Fiesta de la Virgen del Pilar
Castellón, Iglesia de la Stma. Trinidad, 12 de octubre de 2007
Amados hermanos y hermanas en el Señor.
Os saludo de corazón a todos cuantos habéis acudido a esta celebración para mostrar vuestro sincero amor de hijos a la Virgen del Pilar. Saludo cordialmente al Sr. Párroco de la Santísima Trinidad y a los sacerdotes concelebrantes. Saludo con afecto a la Directiva del Centro Aragonés en Castellón y a los Caballeros y Damas de la Virgen del Pilar y a las muy dignas autoridades que nos acompañan.
Con la hermosa y emotiva ofrenda de flores a la Virgen del Pilar antes de la Misa habéis mostrado una vez más el cariño y amor, la fe y devoción de los aragoneses a la Virgen del Pilar. Ahora en esta Eucaristía damos gracias a Dios por María, la Virgen del Pilar, por su patrocinio, guía y protección; agradecemos a Dios todos los dones que nos ha dispensado a través de su intercesión maternal generación tras generación. Esta mañana, miramos, honramos y rezamos a María; ella nos mira y nos acoge con amor de Madre; ella cuida de muestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades. ¿Qué sería de nosotros, de nuestras familias, de Aragón, de España y de Hispanoamérica sin la protección maternal de la Virgen del Pilar en el pasado y en el presente?
La Virgen del Pilar nos remonta a los primeros momentos de la anuncio del Evangelio en nuestra tierra, a las raíces cristianas de Aragón y de España. María, la dichosa por haber creído en la Palabra de Dios y haberla puesto en práctica, ella la primera creyente en la Palabra de Dios, está también con el Apóstol Santiago en el primer anuncio del Evangelio en nuestra Patria. La tradición nos dice que María reconforta y fortalece a Santiago, cansado y abatido a orillas del Ebro, en su difícil tarea de anunciar a Jesucristo entre nosotros. Desde entonces, la Virgen del Pilar es protectora y guía de los creyentes de nuestra tierra y de los pueblos hispanos de América en la tarea de anunciar, acoger y vivir a Cristo, la Palabra de Dios. María nos lleva a Cristo y nos une en la misma fe común en Cristo; una fe que es fuente de unidad y de fraternidad, una fe que es fuente de solidaridad entre las personas y los pueblos, más allá de fronteras nacionales y de egoísmos personales, sociales y regionales.
La Palabra de Dios, que hemos proclamado, subraya el significado de la Virgen del Pilar para todo el pueblo de Dios. María es el Arca de la Nueva Alianza. El Arca de la Antigua Alianza era el lugar por excelencia de la presencia de Dios en medio del pueblo de Israel en su peregrinar por el desierto (1 Cro 15,3-4.16; 16,1-2); María, la Virgen del Pilar, por ser la Madre de Dios, que ha llevado en su seno al Hijo de Dios es el Arca de la Nueva Alianza, es el signo elocuente de la presencia de Dios en nuestro mundo, en medio del pueblo cristiano, en medio de nuestro pueblo aragonés y español. Por ello la Virgen del Pilar es motivo de gozo para toda la Iglesia y para nuestro pueblo.
Como el Arca de la Alianza para el Pueblo de Israel, la Virgen es como “la columna que nos guía y sostiene día y noche en nuestro peregrinaje terrenal”. La columna, el Pilar, sobre el que se aparece y aparece representada la Virgen, es símbolo del conducto que une el cielo y la tierra; el Pilar es la manifestación de las acciones de Dios en el hombre y de lo que el hombre puede cuando da cabida a Dios en su vida, cuando se sitúa bajo la acción de Dios. El Pilar es signo y soporte de lo sagrado, el fundamento y soporte de la vida y del mundo, el lugar donde la tierra se une con el cielo, el eje a cuyo alrededor ha de girar la vida cotidiana si quiere ser verdaderamente humana.
María es la puerta del cielo, por ser la mujer escogida por Dios para venir a nuestro mundo. En ella la tierra y el cielo, Dios y el hombre, se han unido para siempre en Jesucristo. En El se desvela quien es el hombre, el mundo y la historia humana, cuál es nuestro origen y nuestro destino, cuál es el fundamento de nuestra existencia, que no son otros sino Dios mismo.
“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”, dice Jesús en el evangelio de hoy (Lc 11, 27-28). María es bienaventurada por ser la Madre de Dios, por haberle llevado en su seno, por haberle amamantado con sus pechos. Pero, es, sobre todo, dichosa y bienaventurada por haber creído, por ser la primera creyente: creyó que aquel que llevaba en su seno era el Hijo de Dios, creyó en su Palabra y la puso en práctica. María se convierte así en pilar de la Iglesia; en torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos en su esfuerzo por edificar el Reino de Dios día a día, siendo testigos de su amor.
“¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”, nos dice Jesús hoy a nosotros (Lc11, 27-28). Jesús nos invita a avivar nuestra fe, a acoger con fe su Palabra, a llevar una vida coherente con la fe que profesamos. De poco o nada serviría nuestra devoción a la Virgen del Pilar si no nos lleva a Cristo, si no nos lleva a Dios. El Señor nos llama y no invita hoy de nuevo a una renovación profunda de nuestra fe y vida cristiana, personal, familiar y comunitaria. La fe cristiana y la devoción a la Virgen del Pilar, que hemos heredado, son un tesoro, pero necesitan ser interiorizadas, pasadas por el corazón, impregnadas por la experiencia creyente, y vividas con gozo y sano orgullo, sin miedos ni vergüenzas para que los cristianos lleguemos a ser verdaderos creyentes y testigos.
La fe cristiana y la devoción a la Virgen del Pilar no son ni pueden quedarse en un sentimiento pasajero. No nos avergoncemos de ser cristianos. La fe cristiana no es algo del pasado. Cristo Jesús, el Hijo de María, vive porque ¡ha resucitado! La fe cristiana no es un sentimiento subjetivo y volátil, propio de personas débiles o pusilánimes. La fe cristiana es creer en Dios y creer a Dios, que viene a nuestro encuentro en Cristo de manos María, la Virgen del Pilar. Antes de nada creemos en Cristo y creemos a Cristo Jesús. Antes de nada, la fe cristiana es una fe personal, basada en la experiencia de un encuentro personal con Dios en Cristo Resucitado. Esta experiencia de fe implica no sólo el asentimiento de nuestra mente sino que compromete nuestros afectos, nuestros valores y nuestra voluntad.
La fe cristiana, si es verdadera, lleva a asumir como propios los valores, las actitudes y los comportamientos de Cristo y a actualizarlos en nuestra concreta situación de vida. No es asunto exclusivo de la conciencia, de la vida íntima y privada. La fe transforma y ha de transformar la existencia en todas sus dimensiones: en la esfera personal y en la familiar, en la esfera laboral y en la pública. Intentar separar o excluir nuestra fe cristiana del ámbito laboral, social o público sería vivir o pedir que neguemos nuestra propia identidad en parcelas importantes de nuestra vida “¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen!”.
Ser creyente en Cristo es trabajar para que la Buena Nueva del Amor de Dios llegue a todos. Cristo quiere darse a conocer a través de los creyentes, de su palabra y de su testimonio de vida. Este deseo de Cristo se corresponde con los deseos y necesidades más profundos de los hombres y mujeres de todos los tiempos, también de los de nuestra época. Tales deseos se ocultan debajo de una cultura que quiere vivir al margen de Dios.
La experiencia nos muestra y nos demuestra que una sociedad, que se cierra y excluye a Dios se vuelve más inhumana. Porque la igualdad fundamental de las personas, la inalienable dignidad de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural, la verdadera libertad del individuo frente a las manipulaciones de los poderosos, la defensa del débil, la protección y salvaguardia de la naturaleza son valores que tienen su origen en última instancia en Dios, revelado en Cristo. Es esta una fe que ha arraigado en nuestro pueblo y se ha mantenido viva a través de los siglos. Y un pueblo que olvida su pasado, pone en peligro su futuro. Por bien del hombre, de nuestra sociedad y de nuestro pueblo es hora de volver a hablar de Dios y de contar con su presencia en nuestra vida; en una sociedad cada día más excluyente de Dios es hora de anunciar sin miedo a Cristo, de avivar las raíces cristianas de nuestro pueblo. Nuestra herencia cristiana y nuestra devoción a la Virgen del Pilar no pertenecen a la arqueología; tampoco son un fardo que obstaculice el camino hacia el progreso, sino que son el mejor capital que poseemos.
La Fiesta de la Virgen del Pilar nos invita mirar a la Virgen María, para como ella, volver a creer en Cristo y vivir el Evangelio. La Fiesta de hoy nos invita tomar a María, la Virgen del Pilar, como modelo, estrella y guía en la obra siempre nueva de anunciar y vivir a Cristo, de fundamentar nuestra vida, nuestro trabajo en Dios, y de ofrecer a nuestra sociedad al Dios, que se nos ha revelado en Cristo y ha nacido de María. María fue la creyente por excelencia, que supo vivir en la esperanza y el amor a Dios y al prójimo. Como ella hemos de reavivar la fe, la esperanza y la caridad cada uno de los miembros de nuestra Iglesia, para que desde una fe viva pueda ser realmente evangelizadora.
Recordemos también hoy al Cuerpo de la Guardia Civil, en el día de su Patrona. Pidamos al Señor, que María, la Virgen del Pilar, la siga protegiendo en su trabajo de servicio a nuestro pueblo: un trabajo necesario para el bien común de nuestra sociedad.
¡Que la Virgen del Pilar nos ilumine y proteja a todos los fieles cristianos de España en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe- Castellón
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