Apertura del primer curso académico en Castellón de la Titulación de Enfermería
Capilla de Cristo Rey del Hospital Provincial de Castellón – 17 de octubre de 2007
Hermanos y hermanas en el Señor
Con esta Eucaristía y el Acto Académico posterior inauguramos el primer Año Académico en Castellón de la Titulación Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia. La sociedad castellonense está hoy de enhorabuena por la ampliación de la oferta de estudios universitarios en la Ciudad, y en concreto de los estudios de enfermería; la sólida e integral formación de enfermeros y enfermeras en este Centro, fiel al proyecto educativo del CEU, beneficiará con toda seguridad a los ciudadanos en el cuidado de su salud integral, como ocurre ya en otros lugares de la geografía española.
También nuestra Iglesia diocesana se considera agraciada y enriquecida por este Centro Universitario. Como Obispo, Padre y Pastor de esta Iglesia que peregrina en Segorbe-Castellón, doy gracias a Dios por este nuevo don a nuestra Iglesia y agradezco a la Asociación Católica de Propagandistas, a la Fundación CEU y a la Universidad CEU Cardenal Herrera sus esfuerzos para establecerse en nuestra Ciudad en el ejercicio de la libertad de enseñanza y de la creación de centros de estudio superiores reconocidas en nuestra Constitución. Ruego a Dios para que esta Titulación sea la puerta de una presencia aún mayor en la formación universitaria de las futuras generaciones desde un planteamiento confesional católico, como es propio del CEU y de la Asociación Católica de Propagandistas que la sustenta. Agradezco también a las Instituciones públicas y privadas, en especial al Hospital Provincial, la colaboración prestada para hacer realidad este Título de Enfermería en la Ciudad.
En la apertura de esta Titulación en Castellón considero oportuno resaltar brevemente algo que pertenece a sus señas de identidad como Centro del CEU. Recordemos que la Asociación Católica de Propagandistas nació con la vocación de contribuir a la mejora de las instituciones y estructuras sociales desde una clara inspiración en el humanismo cristiano y al servicio del bien común, la pluralidad y el compromiso social. Desde este planteamiento se crearon en el ámbito de la educación el Centro de Estudios Universitarios en 1933 y el resto de los centros en años posteriores.
Desde el año 2005, el CEU y cuantos centros lo integran se proponen la promoción activa de la formación de las personas que conformarán la sociedad del futuro. Para ello el CEU ofrece una formación equilibrada, consciente del entorno personal y medioambiental, a través de la integración de los valores y virtudes humanos, reflejados en la ética, en la moral natural y en el sentido cristiano de la vida. Se trata pues, de ofrecer una formación cristiana y humana, con espíritu de servicio y afán de saber.
Como Obispo de esta Iglesia de Segorbe-Castellón oro a Dios para que esta Titulación de Enfermería, fiel al proyecto educativo del CEU, promueva la formación cristiana, humana y profesional de enfermeros y enfermeras con exigencia intelectual, excelencia académica y con una visión trascendente del hombre. No espero ni pido nada ajeno al propio planteamiento del CEU; él mismo se propone como los valores más significativos en sus centros educativos la educación católica de los jóvenes con criterios de apertura y búsqueda de la verdad, en un ámbito en el que primen el respeto, la solidaridad y la cercanía; la concepción integral del hombre, en la que la libertad realizada en la verdad se convierte en la dimensión esencial; la búsqueda del rigor, la exigencia y la excelencia académica en la actividad de toda la comunidad educativa; y finalmente la profesionalidad y eficacia,
Un quehacer diario de toda la comunidad educativa –de alumnos, profesores y administrativos- en estos valores será el mejor servicio que vuestro Centro puede prestar a la sociedad actual. No se trata tan sólo de formar buenos y eficaces profesionales, buenos técnicos de enfermería; se trata antes de nada de formar en el ser enfermeros, con una visión trascendente de la vida y de la persona, de la propia y de los futuros pacientes, con una visión de la dignidad sagrada e inviolable de toda persona desde su concepción hasta su muerte natural.
San Pablo, en la lectura de hoy, nos previene ante una visión inmanente y materialista de la vida y de la persona, ante una comprensión de la existencia cerrada a Dios, a su amor y a su vida: “Hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo; su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Solo aspiran a cosas terrenas” (Filp 3,17 -4, 1)
Bien sabemos que el problema central de nuestro tiempo es la ausencia, el olvido de Dios. El secularismo y el laicismo ideológico imperantes conducen a la sociedad actual –sobre todo a la europea– a marginar a Dios de la vida humana. Una de sus graves consecuencias es que arrastran a muchos a la ruptura de la armonía entre fe y razón que tanto alcance tiene, y a pensar que sólo es racionalmente válido lo experimentable y mensurable, o lo susceptible de ser construido por el ser humano.
La concepción antropológica que de aquí se deriva es la de un hombre totalmente autónomo, que se convierte en criterio y norma del bien y del mal, un hombre cerrado a la trascendencia, un hombre cerrado en su yo y en su inmanencia. Dios ya no está presente en la solución de los problemas del hombre.
Pero el silencio de Dios, de su presencia, de su verdad y de su providencia sabia y amorosa abre el camino a una vida humana sin rumbo y sin sentido, a proyectos que acortan el horizonte y se cierran en intereses inmediatos, a idolatrías de distinto tipo. La ausencia de Dios en la vida social trae consigo consecuencias inhumanas, como son la pérdida progresiva del respeto a la dignidad de toda persona humana, o la absolutización de la ley política al desvincularla de la ley natural.
El silencio de Dios en nuestra cultura está llevando a la muerte del hombre, al ocaso de la dignidad humana. Cuando se reduce al hombre a su dimensión material e intramundana, cuando se le expolia de su profundidad espiritual, cuando se elimina su referencia a Dios, se inicia la muerte del hombre. Recuperar por el contrario a Dios en nuestra vida lleva a la defensa del hombre, de su dignidad, de su verdadero ser y de sus derechos, y del primer derecho fundamental, el derecho a la vida. Los derechos humanos tienen su fundamento último en Dios. Las leyes no los crean, las leyes los reconocen y protegen ante la permanente tentación de ser conculcados. La dignidad de toda persona humana y sus derechos inalienables proceden de la gratuidad absoluta del amor de Dios creador y redentor.
La Universidad, está Titulación de Enfermería, son lugar de búsqueda de la verdad por excelencia. Sin Dios, como “fundamento de la verdad”, sin Cristo, la Verdad, los valores, la educación, los derechos fundamentales tienden a convertirse en grandes palabras. Esta Titulación, por su carácter confesional católico, ha de formar cristianamente en favor del derecho a la vida. Es un derecho que debe ser reconocido por todos, porque es el derecho fundamental con respecto a los demás derechos humanos. En el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política.
“Los creyentes en Cristo deben, de modo particular, defender y promover este derecho, conscientes de la maravillosa verdad recordada por el concilio Vaticano II: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes, 22). En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios, que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada persona humana” (ib.). Por eso, el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.
Por eso, pedimos al Señor y oramos al Espíritu de la Verdad que os ilumine y fortalezca a toda la comunidad educativa y a quienes os dedicáis a la ciencia para ser testigos de una conciencia verdadera y recta, para defender y promover el ‘esplendor de la verdad’, en apoyo del don y del misterio de la vida.. En una sociedad a veces ruidosa y violenta, con vuestra cualificación cultural, con la enseñanza y con el ejemplo, podéis contribuir a despertar en muchos corazones la voz elocuente y clara de la conciencia.
Como cristianos somos conscientes de que la luz de Cristo debe brillar en el mundo y su sal vivificarlo. Vivimos de la certeza de que el cristiano es, al mismo tiempo, ciudadano del cielo y miembro activo de ciudad terrena y de que, por tanto, debe vivir la unidad de vida que el Concilio Vaticano II y el Magisterio Pontificio propone para que seamos los testigos convincentes del Evangelio en aquellos campos propios de la vocación seglar en los que el hombre necesita la luz del discernimiento y la fuerza para trasformarlos según el espíritu del Evangelio.
Fieles al espíritu apostólico de vuestro Patrono, San Pablo, os habéis de sentir llamados a propagar el Evangelio a cada persona en particular y a todos los ambientes de nuestra sociedad en los que se juega el destino de los hombres. Que sólo os mueva la certeza de que el Evangelio es la Verdad que salva al hombre y le lleva a la plenitud de la felicidad. Amén
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe- Castellón
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