Vigilia de Oración del Congreso Interdiocesano de Educación
Valencia, Plaza de la Virgen, 20.10.2107
(Neh 8, 1-4a;5-6;8 Tim 1,1-11; Mt. 28,16-20)
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¡Amados todos en el Señor! Sr. Cardenal-Arzobispo de Valencia, hermanos Obispos, y queridos sacerdotes, padres, catequistas y profesores cristianos:
Al comienzo de este Congreso Interdiocesano de la Educación, el Señor nos convoca esta tarde-noche para orar en torno a su Madre y Madre nuestra, la Virgen de los Desamparados. Antes de reflexionar sobre los retos de la educación hoy para los padres, la sociedad y la Iglesia, queremos abrir nuestra mente y nuestro corazón a Dios y a su Palabra; a Dios le pedimos luz para percibir y discernir los retos que nos plantea hoy la educación; por intercesión la Virgen le pedimos también luz para entender lo que es y significa educar; y le rogamos que nos conceda la docilidad necesaria para acoger sus caminos y fortaleza para afrontar nuestras las dificultades educativas. A los pies de la Virgen queremos mostrar nuestra alegría en la tarea educativa de nuestros hijos.
Pero, ¿qué es educar? Haríamos un flaco favor a nuestros hijos si limitásemos la educación a la instrucción, a la adquisición de conocimientos o de habilidades, a tener información. Lucas nos refiere en su evangelio que José y María, después de haber presentado a Dios en el templo a Jesús, regresaron a Nazaret y el niño iba creciendo en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres (cf. Lc 2,40). Aquí se nos dan unas pinceladas sobre la educación.
Educar es ayudar al educando a desarrollar todas sus capacidades -dones recibidos de Dios-, es llevarlo hacia la plenitud de la gracia de Dios que le hace crecer como persona. Educar es ayudar a alguien ser persona, ayudarle a que tenga criterio y dignidad. Por parte del educador es seducir al educando con los valores y atraerlo por encantamiento y ejemplaridad hacia lo mejor. Es ayudarle a descubrir e integrar su propia identidad como hombre o como mujer, a crecer en la libertad y en la responsabilidad basadas en la verdad, en el bien y en la belleza; es ayudar al educando a descubrir la razón de su ser en el mundo y el sentido de su existencia, para hacerle capaz de vivir en plenitud y con esperanza, y de contribuir al bien de la comunidad, de la sociedad y de la Iglesia. Educar es enseñar el arte de vivir.
No se trata simplemente de enseñar a «hacer» o a «saber» muchas cosas; se trata de ayudar s nuestros hijos a «ser» personas desde la verdad del ser humano, a desarrollar todas sus capacidades y dimensiones, desde su apertura a Dios en Jesucristo.
La tarea educativa hoy no es fácil; nunca lo ha sido. Necesita mucha entrega y paciencia; y, sobre todo necesita, mucho amor para dar lo mejor de nosotros mismos a nuestros hijos. Pero hoy la educación se ha convertido en un verdadero reto. El papa Francisco habla de desafío educativo, como el reto fundamental ante el que se encuentran los padres, las familias, la escuela y el resto de los educadores en la sociedad y en la Iglesia; un reto que se hace más arduo y complejo por la realidad cultural actual y la gran influencia de los medios de comunicación y redes sociales (cf. AL, 84). El papa emérito, Benedicto XVI, acuño el término “emergencia educativa”; se refería a las dificultades que encuentra hoy todo educador a la hora de transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento; esta emergencia se debe a la fractura entre las generaciones, y se debe, sobre todo, al relativismo, al subjetivismo o la exaltación de la autonomía absoluta de la persona; incluso para determinar la propia identidad de hombre o mujer, como proclama la inicua y destructora ideología de género, que mediante la ley se ha de enseñar e imponer en nuestra Comunidad a todos a través de los centros educativos con medios coercitivos y punitivos. Una imposición que atenta directamente contra el derecho fundamental de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones religiosas; ellos son los primeros y principales educadores de sus hijos; una imposición que atenta también contra la libertad religiosa e ideológica. Ante esta imposición nos queda el derecho a la palabra, a acudir a los tribunales y, en último término, el voto.
En este contexto se hace muy difícil una auténtica formación de la persona humana; una formación que capacite al niño, al adolescente o al joven para orientarse en la vida, para encontrar motivos para el compromiso y para relacionarse con los demás de manera constructiva, sin huir ante la dificultad y las contradicciones. Ante esta situación los educadores nos vemos muchas veces desbordados y fácilmente tentados a abdicar de nuestros deberes educativos. Sin embargo, cada día sentimos más la urgente necesidad de ayudar a nuestros hijos para que desarrollen global e íntegramente su personalidad, incluidos los valores humanos y espirituales.
Es preciso retomar la idea de la formación integral, tan querida en la tradición educativa de nuestra Iglesia; así lo propone el papa Francisco en el capítulo 7 de la Exhortación Amoris laetitia. La formación integral podríamos describirla como el proceso continuo, permanente y participativo que busca desarrollar armónicamente todas y cada una de las dimensiones del ser humano -ética, espiritual, cognitiva, afectiva-sexual, estética, corporal, comunicativa y trascendente-, a fin de lograr su realización plena. Todas estas capacidades deben responder a las preguntas más profundas del ser humano. A la vista de todos está la necesidad y la urgencia de ayudar a los niños, adolescentes y jóvenes a proyectar la vida según valores auténticos, que hagan referencia a una visión ‘alta’ del hombre. Como hemos escuchado en la primera lectura, también nosotros hemos recibido una tradición, una fe, un modo de entender la vida y la persona, que fundamenta una sociedad de libertad y de esperanza. Una familia una sociedad que educa transmite los valores que ha recibido de sus mayores.
Para los cristianos, Jesús es el modelo de persona, es el modelo educativo de referencia: sólo en Él se esclarece el misterio del hombre (cf. GS 22), sólo en él encuentra el ser humano su plenitud. En el Evangelio Jesús nos acaba de decir: «Id y haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo«. (Mt 16, 21). Son palabras también validas para la educación en general, para la educación cristiana de los padres cristianos y de cualquier obra educativa de la Iglesia. Yo resumiría este pasaje evangélico en tres palabras: envío, tarea y promesa.
En primer lugar está el envío a la misión. Los Apóstoles, discípulos predilectos de Jesús, recibieron un día de Él la misión de proclamar la Buena Nueva; una misión que se continúa en la Iglesia del Señor. Todos nosotros somos enviados como discípulos suyos a evangelizar, a educar en su nombre. «Id», dice Jesús a sus Apóstoles; «Id», nos dice Jesús hoy a nosotros. Id y educad en la fe y la vida cristiana.
Pero antes de ser enviados a la misión, los Apóstoles han conocido a Jesús, han aprendido a amarle y han caminado con él; es decir: se han convertido en discípulos del Señor: creen en Él, lo aman y lo siguen: viven prendidos y enamorados de Aquel que los envía como el Padre lo envió a Él: Él es el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor, el enviado por Dios Padre y el Ungido por Dios Espíritu para anunciar la Buena nueva, para ofrecer la Vida nueva que salva y plenifica. Como a los Apóstoles en su momento, Jesús nos invita a estar con Él, a intimar con Él, a conocerlo, a amarlo, a vivir unidos a Él: sólo así podremos comunicarlo a los demás. Esta unión a Cristo y a su cuerpo, la Iglesia, ha fundamentar y alimentar nuestro trabajo educativo diario, nuestras preocupaciones, nuestros anhelos y nuestra esperanza en la dificultad.
En segundo lugar está la tarea. Esta no es otra sino: «haced discípulos a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado». No se trata sólo de transmitir una doctrina, unos valores, unos principios éticos; se trata en primer lugar de transmitir a Cristo, la Palabra, para ayudar a los educandos a ser discípulos de Jesús. Esto comienza llevándoles al encuentro personal con Él, ayudándoles a conocer a Jesús, sus palabras, su caminos y sus mandamientos, para así le sigan insertados vitalmente en su Iglesia, en su vida y su misión. En una palabra, educar significa ayudarles a ser cristianos de verdad, discípulos misioneros del Señor: Él es el Camino, la Verdad y la Vida
Y, por último, está la promesa. «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». El enviado a la misión de la educación sabe que no está solo; el mismo Cristo está con él, por la fuerza del Espíritu Santo. El educador cristiano nunca está solo.
Ante el contexto adverso a la educación, ante la indiferencia de muchos padres respecto de la educación de sus hijos, y ante las dificultades legislativas y las trabas administrativas podemos sentir la tentación del desaliento, o de sentirnos solos. No, queridos padres y educadores. No estamos solos: Jesucristo nos acompaña, nos conforta y nos alienta por la fuerza del Espíritu y la cercanía de su Iglesia. Él, que es más grande y más fuerte, está con, en y sobre nosotros inspirándonos las palabras qué debemos decir y las explicaciones que hemos de dar. Su fuerza persuasiva y efectiva actúa a través de nosotros.
Para sentir esa presencia es precisa una adhesión personal y firme a Cristo en el seno de su Iglesia que nos ayuda a brillar por dentro e iluminar por fuera. El testimonio de vida es el camino para seducir con los valores y atraer por encantamiento y ejemplaridad hacia lo mejor. Nuestra misión no se basa en el éxito fácil e inmediato, sino en la fuerza de la gracia de Dios y en nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
No estamos solos. No nos faltará la presencia alentadora del Señor en forma de consuelo, de gozo y de paz. Contamos con la fortaleza del Espíritu Santo y del acompañamiento de la Iglesia. Que la Virgen, la Mare de Deú dels Desamparats , nos aliente y acompañe a lo largo de este Congreso y en nuestra tarea educativa, en nuestra tarea de anunciar la alegría del Evangelio. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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