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Es tu Iglesia – Pon la X en la Declaración de la Renta

29 de abril de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En este tiempo pascual escuchamos una y otra vez las palabras de Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). La fuerza y la eficacia de esta misión de nuestra Iglesia descansan en último término en Dios, que la sostiene por medio de Jesucristo y por la fuerza del Espíritu Santo. Pero el Señor Jesús puso la tarea ingente de la evangelización en manos de los Apóstoles y en manos de su Iglesia, que formamos todos los cristianos. La misión de nuestra Iglesia corresponde, pues, a todos los bautizados: todos estamos llamados a una colaboración activa y responsable en dicha misión. Una colaboración que comienza con una vida de fe personal y comunitaria, coherente y testimoniante, que pasa por la implicación en las tareas de la Iglesia y que incluye también nuestra colaboración económica.

Nuestra Iglesia, que no es de este mundo pero está en el mundo, necesita de medios humanos y de recursos económicos para poder llevar a cabo su misión: para las actividades pastorales con adultos, jóvenes y niños, para la atención espiritual y humana a todo aquél que lo necesita, para el culto, para el mantenimiento de los templos, para la atención de numerosos servicios caritativos, para la remuneración de los sacerdotes, religiosos y seglares. La labor religiosa y espiritual de la Iglesia, ya de por sí de gran significado social, lleva además consigo otras funciones sociales: la enseñanza; la atención a los ancianos y los discapacitados, la acogida de los inmigrantes, la ayuda personal e inmediata a quienes la crisis económica está poniendo en graves dificultades o los misioneros en los lugares más pobres de la tierra. Todo ello surge de las vidas entregadas y de la generosidad suscitada en quienes han encontrado su esperanza en la misión de la Iglesia. Con poco dinero, y gracias a la generosidad de millones de personas en todo el mundo, la Iglesia sigue haciendo mucho por tantos que todavía necesitan tanto. Son muchas las necesidades de nuestra Iglesia para cumplir su misión, para seguir haciendo el bien

Desde 2008, el sostenimiento de la Iglesia depende exclusivamente de los católicos y de todas aquellas personas que reconocen la labor de la Iglesia. Todo católico debe sentir el deber de ayudar a su Iglesia en sus necesidades y de colaborar económicamente con ella. Desde la primera comunidad cristiana, la financiación de la Iglesia ha dependido siempre de la colaboración económica de sus fieles.

Estamos en el periodo de la Declaración de la Renta. Una forma sencilla, pero necesaria, de colaborar con tu Iglesia es poner la X en la Declaración de la Renta, impresa o digital, en la casilla correspondiente a la Iglesia católica. Un 0,7 por ciento de los impuestos se dedicará así a la ingente labor que la Iglesia desarrolla. Este sencillo gesto no le supone a nadie ni pagar más, ni que le devuelvan menos. Si se quiere marcar la casilla llamada “Fines sociales” es posible hacerlo al mismo tiempo que se marca la de la Iglesia. El Estado dedicará entonces un 0,7% a esos “fines” y un 0,7% a la Iglesia.  No cuesta nada poner la X en la Declaración de la Renta y rinde mucho. También hay que poner la X si sale a devolver, porque tampoco nos van a devolver menos. Nos hemos de preocupar personalmente de poner la X o, si nos hacen la declaración, nos hemos de asegurar de que se ponga. Muchas gracias en nombre de tu Iglesia.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Testigos del Resucitado

22 de abril de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

¡Cristo ha resucitado verdaderamente. Aleluya! Con este saludo pascual, los cristianos mostramos nuestra alegría porque Cristo ha resucitado. En su Pascua ha triunfado definitivamente la Vida sobre la muerte, el amor misericordioso de Dios sobre el pecado, y el perdón y la paz de Dios sobre el odio humano y su poder destructor.

Una nueva humanidad es posible, porque Cristo Jesús ha resucitado y lo ha hecho por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su muerte redentora y su vida gloriosa es un inagotable tesoro, que se ofrece a todos los hombres de todos los tiempos. Todos sin distinción estamos llamados a participar de la fuerza regeneradora de la resurrección del Señor. Cristo resucitado es la luz del mundo que abre caminos de esperanza a toda la humanidad. Cristo muerto y resucitado abre horizontes de eternidad al ser humano. Porque Cristo Jesús ha resucitado sabemos que nuestro destino no es la tumba: Si Cristo ha resucitado, todos nosotros resucitaremos, nos recuerda S. Pablo (1 Cor 6, 14), y ello fundamenta nuestra esperanza, de modo que podamos vivir con el gozo del Espíritu.

Por el bautismo, los bautizados hemos renacido a la nueva Vida del Resucitado: es como una semilla implantada en el bautizado, que es fuerza de transformación y, germinalmente, la gracia de nuestra futura resurrección; es una semilla, destinada a crecer y dar forma y color a toda la existencia del bautizado. “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios…” (Col 3,1-2).

La Pascua llama a todos los bautizados a avivar el propio Bautismo, por el que  hemos sido transformados en nuevas criaturas. Nuestra alegría pascual será verdadera si nos encontramos de verdad con el Resucitado en lo más profundo de nuestra persona; si nos dejamos llenar de su Vida y de su Paz; es esa Vida y esa Paz que vienen de Dios y generan Vida y Paz entre los hombres. El  encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación.

Celebrar de verdad la Pascua nos lleva necesariamente al testimonio. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos vivos de la resurrección de Jesús. Como lo fue un sucesor suyo y Obispo de nuestra Diócesis, Mons. José María Cases -según me refieren quienes lo conocieron-, que falleció hace ya 10 años. Así también los cristianos hemos de ser testigos del Señor Resucitado. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir de palabra y por el testimonio de las buenas obras la Buena Noticia de que en la resurrección de Cristo han sido vencidos definitivamente el pecado y la muerte, el odio y el egoísmo.

La caridad de Cristo nos apremia a los bautizados a dar testimonio del Resucitado, Vida para el mundo, ante una ‘cultura de la muerte’ que se extiende como una mancha de aceite en nuestra sociedad y mata toda esperanza. Demos testimonio con una vida honesta, honrada y sin doblez. A lo largo de dos mil años, los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y fidelidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes. Lo espera una sociedad necesitada de una regeneración espiritual y moral profunda.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Inscribir a la clase de Religión

15 de abril de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Los centros educativos abrirán en breve el periodo de inscripción de los alumnos para el próximo curso escolar. Recuerdo, una vez más, a los padres católicos que son ellos quienes han de pedir expresamente la inscripción de sus hijos a la asignatura de religión y moral católica. Son ellos quienes han de hacerlo; es un derecho que les asiste. Pero además es su responsabilidad como padres católicos. Ellos son los primeros educadores de sus hijos, también de su formación cristiana y de su educación en la fe y desde la fe. A ello se comprometieron ante la Iglesia y ante sus hijos, cuando pidieron el bautismo para sus hijos.

Cierto que los padres no tienen fácil ejercer este derecho que les asiste a la hora de inscribir a sus hijos a la clase de religión. La misma legislación ha venido poniendo trabas a la clase de religión al no equipararla al resto de las asignaturas fundamentales como está acordado con la Santa Sede, para concretar el derecho constitucional de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones religiosas. Además es clara la discriminación que sufren los alumnos que cursan esta asignatura cuando no existe una verdadera alternativa a la clase de religión para el resto de los alumnos; una discriminación que aumenta cuando la clase de Religión se pone al comienzo o al final del horario escolar. Según me indican los mismos padres y alumnos, en algún colegio público se intenta disuadir a los padres que piden religión para sus hijos y existen profesores que se mofan de ellos porque cursan esta asignatura. Ante esta situación antidemocrática, sacerdotes, profesores de religión y profesores cristianos, catequistas hemos de ayudar a los padres católicos para que valoren la clase de religión y no se dejen amedrentar por los intentos de que sus hijos no reciban formación religiosa en la escuela o por la facilidad de tener una asignatura menos.

Todos hemos de trabajar para que los padres católicos puedan ejercer su responsabilidad de educar a sus hijos en la fe cristiana; y también para que sus hijos reciban la formación religiosa en la escuela, sin limitaciones y sin coacciones de distinto tipo.  No olvidemos que la formación religiosa se realiza por diversos cauces, entre los que destacan la familia, la parroquia y la escuela; todos ellos tienen objetivos y medios diferentes. Y todos son necesarios.

La formación religiosa en la escuela no es un privilegio ni un añadido artificial a la formación humana, cultural y técnica. La enseñanza religiosa es fundamental para la formación integral de los alumnos, que no puede excluir la dimensión trascendente y religiosa connatural a toda persona. Además ayuda a conocer y comprender la propia cultura y es fuente de valores y referente que da sentido a la vida. Al proyectar su luz sobre todas las áreas del pensamiento da unidad a todo el desarrollo y maduración de la persona desde la libre adhesión a la Palabra de Dios. Además promueve el diálogo con la cultura y la convivencia fundada en el reconocimiento de los derechos y deberes de la persona, en el respeto a las convicciones morales y religiosas del prójimo y en el servicio a la causa de la justicia.

Padres: inscribid a vuestros hijos a la clase de Religión. Y ayudadles a valorar esta enseñanza como imprescindible en su desarrollo personal, intelectual y cultural.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Cristo ha resucitado

8 de abril de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Un año más, en la mañana de Pascua resuena el anuncio antiguo y siempre nuevo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!”. Es la Pascua de la Resurrección del Señor. Cristo Jesús ya no está en la tumba, en el lugar de los muertos. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya “no está aquí”, en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. Cristo ha resucitado. El Ungido ya perfuma el universo y lo ilumina con nueva luz.

¡Cristo ha resucitado! Esta es la gran verdad de nuestra fe cristiana. Aquel, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente, triunfando sobre el poder del pecado y de la muerte. Ante quienes niegan la resurrección de Cristo o la ponen en duda hay que afirmar con fuerza que la resurrección de Cristo es un acontecimiento histórico y real que sucede una sola vez y una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos: Jesús vive ya glorioso y para siempre. La resurrección de Jesús no es fruto de una especulación o de una experiencia mística, ni una historia piadosa o un mito; es un acontecimiento que sobrepasa la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.

La Pascua de Cristo es la verdadera salvación de la humanidad. Si Cristo, el Cordero de Dios, no hubiera derramado su Sangre por nosotros y no hubiera resucitado, no tendríamos ninguna esperanza: la muerte sería inevitablemente nuestro destino y el pecado, la división, el odio, el egoísmo, la avaricia y el poder del más fuerte tendrían sin remedio la última palabra en la vida de los hombres. Pero la Pascua ha invertido la tendencia: la resurrección de Cristo es una nueva creación: es la nueva savia, capaz de regenerar toda la humanidad. Y por esto mismo, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, a todo deseo y proyecto de cambio y progreso verdaderamente humanos. La última palabra no la tienen ya la muerte, el pecado, el mal o la mentira, sino la Vida, la Verdad y la Belleza de Dios.

Cada bautizado participa ya por el Bautismo de la muerte y resurrección del Señor y está llamado a vivir y a dar testimonio de la salvación en Cristo, a llevar a todos el fruto de la Pascua, que consiste en una vida nueva, liberada del pecado y restaurada en su belleza originaria, en su bondad y verdad. A lo largo de dos mil años, los santos han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. Vivamos también hoy los cristianos con alegría y radicalidad el misterio pascual difundiendo su fuerza renovadora en todas partes. Será el mejor testimonio de nuestra fe en la resurrección de Cristo; será también nuestra mejor contribución a la regeneración profunda que necesita nuestra sociedad, que ha de basarse en una conversión espiritual y moral, si se quiere superar la profunda crisis actual.

Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Caminemos con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo. Feliz Pascua a todos.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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La Semana más grande

1 de abril de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Entre todas las semanas del año, la Semana Santa es la más importante, la Semana más grande para los cristianos. La llamamos ‘santa’ porque está santificada por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia. La Iglesia y todos los cristianos, al celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifican y renuevan.

La liturgia de estos días nos permite adentrarnos en los misterios de la vida de Cristo y, a través de ellos, conducir nuestra existencia de la muerte a la vida. Toda la liturgia está centrada en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. Por eso, los días de la Semana Santa cobran una especial importancia para todos nosotros y se nos invita a vivirlos con intensidad.

Debemos entrar en esta Semana con un espíritu de recogimiento interior para seguir durante estos días con fe las huellas de nuestro Maestro. Las narraciones de la Pasión cobrarán así nueva vida; es como si los hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Paso a paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús recorrió durante los últimos días de su vida mortal. La lectura de la pasión nos muestra cómo Jesús se va quedando más solo cada vez. Una multitud le aclama durante su entrada en Jerusalén: después quedan sólo los apóstoles para celebrar la Ultima Cena; tres de ellos lo acompañan en la oración del huerto, cuando Jesús ya se retira para rezar solo, y en el momento del prendimiento todos huyen. Junto a la cruz permanecen la Virgen, el discípulo amado y dos mujeres más.

Jesús, totalmente inocente, asume en sí la soledad y la an­gustia que se apoderan del hombre cuando se aparta de Dios por el pecado. De ahí su grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El Papa ha explicado el sen­tido de esa expresión. Si por una parte expresa toda la desolación del Mesías, que, siendo el Señor de la vida, se enfrenta a la muerte; pero por otra no se trata de un grito desesperado, sino que es la confe­sión, de que Dios está cerca y que, al final, la muerte va a ser vencida. De hecho, todo el comportamiento de Cristo durante los días previos muestra esa confianza absoluta en el Padre. Para ser glorificado debe pasar por un sufrimiento tan grande que somos incapaces de hacernos una idea completa. Es un misterio de amor en el que Jesús transforma todos los acontecimientos de muerte en vida. Pero, aun cuando la muerte de Jesús quede después iluminada por su resurrección, nosotros, al meditar ambas, no podemos dejar de contemplarla con profundo dolor y agradecimiento.

Los acontecimientos que celebramos no pertenecen sin más a la historia pasada. También nosotros somos destinatarios de la historia de la Salvación que acontece en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, representada y celebrada en cada Semana Santa. Jesús Nazareno padece y muere por nuestros pecados y resucita para devolvernos la Vida de Dios, fuente y motor de vida y fraternidad, de justicia y de paz entre los hombres. Participemos en esta Semana Santa con fe viva y con fervor profundo. Pasemos del silencio exterior al recogimiento interior.

Que la contemplación y la participación en los misterios de la Semana Santa aviven nuestra fe y vida cristiana.

Con mi afecto y bendición

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Unos gentiles buscan a Jesús

25 de marzo de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

Ya se va acercando la Semana Santa. En este V Domingo  de Cuaresma, el Evangelista San Juan nos recuerda la petición que algunos griegos llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual hacen al apóstol Felipe: “Queremos ver a Jesús”, le dicen (Jn 12, 21). Se trata, sin duda, de unos prosélitos; es decir, gentiles, que aceptaban la fe de Israel, pero no habían sido circuncidados. Muchos de ellos se encontraban en Jerusalén con ocasión de la pascua judía y algunos, impresionados por lo que habían visto y oído del Nazareno, querían conocer más de cerca al famoso Maestro. Piensan que lo mejor para conseguir lo que desean es acudir primero a los discípulos de Jesús, concretamente a los que conocían su lenguaje o costumbres, como Felipe y Andrés.

Este episodio sirve como explicación del enfado de los fariseos, que, llenos de envidia, cuchichean entre sí ante el éxito de Jesús: “Todo el mundo va detrás de él” (Jn 12, 19); y es también como un anticipo de la propagación que tendría el evangelio entre los gentiles gracias a la misión de los Apóstoles. Para el evangelista, estos griegos representan la vanguardia de la humanidad que acude a Jesús, la nueva pascua. Empieza a cumplirse lo que los fariseos han dicho comentando la entrada triunfal en Jerusalén: todo el mundo se ha ido detrás de El (Jn 12,19).

Juan mismo nos da el significado del hecho: es la hora de la glorificación de Jesús; es decir, la hora en que Jesús es reconocido como el salvador del mundo (cf. Jn. 4,42). Los griegos son el símbolo de una humanidad que reconoce en Jesús al Redentor del mundo. Pero para cumplir su misión Jesús tiene que enfrentarse con la muerte en la Cruz. Si la acepta habrá cumplido su misión y habrá fruto abundante. Jesús acepta su propia muerte con la confianza y la fuerza que le da el sentirse Hijo de Dios. Y, a pesar de que la gente la va a considerar un fracaso, Él se enfrenta a ella sabiendo que el amor vencerá el odio, el egoísmo y la muerte. Por eso, la muerte de Jesús es su propia glorificación. La ‘hora de Jesús’ es también la hora del mundo. En ella se manifiesta que Dios es Amor, pero también queda al descubierto el pecado del mundo. Es la hora del juicio contra Satanás, pero también la hora del perdón para cuantos creen en él. Es la hora en la que Dios convoca a todos los elegidos en torno al que es «exaltado». Todo lo que podemos esperar y temer es fruto y consecuencia de la victoria y del juicio que acontece en la Cruz de Cristo.

También muchos ‘gentiles’ de nuestro tiempo, quizás no siempre de modo consciente, quieren conocer a Jesús; piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que también y sobre todo “hagan ver” a Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Redentor en todos los rincones de la tierra. Muchas son las personas -especialmente jóvenes- que quieren ver a Jesús, tal como Él es y se muestra, sin recortes y sin rebajas. En una sociedad que experimenta cada vez más formas de soledad y de indiferencia, los cristianos debemos aprender a ofrecer a Jesús, entregado hasta muerte por amor a la humanidad y resucitado para que en él tengamos vida. Pero mostrar a Jesús, el Hijo de Dios, el Redentor y Salvador, no se puede hacer de modo creíble sin una profunda conversión personal y comunitaria. Acerquémonos a la Semana Santa y vivámosla con verdadera fe y con una actitud de sincera conversión.

Con mi afecto y bendición,

 

+Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Pasión por el Evangelio

18 de marzo de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

En el Día del Seminario se hará presente un año más en nuestras comunidades una intención prioritaria de nuestra Iglesia diocesana: las vocaciones al sacerdocio y nuestros seminarios. Es ésta una intención que debería estar presente todos los días del año entre nosotros. Porque todos hemos de orar por las vocaciones al sacerdocio y nos hemos de implicar en la promoción de las vocaciones sacerdotales.

Nos urge mucho intensificar nuestro cariño y compromiso por nuestros Seminarios. En ellos se forman los futuros pastores, llamados a ser testigos del amor de Dios para todo hombre y mujer; unos pastores que estén enamorados de Jesucristo y apasionados por el Evangelio. Estos son los sacerdotes que necesita nuestra sociedad, y también los necesitan nuestras comunidades eclesiales llamadas a una nueva Evangelización.

Ser sacerdote es una cuestión de amor apasionado por Jesucristo, por el Evangelio y por el bien de las personas y de la sociedad.  Sentir pasión por el Evangelio es posible porque el Evangelio no es primariamente un mensaje, un conjunto de ideas encomiables, sino fundamentalmente una persona: Cristo Jesús, el Hijo de Dios vivo, que invita al encuentro con Él para estar con él, a conocerle y amarle con corazón indiviso: sólo Él es el Señor, el Camino, la Verdad y la Vida. Sólo estando en Él se puede ser testigo apasionado suyo y del Evangelio. Un amor apasionado así solo puede nacer del corazón de Dios quien se ha apasionado primero por el hombre. El mismo Dios es quien llama, quien toca el corazón en la intimidad de cada hombre, quien suscita la pasión por el Evangelio en cada ser humano, especialmente en aquellos a quienes llama a ser testigos en la Iglesia de la incesante fecundidad del Evangelio: los sacerdotes.

Tener pasión por el Evangelio solo es posible si se contempla a Cristo como origen y raíz del Evangelio. De los episodios de la vida de Jesús, de sus palabras incisivas y de sus gestos de misericordia brota un estilo de vida evangélico del que el sacerdote es testigo y portador. En la contemplación de Cristo, presente y actuante en la Eucaristía y la Palabra, fermenta el estilo evangélico, que se alimenta de una incesante pasión por el Evangelio y se aviva en el contacto habitual con Cristo en la oración y los sacramentos.

Hoy no es fácil hablar de la vocación al sacerdocio y, menos aún, hacer una propuesta vocacional. La cultura actual propugna un modelo de ‘hombre sin vocación’. El futuro de niños, adolescentes y jóvenes se plantea, en la mayoría de los casos, reducido a la elección de una profesión, sin apertura al misterio de la propia vida, a Dios o al propio bautismo. Y, sin embargo, una mirada creyente descubre que todos tenemos una vocación. Dios llama a cada uno a la vida con un proyecto para cada uno. La nueva vida recibida en el bautismo desarrolla esa llamada de Dios. El tiene también un plan concreto para cada uno en la Iglesia y en el mundo. La vocación es el pensamiento amoroso de Dios sobre cada uno. En ella encuentra cada uno su nombre y su identidad, que garantiza su libertad y su felicidad.

Ayudemos todos –en especial los padres, los sacerdotes y los catequistas- a nuestros niños, adolescentes y jóvenes a hacerse sin miedo esta pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga en mi vida”. Si sienten la llamada al sacerdocio, ayudémosles a responder con alegría y generosidad. Será nuestro mejor servicio a su felicidad.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Acercarse a la confesión sacramental

11 de marzo de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

La Cuaresma es un tiempo propicio para la conversión de vida a Dios y para dejarse reconciliar con Dios y, en El, con los hermanos mediante la confesión contrita de nuestros pecados. Como en el caso del hijo pródigo, Dios está esperando siempre a que regresemos a la casa del Padre. Es más: Dios mismo sale a nuestro encuentro y nos ofrece el abrazo del perdón amoroso mediante la Iglesia en el Sacramento de la Penitencia. Quien conoce la profundidad del amor de Cristo y de la misericordia del Padre, siente la insuficiencia de todas sus respuestas, el dolor por la propia infidelidad al amor de Dios y la urgencia de conformarse cada vez más con la caridad de Cristo. Hemos de caminar con la mirada vuelta al Señor, hasta llegar “al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).

Los bautizados somos peregrinos por los caminos de esta vida. En nuestro caminar, muchas veces nos vemos tentados a abandonar las sendas de Dios y, a veces, las abandonamos y rehusamos la amistad de Dios. No siempre nos mantenemos fieles a la nueva vida de los hijos de Dios que se nos regaló en el bautismo. Somos infieles al amor de Dios, rompemos la amistad con Él, cuando transgredimos los mandamientos, fruto del amor de Dios, que no desea que el hombre se pierda por caminos que enajenan su propia humanidad y lo alejan de Él: “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 3,23-24).

Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañaríamos (cf. 1 Jn 1,8). Ya el mismo Jesús enseñó a sus discípulos a pedir perdón cada día por sus pecados. Como hijos pródigos nos vemos en la necesidad de repetir con frecuencia: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti. No soy ya digno de llamarme hijo tuyo” (Lc 15,21). Para que no nos sintamos abandonados a nuestra impotencia y no perdamos la esperanza, Cristo ha querido que su Iglesia sea sacramento de reconciliación.

Solos nunca podremos liberarnos de nuestras debilidades y de nuestros pecados. Sólo Dios tiene el poder de perdonar de verdad los pecados. Y el perdón renovador de Dios nos llega por Cristo y por la Iglesia. Jesús nos dio que Él, el Hijo del Hombre, “tiene poder para perdonar los pecados” (Mc 2, 7), que transmite a sus apóstoles diciéndoles: “a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,22). Sólo el Señor puede confiar a otros el poder de perdonar los pecados en su nombre con el poder recibido de Dios.  En el sacramento de la Penitencia experimentamos de un modo pleno y eficaz la misericordia divina. Confesando contritos, personal e íntegramente, los pecados, por la absolución del ministro de la Iglesia -del Obispo o de los presbíteros- recibimos el abrazo de reconciliación de la Iglesia y, con él, el del mismo Cristo.

Hay quien dice que él se confiesa con Dios. Sin embargo, Cristo mismo nos muestra que quiere encontrarse con nosotros mediante el contacto directo, que pasa por los signos de nuestra condición humana. Como Él mismo vino a ‘tocarnos’ con su carne, así estamos llamados a salir de nosotros mismos para acudir con humildad y fe a quien nos puede dar el perdón en su nombre. La confesión es por tanto el encuentro con el perdón divino, que nos ofrece Jesús y se nos transmite por los ministros de la Iglesia. Acerquémonos a la confesión y dejémonos abrazar por el Señor Jesús.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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Conversión y fe en la Cuaresma

4 de marzo de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

 “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc  1,15). Estas palabras de Jesús al inicio de su actividad pública son el leit-motiv del camino cuaresmal hacia la Pascua. La conversión pide un cambio de mentalidad: volver la mirada y el corazón a Dios, aceptar la lógica de la fe, vivir la adhesión amorosa y activa al designio de Dios.

Con frecuencia Dios es el gran ausente en nuestra existencia. Nos declaramos creyentes, pero ¿qué significa Dios en nuestro vivir cotidiano? La cuaresma es tiempo propicio para recuperar y acrecentar el sentido de Dios y la fe personal en El, la adhesión total de mente y corazón a Dios y a su Palabra. Debemos dejar que Dios ocupe el centro en nuestras vidas; en una palabra, dejar a Dios ser Dios.

El Santo Padre nos llama con insistencia a avivar y fortalecer nuestra fe en Dios mediante el encuentro personal con su Hijo Jesucristo y nuestra fe a Dios mediante la acogida y adhesión de mente y voluntad a su Palabra tal como nos llega en la tradición viva de la Iglesia. Fe en Dios y a Dios y conversión de mente, de corazón y de vida van íntimamente unidas. Sin adhesión personal a Dios, a su Hijo Jesucristo y a su Evangelio no se dará el necesario cambio de mente y de corazón, y la consiguiente conversión de nuestros caminos desviados. A la vez, el cambio moral será el signo de la veracidad y del grado de nuestra fe. Una fe sin obras es una fe muerta. Las obras que muestran que la fe es viva es el amor a Dios en el cumplimiento de sus mandamientos que lleva necesariamente al amor, a la caridad con el prójimo. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables.

El salmista nos exhorta: “escuchad hoy su voz” (Salmo 94, 8). Dios quiere ser nuestro guía para introducirnos en la tierra prometida de la vida con Él. Dios, que nos ha pensado desde siempre, nos indica el camino a recorrer para alcanzar nuestro verdadero ser, la verdadera libertad y la verdadera felicidad. Nuestra verdad más profunda es que estamos llamados a la vida de Dios; nuestra verdadera libertad es la liberación de todas las ataduras para hacer el bien; nuestra verdadera felicidad es gozar eternamente de la vida, amistad y contemplación de Dios.

Por amor, Dios nos muestra lo que hemos de hacer y lo que hemos de evitar para llegar a la Vida. Dios nos habla como a amigos a los que quiere introducir en la comunión de vida consigo y con lo demás. Quien escucha y acoge su voz, quien se reconcilia con Él, entrará en la amistad vivificante de Dios.

Jesús es la Palabra de Dios. El es el Buen Pastor que conduce a cada uno de nosotros a la plenitud de la vida. Él habla y sus discípulos, que lo conocen, escuchan su voz y lo siguen. A ellos les promete la vida, y vida en plenitud. Dios nos habla en Jesucristo al corazón, hemos de escuchar y obedecer su palabra. Es como si nos dejásemos guiar por Dios en Cristo, como niños que se abandonan en los brazos de la madre y se dejan llevar por ella. No endurezcamos el corazón. Escuchemos en esta Cuaresma la voz de Dios leyendo, meditando y viviendo el Evangelio. Volvamos nuestra mente y nuestro corazón a Dios para adquirir los mismos sentimientos de Cristo. Dejémonos reconciliar por Dios para poder celebrar con gozo la Pascua del Resucitado.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente,

Obispo de Segorbe-Castellón

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El ejercicio cuaresmal

26 de febrero de 2012/0 Comentarios/en Cartas 2012/por obsegorbecastellon

Queridos diocesanos:

 

La Cuaresma es un tiempo de gracia y de salvación. “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la Salvación”, nos dice San Pablo (2 Cor 6,2). El tiempo cuaresmal es como una peregrinación que nos prepara a la celebración gozosa de la Pascua de Señor; por ello, es también una etapa en nuestro camino hacia la cumbre santa de nuestra propia resurrección. La Palabra de Dios nos invita a ponernos en camino hacia la Pascua con una vida renovada, convertida y reconciliada. Este tiempo santo nos ofrece a todos la oportunidad de renovar nuestro espíritu de fe, de avivar nuestro amor a Dios y a los hermanos, y de fortalecer nuestra coherencia de vida con el Evangelio.

Dios es misericordia y amor infinito. En su Hijo Jesucristo, Dios sale a nuestro encuentro, se hace cercano a todos los hombres y nos reconcilia consigo, con los demás y con la creación. En la persona de Cristo, Dios no deja de llamarnos e invitarnos a la amistad con Él. Tan sólo tenemos que responder a sus invitaciones. Los medios que nos preparan para el encuentro con Dios son los descritos por Jesús en el evangelio: la oración, el ayuno y la limosna. Ese triple ejercicio nos ayuda a que el paso de Dios por nuestras vidas no sea en vano. Es verdad que la oración, el ayuno y la limosna son acciones por todos nosotros conocidas. Pero ¿las hacemos y las hacemos bien?, ¿las hacemos simplemente porque están mandadas?, y  ¿sabemos ir más allá del puro formalismo?

La oración es estar con Dios, dejarse hablar e interpelar por Él. Dios nos precede siempre. La oración es una práctica vital para nuestra vida espiritual. No en vano se la ha definido como la respiración de nuestra alma. Si nos falta la oración, la muerte de nuestra alma está asegurada. Sería bueno, para ser constantes en ella, proponernos para esta cuaresma momentos precisos de oración, a poder ser al comienzo de cada jornada, antes de cualquier otra acción. Tonificados, iluminados por la oración, nuestro trabajo será distinto y se tornará auténtico apostolado.

Junto a la oración, el Señor nos propone el ayuno. El ayuno es autocontrol, negación de sí mismo, ascesis, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores, renuncia a las cosas superfluas, incluso a lo necesario, sobre todo si su fruto redunda en ayuda a los más necesitados. En un mundo dominado por el consumismo, que potencia el endurecimiento del corazón ante tanta pobreza y sufrimiento, necesitamos ayunar. Y hemos de hacerlo no porque nos guste el ayuno o para ganar méritos delante de Dios, sino para ayudar a los necesitados. El ayuno de los ricos debe convertirse en alimento de los pobres. Ayunar no sólo de alimentos materiales, sino también de todo aquello que engorda nuestro orgullo y bloquea nuestra apertura a Dios y al hermano; ayunar de todo aquello  que potencia los vicios, las pasiones, las ataduras a las cosas y el egocentrismo. Hemos de ayunar, en definitiva, de todo aquello que mata nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Junto a la oración y al ayuno, el Señor nos propone el ejercicio de la limosna. La obra clásica cuaresmal de la limosna, es ante todo caridad, comprensión, preocupación activa por el bien del otro, amabilidad, perdón, aunque también limosna a los más necesitados de cerca o de lejos. Hemos de saber compartir nuestro dinero. Pero también nuestro tiempo. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.

Con mi afecto y bendición,

 

+ Casimiro López Llorente

Obispo de Segorbe-Castellón

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