Cincuentenario de la parroquia de San Cristóbal de Castellón
29 de noviembre de 2015, I Domingo de Adviento
(Jer 33,14-16; Sal 24, 4bc-5ab. 8-9. 10 y 14; I Tes 3,12-4,2.; Luc 21,25-28. 34-36)
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¡Hermanas y hermanos en el Señor!
Hoy, coincidiendo con el I Domingo del Adviento, celebramos el 50º Aniversario de la creación de vuestra parroquia de San Cristóbal. Desde que el año del Señor de 1965 comenzara su andadura, vuestra parroquia ha sido presencia palpable del amor de Dios para los hombres y mujeres de este barrio; vuestra comunidad ha sido la Iglesia de Dios que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas (cf. ChL 26). Alentada por la fuerza del Espíritu Santo, en estos años ha ido creciendo y madurando como comunidad de fe, de esperanza y de caridad. Vuestra comunidad parroquial está de enhorabuena; y nuestra Iglesia diocesana, de la que ella es una célula viva, se alegra con vosotros al celebrar con gozo estos cincuenta años de rica existencia.
En vuestra parroquia y a través de ella, muchos han sido quienes han recibido la fe cristiana, han sido engendrados a la vida de los hijos Dios, han sido incorporados a Cristo y a la comunidad de la Iglesia por el Bautismo, han sido confirmados en la fe, han contraído su matrimonio ante el Señor o han sido despedidos con las exequias cristianas; muchos han sido también quienes en ella y por medio de ella han conocido a Jesús y su Evangelio, se han encontrado personalmente con Él y han madurado en la fe mediante la escucha y la acogida de la Palabra de Dios y han alimentado su vida cristiana en la oración y en los sacramentos; otros han descubierto y seguido aquí el camino de su vocación al sacerdocio, a la vida consagrada, al matrimonio o laicado, o han encontrado en ella fuerza para la misión y el testimonio de fe, personal o asociado, motivos para la esperanza, consuelo en la aflicción y ayuda en la necesidad.
Nuestro gozo y nuestra alegría se hacen en esta mañana oración de alabanza y de acción de gracias. De manos de María Ntra. Sra. la Mare de Déu del Lledó nuestra mirada se dirige a Dios. Con María le cantamos: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, … porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46-47, 49). Sin El, sin su permanente presencia amorosa, nada hubiera sido posible. Al Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien, alabamos y damos gracias.
Le damos gracias por todos los dones recibidos a lo largo de estos años. Gracias le damos por vuestra comunidad parroquial y por cuantos la han formado en el pasado y la integráis en el presente; por la entrega generosa de todos los sacerdotes que la han pastoreado y servido. Con corazón agradecido recordamos especialmente a sus párrocos. Y ¿cómo no dar gracias al Señor por todos los que han colaborado activa y generosamente en la vida litúrgica, en la catequesis, en el trabajo pastoral con los niños y los adolescentes, con los pobres, los marginados y los enfermos? Gracias, Señor, también por todos aquellos que de un modo callado, han contribuido a la vida de esta comunidad mediante su oración fervorosa, su vida y obras de santidad, el ofrecimiento de su dolor o su contribución económica.
Sí; el trabajo realizado ha sido mucho; pero en la evangelización siempre queda mucho por hacer. Sé de vuestro empeño y muy en especial de vuestros párrocos por hacer de la parroquia una comunidad viva y evangelizadora, una familia de familias, una comunidad de discípulos misioneros. ¿Cómo afrontar el futuro, queridos hermanos? Como Iglesia hemos de caminar siempre desde el Señor con fe, esperanza y caridad, sabiendo que el Señor Jesús está por su Espíritu siempre en medio de nosotros, y cooperando todos para que esta vuestra comunidad sea viva y evangelizadora hacia adentro –en sus miembros, muchos de ellos alejados- y en el barrio.
Vuestra comunidad parroquial de San Cristóbal es y está llamada a ser ámbito de comunión y de misión: de comunión con Dios y, desde Él, con los hermanos; y de misión para que Cristo y su Evangelio salvador llegue a todos. Formada por piedras vivas, cuya piedra angular es Cristo, vuestra comunidad parroquial es en el barrio signo de la presencia misericordiosa de Dios, ámbito donde Dios sale al encuentro de los hombres y mujeres, para comunicarles su vida de amor que crea lazos de comunión fraterna. Es Dios Padre quien, habitando entre los suyos y en su corazón, hace de ellos su santuario vivo por la acción del Espíritu Santo.
Vuestra parroquia será viva en la medida en que todos vosotros, sus miembros, viváis fundamentados y ensamblados en Cristo, piedra angular; vuestra comunidad parroquial será iglesia viva si por vosotros corre la savia de la Vid que es Cristo, que genera comunión de amor y de vida con Dios y comunión fraterna con los hermanos. Vuestra comunidad parroquial será iglesia viva si no olvida nunca que es convocada para ser enviada a la misión, si es una comunidad ‘en salida’ misionera, como nos dice el papa Francisco.
En vuestra parroquia, el Espíritu Santo actúa especialmente a través de los signos de la nueva alianza, que ella ofrece a todos: la Palabra de Dios, los sacramentos y la caridad. Estos tres elementos son los fundamentos de vuestra comunidad, que nunca pueden faltan en ella.
La Palabra de Dios, proclamada y explicada con fidelidad a la fe de la Iglesia y acogida con fe y con corazón bien dispuesto, os llevará al encuentro gozoso con el Señor, que viene constantemente a nuestro encuentro. La Palabra de Dios es luz, que os iluminará en el camino de vuestra existencia, que os fortalecerá, os consolará y os unirá. La proclamación y explicación de la Palabra en la fe de la Iglesia, la catequesis y la formación no sólo deben conduciros a conocer más y mejor a Cristo y su Evangelio así como las verdades de la fe y de la moral cristianas; os han de llevar y ayudar a todos y a cada uno a la adhesión personal a Cristo y a su seguimiento gozoso en el seno de la comunidad eclesial. Así nos muestra la Virgen unida en oración a los Apóstoles.
En la comunidad parroquial, Dios se nos da también a través de los Sacramentos; al celebrar y recibir los sacramentos participamos de la vida de Dios; por los Sacramentos se alimenta y reaviva nuestra existencia cristiana, personal y comunitaria; por los Sacramentos se crea, se acrecienta o se fortalece la comunión con la parroquia, con la Iglesia diocesana y con la Iglesia Universal. Es lo que hoy va a suceder en Daniel, que recibirá la plenitud del Espíritu Santo en el sacramento de la Confirmación: confirmado por Dios en su fe y en condición de hijo de Dios, él tendrá la fuerza para confirmar que quiere ser, con la ayuda de la gracia, de su familia y de la comunidad parroquial, un verdadero cristiano, es decir creyente, discípulo y testigo-misionero del Señor junto con toda la comunidad de San Cristóbal.
Entre los sacramentos hemos de destacar la Eucaristía. Es preciso recordar una y otra vez que la Eucaristía es el centro de la vida de todo cristiano, el centro y el corazón de toda la vida de la comunidad parroquial. Toda parroquia ha de estar centrada en la Eucaristía. Además “la Eucaristía da al cristiano más fuerza para vivir las exigencias del evangelio…” (Juan Pablo II). Sin la participación en la Eucaristía es muy difícil, es imposible permanecer fiel en la vida cristiana. Quien desea vivir como cristiano necesita el alimento de la Eucaristía. El domingo es el momento más hermoso para venir, en familia, a celebrar la Eucaristía unidos en el Señor con la comunidad parroquial. Los frutos serán muy abundantes: de paz y de unión familiar, de alegría y de fortaleza en la fe, de comunidad viva y evangelizadora.
La participación sincera, activa y fructuosa en la Eucaristía os llevará necesariamente a vivir la fraternidad, os llevará a practicar la caridad, os remitirá a la misión, os impulsará a la transformación del mundo. Los pobres y los enfermos, los marginados y los desfavorecidos han de tener un lugar privilegiado en la Parroquia. Ellos han de ser atendidos con gestos que demuestren, por parte de la comunidad parroquial, la fe y el amor en Cristo. Ellos, su vez, os evangelizarán, os ayudarán a descubrir a Cristo Jesús . Con san Pablo os digo: «Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos» ( 1 Tes 3, 2).
La celebración frecuente del Sacramento de la Penitencia será aliento y esperanza en vuestra experiencia cristiana. Os felicito por la nueva sede penitencial para celebrar el Sacramento del perdón. La humildad y la fe van muy unidas. Sólo cuando sabemos ponernos de rodillas ante Dios por el sacramento de la confesión y reconocemos nuestras debilidades y pecados podemos decir que estamos en sintonía con el Padre Dios “rico en misericordia” (Ef 2,4). En el sacramento de la Penitencia se recupera y se fortalece nuestra comunión con Dios y con la comunidad eclesial; la experiencia del perdón de Dios, fruto de su amor misericordioso, os dará fuerza para la misión, os empujará a ser testigos de su misericordia, testigos del perdón y de la reconciliación.
La vida cristiana, personal y comunitaria, se debilita cuando estos dos sacramentos decaen. Y en nuestra época, si queréis vivir como cristianos, si queréis superar los miedos a serlo y confesarlo ante un mundo secularizado y secularizante, si queréis ser evangelizadores auténticos no podréis hacerlo sin la experiencia profunda de estos dos sacramentos.
Además os pido, queridos párrocos, que cuidéis con especial esmero, la iniciación cristiana y la pastoral familiar. La comunidad parroquial y las familias cristianas han de ir acordes y concordes, han de apoyarse mutuamente en la tarea de la iniciación cristiana de los niños para generar, con la ayuda precedente de la gracia de Dios, verdaderos cristianos adultos, discípulos misioneros del Señor. La iniciación cristiana ha de ser progresiva y procesual, no admite rupturas temporales. El oratorio de niños en su más tierna infancia, cuando comienza su despertar religioso, les irá ayudando a personalizar su fe y condición de bautizados.
Al celebrar hoy el 50º Aniversario de vuestra parroquia acojamos al Hijo que viene a nuestro encuentro; despertemos de nuestras tibiezas para dejaros encontrar por Él y manteneos en pie ante el Hijo del hombre (cf. Lc25, 34-36); hagamos de Cristo el centro de nuestra fe y de nuestra vida, personal, comunitaria y familiar.
Por intercesión de Mare de Déu del Lledó pidamos hoy una vez más por todos nosotros, por nuestras familias, por vuestra comunidad parroquial. De manos de María acojamos a Cristo Jesús. ¡Que unidos a El en la comunión seamos como María discípulos misioneros suyos en el mundo, instrumentos de unidad, artífices de la paz y fermento de esperanza!
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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