Lecturas y evangelio de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, patrona de España, y homilía de san Juan Pablo II
NOTA IMPORTANTE
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, atendiendo una solicitud de la Conferencia Episcopal Española, ha dispensado de la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, por lo que en España se celebra este domingo dicha solemnidad. Para ello, y con el fin de no perder el sentido del domingo II de Adviento, debe observarse lo siguiente:
- La segunda lectura de la Misa debe ser la del segundo domingo de Adviento.
- En la homilía debe hacerse mención al Adviento.
- En la Oración Universal se debe hacer, al menos, una petición con el sentido del Adviento, y concluir con la Oración colecta del domingo II de Adviento.
PRIMERA LECTURA. Génesis 3, 9-15. 20
Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo: «¿Dónde estás?». Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?». Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?». La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí». El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ella te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón». Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Salmo: Sal 97, 1. 2-3ab. 3c-4
R. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
SEGUNDA LECTURA. Romanos 15, 4-9
Hermanos: Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús; de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito: «Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre».
Aleluya Cf. Lc 1, 28. 42
R. Aleluya, aleluya, aleluya
Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo,
bendita tú entre las mujeres. R.
EVANGELIO. Lucas 1.26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
HOMILÍA DE SAN JUAN PABLO II
«¿Dónde estás?» «… me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí» (Gén3, 9-10).
La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos lleva, en primer lugar, al libro del Génesis. Inmaculada Concepción significa inicio de la vida nueva en la gracia. Significa liberación radical del hombre del pecado. Desde el primer momento de su concepción, María estuvo libre de la herencia del primer Adán.
Siguiendo esta lógica, la liturgia de hoy nos muestra, antes que nada, a Adán y el comienzo de esta herencia, que ha sido, después, la herencia del pecado y de la muerte.
He aquí a Adán, que caminaba antes con toda sencillez delante de Dios, mas que, después del pecado, tiene necesidad de esconderse de la presencia de ese mismo Dios: «oí tu ruido…. y me escondí» (ib.).
Efectivamente, la realidad del pecado es más potente. Adán llega a ser consciente de ello y de aquí precisamente nacen su miedo y su vergüenza. Nada puede quedar escondido a los ojos de Dios, ni el bien ni el mal. A los ojos de Dios el pecado del primer hombre no podía permanecer oculto.
También lo que acontece en Nazaret de Galilea tiene lugar en la presencia de Dios. Dios está en todas partes. Su presencia lo abarca todo. Sin embargo, en este momento, está allí de un modo particular: en Nazaret, en la casa de una Virgen, cuyo nombre es María.
También Ella se turbó ante las palabras del Mensajero divino. Pero se trata de un temor distinto del que nos refiere el libro del Génesis: «Oí tu ruido…. y me escondí». También María oye la voz de Dios en las palabras de Gabriel. No busca, sin embargo, un escondite. Va al encuentro de estas palabras con sencillez y entrega total.
Va al encuentro de Dios, que la visita, y entra, al mismo tiempo, en la profundidad de Sí misma. «Se preguntaba qué saludo era aquél» (Lc 1, 29). La Virgen se pregunta… y cuando —con la ayuda de la explicación del Ángel del Señor— llega a comprender, responde: «…hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38).
La liturgia de la solemnidad de hoy pone ante nuestros ojos estas dos imágenes. Descubrimos en ellas el contraste fundamental del pecado y de la gracia.El alejamiento de Dios y el retorno a Dios. Rechazo y salvación.
No se logra describir bien este contraste. Ningún cuadro visible, ninguna descripción sensible es capaz de reproducir el mal del pecado, pero tampoco logra reproducir la hermosura de la gracia, el bien de la santidad.
La liturgia, pues —como toda la Revelación— nos conduce a través de lo visible a lo invisible. Es el camino sobre el cual tiende el hombre continuamente hacia el encuentro con Aquél que «habita una luz inaccesible» (1 Tim 6, 16).
Sin embargo, en este camino por el que nos conduce la liturgia de la solemnidad de hoy, la diferencia entre lo que está escrito en el capitulo 3 del Génesis y lo que leemos en el Evangelio de San Lucas se hace completamente clara. Más que una diferencia, es una contraposición: es el cumplimiento de esta «enemistad» a la que se refieren las palabras del Proto-evangelio: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya» (Gén3, 15).
Estas palabras del libro del Génesis constituyen un preanuncio. En el Evangelio encuentran su cumplimiento. He aquí que esta «Mujer» está delante del mensajero de Dios y escucha: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35)… «su estirpe». Y María responde: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi…» (Lc 1. 38).
De tal modo la liturgia de la solemnidad de este día nos acerca a la comprensión del misterio de la Inmaculada Concepción.Este acercamiento nos lo permite, en primer lugar, la imagen del pecado al comienzo de la historia del hombre —la imagen del pecado original— y, después, las palabras que escucha la Virgen de Nazaret en el momento de la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia» (Lc1, 28).
Pero la lógica de la Revelación divina, que es, al mismo tiempo, la lógica de la Palabra de Dios, en la liturgia de hoy, va más allá.
Ved que leemos en la carta del Apóstol Pablo a los Efesios: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… (que) nos eligió en la persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante El» (cf. Ef 1, 34).
Así, pues, para acercarnos al misterio de la Inmaculada Concepción de María hay que trascender los umbrales del pecado original, sobre el que nos habla el libro del Génesis. Es más; hay que trascender los umbrales de la historia del hombre. Colocarse más allá.
Es necesario situarse antes del tiempo, «antes de la creación del mundo», y volverse a encontrar en la inescrutable «dimensión» de Dios mismo. En cierto sentido, «en la dimensión pura» de la elección eterna, con la que todos somos abarcados en Jesucristo: en el Hijo Eterno-Verbo, que se hizo carne al llegar la plenitud de los tiempos. Y en El somos elegidos para la santidad, es decir, para la gracia: «para que fuésemos santos e inmaculados ante El».
¿Quién ha sido elegido mejor y más plenamente que Aquella a la que el Ángel saludó con las palabras «llena de gracia»? ¿No es Ella la preelegida más plenamente entre todos los hombres, descendientes del primer Adán, para ser «santa e inmaculada» ante Dios?
En el espíritu propio de esta lógica de la Revelación, que es al mismo tiempo la lógica de nuestra fe, la Iglesia enseña que María, en previsión de los méritos de su Hijo, Redentor del mundo, fue concebida por padres terrenos libre de la herencia del pecado original, libre de la herencia de Adán. Ha sido redimida por Cristo de manera sublime y excepcional, como ha confirmado el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 53).
Precisamente este misterio lo profesamos hoy, 8 de diciembre, en el periodo de Adviento. Lo profesamos y, al mismo tiempo, nos recogemos alrededor de la Inmaculada Madre del Redentor llamándola con gozosa veneración: «Alma Redemptoris Mater». Y el tiempo de Adviento pone en particular evidencia lo que este misterio significa en los caminos de los eternos destinos de Dios. En estos caminos, por los que Dios no se cansa de acercarse al hombre. Venir a El… precisamente esto significa «Adviento». Porque: «en el amor, El nos ha destinado en la persona de Cristo a ser hijos suyos» (cf. Ef 1, 4-5).
Basílica de Santa María la Mayor. Martes, 8 de diciembre de 1987
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