Luz, que es Dios: porque ella es la esclava del Señor, la llena de gracia, la dichosa porque acoge la Palabra de Dios y la cumple, la bienaventurada porque ha creído, la que es grande porque ha dejado a Dios ser grande en su vida. La Virgen María nos enseña a vivir con la confianza puesta enteramente en Dios. María nos muestra que el reconocimiento de Dios reclama la acogida y la obediencia fiel, la disponibilidad plena, el amor total y desinteresado, la apertura ilimitada a la voluntad de Dios, la fidelidad inquebrantable por encima de todo al encargo recibido de Él. Y esto es fuente de dicha, gozo del don y de la gracia, generación de vida y libertad, raíz y cumplimiento de la esperanza.
Por todo ello, María, la mujer creyente, puede escuchar aquella bienaventuranza de su prima Isabel: “Dichosa tú que has creído” (Lc 1, 45). A este saludo de Isabel, María responde con el canto del Magníficat. Las palabras de María proclaman la grandeza, la soberanía y el señorío de Dios; le reconocen como el que está en el principio y en el fin de todas las cosas y le confiesa como Aquel que tiene la iniciativa de la creación y de la salvación. María proclama gozosa que Dios es el único al que debemos someter nuestra vida y del que podemos esperar la salvación definitiva. María se confía en el Señor y no será confundida para siempre. Ella sabe bien de quién se ha fiado.
En el Magníficat María nos canta la verdad de Dios, que no es otra sino su misericordia infinita, su obra que engrandece, levanta, libera y salva al hombre, las maravillas que Él ha hecho, hace y hará en favor de los hombres. Esta es la verdad de Dios, que ha hecho en ella maravillas en María.
Y ésta es también la verdad del hombre. Esta es la grandeza de todo ser humano: ser de Dios, ser criatura suya, amada por Él, imagen y semejanza suya. Ser de Dios y vivir para Dios, mostrar a Dios y dejar que aparezca su grandeza en el hombre, vivir la obediencia a Dios y cumplir su voluntad, ésta es la más genuina verdad del ser humano.
El verdadero problema de nuestro tiempo es la quiebra de humanidad, o sea, la falta de una visión verdadera del hombre, que es inseparable de Dios. El error fundamental del hombre actual es querer prescindir de Dios en su vida, erigirse a sí mismo en el centro de su existencia, suplantar a Dios, querer ser dios sin Dios. Es el drama del hombre moderno, que ha pensado que apartando a Dios de su vida, siendo autónomo, siguiendo las propias ideas y voluntad, llegaría a ser realmente libre para hacer lo que le apetezca sin tener que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande; al contrario, pierde la dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar y abusar (Benedicto XVI).
Todo cambia si hay Dios o si, por el contrario, no hay Dios en la vida. El hombre es grande sólo si Dios es Dios, si Dios es grande, todopoderoso, creador y señor de todo. El olvido de Dios o su rechazo trae el tiempo de indigencia y pequeñez humana que nos toca vivir, a pesar de todas las apariencias. No tener a Dios es la mayor de las pobrezas humanas: al hombre le falta todo cuando le falta Dios, porque le falta cuanto de verdad puede llenar su corazón grande, su alma sedienta de bien, de amor, de verdad, de hermosura, de felicidad, de grandeza; cuando al hombre le falta Dios pierde el esplendor y la grandeza de Dios en su rostro. Eso es lo que ha confirmado la experiencia de nuestra época. Sólo desde Dios, sólo a partir de Él, la tierra llegará a ser humana, la tierra será habitable a la luz de Dios.
Allí donde se deja a Dios ser Dios, donde se deja y se busca que se muestre su grandeza y se cumple la voluntad de Dios, allí está Dios, están los nuevos cielos y la nueva tierra.
Entre nosotros hay voces y movimientos empeñados en hacer desaparecer a Dios de nuestra vida, de nuestras familias, de la educación de niños, adolescentes y jóvenes, de la cultura y de la vida pública. A esto conduce el laicismo esencial al que parece que se quiere llevar a nuestra sociedad. Pero la historia, incluso la historia muy reciente, demuestra que no puede haber una sociedad libre, en progreso de humanidad, fraterna y solidaria, al margen de Dios. Quien no conoce a Dios, no conoce al hombre, y quien olvida a Dios acaba ignorando la verdadera grandeza y dignidad de todo hombre.
El Año Mariano, que hoy iniciamos, es un tiempo de gracia de Dios para convertirnos a Dios de manos de María; un tiempo de gracia para dejar a Dios ser Dios, para que Él ocupe de verdad el lugar central que le corresponde en nuestra existencia; un tiempo de gracia que nos ayuda a dejar que Dios sea grande en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestra sociedad, para que no se pierdan las raíces cristianas de nuestra nuestro pueblo y de nuestra ciudad de Castellón.
De manos de Maria hemos de redescubrir a Dios, no a un Dios cualquiera, sino al Dios con el rostro humano, que vemos en Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María.. Los caminos hacia el futuro no los encontraremos si no recibimos la luz que viene desde lo alto, la luz de Dios y que es Dios mismo. No propugnamos una sociedad confesional, aunque ojalá que todos conociesen y creyesen, porque es ahí donde está la vida eterna. La fe, lo sabemos, se propone, no se impone.
La Iglesia y los cristianos tenemos el deber de afirmar y proclamar a Dios, como María, con la palabra y con los hechos, con la certeza de que así afirmamos y servimos al hombre. Tarea principal de nuestra Iglesia diocesana y de nuestras parroquias de Castellón es avivar y alimentar de manos de María la experiencia de Dios en Cristo hoy, para abrirse como Ella al amor de Dios, a su gracia, a su presencia; y desde ahí dar testimonio de Cristo y de su Evangelio, abrir las ventanas cerradas que no dejan pasar la claridad, para que su luz pueda brillar entre nosotros, para que haya espacio para su presencia pues allí donde está Dios nuestra vida resulta luminosa, incluso en la fatiga de nuestra existencia. Nuestra Iglesia -no lo olvidemos- existe para que Dios, el Dios vivo, que se nos ha manifestado en Jesucristo, sea dado a conocer, para que el hombre pueda vivir ante su mirada, en su presencia. La Iglesia existe, como María, para dar testimonio de Dios, de su Hijo Jesucristo y de su Evangelio y llevar a los hombres a Dios en Cristo, fuente de su libertad, fundamento de la verdad, razón última de nuestro ser y de nuestra esperanza.
Miremos a María, la Mare de Déu del Lledó. Ella fue enteramente de Dios y vivió para Dios; Ella fue la fiel esclava del Señor que se plegó enteramente a la voluntad, a la palabra de Dios. ¡Que la Mare de Déu nos ayude a vivir como Ella, de tal manera que toda nuestra vida sea una proclamación y una alabanza de la grandeza de Dios! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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