Ordenación sacerdotal de D. Francisco Francés Ibáñez
S.I. Con-Catedral de Sta. María en Castellón – 2 de Diciembre de 2007
(Is 2,1-5; Sal 121; Rom 13,11-14; Mt 24, 27-44)
Amados hermanos y hermanas en el Señor.
Con el gozo de sabernos bendecidos y agraciados por Dios con el don de un nuevo sacerdote hemos “venido alegres a la casa del Señor” (Sal 121) para la ordenación presbiteral de nuestro hermano Francisco. Dios nos concede el gran don de un nuevo sacerdote. Damos gracias a Dios y con el salmista “celebramos el nombre del Señor”, le bendecimos y alabamos. Y, a ti, querido Paco, te digo: “La paz contigo. Por la casa del Señor nuestro Dios, te deseo todo bien”, hoy y todos los días de tu vida sacerdotal.
Sí, hermanos: celebremos el nombre del Señor, porque Dios nos muestra de nuevo su benevolencia para con nosotros, para con esta Iglesia suya, que peregrina en Segorbe-Castellón, y, en ella, para toda la Iglesia. Quiero también expresar mi profunda gratitud y felicitación a todos cuantos han cuidado de tu formación, así como a tu madre y demás familiares, a tu parroquia de origen de Señera, a esta de Sta. María y a la de Sto. Tomás de Villanueva en Castellón, así como a todos los que te han ayudado a discernir, acoger y madurar la llamada del Señor al sacerdocio y a corresponder a ella con alegría, confianza y generosidad. Estoy seguro de que seguirán estando cerca de ti, para que perseveres en el ministerio sacerdotal y puedas cumplir la misión que el Señor te confía hoy.
No olvides nunca, querido Paco, que todo en ti es don de Dios, obra de su gracia. Así podrás vivir el ministerio que vas a recibir con humildad agradecida y evitarás caer en la tentación de la presunción. Sí: Dios Padre te ha elegido en la persona de Cristo. El orden que vas recibir no responde a una opción personal tuya; tu acoges el don de Dios en Cristo. Él es quien te ha llamado, si bien por los caminos y a una hora madura de tu vida por las razones que sólo Él conoce; Él es quien hoy te consagra y te envía por pura iniciativa suya. Tu vida, tu vocación, tu sacerdocio ordenado, todo ello es obra y manifestación de la gracia de Dios en Cristo Jesús. Es fruto de su amor, lleno de piedad y misericordia al que has de saber responder con entrega, con generosidad y con fidelidad creciente, estando siempre al servicio suyo y de los hermanos.
Si todo en la vida de la Iglesia es don, lo es de una manera especial el sacramento del orden, que configura a quien ha sido llamado y es ungido para ser gracia y don en favor de los hombres, a los que Jesucristo ama y por los que se ha entregado por completo en donación de gracia y misericordia. Dios Padre te ha llamado en Cristo para ser pastor según su corazón, es decir, para amar con su propio amor a los fieles que Él te va a confiar, para entregar tu vida sin reserva alguna por ellos, como Él se entregó por nosotros; para enviarte, como signo de su cercanía, de su amor y misericordia, como dispensador de los misterios y de la gracia de Dios. Mediante el gesto sacramental de la imposición de las manos y la plegaria de consagración, te vas a convertir en presbítero para ser, a imagen de Cristo, Siervo y buen Pastor, servidor del pueblo cristiano. Participarás así en la misma misión de Cristo, maestro, sacerdote y rey, para que cuides de su grey mediante el ministerio de la Palabra, de los Sacramentos y el servicio de la Caridad.
No olvides nunca ninguna de estas tareas: has de ser en el nombre de Jesús, Maestro de la Palabra, Ministro de los Sacramentos y pastor y guía de la Comunidad; y, sobre todo, no olvides que Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entregándose a sí mismo como sacrificio, convirtiéndose en Siervo y Cordero inmolado.
El centro de tu ministerio será siempre el Señor Jesús, la Buena Nueva de Dios para a los hombres. Cristo Jesús es el “sí” definitivo de Dios a la humanidad, la esperanza de los hombres. En la oración colecta de este primer domingo del Adviento pedíamos a Dios Padre que avive en nosotros “el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”. Exhorta, pues, en todo momento a descubrir y a acoger al Dios que nos viene en Cristo: este el mensaje central del tiempo del Adviento, que hoy comenzamos; este es el anuncio que como Iglesia hemos de llevar a todos los pueblos. Tú también, querido Francisco, has de anunciar todos los días de tu vida que “Dios viene” al encuentro de los hombres en Cristo y ayudarles a encontrarse con Él.
El único verdadero Dios, el Dios que nos muestra Jesús, no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene en Cristo. Dios es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.
Anunciando a Dios, que sale a nuestro encuentro en Cristo, has de poner voz a la espera de Dios profundamente inscrita en la humanidad, una espera a menudo sofocada y desviada hacia direcciones equivocadas. Dios ama a nuestro mundo y ha enviado a su Hijo; Jesús, con su vida, muerte y resurrección, ha iniciado el mundo nuevo, la vida del hombre en Dios. Así ha realizado las promesas de Dios y la esperanza humana de una manera sorprendente.
Sé consciente que un aspecto típico de nuestro tiempo es el desencanto, la falta de esperanza. El hombre de hoy está de vuelta de muchas grandes ilusiones y tiene miedo al futuro, incierto, con frecuencia amenazador. Parece como si no hubiera más razones para la esperanza. La fe cristiana, que has de proclamar, habla, en cambio, de Dios, la Plenitud de la Vida que ama y viene al mundo. El monte firme, de que nos habla Isaías (2,1-5) es el Señor Jesús encumbrado en su vida, especialmente en su cruz y resurrección. Es así como Dios ha realizado la esperanza de los hombres expresada tan vivamente por Isaías. Dios es fiel en su amor y posibilita la vida humana en medio de todas las dificultades. Sólo quien conoce al Dios, manifestado en Cristo, puede tener esperanza, nos acaba de decir Benedicto XVI en su hermosa Encíclica Spe salvi.
Dios en Jesucristo es la verdadera esperanza humana. Cuando todo se hunde, Él sigue fiel. La esperanza cristiana es segura: Dios siempre hace posible nuestra vida de amor y de paz. Dios viene a estar con nosotros, en todas nuestras situaciones; viene a habitar en medio de nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a colmar las distancias que nos dividen y nos separan; viene a reconciliarnos con él y entre nosotros. Viene a la historia de la humanidad, a llamar a la puerta de cada hombre y de cada mujer de buena voluntad, para traer a las personas, a las familias y a los pueblos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz.
Anuncia la esperanza cristiana, que implica desear la vida nueva para todos con la venida del Señor. No es el “fin de los tiempos” neutro y catastrófico, sino el “retorno del Señor», la victoria de su Espíritu de amor. Y con la esperanza, exhorta al trabajo, al combate y a la vigilancia cristianos. “Dejemos las actividades de las tinieblas y pretechémonos de las armas de la luz” (Rom 13,13). “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). Hemos de estar atentos a la presencia viva, amorosa, exigente de Dios en cada momento de nuestra vida, viviendo en una espera vigilante y activa, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor.
Como presbítero te incumbirá predicar a Cristo, la Palabra viva del Padre. Anunciar a Cristo es anunciar y proponer con humildad, sencillez y alegría a Cristo, el Salvador, la Palabra del Dios vivo que engendra la fe en quienes la acogen en su corazón. Una gran tarea, y una gran responsabilidad la tuya, querido Paco. Vas a prestar a Cristo tu inteligencia, tus palabras y tus labios, para que -por medio de ti- el Señor mismo entre en el alma, en la mente y en el corazón de quienes te escuchen y sean atraídos por el Padre en el Espíritu.
En la transmisión de la Palabra de Dios, la Iglesia pide a sus ministros plena fidelidad al depósito de la revelación tal como nos llega en la Tradición viva y en el Magisterio de la Iglesia. El sacerdote no es señor, sino siervo de la Palabra de Dios, que has de exponer “sin falsificar, reducir, torcer o diluir los contenidos del mensaje divino”. Por eso, “la predicación no puede reducirse a comunicar las propias opiniones, a manifestar la experiencia personal, o a simples explicaciones de carácter psicológico, sociológico o filantrópico” (Directorio, n. 45). Tu misión, como ministro de Cristo, “no es enseñar una sabiduría propia, sino enseñar la palabra de Dios e invitar insistentemente a todos a la conversión y a la santidad” (PDV 26).
Dentro de poco, al entregarte la patena, el cáliz y las ofrendas para el sacrificio eucarístico, te diré: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Hoy serás constituido ministro de la Eucaristía, que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia” (PO, 5). Sí, querido Paco, el misterio del que serás dispensador es, en definitiva, Cristo mismo, presente realmente de modo eminente en la Eucaristía, fuente de santidad y llamada incesante a la santificación. ¡Vive este misterio: vive a Cristo; sé otro Cristo!.
La Eucaristía deberá ser el centro mismo de tu ministerio sacerdotal. Como sacerdote debes ser hombre de la Eucaristía. ¡Entra a través de ella en el corazón del misterio pascual para configurarte así íntimamente cada vez más con Cristo, el buen Pastor! ¡Conversa todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar! ¡Déjate conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolonga la adoración eucarística en los momentos importantes de tu vida, y al inicio y al final de tus jornadas! La Eucaristía será el manantial cristalino que alimentará de modo incesante tu espiritualidad sacerdotal, tu caridad pastoral y tu celo apostólico. En ella encontrarás fuerza inspiradora para el ministerio diario, impulso apostólico para salir a los caminos del mundo para evangelizar y consuelo espiritual en los momentos de dificultad. Al acercarte diariamente al altar, en el que se renueva el sacrificio de la Cruz, descubrirás cada vez más las riquezas del amor de Cristo y aprenderás a traducirlas a la vida.
La Eucaristía es la fuente y el centro de la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana: ella es la fuente y la cima de la comunión, el manantial inagotable de la misión evangelizadora y de la transformación del mundo por la fuerza del amor. La nueva evangelización, tan necesaria también en nuestra tierra y en nuestras parroquias, pide recuperar el lugar central de la Eucaristía para todo cristiano. No se edifica tampoco ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Eucaristía. Por ello, la Eucaristía debe ser un punto de mira central de tu ministerio presbiteral, ayudando a los fieles a participar en ella de un modo activo digno, atento y fructuoso.
Configurado con Cristo, buen Pastor, querido Paco, serás también ministro de la misericordia divina en el sacramento de la reconciliación, vinculado íntimamente al de la Eucaristía. ¡Sé ministro santo de la misericordia divina! ¡Vive ante todo tú mismo la gracia hermosa de la reconciliación como una exigencia profunda y un don siempre esperado mediante una práctica regular de la confesión! Así, darás nuevo vigor e impulso a tu camino de santidad y a tu ministerio. Dios cuenta con tu disponibilidad fiel para llevar el prodigio de su misericordia al corazón de los creyentes en el sacramento de la Penitencia.
Querido Paco: Vas a ser ordenado presbítero para esta Iglesia de Segorbe-Castellón, abierto siempre a la Iglesia universal. Y vas a serlo en una época en la que, también aquí entre nosotros, el ambiente de increencia e indiferencia religiosas, y fuertes tendencias culturales quieren hacer que la gente, sobre todo los jóvenes y las familias, olviden a Dios y a su Hijo, Jesucristo. Pero no tengas miedo: Dios estará siempre contigo como lo estuvo con Jesús. Con su ayuda, podrás recorrer los caminos que conducen al corazón de cada hombre y mujer; y podrás llevarles a Cristo, el Hijo de Dios, hecho hombre, el Mesías, el Salvador, que dio la vida por todos y quiere que todos participen en su misterio de amor y salvación. Si estás lleno de Dios, si Cristo es el centro de tu vida, si permaneces en íntima unión con él, serás verdadero apóstol de la nueva evangelización. Nadie da lo que no lleva en su corazón.
Ojalá que tu ejemplo aliente también a otros jóvenes a seguir a Cristo con igual disponibilidad. Por eso oremos al “Dueño de la mies” para siga llamando obreros al servicio de su Reino, porque “la mies es mucha” (Mt 9, 37).
Por tu vocación y por tu ministerio oramos todos nosotros y vela María Santísima. Que María, Madre y modelo de todo sacerdote, permanezca junto a ti y te proteja, hoy y a lo largo de los años de tu ministerio pastoral, para gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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