Inauguración de la capilla de la casa de las Siervas de Jesús
Castellón, 22 de junio de 2008
(Jr 20,10-13; Sal 68; Rm 5,12-15; Mt 10,26-33)
Amados hermanos y hermanas en el Señor. Saludo cordialmente los Sres. Gerentes de Porcelanosa y con especial afecto a todas las Siervas de Jesús, y, en especial, a la Madre General y a la Madre Provincial.
En este Domingo, día del Señor Resucitado, la pascua semanal, el Señor Jesús nos convoca una vez más para celebrar la Eucaristía, la acción de gracias por excelencia. Dirigimos nuestra mirada a Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien y de todo don, y entonamos nuestra más sincera acción de gracias por el misterio pascual, por la muerte y resurrección, fuente de vida y de amor para el mundo, que nos permite actualizar en cada Eucaristía. En la Eucaristía, sacramento de la Caridad, tenemos la manifestación suprema del amor de Dios hacia la humanidad, manantial del amor de Dios y del amor a los hermanos.
A nuestra acción de gracias eucarística unimos en este día nuestra acción de gracias por el don de vuestra Santa Madre, Mª. Josefa del Corazón de Jesús, elegida y enriquecida con el don de Espíritu para hacer presente el “Amor Misericordioso” en el mundo del dolor mediante vuestra Congregación de las Siervas de Jesús de la Caridad: alabemos y demos gracias por la entrega, por la entereza, por la fortaleza, por la caridad y santidad de vuestra Fundadora y por vuestra Congregación. Le damos gracias por el pasado y por el presente de vuestra Congregación; le alabamos por todos los dones que a través de vosotras ha ido derramando a lo largo de estos 112 años sobre tantos enfermos, sus familias y nuestra sociedad, en especial en esta Diócesis y en la Ciudad de Castellón.
Gracias le damos a Dios por nuestras hermanas, Sor Elena Capa e Inocencia Alonso que celebran este año sus bodas de oro de profesión religiosa y que hoy renovarán sus votos. Y gracias le damos finalmente por el don de esta nueva capilla, lugar de oración y de celebración para vuestra comunidad, lugar de la presencia permanente del Señor Eucaristía entre vosotras, en el que encontraréis la fuente de vuestra comunión Dios y con las hermanas, y el aliento para vuestra misión siguiendo el carisma de vuestra Madre.
“De la comunión plena con Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, brota cada uno de los elementos de la vida de nuestra Iglesia: en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños” (Benedicto XVI). En la celebración y adoración de la Eucaristía, alimentaréis vuestra devoción al Corazón de Jesús, y acrecentaréis los sentimientos de bondad y de amor para cuidar a los enfermos en sus domicilios, hospitales, clínicas y sanatorios; y a los ancianos en las residencias.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: “Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea” (Mt 10, 27). Sí, hermanos y hermanas: todo cristiano esta llamado a ser testigo de Jesucristo y de su Evangelio; vosotras, queridas Siervas, lo estáis para dar testimonio de Dios Amor, del Señor resucitado, Vida para el mundo, y la Buena Nueva del Evangelio esperanza para la humanidad entera.
“Estuve enfermo y me visitasteis”. Estas palabras de Jesús expresan el carisma, recibido y vivido hasta el extremo por Santa Mª Josefa; en ellas se condensa su herencia espiritual para vosotras, Siervas de Jesús; estas palabras son el resumen de lo que debe ser la vida de una Sierva de Jesús, viendo y amando en la persona del enfermo al mismo Cristo. Este será el mejor testimonio de Dios-Amor y de Jesucristo que puede dar una sierva. Los enfermos están ahí del amor de Cristo, manifestación del amor de Dios. Vosotras Siervas de Jesús salís cada noche al encuentro de Cristo, le encontráis en los hombres y mujeres, que sufren, y le amáis con vuestra asistencia personal a cada enfermo en sus domicilios, en las clínicas y en los hospitales, en dispensarios y ambulatorios, en centros para enfermos crónicos y convalecientes, sin distinción de raza, condición, enfermedad o religión.
Como Santa Mª Josefa, vuestra Fundadora, mostráis a este mundo que sufre, que el único que importa en esta vida es Él, y que por Él y por amor a Él, hay que tener, como el Buen Samaritano del Evangelio, entrañas de misericordia para con el que sufre y para con el enfermo, que hay que padecer con él –que esto es lo que significa compasión-. Vuestra atención y servicio a los enfermos se basa en el amor –amor recibido y amor compartido-, siguiendo las huellas de María, que acogió con amor el amor gratuito de Dios, le correspondió con fe y lo compartió con el necesitado.
El amor, la caridad, es el mayor de los dones recibidos, la virtud más grande de un cristiano nos recuerda San Pablo. Vuestra vida religiosa de Siervas de Jesús se basa en la fe, la esperanza y el amor vividos en la obediencia, la castidad y la pobreza; pero es el amor al enfermo lo que le da sentido y lo que constituye su finalidad de vuestra vida de Siervas de Jesús. San Pablo nos recuerda también cómo ha de ser la caridad, el amor cristiano, y cómo debe ser vuestro amor a los enfermos. “La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma nunca en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra siempre con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor 13, 4-7).
Con vuestra vida, entregada al servicio del enfermo en su domicilio, sois, queridas hermanas, testigos vivos de Jesucristo y de su Buena Nueva, eficazmente presente en su Iglesia. Contribuís así a manifestar y realizar el misterio y la misión de nuestra Iglesia, sacramento del amor de Dios a los hombres en el amor de los cristianos hacia sus hermanos, especialmente hacia los más pobres y necesitados. La evangelización a que nos llama la Iglesia necesita antes de nada testigos vivos del Evangelio, de la Buena Nueva, del Amor de Dios a los hombres. El Evangelio vivido por amor entregado y desinteresado es el mejor camino para llevar a Cristo a los hombres; es el mejor camino para que los hombres se abran al amor de Dios manifestado en Cristo y dejen que éste penetre profundamente en su corazón y transforme su existencia.
El recuerdo agradecido de vuestra Santa Madre os exhortan a ser y a permanecer fieles a vuestro carisma fundacional; es una inspiración del Espíritu Santo, un don a nuestra Iglesia y a nuestra sociedad. A él habéis de recurrir constantemente para reconocer el don de Dios y recibir el agua viva. Cristo sigue manifestándose también hoy en tantos rostros que nos hablan de indigencia, de soledad y de dolor. Es necesario, pues, mantener un gran espíritu de oración y de intimidad con Dios, de adoración de la Eucaristía, que dé vida a los gestos del servicio específico que desempeñáis, pues “el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres” (Vita consecrata, 82).
En nuestros días se intenta ocultar muchas veces la realidad de la enfermedad o de la muerte. Con vuestra atención a los enfermos en su propio domicilio, proclamáis muy elocuentemente que la enfermedad ni es una carga insoportable para el ser humano ni priva al paciente de su plena dignidad como persona. Por el contrario, puede transformarse en una experiencia enriquecedora para el enfermo y para toda la familia. Al tender una mano al desvalido, vuestra misión se convierte también en una ayuda a la entereza de los familiares y en un sutil apoyo a la cohesión en los hogares, en los que nadie debe sentirse un estorbo. «Cuanto más íntima sea la entrega al Señor Jesús, más fraterna la vida comunitaria y más ardiente el compromiso en la misión específica del Instituto» (Vita consecrata, 72), mejor viviréis el carisma recibido.
La Eucaristía os envía a la misión: porque como nos ha dicho Benedicto XVI “no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. … También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros” (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística, no podemos adorar a Cristo Eucaristía sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres”.
“No tengáis miedo” dice Jesús a los apóstoles, cuando los envía a predicar el evangelio, a pregonarlo desde las azoteas y a plena luz del día. Y por tres veces, les dice que no tengan miedo. ¿Por qué habían de tenerlo?; ¿acaso predicar el evangelio es una misión peligrosa? Pues, sí: lo es. Lo era entonces y lo es ahora, en nuestros días, incluso en aquellas sociedades en las que se proclaman los derechos humanos y se defiende formalmente la libertad religiosa y la libertad de expresión. Nunca ha habido verdadera libertad de expresión para los auténticos profetas de Dios y de su amor. Jesús fue detenido, juzgado, sentenciado a muerte por el sanedrín y ejecutado en una cruz por los romanos…., sólo por hablar y anunciar a los pobres el evangelio del Reino de Dios. Y lo mismo pasó antes con todos los profetas; así sucedió con Jeremías, que fue denigrado y perseguido por alzar su voz contra el templo y los señores del templo. Y así también tenía que suceder y sucedió después con los apóstoles. Por eso les dijo Jesús que no tuvieran miedo.
Dios, Jesucristo y el Evangelio son una palabra pública. No sólo porque hay que decirla en público y va dirigida a todo el mundo, sino porque atañe, quiérase o no, a la vida pública. Es el anuncio de la buena noticia de Salvación de Dios; pero molesta a los enemigos de la verdad, a los endiosados, a los opresores, a los satisfechos, a los que detentan el poder.
Queridos hermanos: Demos gracias a Dios por tantos dones recibidos: hoy en especial por esta nueva capilla y por nuestra hermanas en sus bodas de oro de profesión religiosa. Pidamos por las vocaciones a la vida consagrada, y hoy de un modo muy especial por las vocaciones a esta Congregación de las Siervas de Jesús, para que este carisma siga presente y vivo en nuestra Iglesia. Y a la Virgen María, la Virgen dolorosa y Salud de los enfermos, le rogamos que os acompañe en vuestra misión, y que con vosotras María entre en los hogares para mostrar a Jesús, el verdadero Salvador y Redentor de cada ser humano.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segobre-Castellón
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