La fe: don gratuito de Dios
Queridos diocesanos:
Recién comenzado el Año de fe, que nos invita a redescubrir la fe, es bueno recordar que la fe es un don gratuito de Dios. La fe, en efecto, no se debe a nuestro esfuerzo, ni es el resultado de nuestra búsqueda. Nosotros anhelamos y buscamos. Pero “creer” es regalo de Dios. La fe nace y se alimenta de su gracia. Dios está ahí desde el comienzo. La persona sólo inicia su movimiento hacia Dios porque, desde el primer momento, Dios está en el fondo de su ser, atrayéndola hacia su propio Misterio. Es su presencia amorosa la que origina y sostiene su itinerario hacia Dios. Buscamos a Dios, pero él “no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,27-28). Sin su luz, aunque sólo sea bajo forma de preguntas que brotan en el corazón humano, nadie buscaría su rostro. Sin su presencia, percibida oscuramente en el fondo de la conciencia, nadie daría paso alguno hacia Él.
Todos, lo sepamos o no, estamos habitados por esta presencia de Dios. Aun el más indiferente o el más incrédulo, vive envuelto por la gracia de Dios que lo acoge y lo ama sin fin. Dios no fuerza ni coacciona. Sólo se ofrece, sin retirar nunca su amistad. Ni siquiera el pecado destruye su presencia; sólo impide que nos abramos a ella. Dios se ofrece y nos busca permanentemente a través de personas, experiencias y acontecimientos que nos interpelan y nos atraen hacia él.
Por eso, el esfuerzo de la persona que busca la verdad y quiere creer no se dirige a “conseguir” a Dios. Se orienta, más bien, a hacerse disponible, a escuchar y acoger, a sintonizar con la llamada que se le hace, a dejarse encontrar por Dios y su amor. Se trata de reconocer a Dios y su presencia: “Dios estaba ahí, y yo no lo sabía” (Gn 28,16). Quien se orienta hacia Dios vive una experiencia difícil de explicar, pero cada vez más inconfundible. Busca, pero sobre todo es buscado. Llama, pero sobre todo es llamado. Da pasos, pero atraído y conducido por Dios. No es él la fuente de la búsqueda. Lo que mejor define su postura es la acogida.
La fe no es el resultado de nuestras investigaciones, sino que brota siempre de una confianza cada vez más viva que Dios mismo va despertando al revelarse en nosotros. Por eso, para creer, lo importante es ponerse ante Dios, y acoger su amor y su llamada. La fe no es tampoco una decisión que tomamos convencidos por el testimonio o la argumentación de otros creyentes; estos sólo pueden ayudarnos e invitarnos a escuchar al que está ya presente en nosotros. Lo decisivo es el encuentro con Dios en Jesucristo. Este es el camino para despertar y reavivar nuestra fe.
La fe es pues un don gratuito que hemos de agradecer. No es una conquista, algo exigible a lo que tenemos derecho porque nos lo hemos merecido. La fe nos viene dada, es regalo de Dios. Esto no quiere decir que Dios la ofrece arbitrariamente a unos y la niega a otros. Todo hombre ha sido creado por Dios y lleva dentro de sí una llamada a buscarlo y encontrarlo. Sin ese encuentro, no se salva como hombre. Por eso, hemos de decir que Dios, siendo gratuito, es lo más precioso y necesario para el ser humano, pues es su alegría, su plenitud y su salvación. Así nos lo muestran las palabras del Ángel Gabriel a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”; y la respuesta de la Virgen: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 28.38).
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón