Apertura del curso académico de enfermería en el CEU
HOMILIA EN LA APERTURA DEL CURSO ACADÉMICO DE ENFERMERÍA DE LA UNIVERSIDAD CARDENAL HERRRERA – CEU EN CASTELLÓN
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Capilla de Cristo Rey del Hospital Provincial de Castellón – 21 de octubre de 2008
Hermanos y hermanas en el Señor
Excmo. Sr. Rector Magnífico, Sr. Director Gerente del Hospital, Autoridades, Profesores y Alumnos, Capellanes y Sacerdotes concelebrantes
Con esta Eucaristía inauguramos el Curso Académico 2008-2009 de la Titulación Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia en Castellón. Es el segundo año de este hermoso proyecto de ofrecer una sólida educación y una integral formación a enfermeros y enfermeras con fidelidad al proyecto educativo católico del CEU. Visto con los ojos de la fe y en coherencia con vuestra identidad católica y vocación eclesial, un nuevo curso es siempre un nuevo tiempo de gracia que Dios os ofrece en vuestro trabajo educativo y en vuestra tarea académica. Por eso mismo iniciamos nuestra tarea desde la Eucaristía, centro de la vida y de la actividad de la Iglesia, también centro de la vida de vuestro Centro. Antes de nada nos hemos de dejar conducir por la Palabra de Dios, alimentar por la Eucaristía y fortalecer por el Espíritu, que es el Espíritu de la verdad.
Como centro católico, vuestra actividad se enmarca dentro de la misión de la Iglesia de anunciar la Buena Nueva. Es lo que nos recuerda San Pablo, en la lectura de hoy: como él habéis recibido la gracia de “anunciar la riqueza insondable que es Cristo, y aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo”. (Ef 3,8-12). Como nos ha recordado Benedicto XVI “cada institución educativa católica –también vuestro centro- es -en primer lugar, y sobre todo,- un lugar para encontrar a Dios vivo, el cual revela en Jesucristo la fuerza transformadora de su amor y su verdad (cf. Spe salvi, 4). Esta relación suscita el deseo de crecer en el conocimiento y en la comprensión de Cristo y de su enseñanza. De este modo, quienes lo encuentran se ven impulsados por la fuerza del Evangelio a llevar una nueva vida marcada por todo lo que es bello, bueno y verdadero; una vida de testimonio cristiano alimentada y fortalecida en la comunidad de los discípulos de Nuestro Señor, la Iglesia” (Discurso en el Encuentro con educadores católicos en la Universidad Católica de América, Washington, D.C. 17 de abril de 2008).
La revelación de Dios ofrece a cada generación la posibilidad de descubrir la verdad última sobre la propia vida, sobre el ser humano, sobre el mundo y sobre el fin de la historia. El deber de conocer la verdad última implica a toda la comunidad cristiana y motiva a cada generación de educadores cristianos a garantizar que el poder de la verdad de Dios impregne todas las dimensiones de las instituciones a las que sirven. De este modo, la Buena Noticia de Cristo puede actuar y guiar tanto al docente como al estudiante hacia la verdad objetiva: una verdad objetiva que trasciende lo particular y lo subjetivo, que apunta a lo universal y a lo absoluto y que nos capacita para proclamar con confianza la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). (Cf. Benedicto XVI)
Vuestra Universidad y está Titulación de Enfermería han de ser lugar de búsqueda de la verdad por excelencia. Ante la fragmentación del saber, los cristianos tenemos un principio unificador que es Jesucristo, que muestra la verdad del hombre. Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada, es la verdadera realidad, que permanece cuando el resto de realidades se desvanecen. Sin Dios, como “fundamento de la verdad”, sin Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, los valores, la educación y la formación tienden a convertirse en grandes palabras, construidas sobre tierras arenosas.
La identidad vuestra Universidad no es simplemente una cuestión de nombre o de declaración de identidad católica. Es una cuestión de convicción y de vivencia diaria. Por eso hemos de preguntarnos con Benedicto XVI: “¿creemos realmente que sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, 22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En vuestra universidad ¿es “tangible” la fe? ¿Se expresa en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quiénes somos y de lo que sostenemos.
Por eso, en la búsqueda de la verdad y en la docencia habréis de cuidar con exquisitez la referencia a Dios que se nos ha revelado en Cristo. Y no menos habréis de cuidar en la formación la dimensión ética, que se deriva del Evangelio, recordando que no todo lo científicamente posible es éticamente aceptable. No podemos ser esclavos de la ciencia, ni del relativismo moral imperante.
El conocimiento científico es muy válido en su ámbito, pero también lo son la filosofía, la antropología o la teología. Las ciencias de la salud pueden decir cómo es el hombre, pero no quién es el hombre. Para ello se necesitan otras disciplinas. La fe, que no suplanta a la razón ni está reñida con ella, os ayudará en el camino de búsqueda de la verdad y en vuestra tarea educativa.
Esta Titulación, por su carácter confesional católico, ha de formar cristianamente en favor del derecho a la vida en comunión con el Magisterio de la Iglesia. Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes, 22). En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad el amor infinito de Dios, sino también el valor incomparable de cada persona humana. Por eso, el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.
Por todo ello, pedimos al Señor y oramos al Espíritu de la Verdad que os ilumine y fortalezca a toda la comunidad educativa y a quienes os dedicáis a la ciencia para ser testigos de una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el ‘esplendor de la verdad’, en apoyo del don y del misterio de la vida. En una sociedad en que se extiende la ‘cultura de la muerte’, con vuestra cualificación cultural, con vuestra enseñanza y con vuestro testimonio, podéis contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.
“Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo”, (Mt 5,13-14), escuchábamos en el Evangelio. Vosotros, queridos profesores, sois la sal de la tierra y la luz del mundo en el ámbito de la Universidad.
Vuestra capacidad para sazonar, para dar gusto y sabor como lo hace la sal, os viene de vuestro bautismo, por el que quedasteis transformados al ser sazonados con la vida nueva que viene de Cristo (cf. Rm 6, 4). La gracia bautismal que os ha regenerado, haciéndoos vivir en Cristo y concediéndoos la capacidad de responder a su llamada, es la fuerza por la que no se desvirtuará vuestra identidad cristiana en vuestra tarea docente, y que os ayudará a vivir como profesores cristianos en vuestro modo de vivir, de pensar y de enseñar (cf. Rm 12, 2). Como la sal, medio usado habitualmente para conservar los alimentos, estáis llamados a conservar la fe que habéis recibido en la comunión de la Iglesia y a transmitirla intacta a los demás. Sólo permaneciendo fieles a los mandamientos de Dios, a la alianza que Cristo ha sellado con su sangre derramada en la Cruz, podréis ser los apóstoles y los testigos, buscando y ayudando a buscar el sentido y la plenitud de la existencia.
Como luz del mundo en el ámbito educativo habéis de llevar a Cristo, Camino, Verdad y Vida, a los jóvenes estudiantes, para que su deseo de verdad, impreso en lo más íntimo de cada ser humano, llegue a su plenitud. La luz de Cristo y de su Evangelio ilumina el corazón y dan claridad a la inteligencia. El nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). El encuentro personal con Cristo y su Evangelio iluminan a la persona y su existencia con una nueva luz y proporcionan un nuevo modo de ver el mundo y las personas.
Fieles al espíritu apostólico de vuestro Patrono, San Pablo, os habéis de sentir llamados a propagar el Evangelio a cada persona en particular y en todos los ambientes de nuestra sociedad en los que se juega el destino de los hombres. Que sólo os mueva la certeza de que el Evangelio es la Verdad que salva al hombre y le lleva a la plenitud de la Vida. ¡Que María la Virgen, que supo acoger con fe y obediencia la Palabra de Dios y transmitirla a los demás, sea vuestro modelo en vuestra misión!. ¡Que ella os aliente, os conforte y os proteja! Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe- Castellón
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